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miércoles, 29 de noviembre de 2017

La sustitución del capitalismo y el cooperativismo libertario



Toni Yagüe

* No nos vale un cooperativismo finalista, limitado a la organización empresarial y políticamente neutro, sino un cooperativismo libertario, con conciencia de clase, como instrumento de lucha política en sí misma y acompañado de la lucha más propiamente política, y con la clara intención de alcanzar la esfera económica en toda su extensión. Solo así podría contribuir verdaderamente a la sustitución del sistema económico capitalista.

Cuando un documento de trabajo de un organismo tan antisistema como UNICEF (espero que captéis la ironía) denuncia que...
“Las enormes asimetrías en la distribución del ingreso (...) son signos de injusticia social. (...) vivimos en un planeta donde, en su conjunto, el quintil [Nota del Autor: la quinta parte] más rico de la población disfruta de más del 70 % del ingreso total en comparación con un exiguo 2 % para el quintil más pobre (...). Vivimos también en un mundo en el que más de ocho millones de niños pequeños mueren cada año (unos 22.000 al día), y la mayoría de sus muertes son prevenibles (...). El hambre, la malnutrición y la falta de agua potable segura contribuyen a al menos la mitad de la mortalidad infantil, y su incidencia está altamente concentrada en los quintiles más pobres. La urgencia de abordar estás desigualdades no puede ser más urgente” (pp.49-50)

...Es evidente que, si la especie humana conserva una mínima ética digna de tal nombre, algo se debe hacer. Y con algo quiero decir tirar a la basura todo el sistema económico que nos ha llevado a esta situación -y la perpetúa- para construir uno nuevo, no valen parches. No debería hacer falta decirlo, pero aunque pueda parecer que son sólo cifras, en realidad son personas: 22.000 niñ@s al día; al menos 11.000 por causas tan evitables como el hambre, la malnutrición (!!en un mundo que desperdicia anualmente un tercio de la comida que produce!!) o la falta de agua potable; uno cada 7 segundos, que puede ser perfectamente lo que se tarda en leer cada oración de este artículo. Uno. En el lapso de tiempo para leerlo entero habrán sido unas cuantas decenas (centenas, quizá) de ataúdes blancos los que deberían desfilar por nuestra conciencia. Otro. ¿Hace falta argumentar algo más?

Quienes nos consideramos anticapitalistas convencid@s tenemos claro que estas injustas y dramáticas disfunciones del capitalismo forman parte de su lógica estructural y que desde su mismo nacimiento era necesaria su sustitución por algún otro modelo socioeconómico más justo y respetuoso con las personas (y el medio ambiente). Y en estos momentos en que las vergüenzas del sistema están más al descubierto que nunca a ojos de la opinión pública, muchísimas otras personas estarían dispuestas a participar de la alternativa a poco que percibieran que con ella pueden cubrir sus necesidades básicas de alimentación, vivienda, sanidad, educación..., necesidades que hoy día, con el desmantelamiento del denominado Estado del Bienestar -bienestar que nunca pasó de ser el de algunas personas a costa del de otras-, no están garantizadas para la mayor parte de la población mundial. Es decir, que el momento es idóneo para crear un sistema que en un futuro a medio plazo acabe por desalojar el capitalismo de nuestras vidas.

La lucha en la calle y la denuncia de las mil-y-una injusticias del sistema es necesaria para visibilitzar la opresión económica, crear conciencia social y hacer presión a los gobiernos, pero mientras no construyamos (y visibilicemos) un sistema alternativo que amenace la hegemonía capitalista tan solo llegará a la opinión pública mayoritaria una percepción en negativo, de crítica, destructiva, y no nuestras propuestas en positivo, de cómo se pueden hacer las cosas de otra manera, más justa y respetuosa con la dignidad humana y la naturaleza. Desgraciadamente, sabemos muy bien que los medios de desinformación del sistema se encargarán de ello. Hay que confrontar la imagen interesada que éstos proyectarán de toda propuesta de transformación social profunda, con iniciativas de base que pongan en práctica nuestras ideas y sirvan de ejemplo, concreto y palpable, cada vez a sectores de población más extensos.

En un plano teórico, la primera tarea sería establecer un hoja de ruta que considere tanto el objetivo, es decir, cuál es el modelo económico que queremos, como los medios, el cómo llegar a él; en otras palabras, tanto el destino como el camino a recorrer. Y en esta tarea, encuentro útiles unas cuantas consideraciones que en buena parte se muestran interrelacionadas.

