Laura Vicente y Félix García M.
[Nota
previa de El Libertario: Este post
contiene la presentación de un dossier incluido en el nuevo número 89 de la
revista madrileña Libre Pensamiento, mayo
2017, http://rojoynegro.info/sites/default/files/LP%2089%20Interior_V2.pdf,
que incluye varios artículos referidos a los totalitarismos del siglo XXI, tema
del mayor interés y padecimeinto actual en Venezuela, por lo que recomendamos
encarecidamente la lectura y reflexión del referido dossier.]
“Una dictadura perfecta tendría la apariencia
de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los
presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de
esclavitud, en el que gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían
su servidumbre.
Un Mundo
Feliz (1932). Aldous Huxley
“En la
cárcel y con miedo”. Este dicho metafórico popular describe con mucha clarividencia
y exactitud la situación social que vivimos, especialmente en las sociedades
más desarrolladas y tecnologizadas. La inmensa mayoría de la población no somos
“auténticamente libres”, tanto en el plano individual como a nivel de colectivos
organizados, aunque el “sistema” haya conseguido hacernos creer que sí nos
“sintamos libres”, en lo que es una mera sensación de pseudolibertad que no refleja
la auténtica realidad.
El
“sistema” ha sabido aprovechar tanto los grandes avances científico-tecnológicos
y las nuevas tecnologías como las aportaciones experimentales de otras ciencias,
como la psicología, para implantarnos esa ilusión. El poder, con su potencial
mediático y estimular ha intentado y en su inmensa mayoría logrado que nos creamos,
sintamos y experimentemos libres, hacernos sus adeptos/as y activistas defensores/as
de esta percepción subjetiva, anularnos como personas individualizadas,
modificando nuestra propia esencia como especie, provocando que emitamos
respuestas homogeneizadas, uniformes, previsibles, domesticadas, encapsuladas,
acríticas, utilizando para ello sofisticados programas de reforzamiento, de modificación
conductual, de control de la información, y en estos tiempos, recurriendo a
métodos y técnicas como la posverdad... Así, se está logrando la implantación
del pensamiento único, convergente, servicial, consumista, individualista,
banal, superficial, depredador de recursos, controlado y sometido a los
dictámenes del “sistema”; y que tan solo aspiremos a seguir en la “cárcel”,
sometidos al autoritarismo, inconscientes, idolatrando a los dirigentes,
perpetuando sus normas y puntos de vista. Hemos hecho nuestro su discurso, sus
valores, sus motivaciones, sus intereses, su proyecto, y además lo defendemos, incluso
lo votamos y los ponemos al frente para que nos dirijan.
¿Por qué
decimos que estamos en la “cárcel”? Sin ánimo de ser maximalistas, sinceramente
estamos asistiendo a un proceso continuado de recortes de derechos y
libertades; un proceso de desmantelamiento de
todo lo
que supuso en Occidente la Ilustración y más recientemente la revolución de
Mayo del 68; hay un intento de acabar con todo vestigio de la transformación
social que supuso ese movimiento a nivel de relaciones humanas, de derechos
civiles y humanos, de libertades individuales y colectivas, en el plano
político, social, personal... Está restringida la libertad de expresión, de
comunicación, de pensamiento; la autocensura es el mayor de los enemigos que
tenemos inoculados; el respeto a lo “políticamente correcto” es la prueba evidente
de nuestra derrota y de su éxito. Piensan por nosotros y nosotras.
Realmente,
tenemos intervenido el cerebro, sus facultades, las posibilidades de crear, de
imaginar, de subvertir, de revolucionar la existencia. Sin querer correr el
riesgo del alarmismo demagógico, podemos consensuar que vivimos en la “cárcel”,
quizás una cárcel de paredes y techo de cristal, como el movimiento feminista ha
descrito metafóricamente la situación de la mujer en esta sociedad capitalista
y patriarcal, pero al fin y al cabo, una cárcel en la que la mayoría jugamos a
ser reclusa, o lo que es peor, solo nos dejan ser reclusa, solo
nos
permitimos ser reclusa.
