Francisco J. Fernández
Con estas historiografías, la sagrada, la ciudadana grecorromana, la patriótica, la positivista de documentos emitidos por las autoridades, o la marxista, es normal que el anarquismo no esté considerado historiográficamente. Hasta el marxismo, como vemos en Hobsbawm, lo ataca. En Rebeldes Primitivos lo deforma grotesca y partidariamente, y aunque muestra cierta fascinación folclórica propia del típico anglosajón colonialista, llega a afirmar que los anarquistas españoles hubieran triunfado en su época de apogeo si hubieran seguido una disciplina de partido, dando por hecho, por supuesto, que fue el elemento clave en las revoluciones rusas de 1905 y 1917, cuestión bastante debatible. Asimismo, asimila el campesinado libertario con el bandolerismo o la Camorra italiana, reproduciendo las mismas taras que ciertos historiadores del siglo XIX como Bernaldo de Quirós. En cuanto al positivismo, la historiografía que solo acepta los documentos en las construcciones del relato histórico, podemos ver a Eduardo Comín Colomer, policía franquista, que usó precisamente los documentos de las fichas policiales y de las comisarías para historiar el anarquismo español. Siendo estos documentos muy hostiles y deformados, es previsible sus resultados y conclusiones, mostrando un anarquismo criminal, masón y siniestro. Los historiadores socialistas y republicanos intentan legitimizar su régimen ideal de la II República, poniendo a los anarquistas como los elementos desestabilizadores que impidieron su desarrollo. Sus ansias por ponerlos como criminales, especialmente a sus corrientes más activas, como la FAI, llega a deformaciones grotescas e incluso opuestas a la pura realidad. Así por ejemplo y en el caso granadino podemos ver que acusan a elementos incontrolados-anarquistas por asesinar a varios ugetistas en la retaguardia republicana de Guadix. Lo hacen sin citar, en libros como Revolucionarios sin Revolución, y normalmente basándose en testimonios de ancianos, naturalmente afines a sus posiciones. Echando mano a la documentación podemos ver que fue exactamente lo contrario: varios milicianos de la UGT asesinaron a un cenetista que fue a detener a uno de sus miembros, que abusó de un propietario; la CNT entonces organizó un entierro y al mismo acudieron 200 milicianos de la Columna Maroto, todos ellos anarquistas, lo cual causó la acusación de incontrolados, a pesar de que el frente se mantuvo con muchos efectivos, ya que ese número era muy pequeño (10%), en un escenario bélico relativamente inactivo. No hubo incidentes, pero aún así miembros de la UGT siguieron asesinando a varios anarquistas poco después y llegaron a rodear, con un batallón, la sede confederal en Guadix. En la investigación se puede ver a un tal Porcel de la UGT como elemento activo en esas hostilidades dentro de la retaguardia, con bastante impunidad por parte de los “controlados”. Para la historiografía republicana socialista, en este hecho los incontrolados y desestabilizadores fueron los anarquistas, no solo por la movilización de un día de diversos milicianos, sino porque directamente los acusan de ser quienes los asesinaron, sin más fundamento que los recuergos vagos de un supuesto testimonio. Hay muchísimos ejemplos de cómo se ataca al anarquismo desde pretensiones y partidismos por parte de historiadores que se presentan como auténticamente “los objetivos”, pero esta charla no la quiero centrar en ello. Quien quiera ver más detalles puede ver Las Negras Tormentas de la Historia, cuya versión corta está publicada pero tengo pendiente presentar, en un futuro cercano, una versión más extendida. De ese texto me limitaré a decir que lo divido en varios capítulos, según las acusaciones maliciosas que se hacen al anarquismo, como integrado por terroristas, incontrolados, milenaristas, matacuras, violentos y otros adjetivos frecuentes en la historiografía.
