Periódico Organización Obrera
El miércoles 7 de Diciembre del 2016 el joven Matías Krueguer, de 24 años, quien se desempeñaba como operario del subterráneo de la Línea H, murió electrocutado mientras trabajaba en el Taller Colonia. Su muerte fue a consecuencia directa de la falta de seguridad y las pésimas condiciones laborales en ese sector. El día anterior en Otamendi, Provincia de Buenos Aires, un operario de 37 años de la empresa Herson-Ferromel S.A. moría al ser golpeado por una formación ferroviaria cuando realizaba tareas de mantenimiento en las vías.
No fueron las últimas muertes laborales en 2016. El 14 de diciembre Gustavo López de solo 19 años moría aplastado por una montaña de cereales que le caen encima mientras trabajaba en un galpón de la agroexportadora Cofco (ex Noble). Varias muertes mensuales que solo terminarán rellenando estadísticas a causa de la voracidad por llenarse los bolsillos de las patronales. La mayoría de las veces muertes casi anónimas, que no tienen trascendencia más que para llas familias y compañeros que quedan sumidos en el dolor de la pérdida. Pero a veces la solidaridad de sus compañeros levanta la voz y estos asesinatos no quedan silenciados.
El miércoles 7 de Diciembre del 2016 el joven Matías Krueguer, de 24 años, quien se desempeñaba como operario del subterráneo de la Línea H, murió electrocutado mientras trabajaba en el Taller Colonia. Su muerte fue a consecuencia directa de la falta de seguridad y las pésimas condiciones laborales en ese sector. El día anterior en Otamendi, Provincia de Buenos Aires, un operario de 37 años de la empresa Herson-Ferromel S.A. moría al ser golpeado por una formación ferroviaria cuando realizaba tareas de mantenimiento en las vías.
No fueron las últimas muertes laborales en 2016. El 14 de diciembre Gustavo López de solo 19 años moría aplastado por una montaña de cereales que le caen encima mientras trabajaba en un galpón de la agroexportadora Cofco (ex Noble). Varias muertes mensuales que solo terminarán rellenando estadísticas a causa de la voracidad por llenarse los bolsillos de las patronales. La mayoría de las veces muertes casi anónimas, que no tienen trascendencia más que para llas familias y compañeros que quedan sumidos en el dolor de la pérdida. Pero a veces la solidaridad de sus compañeros levanta la voz y estos asesinatos no quedan silenciados.
El viernes 9 de septiembre, la codicia empresarial se cobraba la vida de tres trabajadores, el electricista de la línea 60 David Ramallo murió aplastado por un colectivo en el que trabajaba al ceder el elevador hidráulico que lo sostenía. Los directivos de la empresa abandonaron las instalaciones y la patronal inició un lock-out patronal. El mismo día el albañil Richard Alcaráz de 26 años también moría aplastado por el derrumbe de la medianera lindera a la obra en la que trabajaba, en el barrio porteño de Villa Crespo. En su caso sus compañeros de trabajo ni siquiera pueden parar la obra, los ritmos de la construcción no se detienen ni por la muerte evitable de una persona. También en el mismo día fallecía Diego Soraire, operario del INTA de Castelar, tras agonizar por 6 días luego de sufrir un terrible accidente por la explosión de un digestor donde procesaban vacunas para el laboratorio Biogénesis Bagó. Hace unos años otro digestor había explotado matando a otro operario, el hecho quedo en el olvido y las maquinarias no se modernizaron (son equipos de más de 30 años).
En abril también en INTA pero de Chaco Melisa Bogarín moría tras sufrir una descompensación durante una acalorada asamblea donde reclamaban por el alto grado de precarización laboral que padecen y la incertidumbre respecto a la continuidad de sus contrataciones.
Los números
Un oscuro desconocimiento público y la manipulación de cifras rodean la accidentalidad laboral en la Región Argentina, las vidas humanas de trabajadoras y trabajadores son para la Superintendencia de Riesgos de trabajo (SRT) solamente números de una estadística del estado, que las modifica y retoca de acuerdo a sus necesidades, lo que las hace poco confiables.
En Argentina hay 450 muertos por asesinatos laborales al año y 650 trabajadores quedan incapacitados en ese mismo periodo. Estas estadísticas se toman solamente de los trabajadores en blanco, lo cual deja entrever el número de compañeros y compañeras que pierden su vida en el anonimato de la precarización laboral. Pero las cifras de accidentes son sólo una parte. En un accidente la relación de causa a efecto entre la explotación y la lesión es evidente.
