Carlos Clemente
Soy de los que creen que la edad es un número caprichoso incapaz de explicar el complejo universo de cualquier persona. Aunque tampoco me entusiasma comportarme como un adolescente y que me dé por probar en alguna idiotez lo que no pude hacer cuando tuve veintitrés, parafraseando una popular balada del Cuarteto de Nos. La cuestión es que, tal vez con menos intensidad que en el pasado, ciertos mandatos sociales pesan sobre los hombros del amplio club de señores que cumplimos 40 años.
Se trata de una cifra aleatoria, está claro que un individuo no modifica sus hábitos o costumbres de un día para el otro, ni mucho menos su modo de ver las cosas o su habilidad para relacionarse socialmente difiere a los 39 o a los 41.El caso es que se supone que a los 40 años ya hemos tenido la oportunidad de recorrer suficiente camino, de asimilar suficientes experiencias de vida como para considerarnos en la plenitud de la madurez.
Soy de los que creen que la edad es un número caprichoso incapaz de explicar el complejo universo de cualquier persona. Aunque tampoco me entusiasma comportarme como un adolescente y que me dé por probar en alguna idiotez lo que no pude hacer cuando tuve veintitrés, parafraseando una popular balada del Cuarteto de Nos. La cuestión es que, tal vez con menos intensidad que en el pasado, ciertos mandatos sociales pesan sobre los hombros del amplio club de señores que cumplimos 40 años.
Se trata de una cifra aleatoria, está claro que un individuo no modifica sus hábitos o costumbres de un día para el otro, ni mucho menos su modo de ver las cosas o su habilidad para relacionarse socialmente difiere a los 39 o a los 41.El caso es que se supone que a los 40 años ya hemos tenido la oportunidad de recorrer suficiente camino, de asimilar suficientes experiencias de vida como para considerarnos en la plenitud de la madurez.
En el imaginario popular un anarquista es un sujeto destructivo, no propositivo, incapaz de oír razones o tender un diálogo fluido desde el disenso. A los ojos más conservadores –siempre hablando sobre el común de la gente- un anarquista aprovecha la ocasión para escabullirse encapuchado y apedrear las ventanas de un Mc Donald’s.
El estereotipo de anarquista se limita a la imagen de punkie o secta urbana, de adolescente tardío, inserto en una tribu disconforme con todo y todos que necesita reafirmar su individualidad tiñiéndose el cabello de verde. En todo caso, un anarquista vive en el sótano de sus padres, a los que odia, escucha música a todo volumen, es poco adepto al trabajo y a cualquier responsabilidad y lleva una conducta uraña, cuando no, utiliza frecuentemente drogas psicoactivas. Resumiendo, un anarquista se asocia a los defectos más exagerados de la juventud.
Este ideal se funda en el absoluto desconocimiento de la teoría anarquista, de las diferentes corrientes de pensamiento y de la historia de sus grandes nombres. La equivocada relación, Anarquismo = Caos, alimenta un sentimiento erróneo y sin duda conveniente a los grupos de poder, que el Estado es imprescindible.
No ahondaré sobre esto último, de sobra han escrito varios autores al respecto. El fin de este escrito es dar a conocer una íntima convicción sobre la noción ácrata: El anarquismo es madurez política.
Si la madurez implica la pérdida de la ilusión, del coqueteo o la atracción lo irreal, no queda duda que los anarquistas de cualquier tendencia hemos alcanzado ese estatus en las cuestiones que atañen a la vida colectiva. Somos plenamente conscientes de que los políticos, la minoría enquistada en las instituciones que dice representar al “pueblo”, jamás actuarán en contra de sus propios intereses. Por lógica simple, sus propios intereses suelen divergir del bienestar de quiénes pagamos impuestos para sostener a la casta política.
Estamos al tanto de que depositar nuestras esperanzas de prosperidad individual o colectiva en la supuesta buena voluntad de un líder por más bonito que sea su discurso es un acto irracional. Deducimos, también, que el contrato social que no firmamos no es más que un mero eufemismo para disimular las pistolas que nos obligan a adaptarnos a este orden perverso.
Luego podríamos entrar en debates. Creo yo que los anarquistas de mercado estamos en mejores condiciones de ofrecer una propuesta superadora al estatismo que aquellos que descreen de la propiedad privada o del libre intercambio y por ello se enredan en profundas contradicciones a la hora de darle sustento a su modelo. Tampoco ignoro las actitudes ingenuas, sectarias y las pretensiones infantiles de explicar el universo a partir de tres o cuatro axiomas por parte de algunos grupos libertarianos, muchos objetivistas o ciertos austriacos ortodoxos. Aquellas posturas sesgadas en ocasiones conllevan al reduccionismo o a quedarse en la superficie de las cuestiones por ejemplo omitir el análisis sobre legitimidad de la propiedad de los grandes grupos económicos que fueron beneficiados por privilegios estatales, y como resultado refuerzan los estereotipos puntuales sobre el anarquismo de mercado, que también existen y abundan.
Más allá de las divergencias entre nosotros, me alegraría que los anarquistas hagamos énfasis en lo que nos une y podamos trabajar en una dirección común. Nos une la vocación por superar al estatismo, que entendemos como un engaño de los inescrupulosos a los ilusos.
Acabo de cumplir 40 años y me enorgullece ser más anarquista que nunca.
[Tomado de http://esblog.panampost.com/editor/2016/01/07/anarquista-a-los-cuarenta.]
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