Revista Mingako
*
Dos textos publicados en el nuevo número de esta revista chilena, enfatizando
la plena vigencia del clásico llamado anarquista.
Volver a poner
los pies sobre la tierra
La
tierra es aquella materia llena de vida que permite crecer y prosperar a
plantas y animales. También es el nombre
que le asignamos a nuestro planeta. Pero, estos no son sus únicos significados,
pues son tantos como puntos de vista existen. Así, por ejemplo, desde la óptica
del Estado y el Capital la tierra será un lugar donde obtener una ganancia al
sembrar un monocultivo, construir una
fábrica de celulosa, instalar una minera o proyectar un negocio inmobiliario.
Para una Machi la tierra no tendrá valor económico, sino que será aquel espacio
sagrado en donde habitan los Ngen y desde donde brota el Lawen. Para un
habitante de la mega-urbe podría ser algo que mancha la ropa y es foco de
infecciones, mientras que para un campesino podría ser el sustento de su
familia. Para un naturista un remedio ideal para dolores y afecciones a la
piel, mientras que para un político el lugar ideal para instalar una carretera.
La agricultura industrial que prometió, a través de una fe ciega en la ciencia
y la tecnología materializada en modificaciones genéticas, agrotóxicos y
monocultivos, acabar con el hambre en el mundo ha fracasado, hoy al menos 1.000
millones de personas padecen hambre, más que nunca en la historia. Para esta
agricultura la tierra es un simple sustrato, un lugar que sirve para sostener
las raíces de las plantas. En ese sentido no importa la vida que ella albergue,
lo único importante es que tenga los suficientes nutrientes para una buena
producción lo cual se consigue
adicionando agro-químicos. Para las agriculturas que surgen desde ideas
y prácticas ancestrales o actuales más críticas el suelo no es un simple
sustrato, es una compleja estructura de seres vivos que interaccionan y
cooperan generando las condiciones para que plantas, árboles y otros seres se
desarrollen. Un puñado de tierra sana y rica en contenido biológico
tiene más seres vivos que todos los humanos.
La
agricultura industrial que prometió, a través de una fe ciega en la ciencia y
la tecnología materializada en modificaciones genéticas, agrotóxicos y
monocultivos, acabar con el hambre en el mundo ha fracasado, hoy al menos 1.000
millones de personas padecen hambre, más que nunca en la historia. Para esta
agricultura la tierra es un simple sustrato, un lugar que sirve para sostener
las raíces de las plantas. En ese sentido no importa la vida que ella albergue,
lo único importante es que tenga los suficientes nutrientes para una buena
producción lo cual se consigue adicionando agro-químicos. Para las agriculturas
que surgen desde ideas y prácticas ancestrales o actuales más críticas el suelo
no es un simple sustrato, es una compleja estructura de seres vivos que
interaccionan y cooperan generando las condiciones para que plantas, árboles y otros seres se
desarrollen. Un puñado de tierra sana y rica en contenido biológico tiene más
seres vivos que todos los humanos.
La
importancia de la tierra ha estado presente en toda la historia de la
humanidad, y también en los periodos revolucionarios. Sin tierra simplemente no
hay vida, no hay nada. No es casualidad que el grito “Tierra y Libertad” haya
estado en boca de miles de indígenas, campesinos y obreros en distintas luchas
y resistencias contra la autoridad a lo largo del planeta. Grito que contiene
el espíritu que comprende que sin Tierra es imposible la Libertad, y sin
Libertad es imposible relacionarse de forma plena con la Tierra. En la
actualidad, frente a los grados de devastación que está sufriendo nuestro
planeta, así como por la limitación de la libertad de las comunidades a través
de la mercantilización y control de cada esfera de la vida cotidiana, el grito
de “Tierra y Libertad” parece mantener toda su potencia y
vitalidad.
Hoy
en día son pocos los que se atreven a negar el actual grado de destrucción que
está sufriendo el planeta. Incluso las castas burocráticas, científicas y
empresariales comienzan a aceptar esta realidad. Pero esto, lejos de tranquilizarnos, nos debe mantener alertas.
El capitalismo, que siempre se está disfrazando y reinventando, también ha
percibido esto, y con un disfraz verde pretende ahora venderse en formato
sustentable, biodegradable y reciclable. Poco a poco el Estado y el Capital han
ido integrando el discurso “ecologista” en sus planes. Pero cualquier
alternativa “ecológica” que se desarrolle de forma autoritaria y en un ámbito
elitista es una falsa alternativa. Cualquier opción, llámese como se llame, que
prometa un futuro verde para quienes lo puedan pagar, y que por tanto siga
reproduciendo los privilegios de una clase sobre otra, sigue siendo nada más
que combustible para el capital. La misma opresión con un barniz ecologista.
