Miguel Mora
La fiebre del oro es posiblemente la nueva preocupación para la agricultura y para los ecologistas nacionales. Si bien es cierto todo mineral constituye un premio de la naturaleza para los países que los contienen en sus territorios, porque puede servir para apuntalar la economía, el trauma venezolano del petróleo, del hierro, del aluminio, del carbón, de la cal, y del mismo oro nos dice que basta de pensar que esa debe ser la esencia económica de la revolución. Las relaciones de producción de las actividades extractivas deja un saldo humano negativo, a su paso crece la enfermedad, la destrucción de ecosistemas, la pobreza como herencia histórica del extractivismo, y la presencia de organizaciones maléficas dedicadas al tráfico de mujeres para la prostitución, y la creación de expendios de alcohol y demás drogas que espolian a los trabajadores, hasta que tardíamente se percatan que han perdido su tiempo, que son posiblemente más pobre que cuando llegaron a las minas. Y regresan con su malaria a morir en los pueblos de donde migraron a buscar riqueza.
La fiebre del oro es posiblemente la nueva preocupación para la agricultura y para los ecologistas nacionales. Si bien es cierto todo mineral constituye un premio de la naturaleza para los países que los contienen en sus territorios, porque puede servir para apuntalar la economía, el trauma venezolano del petróleo, del hierro, del aluminio, del carbón, de la cal, y del mismo oro nos dice que basta de pensar que esa debe ser la esencia económica de la revolución. Las relaciones de producción de las actividades extractivas deja un saldo humano negativo, a su paso crece la enfermedad, la destrucción de ecosistemas, la pobreza como herencia histórica del extractivismo, y la presencia de organizaciones maléficas dedicadas al tráfico de mujeres para la prostitución, y la creación de expendios de alcohol y demás drogas que espolian a los trabajadores, hasta que tardíamente se percatan que han perdido su tiempo, que son posiblemente más pobre que cuando llegaron a las minas. Y regresan con su malaria a morir en los pueblos de donde migraron a buscar riqueza.
Tanta preocupación hay por el arco minero que una camarada híperchavista me dijo que ese arco apunta con una flecha envenenada al rio Orinoco.
Miremos hacia el África, y encontraremos las manchas de sangre que dejó la expoliación extractivista. Miremos a Latinoamérica y hurguemos cuantos pobre ha dejado el carbón, el níquel, la plata, el oro. Nadie dice ahora ¡Vale un Potosí! Allí no quedó nada. El estado Zulia, y lo dice una canción, pudiera tapizar sus calles con morocotas de canto; el dinero ingresado por petróleo liviano, uno de los mejores del mundo, se lo llevaron a la vista de todos y quedaron pueblos (también a la vista de todos) reducidos a condiciones miserables de vida. Mientras esos proyectos extractivos no sean para construir futuro, todo huele a lo mismo, destrucción, créditos, hipoteca y pobreza.
En Venezuela, si cada vez que se produzca una caída en los precios petroleros comenzamos a buscar debajo de las piedras algo que podamos vender, lo encontraremos. Pero, sin hurgar bajo las piedras podemos tener agriculturas que responden a los buenos y bajos precios. Acostumbrados a gastar con mano suelta lo extractivo, hemos diferido la construcción de un proyecto transformador de la agricultura, de hacer la revolución en la agricultura. Las cifras muestran que existe una relación casi lineal entre el ingreso petrolero (el oro negro) y el incremento de las importaciones de todo tipo. La agricultura puede esperar; es la expresión de los extractivistas. Y cuando los recursos financieros son escasos la agricultura que esperó estará en la carraplana. E inventaremos programas efectistas, que son de pronto olvido.
Y ahora, estamos en el discurso del Dorado, aquel que provocó la masacre de los indígenas durante la conquista por el imperio español, y pronto cada quien con sus aparatajes tratará de romper el suelo patrio buscando pepitas y filones de oro. Pronto los mapas probabilísticos de la presencia de oro estarán en internet, y ya deben estar instalándose nuevos burdeles para la gente que moverá el oro. Y la pregunta de siempre: ¿Para quiénes será la gran tajada aurífera?
La agricultura, hace unos meses, vivió cortos momentos de reconocimiento social como actividad económica y todavía, de cuando en cuando, coge primeras planas en la prensa nacional. Pero desde que el presidente Maduro anunció que la pelazón la acabará el oro, la gente que tenía ganas de irse al campo, ha preferido aguardar por su pepita de oro, algo similar a lo ocurrido con la repartición de las gotitas de petróleo que nos corresponden y que terminó por arruinar el sistema agroalimentario nacional. ¿O no es calamidad para un país con inmensas potencialidades de producción agrícola para alimentar unos 32 millones de seres requiera importar más de 10 mil millones de dólares en bienes agrícolas?
Si revisamos la historia de la agricultura venezolana encontraremos que a finales del período colonial, los fisiócratas que todavía quedaban mantenían la tesis que solamente la agricultura era una actividad productiva real. El mercantilismo y el extractivismo no generaban riqueza mayor, incluso eran mal vistos quienes hacían fortunas por esas vías. De una pequeña semilla se ve crecer un inmenso árbol que acumulará la materia que le aporta la tierra, el sol y el aire. Ese argumento sencillo lo utilizaron para apoderarse de la tierra como medio de fortuna y riqueza real. Claro, los fisiócratas tenían también su talón de Aquiles, explotaban los humanos que laboraban sus tierras. Pero algo de razón tenían al ver la agricultura como una actividad humana fundamental.
La vieja adivinanza oro parece plata no es, se ha trasmutado, ya la respuesta no es plátano. La nueva respuesta es: cuidado y metemos la pata otra vez.
Que nadie ose decir que va a sembrar el oro como se dijo de sembrar el petróleo.
[Tomado de http://www.ruptura.info/opinion/agricultura-y-la-fiebre-del-oro-miguel-mora-alviarez.]