Eduardo Sevilla
El movimiento anarquista puede ser definido como un sistema de pensamiento abierto y nada rígido que, compartiendo con otras corrientes radicales bastantes elementos de sus presupuestos filosóficos, de la crítica a la sociedad actual, así como del modelo de la futura sociedad ideal, se distingue por unos rasgos teóricos comunes que se concretan en la negación del Estado y la búsqueda del establecimiento de interrelaciones humanas con base en la cooperación voluntaria expresada mediante pactos libres
desde el punto de vista de la praxis política. El rechazo de la participación política en las instituciones burguesas se configura, entre otros, como el elemento más sobresaliente y extendido (Woodcok, 1979: 19-20; C. Díaz, 1973: 5 y ss; Álvarez Junco: 9). Desde los intereses de este trabajo, es decir, en lo que se refiere al concepto de campesinado, las figuras clave configuradoras del “anarquismo agrario” son Bakunin y Kropotkin, a quienes pasamos a considerar.
El movimiento anarquista puede ser definido como un sistema de pensamiento abierto y nada rígido que, compartiendo con otras corrientes radicales bastantes elementos de sus presupuestos filosóficos, de la crítica a la sociedad actual, así como del modelo de la futura sociedad ideal, se distingue por unos rasgos teóricos comunes que se concretan en la negación del Estado y la búsqueda del establecimiento de interrelaciones humanas con base en la cooperación voluntaria expresada mediante pactos libres
desde el punto de vista de la praxis política. El rechazo de la participación política en las instituciones burguesas se configura, entre otros, como el elemento más sobresaliente y extendido (Woodcok, 1979: 19-20; C. Díaz, 1973: 5 y ss; Álvarez Junco: 9). Desde los intereses de este trabajo, es decir, en lo que se refiere al concepto de campesinado, las figuras clave configuradoras del “anarquismo agrario” son Bakunin y Kropotkin, a quienes pasamos a considerar.
A la obra de Bakunin subyace una “teoría del campesinado como agente revolucionario”, según la cual en la Rusia de la segunda mitad del 800 existían las condiciones objetivas precisas para el desencadenamiento de una revolución social. Bakunin identificaba estas condiciones con la situación de las masas populares campesinas rusas, definida por la conjunción de la extrema miseria con una servidumbre feudal que era modelo en su género, a la que añadía una conciencia histórica de emancipación social. En el examen de la conciencia histórica del pueblo ruso, Bakunin distinguió elementos positivos y negativos (Bakunin, 1976, VI: 367-369). Entre los positivos incluía: a) La convicción fuertemente arraigada de que la tierra pertenecía íntegramente al pueblo. b) La posesión de la tierra era un derecho que no correspondía al individuo, sino a la comunidad rural (al mir), que se encargaba de repartirla entre sus miembros por plazos temporales definidos. c) La autonomía política casi absoluta, así como la capacidad administrativa y gerencial del mir, que provocaba la hostilidad manifiesta de aquél en relación al Estado. La conciencia histórica del pueblo ruso se encontraba, sin embargo, oscurecida por otros tres rasgos que, desnaturalizándola en parte, retrasaban la emancipación del pueblo ruso: 1) El patriarcalismo. 2) La absorción del individuo por el mir. 3) La confianza en el Zar.
La corrección del ideal del pueblo ruso en una orientación positiva suponía la destrucción de los rasgos negativos, lo que se produciría de manera efectiva y completa por la vía de la revolución social. Destruidos los elementos negativos, los rasgos positivos, particularmente la autonomía política y administrativa, quedarían potenciados y podrían desenvolverse hasta su total realización.
La debilidad del mir radicaba, empero, en su aislamiento; por encima del mir, los campesinos solamente colocaban el zar y no percibían la necesidad de estrechar lazos y relaciones con los campesinos miembros del resto de comunidades rurales. El ideal de una revolución popular y campesina cristalizaría en una federación de comunidades rurales, libremente unidas. El marco teórico de “el campesinado como agente revolucionario” consiste, pues, en el establecimiento de un sistema de factores como armazón analítico para explorar la potencialidad revolucionaria del campesinado. El hecho de que Bakunin lo elaborara para un caso concreto no es óbice para aprehender el análisis teórico subyacente y sus pretensiones de generalidad. Así, la comuna rusa suponía para Bakunin algo más que la palanca para que el pueblo ruso llegara a
“redimirse a sí mismo”, significaba también la posibilidad de encontrar aquellos factores que, desde el campesinado, consiguieran extender la revolución a toda Europa.
