Internacional Situacionista (junio de 1958)
No se
puede escapar a la confusión que envuelve a la noción de juego, desde el punto
de vista léxico y desde el punto de vista práctico, más que considerando los
cambios que ha sufrido. Tras padecer durante dos siglos la continua
idealización de la producción, las funciones sociales primitivas del juego se
manifiestan como supervivencias bastardas mezcladas con formas inferiores que
proceden directamente de las necesidades actuales de organización de dicha
producción. Al mismo tiempo, aparecen las tendencias progresistas del juego en
relación con el desarrollo de las fuerzas productivas.
Parece
que la nueva fase de afirmación del juego debe caracterizarse por (a
desaparición de todo elemento competitivo. La cuestión de ganar o perder, casi
inseparable de la actividad lúdica hasta ahora, está ligada a todas las demás
manifestaciones de tensión entre los individuos por la apropiación de los
bienes. La sensación de importancia de ganar en el juego, que produce
satisfacciones concretas a menudo ilusorias, es el producto perverso de una
sociedad perversa. Esta sensación es sencillamente explotada por todas las
formas conservadoras que se sirven del juego para enmascarar la monotonía y la
atrocidad de las condiciones de vida que imponen. Basta pensar en las
reivindicaciones que desvía el deporte de competición, que se impone en su
forma moderna en Gran Bretaña precisamente con el desarrollo de las fábricas.
No sólo los insensatos se identifican con los jugadores profesionales o los
equipos, que asumen para ellos el mismo papel mítico que las estrellas de cine
y los hombres de estado que viven y deciden en su lugar; la interminable serie
de resultados de estas competiciones no deja de interesar a los observadores.
La participación directa en un juego, incluso en los que requieren cierto
ejercicio intelectual, pierde interés en cuanto hay que aceptar la competición
por sí misma en el marco de las reglas establecidas. Nada muestra mejor el menosprecio
contemporáneo que se tiene hacia la idea de juego como la petulante afirmación
que abre el Breviario del ajedrez de Tartakower: “Se conoce universalmente al
ajedrez como el rey de los juegos”.
El
elemento competitivo tendrá que desaparecer para dejar paso a una concepción
realmente colectiva del juego: la creación en común de ambientes lúdicos
elegidos. La separación crucial que tenemos que superar es la que se establece
entre juego y vida corriente, que entiende el juego como una excepción aislada
y provisional. “En medio de la imperfección del mundo y de la confusión de la
vida”, escribe Johan Huizinga, “el juego realiza una perfección témpora] y
limitada”. La vida corriente, condicionada hasta ahora por el problema de la
subsistencia, puede ser dominada racionalmente —esta posibilidad es el eje de
todos los conflictos de nuestro tiempo— y el juego ha de invadir la vida entera
rompiendo radicalmente con un tiempo y un espacio lúdicos limitados. No tendría
como fin la perfección, al menos en la medida en que dicha perfección suponga
una construcción estática opuesta a la vida. Pero puede proponerse llevar a la
perfección la bella confusión de la vida. El barroco, calificado por Eugenio
d’Ors como “vacación de la historia” para limitarlo definitivamente, y el más
allá organizado del barroco jugarán un gran papel en el reinado cercano del
ocio.
Desde
esta perspectiva histórica, el juego —la experimentación permanente de
novedades lúdicas— no se presenta en absoluto al margen de la ética y de la cuestión
del sentido de la vida. El único triunfo que puede concebirse en el juego es la
consecución inmediata de su ambiente y el aumento constante de sus
posibilidades. Aunque el juego no puede dejar completamente de lado un perfil
competitivo mientras coexista con los residuos de la fase de decadencia, su
meta debe ser al menos producir condiciones favorables para la vida directa. En
este sentido es todavía lucha y representación: lucha por una vida ajustada a
los deseos y representación concreta de esa vida.
La
existencia marginal del juego con respecto a la abrumadora realidad del trabajo
se experimenta como algo ficticio, pero el trabajo de los situacionistas es
precisamente la preparación de futuras posibilidades lúdicas. Puede sentirse la
tentación de menospreciar a la Internacional Situacionista al reconocer
fácilmente en ella algunos aspectos de un gran juego. “Pero ya hemos
observado”, dice Huizinga, “que ‘simplemente jugar’ no excluye en absoluto la
posibilidad de hacerlo con una seriedad extrema…”
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