Con estas historiografías, la sagrada, la ciudadana grecorromana, la patriótica, la positivista de documentos emitidos por las autoridades, o la marxista, es normal que el anarquismo no esté considerado historiográficamente. Hasta el marxismo, como vemos en Hobsbawm, lo ataca. En Rebeldes Primitivos lo deforma grotesca y partidariamente, y aunque muestra cierta fascinación folclórica propia del típico anglosajón colonialista, llega a afirmar que los anarquistas españoles hubieran triunfado en su época de apogeo si hubieran seguido una disciplina de partido, dando por hecho, por supuesto, que fue el elemento clave en las revoluciones rusas de 1905 y 1917, cuestión bastante debatible. Asimismo, asimila el campesinado libertario con el bandolerismo o la Camorra italiana, reproduciendo las mismas taras que ciertos historiadores del siglo XIX como Bernaldo de Quirós. En cuanto al positivismo, la historiografía que solo acepta los documentos en las construcciones del relato histórico, podemos ver a Eduardo Comín Colomer, policía franquista, que usó precisamente los documentos de las fichas policiales y de las comisarías para historiar el anarquismo español. Siendo estos documentos muy hostiles y deformados, es previsible sus resultados y conclusiones, mostrando un anarquismo criminal, masón y siniestro. Los historiadores socialistas y republicanos intentan legitimizar su régimen ideal de la II República, poniendo a los anarquistas como los elementos desestabilizadores que impidieron su desarrollo. Sus ansias por ponerlos como criminales, especialmente a sus corrientes más activas, como la FAI, llega a deformaciones grotescas e incluso opuestas a la pura realidad. Así por ejemplo y en el caso granadino podemos ver que acusan a elementos incontrolados-anarquistas por asesinar a varios ugetistas en la retaguardia republicana de Guadix. Lo hacen sin citar, en libros como Revolucionarios sin Revolución, y normalmente basándose en testimonios de ancianos, naturalmente afines a sus posiciones. Echando mano a la documentación podemos ver que fue exactamente lo contrario: varios milicianos de la UGT asesinaron a un cenetista que fue a detener a uno de sus miembros, que abusó de un propietario; la CNT entonces organizó un entierro y al mismo acudieron 200 milicianos de la Columna Maroto, todos ellos anarquistas, lo cual causó la acusación de incontrolados, a pesar de que el frente se mantuvo con muchos efectivos, ya que ese número era muy pequeño (10%), en un escenario bélico relativamente inactivo. No hubo incidentes, pero aún así miembros de la UGT siguieron asesinando a varios anarquistas poco después y llegaron a rodear, con un batallón, la sede confederal en Guadix. En la investigación se puede ver a un tal Porcel de la UGT como elemento activo en esas hostilidades dentro de la retaguardia, con bastante impunidad por parte de los “controlados”. Para la historiografía republicana socialista, en este hecho los incontrolados y desestabilizadores fueron los anarquistas, no solo por la movilización de un día de diversos milicianos, sino porque directamente los acusan de ser quienes los asesinaron, sin más fundamento que los recuergos vagos de un supuesto testimonio. Hay muchísimos ejemplos de cómo se ataca al anarquismo desde pretensiones y partidismos por parte de historiadores que se presentan como auténticamente “los objetivos”, pero esta charla no la quiero centrar en ello. Quien quiera ver más detalles puede ver Las Negras Tormentas de la Historia, cuya versión corta está publicada pero tengo pendiente presentar, en un futuro cercano, una versión más extendida. De ese texto me limitaré a decir que lo divido en varios capítulos, según las acusaciones maliciosas que se hacen al anarquismo, como integrado por terroristas, incontrolados, milenaristas, matacuras, violentos y otros adjetivos frecuentes en la historiografía.
