Ana
Gaitero
Roja y negra es la
bandera de la CNT. Rojo y negro es el mito de Durruti. Un hombre con una vida
apasionada que murió prematuramente, con 40 años cumplidos, en un episodio
lleno de misterio. No queda rastro de la casa en la que vio la luz, con un
sonoro llanto vital, el líder anarquista aquel 14 de julio de 1896.
El rollo de Santa Ana
desapareció bajo la piqueta en los años 80 y, entre los escombros, la humilde
vivienda de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez, el padre de origen
vasco-francés y la madre de ascendencia catalana. Le bautizaron José por gusto
y Buenaventura porque era el santo del día. Una costumbre de la madre.
Pepe, así le llaman en
la familia, era el segundo de los ocho retoños del matrimonio: Santiago, Pepe,
Rosa, Castorio Vicente, Pedro Catero, Benedicto, Pedro Marciano y Manuel. El
padre era curtidor y participó junto a su hermano Ignacio en la huelga que este
gremio protagonizó en 1903 en León para reivindicar la jornada de 10 horas.
El abuelo Lorenzo, que
abrió una cantina en la calle Renueva tras llegar de Aiherre (Laburdi),
Francia, en los años 60 del siglo XIX, prófugo de las tropas de Napoleón III,
tuvo que cerrar el establecimiento por la solidaridad que mostró con los
huelguistas. Y también se hizo curtidor. Tiempos difíciles y violentos. «La
gente se piensa que la jornada de ocho horas, las pensiones y todo lo demás
vino de bobilis-bobilis…», reflexiona José Buenaventura Durruti, un célebre
ferroviario que dedica su jubilación a cuidar las máquinas y la historia de los
caminos de hierro, y que es sobrino del mito revolucionario.
La huelga dejó a la
familia tocada económicamente y los chicos pasaron de la escuela de la calle
Misericordia a las aulas, más humildes, que regentaba el maestro Ricardo Fanjul
en la calle El Cid. Muy cerca de allí, en el asilo de ancianos que estaba en la
actual audiencia, dio Durruti su primer mitin. O por lo menos una soflama.
Pepe se sintió muy
impresionado por las condiciones de vida de aquellos hombres que recogían
colillas del suelo para fumar, tal y como relató su hermano Santiago a Julio
Llamazares. Durruti se puso a trabajar en una una huerta de Santa Ana y vendió
los melones con los que le pagaron (y alguno más que apartó con un amigo) para
comprarles tabaco.
Les llevó las
cajetillas y en presencia del maestro cuentan que proclamó: «Lo más triste de
un hombre es trabajar toda la vida y llegar a viejo sin recursos y tener que ir
a un asilo de mendicidad para vivir malamente. Yo, como soy chico, pido a mis
maestros que me eduquen como mejor sepan para poder ser útil a los
trabajadores» (Ceranda. 1979). La entrevista es recogida en el libro Los
Durruti. Apuntes sobre una familia de vanguardia de José Antonio Martínez
Reñones (Lobo Sapiens).
Una de las figuras
clave del anarquismo en España y a nivel internacional y uno de los principales
protagonistas de la revolución obrera y campesina en Cataluña y Aragón
posterior al golpe militar del 18 de julio de 1936, el carismático miliciano
que se lanzó con la columna Durruti al frente de Aragón y fue llamado para
impedir la caída de Madrid, se vio un rebelde desde crío.
Iba a la catequesis con
los franciscanos, pero no quiso comulgar y a un fraile le dio con su tirador.
Dicen que era despierto y travieso y que cayó en gracia al obispo Gómez de
Salazar. Cierto día, el obispo, que visitaba a los enfermos con un carro, se
paró frente a un puesto de huevos donde estaban Buenaventura y su hermano
Santiago con otros chavales. Andaban descalzos y el prelado les llevó a un
comercio de la plaza Mayor para comprarles unos zapatatos. «Pero cuando
estábamos en el comercio mi hermano le preguntó: «Oiga, señor obispo, ¿usted es
comunista?», relató Santiago.