Para Bakunin, las zonas vacías del capitalismo permitían generar una revolución que culminaría en una Europa socialista. Éstas eran la periferia europea, donde aún existía el “ideal proletario de los países latinos”. El campesinado ruso poseía los elementos capaces de generar esa dinámica revolucionaria. El núcleo central de tales elementos se basaba en “la convicción de que la tierra pertenecía al pueblo que la trabaja”. La propiedad era, por tanto, algo colectivo que no admitía la apropiación individual. El concepto de propiedad capitalista no tenía sentido para la tierra dentro de la cultura campesina rusa. Igualmente, “el uso de la tierra no pertenece al individuo sino a la comunidad”, es ésta, por tanto, la que adjudica a sus miembros la utilización de la tierra para obtener el acceso a los medios de vida. Los criterios de tal distribución constituyen parte de la “ética campesina”, la cual forma parte de una lógica económica ajena al capitalismo y a las formas de competencia que introduce en el sistema de valores de la colectividad (Bakunin, 1976, VI: 372-376).
Como hemos visto anteriormente, los fundadores del populismo ruso: Herzen y Chernyschevsky, vieron en el atraso económico la razón que podría permitir a Rusia sacar provecho de los adelantos técnico-económicos de los países europeos capitalistas, acortando las etapas transitorias entre capitalismo y socialismo. En contraste, Bakunin interpretó el atraso ruso, expresado en miseria y dominación social, como el factor desencadenante de una revolución social que tenía como ideal la destrucción del Estado y, junto a la emancipación social, la introducción de elementos como la autonomía política de las comunidades rurales y la federación como modelo de la organización política (F. Venturi, 1981: 689). Así pues, en el esquema teórico de Bakunin resalta la dimensión política que conceptualiza al mir como núcleo social con
vida propia y con capacidad para resistir las injerencias del Estado, de luchar contra él y de destruirlo. Resumiendo, la valoración dada por Bakunin acerca del mir dependía de sus relaciones con el Estado: en tanto y en cuanto éste se contraponía al Estado era revolucionario, pero si se integraba dentro de la organización estatal lo consideraba reaccionario.
Peter Alekseievich Kropotkin (1842-1921) fue claramente un discípulo de Bakunin que, aceptando el núcleo central de su pensamiento, desarrolló muchos de sus aspectos, algunos de los cuales, como veremos, suponen discrepancias con su maestro. Un resumen y balance del pensamiento de P. Kroptkin puede encontrarse en Woodcock (1979: 172-206); Cole (1975: 328-336); Palerm (1976: 153-156); Díaz, en P. Kropotkin, 1978: 7-19), y en Arvon, (1981: 62-64 y 123-124). En Kropokin, descendiente de la alta nobleza rusa, las teorías anarquistas obtuvieron un alto nivel de desarrollo y elaboración científicas, al tiempo que ampliaron y combinaron los contenidos agrarios con los industriales (el anarcocomunismo), alcanzando una reputación y respeto universales; sus aportaciones al pensamiento anarquista se centraron en la cuestión social, la moral solidaria, el comunismo y la crítica al darwinismo social.
Entre todas sus contribuciones, quizá la que tiene una mayor relevancia sea la conversión del apoyo mutuo en una categoría científica. Apoyo mutuo (Kropotkin, 1978) recopila los artículos que Kropotkin fue publicando en el periodo 1890-1896 en la revista The Nineteenth Century, en respuesta al artículo “La lucha por la existencia en la sociedad humana” que, en la referida revista, el reputado naturalista T. Huxley (1825-1895) publicara en el número de febrero de 1888. En dicho artículo, Huxley expresó la idea de que la civilización humana nació en el tránsito de un estado de guerra mutua y amoralidad, características del estadio animal y propio de una vida humana salvaje, a otro definido por la paz la evolución moral; sin embargo, la persistencia de ciertas condiciones propias de una vida natural en la historia humana provocaba que, a pesar de los controles morales nacidos del progreso civilizador, la lucha por la existencia mantuviese una intensidad tan aguda como la existente en un estado de guerra (Palerm, 1976: 151-156). Este trabajo tuvo una importante repercusión en el “sistema científico” de la época, al pretender fundamentar históricamente al liberalismo económico entonces emergente desde el “núcleo duro” del pensamiento científico, por ello Kropotkin consideró un deber ineludible mostrar la falsedad de tal propuesta teórica.