A partir de ese texto se reflexiona sobre por qué se atacaba especialmente al anarquismo desde las historiografías. Y se entiende que, aparte del partidismo ideológico y activista, había otro elemento fundamental, y es que estas ideologías parten de conceptos y premisas muy distintas a la que tiene la ideología anarquista. Esta tiene como premisas el rechazo de toda forma de poder, autoridad y dominio, cosas que las otras no, que según su carácter justifica y acepta determinada forma de poder y jerarquía. Este rechazo propio del anarquismo produce una visión radicalmente diferente: no se teme la acción imprevisible y diversificada de las masas de los hombres y mujeres; el anarquismo rechaza muchas justificaciones de las otras historiografías que hablan de procesos civilizadores o estabilidad política; no se ve positivamente las calculadoras y matemáticas sobre qué es mejor económica o políticamente, donde unos salvadores salvan a los demás; la libertad, y no la pretendida felicidad o abundancia, es el objetivo del anarquismo. Y una historiografía anarquista no puede limitarse al determinismo económico del marxismo o a la calculadora de un positivismo. Busca la libertad de las personas y de la humanidad, y no entra si produce más o se remite a reglas universales bien establecidas. Se remite a las personas de su momento y entorno, a su concepción de la libertad y de su voluntad. Y frente a ella, el poder y la dominación, y lo que hace para establecerse y perpetuarse, y bajo qué ideología se justifica. Me di cuenta que los historiadores anarquistas practicaban ya una historia algo distinta. Aunque se decía que practicaban un materialismo histórico heterodoxo, o un positivismo desde posiciones partidistas o rebeldes, lo cierto es que la crítica al poder y la lucha emancipadora de la gente siempre fue el eje de sus investigaciones y escritos. Había una historiografía anarquista, no teorizada ni conciente, pero sí con unas pautas más o menos practicadas, y agrupados en torno a sus posiciones declaradas hacia el anarquismo. Pero una historiografía anarquista no se determina por el bando, sino por los principios y características que la definen. Esa fue la intención del texto Hacia una historiografía anarquista: deslumbrar las posibilidades de elaborar y definir esa historiografía y comenzar un camino conciente hacia ella, a fin de entrever posibles herramientas de investigación que nos ayude en el desarrollo historiográfico y de conocer así lagunas desconocidas hasta entonces de nuestro pasado, así como dar esa teoría anarquista de la historia que tantos historiadores libertarios llevaban pidiendo desde hace tiempo.
Ese texto ofrece unas características propias de esta historiografía anarquista, que se puede resumir en los siguientes puntos: 1. La libertad como motor de la historia; la lucha entre el poder y la libertad es el rasgo definitorio de la historia. 2. Las desigualdades sociales y económicas derivan de las relaciones de poder. 3. El poder se expresa de las más diversas formas, desde lo económico hasta lo cultural, pasando por lo político. 4. Binomio entre opresor y oprimido en las relaciones institucionales. 5. El Estado como principal institución histórica del Poder y de la Dominación. 6. Distinción entre Estado y Sociedad, negando la ideología estatista que subyace en la identificación de las instituciones estatales con el conjunto de la población. Evitar por tanto que Estado y Sociedad se confundan como lo mismo.
Para todo ello, era preciso estudiar cuestiones como el origen de la autoridad y del Estado, cómo se desarrolla las desigualdades sociales, qué se entiende por Poder y dominación, cómo la especialización se convierte en autoridad, la problemática de la gestión en los momentos de escasez de recursos, la distinción entre distintas formas de relaciones de poder (clan, tribu, vasallaje, esclavitud, ciudadanía…) y la reflexión entre los conceptos metafísicos de la autoridad (dios, ley, propiedad, nación…). Todos estos elementos colleva a una original interpretación desde las distintas fases de la historia, pasando por la prehistoria, la Antigüedad, el Medievo, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, hasta nuestros días, donde se pueden dislumbrar imprevistas formas de poder. Fijaros en la ciencia ficción, que nos ofrecen posibilidades insospechadas pero que podrían ser reales: ¿qué pasaría en un futuro donde el mundo entero esté interconectado y dominado por una única Inteligencia Artificial infalible pero que establece cómo debemos vivir? Nos llevaría a plantearnos muchas cosas. Desde luego, una historiografía pasa por hacer un análisis de los diversos elementos que ha usado el Poder para justificarse y establecerse: la conquista militar, el miedo, el orden social y la ley, el clientelismo, el monopolio del conocimiento, la eficacia centralista, el ideal de Dios reproducido sobre la Tierra, el progreso y la civilización, el Estado como expresión real de la Comunidad, o por el propio arrastre de la Tradición: “si ha funcionado, ¿por qué cambiarlo?” El Discurso de la Servidumbre Voluntaria de La Boétie fue muy inspirador al respecto, al estudiar las causas del por qué la población se somete a unas imposiciones que las molesta y está contra su naturaleza.