La curiosidad tenía su
explicación. La mujer de Santiago Eguiagaray —apellido con el que están
emparentados los Durruti y que también viene del País Vasco francés a León—uno
de los patrones de los talleres de curtidos, había prometido a los chavales que
les daría unas peras de las que se caían al suelo si llamaban comunista al
obispo.
«¡Tacaña!», habría
replicado Buenaventura. «Por lo menos, dénoslas del árbol». Gómez de Salazar
quiso salir por la tangente y dijo que no sabía qué es ser comunista; pero
Durruti insistió: «Mira, muchacho, si ayudar a los pobres es ser comunista
entonces aquí tienes a un obispo comunista».
A los 14 años, empezó a
trabajar en el taller de Melchor Martínez. Allí se inició en la mecánica y en
el socialismo. Su hermana Rosa contaba que «venía con un real a casa y decía:
«Madre, mire lo que la traigo; mientras ellos se enriquecen mire usted lo que
la traigo», relata Wenceslao Álvarez Oblanca en la Historia del anarquismo
leonés.
Ingresó en la Unión de
Metalúrgicos de la UGT y en 1913 trabajó en las obras del lavadero de la
compañía Anglo-Hispana de Matallana de Torío como operario de los talleres
mecánicos de Antonio Mijé. Allí fue testigo de una huelga de mineros por el
trato de uno de los ingenieros y mandó parar a los mecánicos para no perjudicar
el paro obrero.
A los 20 años, en 1916,
ingresó en el Depósito de Máquinas del ferrocarril e cuando su hermano Santiago
fue llamado al servicio militar. Poco le duró aquel empleo fue despedido tras
la huelga de 1917. Hubo 200 detenidos en toda la provincia y de los mil
ferroviarios que se presentaron a trabajar tras terminar la huelga, sólo fueron
admitidos 600.
A partir de este
momento su vida es un peregrinaje, de país en país y de cárcel en cárcel. José
Buenaventura Durruti se estrenó como presidiario en León. «Estuvo quince días
en la cárcel vieja, de donde salió al interceder su padre ante Fernando Merino
Villarino», el conde consorte de Sagasta y el más influyente de los caciques
leoneses.
Marchó a Asturias y al
poco tiempo a Francia para no hacer el servicio militar. Regresó en 1919 y se
afilió a la CNT estando empleado como mecánico en La Felguera. Uno de sus
contactos fue El Toto, Gregorio Martínez Garmón, de Santa María del Páramo, que
le informó de los progresos del sindicato en la provincia con Laurentino
Tejerina a la cabeza, mientras otro leonés, Ángel Pestaña, impulsaba su
expansión en Barcelona.
«Un obrero de cada dos
estaba afiliado a la Confederación», señala Abel Paz, autor de Durruti en la
revolución española. Quizá por eso no es tan extraño que ahora aparezca el
carné cenetista de Paco Martínez Soria, el actor y empresario que prosperó
durante la época franquista.
Durruti vuelve a su
tierra a apoyar las huelgas mineras en La Robla y, camino de Ponferrada, donde
le habían encargado hacer un sabotaje es detenido por la Guardia Civil.
Descubren su deserción y le someten a un consejo de guerra en San Sebastián.
Logra fugarse y huir de nuevo a Francia. En 1921 se encuentra con Ascaso —uno
de los dirigentes más célebres del movimiento anarcosindicalista junto con
Federica Montseny, Durruti y Juan García Oliver— en Zaragoza.
Durruti ya forma parte
de Los Solidarios —luego los Justicieros— grupo al que se atribuye el asesinato
de Fernando González Regueral en León, en la calle Cervantes, en 1923. «Mi tío
no tuvo arte ni parte, estaba en la prisión de San Sebastián y luego le
trasladaron al hospital militar de Burgos porque tenía una hernia», asegura su
sobrino Manuel Durruti Cubría.
«Dicen que nosotros
matamos a Regueral y a Regueral le mató su actuación como gobernador civil de
Bilbao», proclamó en León años después durante el mitin que dio en el campo del
Petardo en 1931 de León (actual plaza La Inmaculada) cuando vino al entierro de
su padre.
