Rafael Uzcátegui
Es curioso que toda esa izquierda internacional que dice estar tan interesada en la auto-organización de la gente común y corriente frente los desmanes de los poderosos, a la hora de evaluar sobre lo que pasa en Venezuela no puedan desviar su mirada de las declaraciones de los políticos de los partidos opositores. Según, las movilizaciones que ocurren en nuestro país no tendrían otro destino y otros beneficiarios que Capriles o López, “el fascismo”, la “ultraderecha” u otros epítetos sacados de Telesur o Rusia Today. Un segundo argumento para insistir en el apoyo de un gobierno devenido en dictadura es que, supuestamente, la salida al poder del bolivarianismo beneficiaría a “las transnacionales”. Luego, como último recurso ante las imágenes de la represión se aseguraría que los manifestantes venezolanos llevarían una treintena de oficialistas “quemados vivos”.
Si se revisa la supuesta base de datos que la Misión Villegas ha divulgado sobre las personas supuestamente quemadas vivas encontraremos de todo, menos casos de asesinados por fuego corroborados por el Ministerio Público (de Luisa Ortega): Desde personas que perdieron la vida en un saqueo electrocutadas hasta funcionarios policiales heridos por el impacto de las molotovs. El segundo falaz argumento ignora, convenientemente, los amplios negocios que Chevron, BP y Repsol, por nombrar a tres conocidas, hicieron con el comandante Chávez. O que el 12,2% del territorio patrio estaría siendo subastado por Maduro para la explotación minera, por parte de empresas de bandera canadiense, china y de otras latitudes.
El primer argumento es curioso, por decir lo menos. Hay que ser un muy mal analista de la realidad para ignorar movilizaciones en un país que han incorporado al 10% de su población, o un evento de protesta -la consulta popular- que generó la expresión de más de 7 millones de almas. Cualquiera que haya tenido la honestidad de acercarse un poco más debería haber constatado la incorporación de sectores populares de ciudades, pueblos y comunidades rurales al combate contra la represión, protestando por sus propias razones y después de sus propias convocatorias. Asimismo, la tensión permanente entre el liderazgo de la MUD y la dirección espontaneísta de las protestas, que ha sumado vecinos en actividades que nada tendrían que envidiarle a la “Comuna de París”. Las multitudes indignadas generaron, cuando se necesitó, sus mecanismos de autoregulación y autoorganización, en el aprendizaje de cómo se enfrenta una dictadura del Siglo XXI. Mirar sólo hacia arriba mientras se habla por los de abajo. Así pareciera ser la metáfora de los defensores de la dictadura venezolana.
Es curioso que toda esa izquierda internacional que dice estar tan interesada en la auto-organización de la gente común y corriente frente los desmanes de los poderosos, a la hora de evaluar sobre lo que pasa en Venezuela no puedan desviar su mirada de las declaraciones de los políticos de los partidos opositores. Según, las movilizaciones que ocurren en nuestro país no tendrían otro destino y otros beneficiarios que Capriles o López, “el fascismo”, la “ultraderecha” u otros epítetos sacados de Telesur o Rusia Today. Un segundo argumento para insistir en el apoyo de un gobierno devenido en dictadura es que, supuestamente, la salida al poder del bolivarianismo beneficiaría a “las transnacionales”. Luego, como último recurso ante las imágenes de la represión se aseguraría que los manifestantes venezolanos llevarían una treintena de oficialistas “quemados vivos”.
Si se revisa la supuesta base de datos que la Misión Villegas ha divulgado sobre las personas supuestamente quemadas vivas encontraremos de todo, menos casos de asesinados por fuego corroborados por el Ministerio Público (de Luisa Ortega): Desde personas que perdieron la vida en un saqueo electrocutadas hasta funcionarios policiales heridos por el impacto de las molotovs. El segundo falaz argumento ignora, convenientemente, los amplios negocios que Chevron, BP y Repsol, por nombrar a tres conocidas, hicieron con el comandante Chávez. O que el 12,2% del territorio patrio estaría siendo subastado por Maduro para la explotación minera, por parte de empresas de bandera canadiense, china y de otras latitudes.
El primer argumento es curioso, por decir lo menos. Hay que ser un muy mal analista de la realidad para ignorar movilizaciones en un país que han incorporado al 10% de su población, o un evento de protesta -la consulta popular- que generó la expresión de más de 7 millones de almas. Cualquiera que haya tenido la honestidad de acercarse un poco más debería haber constatado la incorporación de sectores populares de ciudades, pueblos y comunidades rurales al combate contra la represión, protestando por sus propias razones y después de sus propias convocatorias. Asimismo, la tensión permanente entre el liderazgo de la MUD y la dirección espontaneísta de las protestas, que ha sumado vecinos en actividades que nada tendrían que envidiarle a la “Comuna de París”. Las multitudes indignadas generaron, cuando se necesitó, sus mecanismos de autoregulación y autoorganización, en el aprendizaje de cómo se enfrenta una dictadura del Siglo XXI. Mirar sólo hacia arriba mientras se habla por los de abajo. Así pareciera ser la metáfora de los defensores de la dictadura venezolana.
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