Objetividad y subjetividad militante y no militante
En las problemáticas historiográficas prima la cuestión de la objetividad y de la verificación. Se hace difícil llamar a la historia “ciencia”, pero aunque entienda que no lo sea, sí es justo decir que no es cualquier cosa, y que es bueno que exija un sistema y método de verificación para establecer la realidad histórica. En cierto sentido, es una “ciencia”, pero no al modo de ciencia natural. En la Historia, entiendo que la Objetividad es como una Utopía: probablemente nunca lleguemos a ello, pero debemos intentarlo, y quizás sí lleguemos a algo muy parecido. Al final, el camino es lo importante. Los historiadores somos humanos, y por ello tenemos una educación muy determinada: nos hemos criado en unas culturas que no hay en otros sitios, hemos bebido de una ideología hegemónica que luego ha sido contestada por los pensamientos de nuestro entorno social… Todos tenemos una personalidad y experiencia propia que es imposible abstraerse del todo. Ningún historiador se ha planteado que quizás una mantis religiosa ha sufrido una injusticia cuando su entorno natural se ha visto destruido para la construcción de una ciudad o un campo de cultivo. Alguien realmente objetivo no pensaría jamás que un humano está por encima de un animal: pensar eso, justificado o no, es ya subjetivo. Pero aceptar la realidad de nuestra subjetividad no debe presuponer una defensa de esta subjetividad. Tal cosa conllevaría a imponer los criterios personales de cada uno, y resultando que somos muchas personas, si cada uno hace lo mismo, no se llega a nada salvo al autismo generalizado. Socialmente, los humanos, como animales sociales, debemos entendernos. Nuestra principal fuerza no son las manos ni el cerebro, sino nuestra capacidad de socializar, eso es lo que nos ha permitido sobrevivir durante milenios. El esfuerzo por llegar a entendernos, respetarnos y llegar a acuerdos y consensos nos empuja a entender que el conocimiento de la realidad no es cosa de la creencia personal de nadie, sino del saber y la investigación del conjunto de personas que se esfuerzan en llegar a la realidad de algo, conformando la verdad, es decir, la realidad que se conoce en el consenso humano. Y en esto, aunque no seamos realmente objetivos, sí podemos ser honestos en nuestra subjetividad. La honestidad es una herramienta que no debemos presumir, sino simplemente asumir y seguir en nuestro trabajo. Sin ella la Historia no será nada, solo un relato de intereses en conflicto más interesante por su literatura que por su conocimiento real.
Los historiadores objetivos han tenido razones para sospechar de los historiadores militantes, pues en el mundo de conflictos, los militantes han tomado partido activo por alguna postura, y no han dudado en engañar o mentir para lograr sus objetivos. Sin embargo, yo reivindico la figura del historiador militante, primero porque los historiadores no militantes nunca han estado libres de intereses y partidismos, que aunque no se muevan en el mundo político-social, sí responden a intereses económicos, académicos, egocéntricos y de otros muchos aspectos y factores. Asimismo, los historiadores militantes a veces pueden llegar a acceder a información muy determinada, o son los únicos capaces de comprender en su genuina profundidad numerosos testimonios históricos. De este modo, tenemos el ejemplo de la fosa de Federico García Lorca. El investigador Ian Gibson tuvo una localización que fue dada por un enterrador que aseguró haberlos visto y enterrarlos. Cuando se excavó, hará no mucho años, allí solo había roca madre, imposible haberlos enterrado allí. En cambio, un periodista falangista, Eduardo Molina Fajardo, entrevistó a muchos de las personas que participaron activamente en el fusilamiento, y todos concordaban en los mismos datos, a pesar de que cuando se realizó la entrevista ya todos vivían en distintos sitios y sin compromisos. El hecho de que les preguntara un compañero falangista daba pie a pensar que dijeron lo que ellos sabían con total sinceridad. Ya si salen o no es cuestión de si pasó algo que no sabían ni sabemos, o un error de alguna índole. Desacreditar por su falangismo a Eduardo Molina es simplemente anti-histórico y realmente un ejercicio de partidismo político. Todo testimonio es bueno para la Historia, porque permite contrastarlo y valorarlo.
Este es un tema que llevo trabajando desde hace un tiempo, y procuro impulsar, porque solo está dando sus primeros pasos y yo tampoco he terminado de explorar sus posibilidades y resolver sus problemáticas. Sí he querido transmitir que, aunque nacida y dominada por el Poder, la Historia es inevitable como bien para la humanidad, y que debemos atenderla, además de disfrutarla. Prácticamente todo el abanico de las actividades humanas tienen en cuenta de alguna forma los relatos históricos, y por ello establecer un modelo ácrata en esos relatos se me antoja como necesario e inevitable. Si a ello aportamos nuevas herramientas para el conocimiento o el desarrollo humano, la labor se muestra como muy prometedora.
[Fragmento de Conferencia cuyo texto completo está en https://serhistorico.net/2017/05/27/conferencia-historiografia-y-anarquismo.]
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