Laura S. Lairet
[Nota previa de El Libertario: Agradecemos a la autora de esta crónica por haberla enviado para su difusión en este blog, al mismo tiempo que sale impresa en un periodico que circula entre la colonia española de Venezuela. Vaya también nuestro más calido recuerdo a la memoria de Antonio, quien fuese uno de los fundadores de El Libertario y durante muchos años un perseverante animador y participante de todos los esfuerzos de nuestro grupo.]
Continuando con la serie de entrevistas publicadas en el periódico Magazine Español sobre el exilio español en Venezuela, presentamos a continuación el relato de un andaluz, quien fue sindicalista y anarquista. Se trata de Antonio Serrano González, veterano de la Guerra Civil española.
[Nota previa de El Libertario: Agradecemos a la autora de esta crónica por haberla enviado para su difusión en este blog, al mismo tiempo que sale impresa en un periodico que circula entre la colonia española de Venezuela. Vaya también nuestro más calido recuerdo a la memoria de Antonio, quien fuese uno de los fundadores de El Libertario y durante muchos años un perseverante animador y participante de todos los esfuerzos de nuestro grupo.]
Continuando con la serie de entrevistas publicadas en el periódico Magazine Español sobre el exilio español en Venezuela, presentamos a continuación el relato de un andaluz, quien fue sindicalista y anarquista. Se trata de Antonio Serrano González, veterano de la Guerra Civil española.
El anarquismo en España fue un movimiento político que contó con simpatía en la clase obrera. Sus principios inspiraron modelos de participación ciudadana. Sobre todo en Aragón y en Cataluña/Catalunya, el movimiento anarquista logró establecer colectividades agrícolas que abolieron la propiedad privada. Los comités y los delegados elegidos en Asambleas de Ciudadanos se convirtieron en las nuevas autoridades, sustituyendo a los alcaldes y municipios. Un experimento político que no fue visto con agrado por el gobierno de Madrid, a pesar de que los sindicatos anarquistas apoyaron al Frente Popular y algunos de sus militantes fueron ministros durante el breve gobierno republicano. El caso más emblemático fue el de Federica Montseny Mañé, primera mujer ministra en España y en
Europa.
Durante la guerra, los anarquistas constituyeron columnas de milicianos para defender al gobierno republicano. Las milicias eran conformadas por voluntarios con mandos que tenían poca o ninguna instrucción militar. Algunas mujeres participaron con los hombres en la lucha armada, convirtiéndose en las primeras soldadas de la historia contemporánea. Más tarde las milicias serían militarizadas y las mujeres trabajarían en la retaguardia.
En Venezuela se exiliaron, mujeres y hombres identificados con esta corriente política, como el profesor universitario Víctor Sanz López, el maestro Joan Campà Claverol (fundador del Centre Català de Caracas) y la activista Concepción (Concha) Liaño Gil, uno de los personajes que inspiró la película ‘Libertarias’. A continuación presentamos el valioso testimonio de Antonio Serrano González, como muchos de esta generación, ya fallecido.
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Nací en Málaga (Andalucía), puerto español frente a las costas de África. A los 6 años, muere mi padre y fui internado junto con mi hermano en un orfanato. Allí viví un año con otros huérfanos hasta que mi abuela me sacó y me llevó al mercado donde tenía un puesto de verduras.
Yo le hacía los mandados a mi abuela hasta que cumplí los 12 años. A esta edad comencé a trabajar en diferentes oficios, primero como asistente de fontanero, limpiaba las chimeneas de las cocinas que eran de carbón mineral, y me cubría por completo de hollín. Después trabajé como asistente en una pastelería, y finalmente como aprendiz de sastre. Tenía jornadas de 48 horas a la semana. Durante tres años no recibí salario. Alguna vez me hacían un regalo, hasta que logré ser reconocido como obrero. Me pagaban una peseta y media a la semana que yo entregaba a mi madre.
Con 15 años me inscribí en un sindicato perteneciente a la Confederación Nacional de Trabajo (CNT) de orientación anarcosindicalista, fui el vicesecretario del ramo textil y vestir durante los años previos a la Guerra Civil. Recibí instrucción en las escuelas sindicales. Nos enseñaron gratis, la cuestión ideológica, la historia del movimiento sindical, se daban conferencias sobre historia de España, historia universal, clases de gramática, aritmética, contabilidad, idiomas, y abrieron al público los ‘Ateneos de Divulgación Social’.
Desde el primer día de la sublevación militar en julio de 1936, participé en diversas actividades a favor del Gobierno de la República. Con 17 años, me uní a grupos de civiles para sofocar el intento de insurrección militar y evitar saqueos en la ciudad. El 28 de octubre, formé parte de un grupo de voluntarios que con soldados del ejército, carabineros y guardias civiles, salimos de Málaga en dirección a Granada para apoyar a las fuerzas republicanas pero fuimos repelidos.
Cuando perdimos Málaga en febrero de 1937, salimos en tren desde un pueblo de la provincia al frente de Ronda, desembocamos en la costa, y ya la escuadra de barcos alemanes disparaba sus cañones contra la ciudad. Nuestro tren se detuvo y continuamos el trayecto a pie. No teníamos suficiente armamento, escaseaban las ametralladoras, desde el aire nos bombardeaban y las fuerzas italianas se aproximaban por las carreteras. Nos presentamos en la comandancia militar y allí recibimos
la orden de evacuación. No pasé por mi casa ni para despedirme de mi madre y hermanos. Durante la retirada de Málaga, caminamos durante todo el día, dormíamos en la cuneta y allí también nos refugiábamos de las bombas de los aviones alemanes. Nos pegábamos al fuego porque hacía mucho frío. Me alimentaba de caña de azúcar que era cultivada en los alrededores. Al llegar a Almería, en las afueras, me encontré con mi madre y con mis hermanos, allí también nos bombardearon, corríamos al campo para refugiarnos.
