Carlos Solero
Recorriendo las calles de la ciudad; principalmente el centro es perceptible como la opulencia y las miserias son palpables.
El contraste brutal entre los vehículos de alta gama con los que las clases privilegiadas hacen obscena ostentación de de su poderío y los desvencijados carros de cartoneros buscando los desechos que les procuren un mínimo sustento cotidiano.
Recorriendo las calles de la ciudad; principalmente el centro es perceptible como la opulencia y las miserias son palpables.
El contraste brutal entre los vehículos de alta gama con los que las clases privilegiadas hacen obscena ostentación de de su poderío y los desvencijados carros de cartoneros buscando los desechos que les procuren un mínimo sustento cotidiano.
Mientras desde los grandes afiches candidatas y candidatos a legisladores sonríen bonachones en las veredas se apiñan personas que transcurrirán las noches invernales sobre trozos de cartón y con sus estómagos semivacíos. Por más que las autoridades pretendan maquillar la decoración urbana la irritante desigualdad asoma y es inocultable.
En el sistema del capital mercancía nada es lo que parece. El simulacro es la norma. Pero la explicita violencia de la concentración de bienes para unos pocos no puede camuflarse eternamente bajo las mascaras de una ciudad con igualdad de oportunidades.
Esto solo existe en los discursos de los funcionarios en carteles y volantes. La realidad es muy distinta. Para verificarlo hay que salir a las calles.
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