Jesús Arteaga
“Jipy”
La
música, la danza y el canto llevan milenios canalizando nuestras alegrías y
esperanzas, liberando nuestras amarguras y penurias, dando rienda suelta a nuestras
fantasías y utopías, contribuyendo a dar vida a las luchas liberadoras de todos
los pueblos. Es a veces tan vital como el aire que respiramos 13 veces por
minuto. El pueblo siempre canta: cuando trabaja, de fiesta, en la lucha.
Por otra
parte, siempre hay quien ha puesto sus habilidades artísticas al servicio de
las grandes fortunas y las diversas formas de poder que hoy tienen en nómina a
grandes ídolos prefabricados babeando romanticismo y sumisión, cuando no escupiendo
ponzoña ideológica para contaminar los sentimientos y las emociones, vaya. Dos
formas distintas de entender la vida y sus contenidos que a veces chocan, otras
se rozan y muchas se confunden.
Pero no
me voy a centrar en quienes endulzan o reverdecen unos valores que sirven para apuntalar
de una forma u otra la desigualdad y la injusticia. Los hacedores del miedo,
que se dedican a distribuir los palos y las hostias, no suelen tener como
preferencia el dedicarse a cantar y bailar, excepto en las fiestas de las bodas
o los himnos de los cuarteles, cuando rezan cantando o desfilan al ritmo de marchas
militares.
Al
reflexionar sobre estos dos conceptos, música y represión, en principio, me
surgen distintos enfoques: ¿son antagónicos o son perfectamente
complementarios?, ¿puede que las dos cosas a la vez o puede que ninguna?
Siempre he defendido que para cantar lo que nos
venga en gana no tenemos que pedir permiso. Así que tampoco aceptaría censura previa
alguna para quienes quieren usar la libertad de expresión para manipular o mentir.
Ya sé que aparenta una contradicción y en ella me debato. Pero eso es otro
debate.
Mi intención es resaltar cómo hoy se sigue
aplicando el castigo y la persecución contra quien se sale del guión o se mueve
en la foto, ya sea en el campo de la música o de cualquier otra faceta creativa
o artística. No soy el primero que lo hace y no invento nada. Hoy existen iniciativas
y expresiones que representan el malestar ante esas prácticas totalitarias que
pasan por la coacción y el chantaje a nuestras formas de expresión. Se ha
inoculado mucho miedo.
Hoy, como ayer, se intenta impedir la libertad de
expresión, derecho éste que casposos mediáticos utilizan para acusar o poner en
su diana a quien la pone en práctica. Se prohíbe o castiga y aunque se supone que
estábamos libres de la censura, como siempre la represión recae sobre quien
esgrime verdades incómodas, y no sobre quien vive de la deformación interesada
de la realidad; terrible desventaja la nuestra.
Siempre hay quien ha encontrado las formas de
sortear esas injerencias e imposiciones: desde el bufón hasta el contra-arte
dadá la creatividad se bate en duelo permanente contra la apatía y la sumisión y
el libre pensamiento contra el pensamiento único. No me siento con capacidad de
juzgar a nadie ni nada pero pienso que cualquier forma de “actividad artística”
debe ser libre y por lo tanto no concibo postrarlas a las tiranías ideológicas o
comerciales que las contaminan.
Cómo dije, la música es aire que necesitamos
respirar limpio y sano. Por eso es importante saber que lo que hacemos sirve, además
de para hacernos “felices y divertirnos”, para buscar formas, espacios y escenas
liberadas y liberadoras (dentro de un mundo opresivo) que sitúen nuestras
actividades muy lejos de las facetas alienantes y lobotómicas de la música, tal
y como la entienden nuestros opresores y gusta a la masa programada.
Es tiempo de incertidumbres, tiempo de riesgo,
“tiempos nuevos, tiempos salvajes”. Y nuestras palabras se han convertido en
amenazantes armas peligrosas para los poderes. Decía Elisa Serna: “Pobre del cantor
de nuestros días que no arriesga las cuerdas por no arriesgar la vida”.