Durante su estancia en Siberia, Kropotkin pudo contrastar las teorías darwinianas con la realidad observada y, en esa comparación, pudo darse cuenta de que, en vez de la esperada lucha cruel por los medios de subsistencia dentro de cada especie animal, predominaba la lucha individual o asociada contra unas condiciones naturales desfavorables. Estas primeras ideas fueron madurando con el conocimiento del pensamiento desarrollado en esta línea por otros autores, en concreto Kessler, profesor de la Universidad de San Petesburgo, quien veía la evolución de las especies como el resultado de la acción de dos leyes: la lucha mutua y la ayuda mutua, destacando el papel de ésta sobre aquella. Así que cuando Huxley publicó su tesis de la lucha encarnizada en las especies animales, Kropotkin, estimándola como una representación inexacta del mundo animal, la rebatió mediante el artículo “La ayuda mutua entre los animales”, publicado por la revista Nineteenth Century en los meses de septiembre y noviembre de 1890.
La invitación cursada por J. Knowles, director de la revista The Nineteenth Century, a Huxley y a Kropotkin para persistir en la polémica obtuvo la negativa del primero y la aceptación del segundo. Kropotkin consideró de interés el tema, profundizó en la cuestión y publicó artículos en la citada revista, cubriendo los diferentes estadios de la historia humana. Así analizó la ayuda mutua ente los “salvajes”, entre los bárbaros, en la ciudad medieval y en la época moderna. Todos estos artículos reunidos en un libro se publicaron con el título y subtítulo siguientes: El apoyo mutuo. Un factor de evolución.
Son de resaltar las aportaciones de Kropotkin al debate sobre la propiedad comunal, sobre todo aquellas que se centran en la dimensión ética de las formas instituciones comunales creadas a partir de la sociabilidad humana como mecanismo de supervivencia y lucha con unas condiciones desfavorables de existencia y en el papel del Estado en cuanto agente clasista de desmantelamiento y destrucción de formas e instituciones nacidas desde una perspectiva de solidaridad y cooperación humanas.
La comuna rural en el pensamiento de Kropotkin, además de una asociación que facilitaba a cada familia miembro el acceso igualitario al cultivo de la tierra y regulaba el cultivo en común de la misma, representaba el marco organizativo a través del que se desarrollaba en sus múltiples variantes el apoyo mutuo, se impartía justicia, se organizaba la defensa mutua contra enemigos externos, se articulaba la participación democrática en los asuntos comunes y se desenvolvía el progreso económico, intelectual y moral de la época. La comuna rural unió a los hombres, les dio la posibilidad de desarrollar progresivamente las instituciones sociales, y así les permitió atravesar los periodos difíciles y sombríos de la historia humana. En el capítulo de méritos de la comunidad rural, Kropotkin incluyó la explotación agrícola de bosques, pantanos, estepas y desiertos, los sistemas de posesión de la tierra y métodos de cultivo, el avance de la producción doméstica, la infraestructura de servicios, el derecho común y penal, etc. Asimismo, Kropotkin interpretó el proceso de formación de las naciones europeas como un resultado, en sus características fundamentales, derivado del brote, crecimiento y extensión por el territorio de las comunidades rurales (P. Kropotkin: 143-146; 163-166; José Álvarez Junco, 1977: 9-29).
La teoría del apoyo mutuo como factor de evolución hace una caracterización de las diferentes formas históricas de organización social del campesinado y critica las intencionadas políticas de extinción de las comunidades rurales. En las propias palabras de Kropotkin: Las teorías corrientes de los economistas burgueses y de algunos socialistas afirman que la comuna ha muerto en la Europa occidental de muerte natural, puesto que se encontró que la posesión comunal de la tierra era incompatible con las exigencias contemporáneas del cultivo de la tierra. Pero la verdad es que en ninguna parte desapareció la comuna aldeana por propia voluntad; al contrario, en todas partes las clases dirigentes necesitaron varios siglos las tierras comunales (P. Kropotkin, xxcc: 228).