La primera, bastante obvia, es la interdependencia de los dos aspectos, destino y camino. De las prácticas que escojamos como instrumento válido para construir el nuevo sistema se desprenderán los valores que lo sostendrán y regirán. Como expresó el cineasta argentino Fernando Birri, en una anécdota popularizada por el gran Eduardo Galeano, la función de la utopía es (nada más, pero también nada menos) hacernos avanzar; el destino consiste en el propio camino, como también ha considerado gran parte de la tradición anarquista afirmando que “los medios son los fines”.

En segundo lugar, el proceso deberá producirse sin el sometimiento a ningún tipo de ortodoxia económica, como no podría ser de otra manera desde una posición libertaria, pero con unas cuantas ideas básicas bien presentes y definidas; no descubriremos la pólvora si hablamos de apoyo mutuo, solidaridad, cooperación, acción directa, equidad,...

Un tercer apunte hace referencia a que, en palabras de Piotr Kropotkin (Anarco-comunismo: sus fundamentos y principios. Ed. La Malatesta. Madrid, 2010, p.70), “cada fase económica de la vida conlleva su propia fase política, y es imposible trastocar las bases de la actual vida económica, la propiedad privada, sin el correspondiente cambio de las bases de la organización política”. Sabemos que el estado burgués fue diseñado para defender la propiedad privada y nunca permitirá la socialización de los medios de producción mientras estamos regidos por la llamada democracia representativa, que es en realidad delegativa (y no es esta cuestión un asunto baladí). Por tanto, la práctica y reivindicación de formas políticas alternativas, y en este aspecto el asamblearismo y la democracia directa son clave, es también una forma de asentar los fundamentos para la construcción de un sistema económico diferente al capitalista.
 

Como cuarta consideración, pienso que esta construcción debe hacerse con y desde la práctica; sin olvidar los valores básicos ni obviamente renunciar a ellos, pero modelada por la experiencia, que es la madre del aprendizaje. Solo con su participación directa las personas no convencidas podrán descubrir el nuevo mundo que llevamos en nuestros corazones y sumarse a la causa.

Y por último, pero tan importante como cualquiera de los puntos anteriores, es asumir el principio de realidad; la socialización (y hablo ahora en términos psicosociales y no económicos) en un contexto capitalista lastra enormemente nuestras capacidades naturales de empatía y solidaridad. Y para muchas personas levar el ancla de la educación recibida para navegar hacia rumbo desconocido puede despertar miedos y deseo de retornar a lo malo conocido. Debemos ser conscientes de que una brazada nada más llega donde llega, y cada una de ellas es un avance, o un atraso evitado, cuanto menos.

Con estos ingredientes encontramos una vieja receta que ha sido tantas veces rechazada como adoptada dentro de la tradición libertaria. El cooperativismo, que nació con las primeras olas del salvaje capitalismo industrial para paliar las durísimas condiciones de vida de la nueva clase obrera (interminables jornadas de trabajo por sueldos de miseria, hacinamiento y falta de higiene física y mental en los barrios obreros,...), tiene por tanto un origen marcadamente anticapitalista, pero muy pronto fue domesticado por el poder, alertado por su capacidad emancipadora: reduce el papel del Estado, dejando las relaciones entre soci@s a la autogestión; elimina clases y desigualdades sociales entre personas poseedoras y desposeídas, vale de entrenamiento para la práctica en una futura sociedad socialista para las clases populares...
 
Sin duda, el cooperativista es un movimiento intrínsecamente limitado para una profunda ruptura y sustitución del capitalismo al no atacar directamente el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, pero su histórica ineficacia en la transformación social ha sido causada en buena parte por factores extrínsecos, derivados principalmente de la limitación a la esfera empresarial de sus principios. Siete son oficialemente estos principios: 1) adhesión voluntaria y abierta; 2) gestión democrática por parte de las personas soci@s; 3) participación económica de ést@s; 4) autonomía e independencia; 5) educación, formación e información; 6) cooperación entre cooperativas; y 7) interés por la comunidad; y perfectamente podrían inspirar la globalidad del modelo socioeconómico. Su presupuesto esencial es que, al contrario que a las formas societales capitalistas (S.A., S.L.,...), en una cooperativa el poder reside en las personas y no en el capital, máxima éticamente indispensable para una organización social humana.