La fama hizo que
Buenaventura Durruti cargara con muchos sucesos a sus espaldas. Unas veces como
«autor intelectual» y otras como material. O ambas cosas, como el asalto al
Banco de España en Gijón el 1 de septiembre de 1923 en el que fue tiroteado el
director Luis Azcárate Álvarez. Dicen que Durruti «era el hombre de la voz
ronca» que se abalanzó sobre uno de los asaltantes al grito de ‘canalla’.
El juez miliar de
Oviedo dijo que tenía una cicatriz de bala en la mano derecha, pero no se pudo
«demostrar fehacientemente que Buenaventura Durruti hubiera participado en el
atraco», aprecia Reñones. Sin embargo, se exilió desde entonces hasta 1931,
cuando la II República declara la amnistía.
Argentina, México,
París, Bruselas, Berlín… Son algunos de los países y ciudades en los que reside
Durruti. En 1926 es detenido en Francia y encarcelado. Sus cartas dejan
constancia de las ideas que le mueven: «Las Navidades son tan solo para los
ricos, que la celebran con el sudor del trabajador (…) Las juergas de los ricos
son hijas de las miserias de los pobres. Pero pronto esto terminará. La
revolución pondrá fin a este desorden social», escribe a su familia, hablando a
su hermano Clateo (sic), desde la cárcel de París a su familia en León.
En el exilio conoce y
se enamora de Èmmiliene Morin., Mimi. Su compañera y la madre de su única hija,
Colette que aún vive en la Bretaña francesa. La niña nació en 1931 en
Barcelona, poco antes de la muerte del padre. Tras una visita, Rosa confesó su
angustia por las condiciones en que vivían: «Un par de sillas, una mesa y una
cama sin colchón, sobre cuyo somier se extiende una manta que sirve para dormir
mi cuñada, embarazada…». No quiso dinero ni para un colchón, le dijo tras
anunciarle que tendrían un hijo hermoso: «¿Qué podía hacer yo? Mi hermano será
siempre un incurable optimista».
Durruti estaba en una
lista negra y no encontraba trabajo, así que su compañera se empleó de
acomodadora en un cine. Y él se ocupaba de la casa. Barría, cocinaba y cambiaba
los pañales a su hija con la misma facilidad que cogúa el fusil.
La imagen de Durruti en
delantal simboliza para los jóvenes anarquistas de hoy, y también para su
familia y quienes le han estudiado, la figura del «hombre nuevo». «Vivió
adelnatado a su tiempo», sentencian sus sobrinos.
Y era extremadamente
honesto. «Una vez mi madre fue a verle a Barcelona y en una zona de viñedos se
puso a coger racimos de uva. Mi tío le llamó la atenciín y le recordó que esos frutos
pertenecían al sudor de quien cultivaba la tierra», comenta Manuel Durruti.
«Respetaba la propiedad», recalca. Algo que no firmarían los terratenientes que
eran expropiados en la España revolucionaria.
«¿Cómo van a salir mis
hijos si mi padre era igual?», solía decir Anastasia, según cuenta de su abuela
José Buenaventura Durruti, el sobrino ferroviario, a quien bautizaron con el
mismo nombre porque nació 1 año, 1 mes y 1 día después de que Durruti muriera
en el Clínico de Madrid tras recibir un disparo el 19 de noviembre de 1936
cuando subía al coche.
A Manuel Durruti Cubría
le pusieron el nombre de otro tío que fue abatido en 1934 en el puente de San
Marcos y murió posteriormente en el hospital. Otro hijo de Anastasia y
Santiago, Pedro Marciano, que sufrió cárcel en Madrid con José Antonio por
falangista fue fusilado en el monte de El Ferral en 1937 por los fascistas.
Bonifacio Durruti, un primo que era maestro, también fue pasado tras el golpe
militar.
Sangre Caliente
«Desde mi más tierna
edad lo primero que vi a mi alrededor fue el sufrimiento, no sólo de nuestra
familia, sino también de la de nuestros vecinos. Por intuición, yo ya era un
rebelde. Creo que entonces se decidió mi destino», escribió a la familia el 31
de octubre de 1931. Era la respuesta a otra misiva de su hermano Perico —Pedro
Marciano, que era falangista— quien le pedía que abandonara la vida que llevaba
en Barcelona.