Me incorporé a la columna que pronto se transformaría en la 82 Brigada Mixta. Nuestra primera misión fue la de recibir el armamento de los integrantes de la Columna de Hierro quienes se negaban a la militarización. La nueva brigada tuvo como destino la zona de Albarracín, donde se logró el objetivo de impedir al enemigo que moviese sus fuerzas hacia el norte, pero Bilbao (País Vasco) cae, y volvemos a la posición en el frente de Teruel (Aragón). Durante mi primer permiso visité a mi madre que vivía en Barcelona (Cataluña/Catalunya), decidí unirme a la 45 Brigada, pensando que así estaría más cerca de ella, cosa que no ocurrió porque fuimos destinados a la zona del río Ebro. En la 45 Brigada, recibí por primera vez, instrucción formal militar.
A propósito de esta entrevista, quisiera agregar, que mucho se ha hablado sobre los crímenes contra sacerdotes y monjas católicos cometidos por simpatizantes anarquistas. No los aprobé como tampoco lo hicieron la mayoría de nuestros militantes. Sin embargo, el mismo clero, los que decían tener cultura, poner el nombre de Dios como ejemplo a seguir, se jactaban de sus actos violentos, como el cura Juan Galán Bermejo, capellán de la 11ª Bandera del 2º Regimiento, cuando se le preguntó por la pistola que usó para matar a un joven anarquista, contestó: “Aquí está. Esta pistola ha librado al mundo de más de un centenar de jóvenes revolucionarios”.
A finales de 1938 perdimos la batalla del Ebro. Caminamos hasta llegar a la frontera con Francia. Sobre esto, hay mucho escrito. Sólo te cuento que estuve pocos días en el campo de concentración francés de Argelés Sur-Mer (Pirineos Orientales), Región del Languedoc-Rosellón, con las mantas que llevábamos hicimos unas chabolas para dormir. A mi madre y a mis hermanas las enviaron a un refugio y a nosotros al Bram. Cuando llegamos, ya había barracas donde dormían unos 100 hombres, sobre un montón de paja, afuera en otro barracón, se encontraban las letrinas. Teníamos tres comidas que nuestros compañeros preparaban en las cocinas, para el desayuno: café negro, y para el almuerzo y la cena: papas, lentejas, y garbanzos, alguna vez acompañados por un trozo de carne.
Veníamos del frente, desde hacía tiempo pasando hambre, aquella comida era para mantenerse. Estuve un año haciendo arreglos a los uniformes de los gendarmes y también confeccioné varios a mano, sin máquina de coser. Mi hermano José logró salir antes que yo, en el último barco de refugiados que zarpó a América, a la República Dominicana, antes de la Segunda Guerra Mundial.
En una ocasión, los sastres españoles fuimos convocados por las autoridades francesas para trabajar en una fábrica de uniformes militares. Me pagaban 50 francos, que me permitían costear tres buenas comidas, una botella de vino y la habitación en un hotel. Comprendí cómo la clase trabajadora en Francia, vivía mucho mejor que la de España. La fábrica fue cerrada cuando Francia firmó el armisticio con Alemania. Entonces me empleé descargando troncos de los trenes, les raspábamos la corteza para ser usados como pilares en las minas y también en el trabajo de la siega, 12 horas diarias, haciendo el pajar, y cargando sacos de cebada.
Tras la liberación de Francia, me mudé al departamento del Tarn (Región de Languedoc-Rosellón-Mediodía-Pirineos). Convocaba reuniones en los pueblos rurales, hacía mítines, organizaba asambleas y fundé dos nuevas organizaciones afiliadas a la CNT. También me casé y tuve mi primera hija, Armonía. Emigré a Venezuela en 1950 en un trasbordador Atlántico, un ‘Liberty’, usado por Estados Unidos de América para el transporte de la tropa. Dormíamos en literas de cuatro camas, a lo largo de grandes dormitorios, en un salón, y en el otro, las mujeres. No recuerdo si teníamos ventanas, sólo bajaba para dormir. Zarpamos desde el norte de Francia, seríamos unos 200, después paramos en España, en Vigo (Galicia), allí subieron 800 personas y luego en Lisboa (Portugal), donde recogimos a unos 600, finalmente en la Isla de Madeira, entraron 200 más.
Hicimos dos paradas en las islas francesas del Caribe hasta llegar a La Guaira (estado Vargas), Venezuela, donde me esperaba mi hermano José, quien trabajaría como contable en la ‘Mueblería Azpúrua’, y en la ‘Imprenta Gran Colombia’. Yo fui empleado y después gerente de la ‘Librería Minerva’, trabajé en el ‘Palacio del Libro’, en la ‘Librería Lecturas’ y en la ‘Librería ABC’, hasta mi retiro en 1989. He colaborado con el periódico El Libertario, soy uno de sus fundadores, “vocero ácrata de ideas y propuestas de acción”, un periódico autogestionado que no admite publicidad ni subvención alguna, así mantiene un criterio propio e independiente. Yo mismo en persona lo he distribuido a los estudiantes y profesores universitarios.
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