Internacional de Federaciones Anarquistas
Todas las guerras contra nosotros, Nosotros contra todas las guerras
La guerra es el horizonte "normal" de nuestra época. Los gobiernos y las organizaciones supranacionales -militares, económicas y políticas- a escala global persiguen el control de los recursos, de los territorios, de los flujos de información, con una actitud cada vez más autoritaria y militarista. En un planeta donde la confrontación entre potencias está marcada por un horizonte multipolar, la competencia entre los Estados y el conflicto entre intereses imperialistas provocan la multiplicación de las guerras, tanto aquellas en las que se combate directamente como las que se apoyan de manera indirecta y no evidente. A las operaciones bélicas se une la intervención económica y política para la construcción de áreas de influencia cada vez más amplias.
Todas las guerras contra nosotros, Nosotros contra todas las guerras
La guerra es el horizonte "normal" de nuestra época. Los gobiernos y las organizaciones supranacionales -militares, económicas y políticas- a escala global persiguen el control de los recursos, de los territorios, de los flujos de información, con una actitud cada vez más autoritaria y militarista. En un planeta donde la confrontación entre potencias está marcada por un horizonte multipolar, la competencia entre los Estados y el conflicto entre intereses imperialistas provocan la multiplicación de las guerras, tanto aquellas en las que se combate directamente como las que se apoyan de manera indirecta y no evidente. A las operaciones bélicas se une la intervención económica y política para la construcción de áreas de influencia cada vez más amplias.
La narración dominante y que se emplea para apoyar los objetivos hegemónicos es, según los contextos y los momentos, la de la guerra al terror, de la defensa de la paz, de la estabilidad y del bienestar. La separación entre guerra y orden público, entre ejército y policía, es cada vez más fina. La coartada de la salvaguardia de la población civil queda desmentida por la evidencia de que las principales víctimas y lo principales blancos de las guerras modernas son precisamente los civiles. Civiles bombardeados, hambrientos, controlados, interrogados, violados, robados: he aquí una crónica de guerra cotidiana. Luego llega la "reconstrucción", la creación de un Estado democrático marioneta de las tropas ocupantes, la organización de ejército, policía, magistratura leales a los nuevos amos. Con otros medios, la guerra continúa.
La guerra se convierte en filantropía planetaria, las bombas, la ocupación militar, las limpiezas son su herramienta. Los militares se convierten en policías, los policías en militares.
Veinticinco años después de la primera guerra del Golfo, tras otros múltiples conflictos, todos ellos en nombre de la humanidad y de la justicia, el temor de que la guerra pudiera llegar hasta nuestras ciudades se ha hecho realidad, si bien en un modo que nadie antes habría podido prever. Desde las Torres Gemelas hasta las calles de Londres, París, Madrid, Bruselas, Niza, Múnich, Suruc, Ankara, la guerra ha llegado a dos pasos de nuestras casas. La convicción de que la guerra estuviese lejos se ha hecho añicos. Pero los gobiernos siguen cultivando la ilusión de que sea posible alejarla, cerrando las fronteras, expulsando a los inmigrantes, cercando los barrios pobres, entregando las ciudades a los militares, colocando videocámaras y micrófonos por doquier.
Se cancelan nuestras debilitadas libertades. El miedo es un arma poderosa. El paradigma de guerra de civilización integra, sin sustituirlo, el de la guerra humanitaria y la noción ambigua de operación policial internacional. El enemigo absoluto, cuya ferocidad no puede compararse a ninguna otra, justifica que pueda cometerse cualquier horror para combatirlo y derrotarlo. El propio enemigo, con una clara operación de propaganda y proselitismo, exhibe ese vasto muestrario de horrores, que, generalmente, en otras latitudes es cuidadosamente ocultado y negado.
Nada nuevo en la propaganda de guerra: la democracia encubre y niega los propios horrores o los describe como excepciones necesarias. El Estado Islámico prefiere mostrarlos para propagar el terror y hacer proselitismo. Con maneras de renovada actitud colonialista, nuestros gobernantes justifican la guerra como elemento preventivo de acciones terroristas y como deber de ayuda a poblaciones consideradas "constitutivamente" incapaces de salir del estado de minoría cultural. La gestión de las emergencias humanitarias causadas por la guerra en las que participan las fuerzas armadas occidentales es, asimismo, un gran y lucrativo negocio, además de un extraordinario laboratorio de control de los millones de personas a las que crisis, guerra y deseo de nueva vida empujan a viajar. Los especialistas del sector humanitario siguen y a menudo acompañan a las tropas en misión al extranjero. No son (solo) la cara amable que se muestra a la opinión pública, sino que forman parte integrante del dispositivo bélico. No se trata de proseguir la guerra con otros medios, sino de la guerra con todos los medios necesarios.