En el caso de las enfermedades laborales no es así porque operan a más largo plazo. Por otro lado muchas patologías de la explotación entran en el Sistema de Salud como enfermedades comunes, por lo que no se pueden contabilizar en el ámbito laboral. Por ejemplo, la exposición a productos químicos supone miles de muertos al año y muchos miles más de accidentes, mientras que la SRT sólo reconoce dos ó tres fallecimientos por esos motivos. En un programa televisivo del mundo de las finanzas un Abogado laboralista resumía la situación en estos términos: “En este momento hay más de 1.000.000 de trabajadores con jubilación por invalidez, alrededor de setecientos mil u ochocientos mil fueron ingresados en los últimos años, es un porcentaje de invalidez que es propio de un país que ha tenido una guerra”
A nivel mundial según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) cada año mueren 2,3 millones de personas por accidentes o enfermedades laborales. El capitalismo mata a 5.000 trabajadores al día, y se sabe que estas cifras están por debajo de la realidad (los países informan los números “dibujados”). Aun así los aplastantes números ponen en evidencia el altísimo costo en vidas humanas que alimenta la voracidad del sistema capitalista.
Los socios y cómplices en el negocio
Todo este andamiaje se da por una gran cadena de complicidades que termina asesinando al trabajador. El Estado y las empresas son socios responsables de estos crímenes, que se cometen con la complicidad absoluta y necesaria de la burocracia sindical. No son hechos aislados, sino que, por el contrario, se enmarcan dentro de una situación general donde prima la desinversión en las condiciones de seguridad; de esta manera, los empresarios ahorran dinero y los trabajadores pagamos el costo con nuestras vidas. Son casi nulas las partidas destinadas a la seguridad e higiene para garantizar la vida de los trabajadores, que ven precarizada su situación laboral, exponiendo su vida a cambio de un salario.
Según un estudio del mercado europeo de riesgos del trabajo, los principales factores en estos crímenes son: el incumplimiento impune por parte de los capitalistas de las obligaciones que les impone la legislación (con la vista gorda de los gordos del sindicalismo), la precarización creciente del mercado laboral y el trabajo en turnos.
Es que la descentralización de la producción capitalista conlleva necesariamente una traslación de los riesgos laborales hacia empresas truchas cuyos empresarios se aprovechan del incumplimiento de todas las normas de seguridad. Los empresarios siguen burlándose de la llamada ley de Prevención de Riesgos del trabajo, mientras continúan degradando las condiciones obreras para abaratar el mercado de trabajo, en el que reina una alta precariedad laboral.
En esto es el propio Estado (el siempre garante de la seguridad de los poderosos) quien tiene responsabilidades ya que además de no hacer cumplir sus propias leyes cuando se trata de las patronales incumple los controles y ahora por medio del gobierno de turno pretenderá modificar por decreto la ley de ART (Aseguradoras de riesgo de trabajo) con vistas a abaratar aun más el mal llamado costo laboral.
El otro actor de este drama es el sindicalismo lacayo y entregador que, como ya decíamos antes, o bien hace la vista gorda o negocia sobre las victimas para sostener su hegemonía, a cambio de garantizarles sus ganancias a las empresas, traicionando una y otra vez a los trabajadores, dejándolos a su suerte.
¿Hasta cuándo seguiremos arriesgando nuestras vidas a cambio de un sueldo? Debemos empezar a tomar conciencia que el capitalismo nos mata, que nuestra vidas es más valiosa que un salario, mas de dos siglos de capitalismo nos sirven para darnos cuenta que el único interés de los que nos explotan es obtener mayores beneficios, aunque en el camino se pierdan vidas humanas, para el capital somos simple mercancía, que como cualquier otra mercancía a veces se rompe y hay que sustituirla.
Comprendamos que estos crímenes laborales se prevén solamente con organización entre iguales. Cuidémonos entre compañeros y reclamemos por mejores condiciones pero sin olvidarnos que a este sistema tenemos que cambiarlo desde la raíz.
[Publicado originalmente en Organización Obrera # 66, Buenos Aires, enero-febrero 2017. Número completo accesible en www.fora-ait.com.ar.]
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