Andreina Mujica
(La
periodista Andreina Mujica, hija del fallecido dirigente del Partido Comunista de
Venezuela y exdirector de la Escuela de Comunicación de la UCV, Héctor Mujica,
emplazó a su hermano Michel Mujica, actual embajador venezolano en Francia, a
reaccionar y fijar posición frente a la ola represiva del gobierno de Nicolás
Maduro hacia los ciudadanos que se han manifestado en su contra durante más de
40 días. A continuación, el texto completo de la carta:)
Michel Mujica
Excelentísimo Embajador de Venezuela
en
Francia
Paris-France
En
el nombre del padre, en mi nombre y por la libertad, te pido perdón, hermano.
Sé que esto te va a doler, porque una discusión de años ahora la hago pública.
No tengo armas con que exigirte. Soy, como el resto de los venezolanos, una
mujer “desarmada” pero con el poder de la humildad, te pido que des el paso que
ayude a salvar vidas en Venezuela.
Yo
no lloro más que otros, ni rezo más que los creyentes, ni sufro más que los que
se levantan en nuestra patria con el poco aliento gaseado para volver a las
calles y protestar
Tú,
como embajador designado en los tiempos de Maduro; sí, Nicolás, el dictador más
perverso, cínico y desalmado en la historia de las dictaduras de nuestro
querido continente, te pido que te pronuncies en favor de la democracia,
aquella por la cual nuestro padre dejó pegada su salud a punta de torturas,
electricidad en los testículos, mientras su cuerpo colgaba sobre un rin afilado
para cortar sus pies por cansancio.
Mi
padre, nuestro padre, no soportaría tantas muertes, tantas torturas, tal
injusticia. Estaría marchando como un abuelo en silla de ruedas. Y aunque él se
fue de pie, sólo su cuerpo se convirtió en cenizas. No así su legado por un
país al que le dedicó su vida política, familiar e intelectual. Héctor Mujica,
es (no fue) ES, esa Venezuela maravillosa que hizo país después de lo que
pensábamos sería la última dictadura.
Estos
muertos son los nuestros, son tuyos y míos, pero yo no ostento una posición en
el poder; tú sí, hermano, y confío en tu rectitud, en tu honestidad. Es preciso
que te pronuncies. Es decir, debes ayudarme, ayudarnos y ayudarte. Tienes cinco
hijas, mis sobrinas, cuatro nietos, que no merecen cargar con la vergüenza de
un padre y abuelo que se quedó en silencio ante la barbarie.
Yo no lloro más que otros, ni rezo más que los
creyentes, ni sufro más que los que se levantan en nuestra patria con el poco
aliento gaseado para volver a las calles y protestar. También estoy lejos.
Tú,
hermano, eres un protagonista de esta terrible época que nos ha tocado vivir.
Tus palabras y acciones pueden ser ejemplo para otros funcionarios diplomáticos
en el mundo. Esto tiene que parar. Nuestro país vive la muerte a cuentagotas.
De miles que salen a protestar cada día pidiendo democracia, elecciones,
desarme de los grupos paramilitares, mal llamados “colectivos”, restitución de
los poderes de una Asamblea Nacional elegida por votación popular, destitución
de magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, que dieron un golpe de estado,
así como la exigencia de la liberación de más de un centenar de presos
políticos, y apertura de un canal humanitario para salvar a los que hoy mueren
de mengua.
Mi
padre fue un preso político, torturado como los de ahora. Sí, nuestro abuelo,
el doctor Pastor Oropeza, no hubiese levantado su voz contra la dictadura de
Marcos Pérez Jiménez ninguno de nosotros hubiera nacido. Esto incluye a
nuestros sobrinos y nietos. Yo te apoyaré hermano, tu serás nuestro orgullo y
no parte del duelo con el cual ya convivimos.
El
4 de octubre de 1968, cuando apenas habían pasado 48 horas de la matanza de
estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, el poeta Octavio Paz renunció al cargo
de embajador de México en India. No podía ser cómplice de un gobierno
autoritario que nuevamente utilizaba a Tlatelolco como piedra de sacrificio.
Ahora, para asesinar a sus jóvenes.
Cuarenta
y ocho horas, Michel, con tan sólo una carta dejó claro en la historia su
posición ante los viles que asesinaban sin la menor sombra de arrepentimiento.
Estoy fracturada Michel, como todos, ayúdanos a recobrar la dignidad y la
esperanza. Venezuela merece, por lo menos, esto.
Con
todo mi amor y respeto, hermano, espero tu comprensión, no por mi, sabes que
nunca te he pedido nada. Ahora no tengo otra salida. Callar es morir un poco.
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