Además muestra cómo el, entonces emergente, liberalismo económico no tiene nada que ver con la evolución biótica de las especies; las sociedades humanas no pueden ser regidas por la competencia del mercado y unas falsas leyes que justifican la explotación del trabajo.
Una lectura del pensamiento de Bakunin, completada con el de Kropotkin sobre el campesinado y la revolución, contextualizada por la praxis intelectual y política del populismo ruso, permite definir la “orientación teórica del anarquismo agrario” como un populismo específicamente anarquista que no ve en Rusia “los privilegios del atraso” desde la perspectiva de una reconducción del proceso de avance de las fuerzas productivas sino el desencanto, la miseria y como consecuencia la desesperación del campesinado. El “atraso” no permite la “marcha atrás”, sino el avance hacia la revolución social. Así se puede hablar, por tanto, de un populismo anarquista o anarquismo agrario que, en un esfuerzo de síntesis, podría definirse como una teoría de la revolución en la que el campesinado es una clase revolucionaria en potencia, ya que: 1) El apoyo mutuo constituye un elemento central de la naturaleza de las relaciones sociales existentes en el interior de las comunidades rurales que es posible potenciar frente a elementos inhibidores. 2) La estructura organizativa y material de su organización económica posee, ciertamente, un “retraso” que puede ser superado en formas de acción social colectiva de carácter revolucionario al “retener éste la energía de la naturaleza popular”. 3) La condición subordinada a la que se ve sometida su forma de producir, dentro de una dinámica de explotación creciente en la que “trabajar con las manos les condiciona moralmente”, haciéndoles odiar a “los explotadores del trabajo”, de forma tal que 4) sólo determinados aspectos tradicionales, actuantes como prejuicios les separan realmente de los “comunes intereses de los trabajadores urbanos”, por lo que rotos tales prejuicios por la “comunidad de intereses de la clase trabajadora”, es posible desatar la auténtica “rebeldía natural” existente en la estructura social del campesinado (Bakunin, 1979, Vol. 7: 46-61; 76-79; 11-123, y 1974, Vol. 2: 292-309; Kropotkin, 1978: 143-68).
Los mecanismos de esta ruptura son los que requieren distintos tipos de análisis según las “condiciones históricas” y el lugar que ocupen en el sistema capitalista. Su escrutinio diferencial en las condiciones de la semiperiferia del capitalismo, realizado tomando como evidencia empírica Francia (Cartas a un francés) difieren de su análisis de la periferia donde trata en forma diferenciada a Rusia, que conserva el mir, de España o el sur de Italia (Circular a mis amigos de Italia), donde los “campesinos están castigados por la pobreza”. De igual forma, su concepto de “obrero urbano” varía según la posición de éste en el capitalismo. El obrero urbano es el sector marginal de la ciudad en cada situación específica, pero nunca la “aristocracia obrera”. El papel central en el proceso revolucionario del colectivismo campesino sólo sería explicable allá donde existan instituciones con tal naturaleza; allí, tras “la guerra civil en el campo”, surgiría sin ningún tipo de imposición la acción social colectiva transformadora como una consecuencia lógica del “instituto socialista campesino”. No obstante, la existencia de una ética natural contraria a la que introduce el capitalismo y reproduce el Estado con la propiedad privada como institución central es algo que la cultura campesina mantiene como algo impreso en su naturaleza. La justificación teórica de ello está en el concepto de “apoyo mutuo” como aportación de Kropotkin (Franco Venturi, 1975, tomo i: 176-177 y tomo ii: 688-689; Alexander i. Herzen, 1979; M. Bakunin, Vol. iii: 5-40).
[Tomado del libro Sobre los orígenes de la agroecología en el pensamiento marxista y libertario, del mismo autor, que en versipon completa es accesible en http://cdn.biodiversidadla.org/content/download/124209/978031/version/1/file/Sobre+los+or%C3%ADgenes+de+la+agroecolog%C3%ADa+en+el+pensamiento+marxista+y+libertario.pdf.]
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