«Los Durruti son gente
de sangre caliente, con una idea utópica de la sociedad, una familia
apasionante», afirma José Antonio Martínez Reñones. Pero la figura de
Buenaventura Durruti, añade, requiere una «historia grande y más neutral» que
aún no se ha acometido pese a las decenas de libros y artículos que ha
inspirado el personaje y el hombre.
Tampoco hay apenas
rastro de la figura del leonés más universal en su patria chica. Una calle en
Trobajo del Camino y una escultura de Diego Segura en la plaza de Santa Ana,
promovida por la CGT, son la única memoria pública de uno de los personajes más
controvertidos del siglo XX.
A su familia no le
preocupa los nombres ni los monumentos. «Sólo me importa que se le recuerde
como un hombre honesto, adelantado a su tiempo y desprendido, que dio hasta su
vida», afirma su sobrino Buenaventura Durruti.
«Las calles no me
importan, pero es lamentable que la Universidad de León no haya aprovechado
para crear una cátedra del anarquismo a nivel mundial», afirma otro sobrino de
la singular saga. Manuel Durruti Cubría, bioquímico de formación y botánico por
pasión y conocimientos.
La CNT de León también
se opone a los símbolos para recordar al mito. Están seguros, dicen, de que «él
no lo hubiera aprobado» aunque su imagen se multiplica en el local de la
organización en la calle Fruela II y el 120 aniversario de su nacimiento va a
servir como telón de fondo de la presentación del Grupo de Investigación y
Memoria Viva de la CNT en León, con la proyección de un documental sobre su
figura el día de su cumpleaños, 14 de julio. El 20 harán una comida fraternal
en La Candamia. Para ellos es el «compañero universalmente conocido», «un
ejemplo de coherencia», el paradigma de «hombre nuevo», adelantado a su tiempo,
y «no sólo un hombre de acción» que nunca se olvidó de su tierra natal.
«Pepe, siempre que
podía, venía por casa a ver los padres. Venía con frecuencia pero estaba poco,
un día o dos, y aprovechaba para arreglarse un poco, porque venía con la
chaqueta toda rota. Mi hermano Catero le decía: «Oye, eres un gandul, siempre
vienes igual» Y les miraba con una risa… Andar, que vosotros habéis cobrado la
´grati´, comprarme una chaqueta», contaba su hermana Rosa.
Era un hombre jovial y
disfrutó de los buenos momentos con alegría, como se ve en las numerosas fotos
que guardan memoria de su vida. Incluso cuando estuvo deportado en Canarias
aprovechó para hacer deporte. «Cuando estaba en casa se sentaba ahí y cantaba a
mis hermanos, a los pequeños, a Manolín y a Pedro. Si decía mi madre: ¡pero
este hombre está tonto, hasta cantares saca de su organización!», es otro de
los testimonios de Rosa,
«Es el leonés más
universalmente conocido», recalca su sobrino. Todos están convencidos de que a
Durruti «le mataron», no fue un accidente. Y sospechan de Manzana, un sargento
que tenía como lugarteniente y de cuyo fusil salió el disparo que le rozó el
corazón, tenía algo importante que ocultar para perderse en el exilio en México
tras la guerra civil.
«No era un doctrinario,
era un ‘condottiero’, un tipo atrevido y valiente. También se le podía
encontrar como una encarnación del guerrillero español». escribió Pío Baroja,
quien le conoció personalmente.
La familia nunca olvidó
al hombre. La madre solía decir que «cada tantos años nace un revolucionario y
éste ha sido mi hijo». Después de la guerra fue a Barcelona con una vecina a
visitar la tumba de su hijo en el cementerio de Monjuic: «¿Podríais decirme
donde están las tumbas de los revoltosos, uno que dicen Ascaso y otro Durruti?»
Cuando volvió a casa le dijo a su hija: ¿Sabes, Rosa? Están llenas de flores».
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Entrevista hecha por el
periodista Van Passen al compañero Buenaventura Durruti en Barcelona el 24 de
julio de 1936 en donde, con gran lucidez y firmeza, deja bien claro el ideal
libertario. Entrevista que aun hoy se mantiene vigente y es muy importante
escucharla con detenimiento y análisis por las mujeres y hombres que elegimos
este largo camino. ¡Salud y anarquía!
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