José Solano
Para los liberales un mundo mejor pasa irremediablemente por la apertura económica. Para los socialistas pasa por el control del Estado en beneficio de los trabajadores. Curiosamente, ambos atacan decididamente la utopía para aterrizar a lo que dicen es la realidad. Y sin embargo, ambos se basan en premisas utópicas para plantear lo que, según ellos, aun no existe: mayor libertad económica o control del Estado por parte de los trabajadores. Son discursos contradictorios con los verdaderos utopistas, amantes de la libertad, del mundo añorado.
Para los liberales un mundo mejor pasa irremediablemente por la apertura económica. Para los socialistas pasa por el control del Estado en beneficio de los trabajadores. Curiosamente, ambos atacan decididamente la utopía para aterrizar a lo que dicen es la realidad. Y sin embargo, ambos se basan en premisas utópicas para plantear lo que, según ellos, aun no existe: mayor libertad económica o control del Estado por parte de los trabajadores. Son discursos contradictorios con los verdaderos utopistas, amantes de la libertad, del mundo añorado.
¿De qué sirve luchar día con día, resistir si acaso, si no se plantea un futuro alternativo al presente tan tormentoso que se vive? Y sin embargo, nunca falta el comentario: “eso es una utopía”, “aterrice a la realidad”, “esos son idealismos”. ¿No les plantearon, quizás, a los burgueses del Antiguo Régimen las mismas preguntas? ¿Qué habrán pensado los rusos recién entrado el siglo XX? ¿Qué le habrán planteado al chiflado de Simón Bolívar cuando se planteó la independencia respecto a España? ¿Qué decían los contemporáneos de Julio Verne cuando sus obras salían a la luz? Esto es así porque “no hay una utopía universal y para todos los tiempos, hay utopías diferentes aquí y ahora, porque el ser humano es un ser inacabado cuyo ser consiste en hacerse” [1].
El problema radica en el sistema económico actual, en su manifestación más aberrante como lo es esta del siglo XXI. El capitalismo inhibe cualquier acción espontánea y creativa en los seres humanos, todo viene empacado, preconcebido como ideal de felicidad y autorrealización. Sin embargo, esto pasa solo por medio de la capacidad de consumo y mientras más exacerbado sea este, más feliz y autorrealizada se verá esa persona [2]. Como dice Vallota, “cada cosa poseída se la sufre más que se la disfruta, porque la mayoría de ellas nos es ajena al placer que querríamos tener, pero que ni siquiera somos conscientes de cuál sería” [3].
En este sentido, el ser humano ha perdido toda capacidad de maravillarse y de pensarse un mundo distinto. Se ve compelido a las paredes del pesimismo porque el macabro sistema capitalista inhibe todo acto creativo por subversivo. El Estado, como instrumento ineludible del Capital, constriñe a través de la ley, del terrorismo, de la castración, toda forma de liberación posible. Este no puede permitirse ningún tipo de solución al caos que fomenta, no puede permitirse que las personas escapen a su voluntad, a su autoridad y a su control, puesto que ello implicaría su eminente destrucción.
La utopía, vista desde las aristas mencionadas, no es esa condición inalcanzable, inmaterializable. Es todo lo contrario, la utopía es posible en tanto motiva y da forma a posibilidades alternativas, creativas e innovadoras. No se requiere de mucho para alcanzar un mundo nuevo, todo está aquí y ahora, solo bastan dos fundamentos prácticos para empezar a construir una sociedad alternativa: dejar de alcahuetear el sistema político imperante a través de su institucionalidad y fomentar una organización horizontal y desde abajo. La historia ha dicho que esto es posible. Todo pasado estuvo cargado de utopías que hoy son realidad
La utopía solo sirve para brindar soluciones, por lo tanto, esta no se piensa desde el futuro, todo lo contrario, se hace desde el presente. La utopía es un ideal, pero tiene un sustento material puesto que parte de los problemas de hoy, al tiempo que plantea alternativas. Por ejemplo pensar en sistemas de transporte público más eficientes y modernos. Si existen en unas latitudes, evidentemente pueden existir en otras. Claro, hay asuntos de voluntades y formas diferentes de hacer las cosas, pero no son imposibles. Los imposibles solo los conforman aquellos que están en el confort de sus privilegios y que temen perderlos ante soluciones posibles, por tanto implica pérdida de control.
Como se dijo, es el orden de cosas, pero especialmente el actual, aquel que cohíbe cualquier futuro distinto. En parte se debe a que hoy todos tienen las posibilidades de satisfacer sus ansias de consumo según los cánones transnacionales que se venden en la publicidad, por lo que romper paradigmas de forma revolucionaria pareciera imposible. En todo caso, esto solo corresponde a un lapsus en el tiempo, lo que no implica que existirán momentos de alta tensión social que lleven a una confrontación. Bajo este panorama desolador, las personas tienden a pensar que esto es lo que hay, el temor a perder lo poco que se tiene prevalece sobre la razón. Por eso es que comprar y sentarse frente a un televisor es la válvula de escape que apacigua las ansiedades de pensar que se está mal.
Utopía no es un lugar ficticio, es más bien un pensar distinto. La utopía no es individual, es un anhelar colectivo. Llegar a ese objetivo es lo que se torna complejo, pero no quiere decir que no se pueda. Quienes llenan la imaginación de pesimismo hasta el punto de obstruirla y tullirla, son los que están cómodamente asentados en las relaciones de poder. Dejarse absorber por ese nefasto discurso implica atrofiar cualquier lucha que se emprenda. La Tierra ha estado llena de visionarios, pero también de sicarios de la esperanza. Solo la organización, la lectura de los tiempos, la preparación constante para aprovechar los momentos, los vacíos, los portillos que el sistema presenta, pueden llevar a una clarificación y materialización utópica de dimensiones mayores.
Sin embargo, transformar las prácticas cotidianas, el quehacer político, social y cultural que viene dado como único posible, permite establecer las bases de lo que serán nuevas formas de creación. Pero el Estado y el Capital son dos cabezas del mismo monstruo, acabar con ellos solo puede hacerse fuera de sus fauces, implementando ideas nuevas, creativas, que lo vayan desgastando. Quizás esto también suena utópico, pero ha sido posible. Solo falta el desapego de las viejas formas de hacer, para develar un mundo nuevo.
Notas
[1] Vallota, Alfredo (S.f.) "Necesidad de utopías". Recuperado de http://hernanmontecinos.com/2008/03/18/necesidad-de-utopias/
[2] Quesada, Rodrigo (2014) Anarquía. Orden sin autoridad. EUNA-Eleuterio: San José-Santiago, p. 214.
[3] Vallota, ibíd.
[Tomado de http://www.equipocritica.org/reflexion-editorial.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.