Oír con los pies, bailar con la cabeza y cantar con la conciencia
Por fortuna hoy están más vivas que nunca las
iniciativas que contemplan que su creatividad no sólo es la otra cara de un
negocio llamado música. Grupos que intentan no ser la otra cara de la misma
moneda. Muchas formaciones suman su acción creativa a una corriente no definida
pero sí palpable de la disidencia sonora, creadora y formadora de conciencias
rebeldes. Conscientes o no sortean a las discográficas multinacionales, a las
sociedades de autor, a los precios de los conciertos y de los discos. Luchan
con sus propias contradicciones y obstáculos e intentan compartir sus creaciones
con el mayor número de gente posible sin sucumbir a la “comercialidad de sus
trabajos”. Son grupos que mantienen un pulso con una normalidad acosadora y
devoradora, que hunden sus raíces en las luchas sociales, que les dan sentido.
Sabemos cómo nos ha influenciado una letra en
especial, un concierto concreto del grupo preferido del estilo que más nos gusta.
¿Creéis que eso no lo sabe nadie más que nosotras? ¡Yo digo que no! Lo saben
los negociantes, fabricantes del espectáculo y la aducción de la libertad de
pensamiento.También los creadores del fenómeno fan y las modas y sus manías de
crear tendencias de sintética diversidad uniformadoras y deformantes. Esos que
se preocupan de plusvalizar la imaginación, apropiándose y negociando con eso
que llaman propiedad intelectual y derechos de autor.
… Estilos como el ska y el reggae, el hip-hop,
conviven y sobreviven con cantautores que hacen blues y soul, enraizados y fundidos
en la protesta social en cada ciudad, barrio o pueblo. Desde ahí se hacen
aportaciones para dar sabor y ritmos a nuestras luchas y creaciones,
antagonistas a las ideologías deformantes y predominantes. Es donde se cocina
la evolución más los sueños; es donde emerge lo nuevo y regenerador de la
imaginación humana. Algo que ingerimos todas y que cada cual digiere de manera distinta:
la música.
Sí, ya sé que hay mucho aprovechado y muchas
“lentejuelas que brillan demasiado”. Sé
que del ocio al negocio hay una fina línea que muchos gustan saltarse, y también
sé que hay quien se deja seducir por esa aureola artificial de sentirse
diferente al resto de los mortales. Pero también sé que la música es un
disparador de conciencias. Un elemento generador y a veces motor de los
espacios donde se libran esas “batallas que no suelen aparecer en los mapas”.
Es un frente lleno de acción en un mundo llamado a
la parálisis permanente de nuestra capacidad creativa. Como decían los compas
del grupo de hard-core zaragozano El Corazón del Sapo: “Nuestra creatividad es
su destrucción”.
A modo de manifiesto: yo canto... ¡¡Amnistía Social ya!!
Lo que está pasando [en la Península Ibérica] con
los titiiteros del grupo “Títeres desde abajo”, la persecución de cantantes
como César Strawberry, de los raperos Pablo Hasél y Volk GZ o la reciente
detención de l@s cantantes de La Insurgencia, no es más que la continuación de
lo que padecieron Soziedad Alkoholika, Muguruza o la Polla Records y antes
también Javier Krahe y su “Cuervo Ingenuo” (entre muchos más), lo que confirma
que nuestros cantos son un disparo en la oreja de los cabeza cuadrada que nos
vigilan y reprimen. Conste que hay muchos más episodios de represión contra
grupos de los que ni se habla. Las personas que llevan a la calle la música son
un ejemplo de los cientos de casos de represión no mediáticos. Insisto en esto
por justicia con quienes se me quedan en el tintero.
Estos casos evidencian que los aparatos de coacción
y represión también se preocupan de acallar y someter la música que se encamina
por senderos de rebeldía y protesta. Y eso pasa también con los CSA y okupaciones,
espacios autogestionados que son el pilar de la contracultura y la acción sin
intermediación contra el capitalismo y su primera esencia, la propiedad.
Lo que vengo a plantear y a poner sobre la mesa es
que estas formas de represión y los objetivos que la fundamentan, no son muy distintas
a la que sufren quienes un día participaron en un piquete de huelga o
defendiendo a vecin@s en un desalojo de un piso embargado. No son distintos a
la represión que supone el pobrecidio que padecemos o los centros para
extranjeros (CIE).