Como decíamos, a lo largo de su historia el cooperativismo ha tenido una relación ambigua con el movimiento anarquista. A pesar de haber nacido en el contexto de los primeros movimientos obreros y recoger en buena parte sus aspiraciones de transformación social, la figura jurídica cooperativa ha sido permitida, y en ocasiones incluso fomentada, por los poderes económicos, y dentro del movimiento anarquista ha sido tanto rechazada por reformista, y por tanto antirrevolucionaria por la limitada ambición de sus objetivos, como aceptada y practicada como vía pragmática y al alcance para una transformación progresiva de la realidad socioeconómica.
 
En este último caso, quizá poco valorada, destaca la figura de Joan Peiró -Secretario General de la C.N.T. en dos períodos y Ministro de Industria del gobierno republicano durante la Guerra Civil-, quien llevó a la práctica su compromiso político tanto mediante el anarcosindicalismo como desde la dirección de la Cooperativa Cristalerías de Mataró. Peiró entendía que con el cooperativismo era posible una transformación social gradual profunda a partir de un estallido revolucionario o, al menos, no causada principalmente por el estallido sino por el apoderamiento popular que la práctica cooperativista proporcionaba en la clase obrera. Pero en su opinión no sería con un tipo de cooperativismo que en su lucha por la competitividad absorbe los valores capitalistas, del que la Corporación Cooperativa Mondragón es paradigma con sus factorías en China y en Brasil, sino uno con conciencia política y vocación de expandir el ámbito de aplicación de sus valores a la globalidad de la estructura económica, convirtiendo la alabada “democracia en la empresa” en una verdadera “democracia económica” en toda la extensión del concepto de economía. Es decir, la base del proceso sería una concienciación política para identificar los factores que limitan la libertad de los individuos y las comunidades humanas, para iniciar sobre ésta la fase de construcción de estructuras alternativas, en la que el cooperativismo no sería un objetivo final sino meramente instrumental, tal y como hace actualmente el movimiento social de las cooperativas integrales, con la catalana como pionera y referente.

Importantísimos pensadores de la economía anarquista como Malatesta y Abad de Santillán han defendido también la progresividad de los cambios en una esfera de tanta relevancia en la propia conformación del individuo como ser social como es la económica. Sin duda, en la opinión de éstos, como también en la praxis de Peiró, queda reflejada la consideración de Kropotkin antes mencionada de que un sistema económico requiere también de un sistema de valores coherente en el que sustentarse y, consecuentemente, para la aplicación de un nuevo modelo económico es necesaria la asunción previa de una mentalidad también nueva, cosa que no llega de la noche al día por mucho que de madrugada tenga lugar la toma del Palacio de Invierno.

De hecho, las tres corrientes económicas clásicas teorizadas dentro del pensamiento libertario -mutualismo, colectivismo y comunismo libertario-, forman en su perspectiva cronológica un progresivo alejamiento de los postulados capitalistas, y pueden ser tomados por tanto como los sucesivos escalones para ir evolucionando -subiendo, podríamos decir- acompasadamente al ritmo que la mentalidad social general pueda absorber en cada momento; de la misma forma que la experimentación con el entorno social nos permite en la infancia evolucionar hacia nuevas fases de nuestro desarrollo adquiriendo nuevas capacidades intelectuales, una sociedad necesita de una práctica económica (pero no sólo) con la que interiorizar los valores y principios -asumirlos, hacerlos propios- que sostendrán el nuevo sistema.
 
En este sentido, el cooperativismo puede servir para romper la inercia de la hegemónica mentalidad capitalista, competitiva e individualizadora, e iniciar un nuevo rumbo socializante, hacia una fase socioeconómica superior, de cooperación y solidaridad. Pero como ya decíamos, y nos recordaba Rodrigo Mora al hilo de la quiebra de Fagor en 2013, no vale un cooperativismo finalista, limitado a la organización empresarial y políticamente neutro, sino un cooperativismo libertario, con conciencia de clase, como instrumento de lucha política en sí misma y acompañado de la lucha más propiamente política, y con la clara intención de alcanzar la esfera económica en toda su extensión. Solo así podría contribuir verdaderamente a la sustitución del sistema económico.

[Tomado de https://elsaltodiario.com/autogestion/la-sustitucion-.]

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