Norman Baillargeon
El anarquismo, estoy de acuerdo, no es en absoluto una ideología política monolítica y lo que se oculta bajo ese nombre está atravesado por numerosas corrientes de pensamiento y de militancia, que no siempre son convergentes. Sobre estas cuestiones tengo mis preferencias y mis convicciones, y las descubriré a continuación.
Dos presunciones básicas…
Dicho esto, me parece no obstante plausible sostener que una de las mayores aportaciones de este vasto conjunto, tanto en el pensamiento político como en la acción militante, concierne a esta exigencia que el anarquismo ha hecho suya de abordar todo poder con una presunción de sospecha y de ilegitimidad. La célebre fórmula "El poder está maldito" resume bien esta idea. Su indispensable y complementaria contrapartida es otra presunción, pero esta vez favorable, en cuanto a la libertad, que se presume moral y pragmáticamente preferible.
El anarquismo, estoy de acuerdo, no es en absoluto una ideología política monolítica y lo que se oculta bajo ese nombre está atravesado por numerosas corrientes de pensamiento y de militancia, que no siempre son convergentes. Sobre estas cuestiones tengo mis preferencias y mis convicciones, y las descubriré a continuación.
Dos presunciones básicas…
Dicho esto, me parece no obstante plausible sostener que una de las mayores aportaciones de este vasto conjunto, tanto en el pensamiento político como en la acción militante, concierne a esta exigencia que el anarquismo ha hecho suya de abordar todo poder con una presunción de sospecha y de ilegitimidad. La célebre fórmula "El poder está maldito" resume bien esta idea. Su indispensable y complementaria contrapartida es otra presunción, pero esta vez favorable, en cuanto a la libertad, que se presume moral y pragmáticamente preferible.
… y sus corolarios
Esas dos presunciones son fundamentales y fundadoras. Están también, creo, lógicamente vinculadas a otras dos ideas corolarias que confieren toda su sustancia a todos los anarquistas, entre los que me reconozco como el primer seguidor.
La primera idea, ligada a la presunción de ilegitimidad del poder, conduce a exigir a todo poder que se justifique y haga la prueba de su ilegitimidad, sin lo cual se hace necesario el combate. En mi opinión, el cogito del anarquista, su punto de partida, sería algo así como: "Pienso luego lucho".
La segunda idea está ligada a la presunción favorable hacia la libertad cuyo desarrollo se estimula. Ahora bien, esto ha de hacerse necesariamente de manera progresiva, a medida que se desvele la ilegitimidad de las múltiples formas que toma el poder: eso lleva a tomar, modestamente, acta de la historicidad y la progresividad de nuestros análisis y conclusiones, y de ese programa histórico y militante que nos invita a encontrar los poderes ilegítimos y combatirlos.
Hay más entre esos pensadores y militantes en lo que yo me reconozco con gusto. Creo que su tarea consistente en localizar, forzándolas a legitimarse, todas las formas de poder, de autoridad, de dominación, en luchar contra ellas siendo plenamente consciente del carácter histórico y progresivo del reconocimiento de sus formas ilegítimas, supone lo que yo llamaría -empleando un término en desuso- la virtud, pero añadiéndole, veremos pronto por qué, el adjetivo "epistémica".
Virtudes epistémicas del anarquismo
Para empezar, la idea misma de pedir justificaciones supone querer y poder dar razones, aceptar unas y juzgar otras como inaceptables, y decir en cada caso por qué; en resumen, el concepto mismo del anarquismo presupone debate, razones, intercambio racional, autonomía de pensamiento y espíritu crítico.
Además, el anarquismo así concebido se inscribe dentro del amplio legado racionalista de las Luces y me parece que la reivindicación de esas virtudes epistémicas tiene la enorme ventaja de evitar a quien las practica tropezar con dos escollos catastróficos para cualquier proyecto político. El primero es el escollo nihilista, al que se llega pensando a priori que ningún poder puede justificarse jamás. Creo que una parte del pensamiento político contemporáneo, y no sólo entre los anarquistas, ha sucumbido a esta deplorable tendencia irracional y relativista. El segundo es el escollo individualista y aislacionista, al que se llega si se renuncia a intercambiar, a escuchar, a tratar de convencer.
Bakunin dijo a este respecto algunas cosas que siguen siendo justas, y leo en el pasaje que sigue (Dios y el Estado) una descripción de algunas de esas virtudes que yo llamo epistémicas: "¿Se deduce que rechazo toda autoridad? Lejos de mi esa idea. Cuando se trata de botas, acudo a la autoridad del zapatero; si se trata de una casa, de un canal o de una vía de tren, consulto al arquitecto o al ingeniero. Para determinada ciencia, me dirijo al sabio especialista. Pero no me dejo imponer ni por el zapatero, ni por el arquitecto ni por el sabio. Los escucho libremente y con todo el respeto que merece su inteligencia, su carácter, su conocimiento, reservándome mi derecho indiscutible de crítica y de control. No me conformo con consultar una sola autoridad especialista, consulto varias; comparo sus opiniones y escojo la que me parece más justa".
La segunda presunción de la que he hablado anteriormente y el hecho de que sólo progresivamente hayamos ido reconociendo las formas ilegítimas de poder (consideradas por los mejores militantes desde hace apenas unas generaciones, las diversas formas de opresión de las mujeres, de los sexos, de las culturas, de las razas habían sido invisibles e insospechadas) llaman también a las virtudes epistémicas. Deben, en efecto, llevarnos a la mayor modestia y, por el reconocimiento de nuestra debilidad, prohibirnos cualquier forma de arrogancia.
Se impone ahora una conclusión, que muchos otros militantes han sacado antes que yo: el anarquismo, en su búsqueda y puesta al día progresiva de las formas ilegítimas del poder, en su lucha por su abolición, es indisociable de un proyecto a la vez cultural y pedagógico de perfeccionamiento individual y colectivo afinando en la discusión y las luchas nuestra sensibilidad hacia las formas ilegítimas de poder.
Este trabajo ayudará en primer lugar a descubrir que muchos tipos de poder, en algunos casos sin duda alguna, son ilegítimos; pero debería también ayudar a imaginar con qué sustituirlos, a dar el gusto por ese combate y la convicción de la victoria. Hemos trabajado en todos los ámbitos desde que ha aparecido el anarquismo en la escena del pensamiento y de la militancia políticos, digamos, por resumir, que hace unos dos siglos. Lo mejor que hemos hecho ha sido, si no me engaño, poner en marcha esas virtudes de las que he hablado.
Pero nuestro mayor desafío sigue siendo lo que no hemos podido todavía solucionar y que sigue planteado por las instituciones económicas: se trata por parte nuestra de proponer en la discusión y en la práctica las instituciones creíbles que puedan reemplazar a las que producimos, consumimos y dedicamos nuestro tiempo, que son básicamente totalitarias y completamente ilegítimas, con el fin de sustituirlas por instituciones que encarnen formas de poder que consideramos hoy legítimas. Para ello nos hacen falta estructuras de luchas abiertas, inclusivas, acogedoras y favorecedoras del desarrollo orgánico de la libertad, en las que no se pueda fijar por adelantado a dónde nos conducirá, unas estructuras en las que "no sólo las ideas del porvenir se creen, sino también su realidad efectiva en sí" (Bakunin). En el logro de ese proyecto, estoy seguro, las virtudes de las que he hablado encontrarán, una vez más, el modo de probar que son indispensables.
[Publicado originalmente en el periódico Tierra y Libertad # 266, Madrid, septiembre 2010. Número completo accesible en http://www.nodo50.org/tierraylibertad/266.html.]
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