Y lo
preocupante no es únicamente estar en la “cárcel”, sino tener además miedo al
no ser conscientes de esta circunstancia. ¿Qué más te puede pasar que perder la
libertad? Pero sentimos miedo, miedo a perder lo que tenemos (que es nada); a
perder los derechos (ya solo simbólicos); miedo por la inseguridad y falta de garantías
(que es irreal aunque sí provoca el incremento de los cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado y seguridad privada que solo existen para defender al
Estado y reprimir a la población, si fuera preciso); miedo a dejar el estatus
social (ya inexistente); miedo al otro, al extranjero (una falacia creada de
forma interesada); miedo al cambio, haciéndonos creer que éste es el único
mundo posible.
Ese es el
gran logro del sistema y el poder, el gran logro de los nuevos rostros del
totalitarismo en el siglo XXI, un totalitarismo interiorizado por la población
sin necesidad expresa de violencia, represión explícita o guerras invasivas:
hacernos creer que somos libres; que no han recluido nuestro pensamiento a un
marco y unas coordenadas concretas y convergentes; hacernos creer y sentir que
tenemos miedo y con ello autocensurarnos, reprimirnos, frenarnos, anularnos
para la acción y desactivarnos para el cambio, la iniciativa propia, la posibilidad
de ejercer la libertad y, por el contrario, convertirnos en sus paladines para
defender su “sistema”, lo que hace que transformar y revertir esta situación de
irrealidad en la que vivimos sea muy difícil.
Qué
familiar nos resulta Aldous Huxley, en 1932, cuando en su novela futurista y de
alguna manera utópica Un Mundo Feliz, describía una sociedad “segura”,
avanzada tecnológicamente, con una ciudadanía programada genéticamente para
integrarse en ella con el solo objetivo de producir, consumir y obedecer; una
sociedad creada sin enfermedad y dolor pero en la que queda abolida la cultura,
la literatura o la libertad individual.
También,
todo este mundo robotizado, deshumanizado, sumido en el totalitarismo, que
adelantó proféticamente George Orwell cuando escribía su novela 1984 allá
por el año 1949, inventando un mundo con una sofisticada y tecnificada
humanidad, gobernada por un partido único con un Gran Hermano que lo dirigía y
que acabó con la libertad y la autonomía personal. Una sociedad para lo que
importa es el control técnico de las conductas individuales y en última
instancia el control de la propia naturaleza humana con el objetivo de crear
una nueva especie, sumisa, sometida, reprogramada genéticamente, diferenciada
de la anterior especie humana autónoma a la niega así su creatividad y
evolución.
Por
cierto, se han disparado las ventas de la novela 1984 tras la llegada de Donald
Trump al poder y su ejemplificación de los denominados “hechos diferenciales”
(contar mentiras como verdades: éxito de su ceremonia de investidura; millones
de votos ilegales en las elecciones...), habiéndose encontrado grandes
paralelismos entre la sociedad orwelliana y la actual en relación al control de
la población, la vigilancia masiva, la represión, la imposición de la
“neolengua” o los trabajos del “Ministerio de la verdad” encargado de
reescribir la historia y la memoria para que se adapte a los interés del poder
y el Estado, para convencer al pueblo de que lo falso es cierto y lo cierto es
falso. Este es el paradigma social y político de la posverdad en el que nos
movemos y que Trump ejecuta a la perfección.
Lo mismo
sucede en la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 publicada, en 1953,
en la que se describe una sociedad en la que quedan prohibidos los libros y la
lectura, porque perjudican el pensamiento individual y también a la sociedad,
para así garantizar la prohibición de pensar y con ello la capacidad de actuar.
Leer y pensar se consideran contrarios a la “felicidad” que se ha
impuesto/implantado a los débiles cerebros de toda la población, especialmente
a través de la televisión para que el ser humano solo haga tareas mecánicas,
rutinarias.
Foucault,
por su parte, hacia 1974, usó por primera vez el término biopoder, biopolítica,
planteando que el control en la sociedad capitalista no se establece únicamente
a través de la ideología, de la conciencia, sino que requiere el control del
cuerpo, de lo biológico, de lo somático, en el sentido de que el poder político
abarca todos los aspectos de la vida, lo que pensamos, lo que sentimos y cómo
nos comportamos.
