Confederación Regional del Trabajo de
Catalunya (CNT-AIT)
* Editorial
de Solidaridad Obrera # 369,
Barcelona, diciembre 2017, vocero anarcosindicalista.
Con otras
elecciones a la vuelta de la esquina cerramos una nueva edición de la Soli,
esta vez después de unos meses convulsos donde Barcelona y Cataluña vuelven a
estar en el punto de mira internacional, ya sea por unos atentados criticados por
no haberse actuado con suficiente previsión o por un proceso independentista en
el que miles de ciudadanos, inmersos en su afán patriótico, acuden en rebaño al
llamamiento de sus dirigentes, de sus pastores.
Sorprende
bastante que el movimiento independentista catalán, aturdido más que resacoso
ante el coitus interruptus de su república
independiente, en tan sólo unas semanas vuelva a depositar sus esperanzas en
las urnas, como si no les importara que esta vez hayan sido impuestas por un
gobierno español al que odian, aún más, tras la aplicación de uno de los
artículos más restrictivos de la Constitución, el 155, tan maldecido por ellos
como ahora venerado por quienes ven en él el derrocamiento del «procés». Y es
que cuando la desobediencia civil sucumbe para terminar acatando lo que se
impone, sea ante un juzgado o sea como estrategia electoral, pierde el prefijo
que le otorga cierta dignidad para acabar siendo, simplemente, obediencia.
Como
dicen que la fe también es ciega ya no nos sorprende que los partidarios de la
secesión ahora opten por olvidar las falsas promesas de sus pastores cuando auguraban
que una vez proclamada la independencia todo iba a ser idílico, que la nueva
república catalana sería reconocida internacionalmente, que la banca y las
empresas harían cola para invertir en ella y que en un futuro cercano esa forma
de gobierno se asemejaría al de países pequeños y modélicos como Dinamarca,
aunque curiosamente ese país se rija mediante una monarquía parlamentaria, como
el caso español. Ahora, ante la evidencia de que no todo iba a ser un pasto
abonado, esos pastores, además de señalar al gobierno español como responsable
de sus infortunios, levantan sus bastones contra la Unión Europea por haberles dado
la espalda y dirigen sus protestas hacia Bruselas. Pero, ¿en qué mundo viven y
quiénes son los incautos que les secundan?
Mediante
profecías llevan décadas inculcando a la ciudadanía que el pueblo catalán está
siendo oprimido por los desagravios fiscales de una España egoísta y corrupta con
el objetivo de ocultar su propia corrupción y su insolidario egoísmo. De forma
paulatina y machacona han ido convirtiendo su anhelada independencia en un leifmotive donde el orgullo de pueblo herido
pesa ya más que el factor económico, llevándolo hasta el extremo de dejarse
flagelar por la policía española durante el referéndum del 1 de octubre para
difundir internacionalmente esa imagen de represión. Sin embargo,
incomprensiblemente para ellos, de nada parece haber servido. El dios de la
economía y de la geopolítica no está para juegos y todo despertar suele ser duro
porque nos devuelve a una realidad distinta a la deseada.
Ahora,
como la república catalana se proclamó entre caras largas –ya se intuía el
desenlace– conviene reestructurar el discurso, abandonarla en el desguace y volver
a pedir otra prueba de fe que pasa por reconvertir la imposición electoral en
un nuevo sueño, no vaya a ser que sus señorías se queden sin el preciado sueldo
del que dependen tanto ellas como sus partidos, porque no todo va a ser vivir
del consabido chantaje en comisiones que suelen exigir a ciertas empresas...
Así pues, a partir del 21 de diciembre, tanto si llegan a formar gobierno los
partidarios de la independencia como los llamados constitucionalistas, volveremos
a soportar la pesadilla parlamentaria de ver cómo se retuercen interesadamente
las leyes con las que nos someten, a padecer concentraciones patrióticas donde ahora,
además, se alternan catalanistas y españolistas, porque la fractura social
causada ha propiciado su rebrote y ahora tanto unos como otros sacan sus
coloridas camisetas y banderas a relucir. Competición de rebaños, churras contra
merinas.
Ajenos a
tanto pastoreo patriótico, a estas alturas del «procés» nuestros lectores ya
saben que CNT Catalunya se ha posicionado crítica con él. De hecho volvemos a
plasmar nuestro posicionamiento en el Suplemento Especial que avanzamos hace
unas semanas y que incluimos en esta edición, en él se reproducen dos
Comunicados de nuestra organización. Durante los últimos meses hemos contemplado
con asombro cómo el rebaño independentista obedecía el silbido de quien les
ordena y ordeña, de ahí que no compartamos que un sector del movimiento
libertario y del anarcosindicalismo buscase abrigo en él. Afortunadamente, hoy
no sólo ellos, también ciertos sectores de los llamados «partidos de izquierda»
empiezan a cuestionarse una unidad de acción que durante décadas se había
interpretado como «políticamente correcta» por ser heredera de aquella imagen
bucólica de la Transición, cuando las protestas sociopolíticas llevaron a
movimientos progresistas y nacionalistas a compartir reivindicaciones en la
calle.
Ahora,
contrariamente a lo que se pretendía, tras años de manifestaciones
multitudinarias en pro del independentismo, el resultado está siendo contrario
al que esperaban porque ha conllevado la intervención de la Generalitat por
parte del gobierno español, el exilio deshonroso de su president, la disolución
del Parlament, el presidio para algunos dirigentes, la imposición de nuevas
elecciones autonómicas y lo que seguramente más temían, que la llamada «mayoría
silenciosa» haya pasado de asomarse tímidamente a los balcones a organizar sus
propias manifestaciones, también multitudinarias.
Desgraciadamente,
entre esos patriotas de distinto cuño se están dejando de lado problemas
cotidianos que sí nos afectan, como la liquidación del fondo de la pensiones
con el que quieren argumentar una nueva reforma, la contratación precaria y el
repunte del desempleo, los continuos asesinatos machistas, los incesantes casos
de desahucios o los problemas ambientales que nos acechan y que sólo son
tenidos en cuenta cuando se incendian intencionadamente miles de hectáreas o
cuando la contaminación que nos envenena lentamente alcanza cotas alarmantes.
Esos problemas que llevaron a la ciudadanía a repudiar a la clase política, a
plantarse en la calle para debatir durante el 15-M e incluso a rodear
parlamentos. Hoy esa sociedad crítica parece lejana y está optando por la
transhumancia después de haber sido reconducida sibilinamente a las urnas
haciéndoles creer que «sí se puede» cambiar la realidad desde el arco
parlamentario o promoviendo manifestaciones patrióticas con las que tenerles entretenidos.
Por
nuestra parte, no nos cansaremos de decir que toda lucha dentro de una urna,
sea de metacrilato transparente o de plástico opaco, termina por asfixiarse
dentro; que para conseguir victorias puntuales hemos de promover protestas indefinidas,
como las huelgas laborales o las recientes manifestaciones contra el AVE, en
Murcia; que la acción directa y el sabotaje son herramientas útiles, tal y como
se evidenció durante las luchas populares de Gamonal y Can Vies. Sin embargo,
la experiencia también nos dice que para conseguir una revolución o una
transformación social profunda es imprescindible realizar antes un cambio de conciencia
colectivo que respete, siempre, nuestra individualidad como personas, porque
sólo desde nuestro derecho a ella estaremos fuera del rebaño.
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