Cuando
por primera vez en la Historia la mayoría de las personas viven sobre el
asfalto, en las urbes del mundo, parece más necesario que nunca volver a poner
los pies sobre la tierra. Y es que entre tantas sustancias sintéticas y
relaciones sociales superficiales hemos perdido aquella sensibilidad que nos
conectaba con el resto de los seres vivos que habitan este planeta. Ocupar con
respeto la tierra para suplir nuestras necesidades es fundamental, crear
comunidades en contacto con nuestro planeta y los otros seres que lo habitan
también. Cumplido estará el objetivo de esta publicación si podemos aportar en
el restablecimiento de esa esencial conexión. Con los pies descalzos sobre la
tierra húmeda comenzamos a transitar por ese camino en donde la autoridad
se desvanece y la auto-regulación surge como el natural orden/caos que guía el
curso de nuestras vidas.
Tierra y
Libertad, Un viejo desafío
“Tierra y
libertad” fue una
de las consignas anarquistas más antiguas. No se oye
mucho en estos días, pero este grito de guerra fue fervientemente usado por los
movimientos revolucionarios de México, España, Rusia y Manchuria. En el primer caso, el movimiento
que usó esas tres palabras como arma y como guía tenía un importante trasfondo
indígena. En el
segundo caso, l@s trabajador@s
español@s que hablaban de “Tierra y libertad” eran, a menudo, recién llegad@s a
la ciudad que todavía recordaban la existencia feudal que habían dejado atrás
en el campo. En Rusia y Manchuria, l@s revolucionari@s que vincularon ambos
conceptos, eran principalmente campesin@s. Esta consigna no tenía un
significado importante para la clase obrera en general, formada en las fábricas
y barrios obreros, sino para l@s explotad@s que acababan de comenzar su tutela
como proletari@s. Los reformistas de las luchas antes mencionadas interpretaron
“Tierra y libertad” como dos solicitudes políticas distintas: tierra o algún
tipo de reforma agraria que redistribuiría
parcelas a l@s campesin@s pobres para que pudieran subsistir en un mercado
monetizado u ofrecer la oportunidad de participar en los órganos burgueses de
gobierno.
La
consigna tierra, conceptualizada de ese modo, se ha vuelto obsoleta y la de
libertad, también bajo la interpretación liberal, ha sido universalizada y ha
resultado ser insuficiente. Teniendo en cuenta que tanto l@s anarquistas como
otr@s campesin@s y obrer@s radicales que se alzaron junto a ell@s nunca
sostuvieron la interpretación liberal de libertad, ¿no deberíamos sospechar que
cuando hablaban de tierra estaban refiriéndose también a algo diferente?
Desgraciadamente, l@s anarquistas se proletarizaron y dejaron de hablar de
“Tierra y libertad”. Cada vez menos numeros@s, mantuvieron su evocadora
concepción de libertad que no demandaba la
inclusión en el gobierno sino su
completa destrucción. Sin embargo, su idea de tierra sucumbió al paradigma
liberal. Era algo que existía fuera de las ciudades, que existía para producir
comida, y que sería liberada y organizada racionalmente tan pronto como l@s
trabajadores de los supuestos centros neurálgicos del capitalismo —los centros
urbanos— derrocasen al gobierno y se reapropiaran de la riqueza social.
Por
más que algun@s anarquistas han intentado rechazarlo, este olvido del
primigenio concepto “tierra” todavía entra dentro de la dicotomía que
externaliza la tierra de los centros de la acumulación capitalista: son l@s
anarquistas que de una forma u otra “regresan a la tierra”, abandonando las ciudades,
creando comunas, cooperativas rurales, o embarcándose en intentos de
resalvajización. La verdad es que el movimiento de “regresar a la tierra” y las
comunidades rurales de las generacionesanteriores,
organizadas según un amplio espectro de estrategias de resistencia, se ha
convertido en una experiencia invaluable que l@s anarquistas no han sabido
absorber colectivamente. A pesar de que este tipo de experimentos continúan hoy
en día y que constantemente se inauguran nuevas versiones, la tendencia general
ha sido un fracaso, y necesitamos reflexionar largo y tendido sobre por qué.
L@s
anarquistas no indígenas que han decidido aprender de las luchas de los pueblos
originarios han jugado un rol importante a la hora de mejorar la solidaridad
conalgunas
de las principales batallas actuales contra el capitalismo, y también han
contribuido a la práctica de nutrir relaciones íntimas con la tierra de un modo
que nos fortalece en nuestras luchas de hoy. Pero cuando contraponen tierra a
ciudad, creo que fallan a la hora de comprender la raíz de la alienación, y la
limitada resonancia de su práctica parece confirmarlo.