En esta
misma dirección apunta Imre Kertész en su libro póstumo La última posada de
2016: “¿No nos aguarda un fascismo discreto, con abundante parafernalia
biológica, supresión total de las libertades y relativo bienestar económico?”
Atrás han
quedado los viejos modelos del Totalitarismo (nazismo, fascismo, comunismo de
estado, franquismo) que se ejercía por la fuerza, con violencia, con represión,
bélicamente, con sometimiento y exterminio de la población opositora.
Ahora, el
Totalitarismo adquiere nuevos rostros sofisticados, psicológicos, subliminales
y su éxito radica en que es la población quien lo defiende. Es la era política
de la posverdad, la verdad alterna, el decir lo contrario de lo que muestra la
evidencia, el contemplar que los hechos objetivos influyen en la opinión
pública menos que las emociones y las creencias personales o supersticiones de
la comunidad, la posverdad como mentira asumida como verdad por las creencias
previas. Como indica el filósofo A.C. Grayling, en la era de la posverdad, las
redes sociales son imprescindibles ya que mi opinión vale más que los hechos y
con las redes todos podemos publicarla.
Asistimos
a la dictadura de la cultura online, de las redes sociales fomentando la
banalidad y superficialidad de la información, confundiendo la forma y el
fondo, realidad y ficción, redes con una capacidad viral que nos sobrepasa y
mediatiza, capaz de anteponer la mentira de un tuit al conocimiento de toda una
investigación.
Asistimos
a la publicidad engañosa para el control social; a la manipulación
propagandística y castrante de los medios audiovisuales que embrutecen e
idiotizan; al desarrollo de un comportamiento conformista, automatizado,
robotizado, deshumanizado frente al avance de la inteligencia artificial.
Nos
dotamos de un coercitivo, castrador y manipulador sistema educativo al servicio
de los mercados que propicia el adoctrinamiento e impide el pensamiento crítico
y la formación integral.
Fomentamos
la idealización de los modelos sociales del éxito económico fácil; el logro de
la felicidad material de forma inmediata; el culto al cuerpo y la imagen
personal; la tiranía de las marcas y las modas.
Se usa
maquiavélicamente el terrorismo, el integrismo, la violencia, la inseguridad,
el miedo... para justificar las medidas de control social y leyes represivas,
hasta paralizarnos y hacer que demandemos cámaras de vigilancia y seguridad en
nuestra vida pública y privada.
La
xenofobia, el racismo, el nacionalismo autárquico forman parte de nuestra
taxonomía de valores junto al consumismo, el desarrollismo, la degradación de
las condiciones laborales y sociales, para anular la capacidad de respuesta.
Hasta qué
punto de alienación hemos llegado con este nuevo Totalitarismo de rostro
persuasivo y seductor, cuando somos capaces de aportar voluntariamente,
generosamente, exhaustivamente, toda la información privada y pública de
nuestras vidas a ese nuevo Gran Hermano orwelliano que hoy representan las
redes sociales como facebook, twitter...
Como
resume el Rotoen una viñeta de finales de enero: “Cerrad las fronteras,
bloquead las puertas, taponad las mentes”. Ese el nuevo rostro del
Totalitarismo.
Sin
embargo, como también cantaba el poeta Friedrich Hölderlin, siempre hay un
lugar a la esperanza, a la utopía, a la confianza en la evolución permanente y
a que la humanidad no habrá tocado techo.
En este
sentido, afortunadamente los movimientos sociales, de nuevo la sociedad civil,
es quien se está poniendo de pie y plantando cara a la política de ese nuevo
rostro del Totalitarismo. No podía ser de otra manera. En el caso concreto de
Donald Trump, la sociedad civil, y de forma más específica, las mujeres de USA
y del resto del mundo, se están convirtiendo en la auténtica oposición.
Este
hecho de lucha social, curiosamente está siendo reconocido ahora por grandes
popes de los medios de comunicación, grandes defensores del sistema democrático
parlamentario, al estar poniendo en valor que la lucha en la calle es una buena
herramienta, quizás la única, para que exista un freno a los desatinos
totalitarios de Trump, mostrando así los límites de un sistema democrático que
a todas luces se muestra insuficiente en su capacidad de respuesta ante la
llegada al poder de este personaje-Presidente a través de las elecciones.
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