Hoy más que nunca, las personas que creemos en la
faceta liberadora y antirrepresiva de la music-acción debemos mostrar solidaridad
con quienes sufren persecución por cantar lo que los poderosos no quieren oír.
La represión a la gente que hacemos música y cantamos, sólo es un apartado más
de una labor generalizada, un rostro más de un mal con miles de caras y un
“hilo teledirigido que nos atraviesa a todxs a la vez” (Las Hormigas, Donde se
habla).
Desde mi punto de vista, es necesario que estos casos
de represión se enmarquen en un cuadro más completo, el de un sistema autoritario
que aplica en tres niveles la represión (baja, media, alta) y al que hay que añadirle
otras formas: la sofisticada y sutil, casi inapreciable pero está ahí, dosificada
incluso en forma de bonitas canciones. En esto no podemos mantener la ambigüedad.
La gente que usamos la música dentro de esos aspectos
liberadores y transformadores, que la vivimos como nuestro instrumento
comunicador social y bien común y colectivo, debemos, por una parte, hacer lo
imposible para mantener nuestras expresiones libres del miedo paralizante, y
por otra parte, mostrarnos solidariamente activxs con quienes padecen y sufren
la represión en cualquiera de sus variantes. Esta fragmentación artificial y
difícil de apreciar cuando nos reprimen la tenemos que responder con claridad;
todxs estamos en el mismo saco y en el centro de la diana.
Si por lo que hacemos y decimos se nos castiga,
aunque seamos musicxs y cantantes, también somos o deberíamos ser Alfon, Bódalo
y Nahuel. Piñata Pandora, Gamonal, Can Vies y Banc Expropiat. Somos quienes
roban comida en el supermercado o cultivan su marihuana. Somos las muieres
asesinadas por el terrorismo machista. Lxs inmigrantes y lxs manterxs. Somos
lxs profesorxs y estudiantes encausados por ocupar la universidad. Los presos
jóvenes de los barrios pobres.
Todxs necesitamos la libertad, menos quienes se ven
amenazados por ella y alimentan la represión mirando para otro lado. Miremos de
frente a nuestros opresores y señalemos su sinrazón. En nuestras canciones también
anidan nuestras razones. Pongamos “la fuerza de la razón frente a la razón de
la fuerza”.
¡¡AMNISTÍA SOCIAL PARA TODAS YA!!
La rebelión es mi ciencia
Quiero acabar lo escrito con una letra que siempre
he tenido muy presente y que como otras canciones marcó mi rumbo como cantador
no profesional. Son un extracto de las “Coplas del Payador Perseguido” de Jorge
Cafrune basadas en las letras de Atahualpa Yupanqui:
“Yo vengo de muy abajo
y muy arriba no estoy,
al pobre mi canto doy
así lo paso contento,
porque estoy en mi elemento y
ahí valgo por lo que soy.
Cantor que cante a los pobres
Ni muerto se ha de callar,
pues ande vaya a parar
el canto de ese cristiano,
no ha de faltar el paisano
que lo haga resucitar.
Si alguna vuelta he cantado ante panzudos patrones,
he picaneado las razones profundas del pobrerío,
yo no traiciono a los míos por palmas ni patacones.
Si uno canta coplas de amor
de potros de domador
del cielo y las estrellas,
dicen “que cosa más bella
si canta que es un primor”,
pero si uno como Fierro por ahí se larga opinando,
el pobre se va acercando con las orejas alertas,
y el rico bicha la puerta
y se aleja reculando.
Tal vez, alguien haya rodado
Tanto como rodé yo,
pero le juro, créamelo
que vi tanta pobreza,
que yo pensé con tristeza
“Dios, por aquí y no paso”.
Nadie podrá señalarme
que canto por amargao,
si he pasado las que he pasado
quiero servir de advertencia,
el rodar no será ciencia
pero tampoco es pecado”.
[Artículo
publicado originalmente en el periódico Rojo
y Negro # 307, Madrid, diciembre 2016. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro307diciembre.qxd_.pdf.]
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