J.R. López Padrino
La América Latina ha sido un terreno fértil para el resurgimiento de gobiernos neopopulistas con retórica de izquierda. Han surgido en el marco de las luchas sociales contra las políticas neoliberales implementadas por gobiernos anteriores en la región. Si bien estos procesos implicaron el ascenso al poder de nuevos actores políticos, evidentemente no condujeron a la ruptura con el proyecto hegemónico dominante. Estos regímenes lejos de impugnar las relaciones de producción capitalistas las profundizaron a través de una Estadolatría salvaje y un nacionalismo reaccionario. Obviamente, nunca han representado una transición hacia el socialismo como lo afirman los estafadores ideológicos del siglo XXI.
Vale recordar que la naturaleza esencial del capitalismo no radica ni en la sumisión del Estado ante el mercado, ni en la regresiva distribución de la riqueza, ni en la marcada desigualdad étnica, a pesar de que estas realidades puedan estar y de hecho lo están asociadas con el desarrollo capitalista. La esencia del capitalismo radica en su carácter irracional como modo de organización social, y de producción económica. La puesta en marcha de un proceso de transición hacia el socialismo implica, necesariamente, un rompimiento con el modelo capitalista de explotación. Para estos farsantes de nuevo cuño, el socialismo se reduce a la enunciación de un discurso embaucador a fin de justificar sus fechorías.
Afortunadamente, este populismo perverso e histriónico ha comenzado a transitar su fase terminal. Regímenes que lucían imbatibles electoralmente años atrás han sido derrotados y nuevas mayorías políticas se han consolidado. Las derrotas de los Kirchner en Argentina, de la barbarie bolivariana en Venezuela y más recientemente la de Evo en Bolivia son claras manifestaciones del cierre del ciclo histórico del neopopulismo en nuestra América, que se inició con el ascenso al poder del comandante insepulto en el año 1998 en Venezuela. Ninguno de ellos constituye un modelo emancipatorio a seguir, al margen de su pirotecnia “antiimperialista”, y su falaz mensaje de inclusión social.
Los gobiernos neopopulistas del continente han impuesto agendas económicas neoliberales (pago de la deuda externa, flexibilización laboral, trato preferencial al capital transnacional, impuestos regresivos, endeudamiento irresponsable, etc.) las cuales lejos de reducir la pobreza, y la miseria generan mayor marginalidad y exclusión social. Además, han acabado con la división de los poderes del Estado, lo cual consideran contrario a la "voluntad popular", por lo que han impulsado la concentración de los mismos bajo el puño represor, del "líder". Pero tal vez, lo más importante es que estos populismos han domesticado y conculcado la independencia de los trabajadores y de los movimientos sociales a fin de castrar sus reivindicaciones socio-económicas.
Las masas antes movilizadas han vuelto a retroceder ante la realidad de un populismo hueco y maniqueo, preñado de desaciertos económicos, y fundamentado en falsas promesas libertarias. Ello ha permitido el surgimiento de nuevas opciones políticas como la coalición de derecha presidida por Mauricio Macri en Argentina, un frente variopinto de oposición que derrotó al populismo fachobolivariano el pasado 6D en Venezuela, así como un frente multiétnico que ha detenido las pretensiones reeleccionistas del falaz Evo en Bolivia.
El neopopulismo latinoamericano esta condenado al fracaso. Su orfandad ideológica, sus prácticas clientelares, sus abusos confiscatorios a la diversidad, sus prácticas fascistas, y sus afanes militaristas y guerreristas los hacen inviables. Son los fabricantes de falsas esperanzas e ilusiones entre los humildes del siglo XXI a fin de afianzarse eternamente en el poder.
La América Latina ha sido un terreno fértil para el resurgimiento de gobiernos neopopulistas con retórica de izquierda. Han surgido en el marco de las luchas sociales contra las políticas neoliberales implementadas por gobiernos anteriores en la región. Si bien estos procesos implicaron el ascenso al poder de nuevos actores políticos, evidentemente no condujeron a la ruptura con el proyecto hegemónico dominante. Estos regímenes lejos de impugnar las relaciones de producción capitalistas las profundizaron a través de una Estadolatría salvaje y un nacionalismo reaccionario. Obviamente, nunca han representado una transición hacia el socialismo como lo afirman los estafadores ideológicos del siglo XXI.
Vale recordar que la naturaleza esencial del capitalismo no radica ni en la sumisión del Estado ante el mercado, ni en la regresiva distribución de la riqueza, ni en la marcada desigualdad étnica, a pesar de que estas realidades puedan estar y de hecho lo están asociadas con el desarrollo capitalista. La esencia del capitalismo radica en su carácter irracional como modo de organización social, y de producción económica. La puesta en marcha de un proceso de transición hacia el socialismo implica, necesariamente, un rompimiento con el modelo capitalista de explotación. Para estos farsantes de nuevo cuño, el socialismo se reduce a la enunciación de un discurso embaucador a fin de justificar sus fechorías.
Afortunadamente, este populismo perverso e histriónico ha comenzado a transitar su fase terminal. Regímenes que lucían imbatibles electoralmente años atrás han sido derrotados y nuevas mayorías políticas se han consolidado. Las derrotas de los Kirchner en Argentina, de la barbarie bolivariana en Venezuela y más recientemente la de Evo en Bolivia son claras manifestaciones del cierre del ciclo histórico del neopopulismo en nuestra América, que se inició con el ascenso al poder del comandante insepulto en el año 1998 en Venezuela. Ninguno de ellos constituye un modelo emancipatorio a seguir, al margen de su pirotecnia “antiimperialista”, y su falaz mensaje de inclusión social.
Los gobiernos neopopulistas del continente han impuesto agendas económicas neoliberales (pago de la deuda externa, flexibilización laboral, trato preferencial al capital transnacional, impuestos regresivos, endeudamiento irresponsable, etc.) las cuales lejos de reducir la pobreza, y la miseria generan mayor marginalidad y exclusión social. Además, han acabado con la división de los poderes del Estado, lo cual consideran contrario a la "voluntad popular", por lo que han impulsado la concentración de los mismos bajo el puño represor, del "líder". Pero tal vez, lo más importante es que estos populismos han domesticado y conculcado la independencia de los trabajadores y de los movimientos sociales a fin de castrar sus reivindicaciones socio-económicas.
Las masas antes movilizadas han vuelto a retroceder ante la realidad de un populismo hueco y maniqueo, preñado de desaciertos económicos, y fundamentado en falsas promesas libertarias. Ello ha permitido el surgimiento de nuevas opciones políticas como la coalición de derecha presidida por Mauricio Macri en Argentina, un frente variopinto de oposición que derrotó al populismo fachobolivariano el pasado 6D en Venezuela, así como un frente multiétnico que ha detenido las pretensiones reeleccionistas del falaz Evo en Bolivia.
El neopopulismo latinoamericano esta condenado al fracaso. Su orfandad ideológica, sus prácticas clientelares, sus abusos confiscatorios a la diversidad, sus prácticas fascistas, y sus afanes militaristas y guerreristas los hacen inviables. Son los fabricantes de falsas esperanzas e ilusiones entre los humildes del siglo XXI a fin de afianzarse eternamente en el poder.