La
interpretación más radical de este eslogan no las plantea como dos elementos
separados, unidos sólo por enumeración, sino que presenta tierra y libertad
como dos conceptos interdependientes,
cada uno de los cuales transforma el significado del otro.Esta
era la visión que al menos algun@s de l@s primer@s anarquistas querían
proyectar en su grito de guerra: el contraataque a la noción occidental de
tierra y la corrompida noción de libertad de la civilización.
La tierra vinculada a la libertad significa un
hábitat con el que nos relacionamos libremente, que moldea y es moldeado, libre
de imposiciones productivas o utilitarias y de la ideología racionalista que
éstas naturalizan. Libertad vinculada a tierra significa autogestión de nuestra
actividad vital, actividad que direccionamos para alcanzar la sustentabilidad
según nuestros propios términos, no como unidades aisladas sino como seres
vivos dentro de una red de relaciones más amplias. “Tierra y libertad” implica
ser capaz de alimentarnos sin tener que doblegarnos a ningún chantaje impuesto
por el gobierno o una casta privilegiada, tener una casa sin tener que pagar,
aprender de la tierra y compartir con el resto de los seres sin cuantificar
valores, endeudarnos o buscar beneficio. Esta concepción de la vida supone
entrar en un combate de negación total del mundo del gobierno, el dinero, el
trabajo asalariado o esclavista, la producción industrial, la Biblia y
sus pastores, el aprendizaje institucionalizado, la espectacularización de la
existencia cotidiana, y otros aparatos de control que surgen del pensamiento de
la Ilustración y de la civilización colonial que defienden.
En
este sentido, la tierra no es un lugar externo a la ciudad. En primer lugar
porque el capitalismo no reside en primera instancia en el espacio
urbano sino que lo controla todo. La lógica
militar y productivista que nos domina y destroza la tierra en el espacio urbano también actúa en el espacio rural. En segundo lugar, la reunificación completa de “Tierra y
libertad”, debe ser una posibilidad siempre presente sin importar el
lugar en el que nos encontremos. Constituyen una relación social, una forma de
vincularse con el mundo que nos rodea y
con el resto de seres que lo habitan, que se opone profundamente a las
relaciones sociales alienadas del capitalismo. La alienación y la acumulación
originaria son procesos incesantes y en constante desarrollo de una punta a la otra
del planeta. Aquell@s de nosotr@s que no somos
indígenas, aquell@s de nosotr@s que
estamos totalmente colonizad@s y hemos
olvidado de dónde provenimos, no tenemos acceso a nada prístino. La alienación nos seguirá hasta el bosque u
oasis más remoto, hasta que podamos empezar a cambiar nuestra relación con el
mundo que nos rodea tanto de forma material como espiritual.
Del
mismo modo, la anarquía debe ser un concepto contundente. Debe ser una práctica disponible sin importar donde nos encontremos,
en los bosques o en la ciudad, en una prisión o en mitad del océano. Requiere que
transformemos nuestras relaciones con el entorno, y por tanto también transformar
nuestro entorno; no puede ser tan frágil que requiera que busquemos un lugar
en la naturaleza virgen para difundirla. ¿Será el anarquismo anti-civilización una
secta minoritaria de aquell@s anarquistas que se vayan deliberadamente a vivir
a los bosques porque no les gusta la alternativa de organizar un sindicato en
la hamburguesería local o será un desafío a los elementos de la tradición anarquista que sigue reproduciendo el
colonialismo, el patriarcado y el pensamiento de la Ilustración, un desafío que se vuelva común a
tod@s l@s anarquistas sin importar dónde elijan luchar?
La
tierra no existe en oposición a la ciudad. En su lugar, existe un concepto de
tierra en oposición a otro: la idea anarquista o anticivilización contra la idea
occidental capitalista. Es este último concepto el que sitúa la tierra dentro
de la dicotomía separatista de ciudad v/s vida salvaje. Precisamente por esto, el lema “regresar a la tierra” está condenado a fallar, a pesar de
que podamos aprender importantes lecciones y experiencias durante
su fracaso (como anarquistas, rara vez hemos ganado
algo). No necesitamos volver a la tierra porque ella nunca nos abandonó.
Simplemente dejamos de verla y de comunicarnos con ella.
Recrear
nuestra relación con el mundo es algo que puede suceder en cualquier lugar en
el que estemos, en la ciudad o en el campo. Pero, ¿cómo sucede?
[Textos
publicados originalmente en revista Mingako # 3, Santiago de Chile, 2016.
Número completo accesible en
https://revistamingako.files.wordpress.com/2016/09/mingakoweb03.pdf.]
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