El paradigma de la "guerra al terror" del que derivan legislaciones y prácticas de emergencia y el consiguiente estado de excepción, más o menos permanente, pretende imponer una mayor disciplina a los dominados, más que defenderlos de cualquier enemigo exterior, y ha servido, en Afganistán y en Iraq, para cubrir una operación depredadora imperialista, destinada a conseguir un mayor control de los recursos energéticos. El miedo, el terror, la guerra pueden realzarse. El mercado de la vigilancia de masas, el sector de la defensa privada, de la logística bélica, no han dejado de incrementarse desde el ya lejano 2001. Por doquier los gobiernos aumentan el gasto militar, la producción bélica y refuerzan sus propios poderes, los del ejército y los de la policía. Se ha visto claramente y de modo brutal tras el fallido golpe de Estado en Turquía y antes de las Olimpiadas en Brasil, así como en el México de las luchas de los enseñantes. Lo mismo ha ocurrido en muchos otros países europeos. En Francia, el estado de excepción ha servido para golpear a quienes luchaban contra la nueva legislación laboral. Las leyes contra el terrorismo, el fortalecimiento de los ejecutivos, la limitación de la libertad de manifestación, la proclamación del estado de excepción, tratan de reprimir cualquier forma de oposición política y social y de imponer la disciplina a los proletarios, en particular a los inmigrantes, fomentando así la guerra entre los pobres y nutriendo la división entre trabajadores europeos y trabajadores inmigrados.
Las raíces de la guerra están a dos pasos de nuestras casas: son bases militares, fábricas de armas, fronteras cerradas, muros y alambradas. Intervenir es posible, intervenir es necesario. Debemos abolir las fronteras, acabar con la lógica de la explotación, romper el cerco del miedo, oponernos a la guerra y al militarismo, mediante el apoyo mutuo y la acción directa. Nos impulsa le conciencia de que el mundo en el que nos vemos forzados a vivir es intolerable. Lo que hace cada vez más fuerte una urgencia: la de la anarquía.
¡Sus guerras, nuestra muerte! ¡Contra el terrorismo y por la libertad de todos los pueblos!
Las federaciones de la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA) y las organizaciones participantes en el X Congreso de la IFA en Fráncfort, del 4 al 7 de agosto de 2016, estamos contra la guerra. Estamos contra el terrorismo empleado por los Estados, con la ayuda de la policía y el ejército. Estamos contra la violencia aplicada por grupos nacionalistas y religiosos o por actos aislados de individualidades racistas, homófobas y fundamentalistas. Nos oponemos a las actividades criminales de estos gobiernos, grupos o individuos.
Los medios de comunicación y los Estados pueden usar la palabra terrorismo para condenar los movimientos sociales, pero no es así como lo entendemos nosotros. A lo que nos oponemos es al uso de la violencia y el terror contra civiles para crear miedo en la población e imponer autoridad. Ese terrorismo va de la mano del fortalecimiento de la seguridad del Estado y de las políticas autoritarias estatales. En muchos países se ha declarado el estado de emergencia, reforzando los poderes de la policía y el ejército, lo que sirve principalmente para reprimir la oposición social. Se levantan muros para evitar la circulación de la gente, se construyen campos de internamiento, y los gobiernos, capitalistas y contrabandistas encuentran la oportunidad de hacerse ricos a expensas de los migrantes.
El terrorismo por parte de los grupos religiosos o nacionalistas y el terrorismo de Estado se alimentan entre sí. Por ejemplo, la venta de armas por los poderes regionales y mundiales se ha puesto por las nubes desde que se han implicado en guerras extranjeras. Las políticas intervencionistas ayudan a mantener el terrorismo de los grupos religiosos y nacionalistas. Mientras, el capitalismo sigue devastando los puestos de trabajo, y los afectados son siempre los mismos: el pueblo.
Vivimos en una era de amenaza terrorista global, de guerra generalizada, y de políticas reaccionarias en las que raza, religión y terrorismo van juntos. Luchamos para evitar la expansión del racismo. Apoyamos a los migrantes que buscan la libertad de movimientos y de asentamiento. Somos solidarios con todos los que son víctimas de su raza y creencias. Dicho esto, estamos a favor de todos los que tratan de liberarse de la influencia de la religión en sus vidas, acciones y pensamientos. Nuestra lucha por la libertad va dirigida contra el Estado, el capitalismo y la religión.
[Tomado de http://www.nodo50.org/tierraylibertad/338articulo3.html.]
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