Jorge Moas
El eslogan preferido por el actual presidente de
los EEUU, Donald Trump, un personaje misógino, homófobo, antifeminista,
islamófobo, racista, xenófobo, antiinmigración y fascista, es “America first”,
que se está haciendo realidad con la aprobación de varios decretos presidenciales:
continuación de la construcción del muro en la frontera mexicana; veto a la inmigración
para siete países de mayoría musulmana; deportación para los casi once millones
de inmigrantes indocumentados que viven y trabajan en EEUU; retirada del Tratado
Asia-Pacífico (TPP) y renegociación del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN), etc.
Su objetivo principal es cumplir la promesa
electoral de crear y/o mantener puestos de trabajo para sus principales votantes
del Medio Oeste americano, perjudicados por la globalización y la deslocalización
de las grandes compañías norteamericanas, que han buscado obtener más beneficios
en países con salarios más bajos y recursos más baratos. Ha amenazado a la Ford
y a la General Motors y a otras empresas con filiales en México para que no inviertan
allí y sí lo hagan en Estados Unidos, bajo la amenaza de cobrarles unos
aranceles entre el 20% y el 30% (de todos modos muchos trabajadores industriales
han sido sustituidos por robots y lo seguirán haciendo). Con la mundialización
capitalista se han desindustrializado grandes zonas de los países ricos, como
el Cinturón del Óxido norteamericano, alrededor de los Grandes Lagos, y se han
industrializado, entre otros, los países emergentes, principalmente China (el
enemigo público número uno para Trump, que quiere gravar los productos chinos
con un arancel del 45%), que, hasta ahora, ha exportado sus productos
manufacturados a todo el mundo (no va a dejar de hacerlo) y cuyo presidente se ha presentado en
el Foro de Davos como el nuevo adalid del “libre” comercio.
Tanto Trump como la extrema derecha europea son
partidarios de una política xenófoba, racista, islamófoba y antiinmigración, al
defender el “nosotros” contra “los otros”, “los extraños”, “los miserables”, a
los que se considera no sólo inferiores sino también “criminales, violadores,
ladrones”, insultos que ha proferido Trump contra todos los mexicanos. El presidente
norteamericano ha prohibido la entrada de los ciudadanos de Libia, Sudán,
Somalia, Siria, Irán, Irak y Yemen, pero no a los de Arabia Saudí, Pakistán y otros
países musulmanes donde tiene negocios. No ha parado de decir que va a continuar
construyendo el muro fronterizo que separa México de Estados Unidos y a
deportar a todos los inmigrantes indocumentados, aunque hayan nacido en el país
y lleven años estudiando y/o trabajando en el mismo (actualmente serán unos once
millones de personas). Sin embargo, también durante el mandato de Obama y de
anteriores presidentes, tanto demócratas como republicanos, se ha deportado a
millones de personas (durante los ocho años de la presidencia de Obama casi
tres millones).
De hecho, la policía de inmigración ha entrado en
los domicilios y en los centros de trabajo en busca de inmigrantes indocumentados
y ha procedido al arresto y deportación de varios centenares, por lo que ha
contribuido al aumento de la inseguridad, la angustia y el miedo.
No obstante, la justicia norteamericana ha vetado
la orden antiinmigración contra los siete países musulmanes anteriormente
citados, porque según la misma sus ciudadanos son una amenaza terrorista, cosa
que no han podido probar ante el juez federal que la ha suspendido, por lo que
lo más probable es que llegue al Tribunal Supremo. Mientras tanto, Trump no se
rinde y va sortear este veto modificando el decreto anterior: sale de la lista
Irak, no se aplicará de un modo urgente y podrán entrar todos los que tengan
visado. La resistencia no se ha hecho esperar, porque muchos estadounidenses y
mexicanos se han manifestado contra esta política antiinmigración en las calles
y abogados voluntarios se han ofrecido a recurrir las deportaciones y a
facilitar la entrada de los ciudadanos musulmanes vetados.
También los votantes de los partidos de extrema
derecha europea, como el Frente Nacional francés de Marie Le Pen, que puede
ganar las presidenciales en Francia; el PVV holandés liderado por el islamófobo
Wilder que incluye en su programa electoral la prohibición del Corán y el cierre
de las escuelas musulmanas; el británico Partido de la Independencia del Reino
Unido (UKIP) o la Alternativa por Alemania (AFD) u otros partidos de Hungría,
Italia, Austria, Polonia, etc., se consideran perjudicados por el proceso de
globalización neoliberal capitalista conjuntamente con la crisis económica que
comenzó en 2007 y/o por la pérdida de identidad que para ellos supone la
inmigración de los países musulmanes o incluso los practicantes del Islam que
tienen su misma nacionalidad.
No les importa en absoluto que en el año 2016 hayan
muerto ahogadas, o mejor dicho asesinadas, por las mafias y por la política
restrictiva de la Unión Europea, por miedo a perder votos, 5.000 personas, y
que otras decenas de miles malvivan en campamentos (la mayoría son auténticos
campos de concentración), cuando el total de inmigrantes no constituye ni el
0,5% de los 500 millones de la población europea.
Ante esta situación, se han organizado en toda
Europa movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos contra sus propios
gobiernos, para defender una política de acogida e integración en la que se
reconozcan y garanticen los derechos humanos, tanto sociales como laborales,
sindicales, etc., de los inmigrantes, sin ningún tipo de restricciones.
Para los nazis alemanes de los años 30 su chivo
expiatorio fueron los judíos, los eslavos y los bolcheviques, y para los
fascismos de Estados Unidos y de la Europa actual son los inmigrantes, porque
“roban puestos de trabajo”, “son terroristas” o “quieren islamizar la Europa
cristiana”. No podemos ni debemos permitirlo.
[Poblicado originalmente en el periódico Rojo y
Negro # 310, Madrid, marzo 2017. Numero completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/ryn310web.pdf.]
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