Mauricio Becerra (El Ciudadano)
El joven historiador Sebastián Allende publicó recientemente Entre zapatos, libros y serruchos. Anarquismo y anarcosindicalismo en Chile (1920-1955), investigación que hace un recorrido por los sindicatos anarquistas y sus espacios culturales en Santiago en la primera mitad del siglo XX. La investigación de Allende se suma a otras sobre la historia del anarquismo en Chile, cuyo principal exponente es el historiador Sergio Grez Toso.
El arribo de las ideas anarquistas a América Latina ocurre a fines del siglo XIX, proceso imbricado a la migración estimulada por los Estados nacionales de trabajadores europeos. Uno de los primeros manifiestos de tinte anarquista circula en Montevideo en julio de 1875, llamando a la organización por oficios. En Chile, ya en el siglo XX, los anarquistas van a tener gran influencia en la revista Babel, donde confluye un núcleo socialista libertario del que fueron parte los escritores Manuel Rojas, González Vera y Laín Diez. Era un clima cultural y político efervescente. En medio de dos guerras mundiales, post crisis capitalista de 1929, el fin del ciclo del salitre, del parlamentarismo y momento de importantes intentos de organización de los trabajadores chilenos. Dejemos que Sebastián Allende nos cuente más de esta historia:
¿En qué gremios en Chile aparecen las primeras organizaciones ácratas y a qué condición lo asocias?
– Si bien no soy un experto en la materia, me atrevo a decir que en el Chile central en gremios de artesanos y obreros estibadores llegan las primeras ideas del anarquismo. En el norte y sur del país también es posible rastrearlos en la segunda década del siglo XX. Claro que los anarquistas fueran los más numerosos de esa zona o los más trascendentales en el accionar político. Se asociaban generalmente para satisfacer sus necesidades básicas en un país pobre y periférico como el nuestro.
¿Qué espacios de socialización libertaria distingues a principios del siglo XX?
– Entre los años de mi investigación distinguí, al menos, los Centros de Estudios Sociales y las Federaciones Juveniles Libertarias, aunque también hubo “onces familiares”, “fiestas bailables”, academias musicales y teatrales que en ciudades como en Osorno o en Santiago continuaban activas hasta comienzos de los años ‘40. Considero esto lo más interesante de todo, es decir, una propuesta libertaria que apostó por combatir el eje de dominación oligárquica: la cultura.
Acción directa
¿Podrías explicarnos qué significado tenía el concepto acción directa para las corrientes libertarias de principios del siglo XX?
-. Es importante decir que a comienzos del siglo XX no existía una gran depuración teórica en torno a estos conceptos. Con el paso de los años en publicaciones como El Sembrador de Iquique se profundizaron más estas materias. No se interpretaba la acción directa como sinónimo de violencia necesariamente. Recordemos incluso que en el siglo XX se habló de “Acción Directa no Violenta”, como en Estados Unidos con Luther King y la SNCC (Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos) o Gandhi en la India. Así tenemos que los anarquistas acá interpretaban la noción de acción directa a una cosa muy sencilla: actuar cuando las respuestas a los pliegos o reivindicaciones no llegaban
¿Por qué sitúas el anarcosindicalismo a partir de la sesión en Berlín en diciembre de 1922 de la Asociación Internacional de Trabajadores? ¿Podrías contarnos más de ese evento y de la participación de chilenos?
– Sigo el análisis de Rudolf Rocker quien consigna a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) europea como la ‘radiodifusora’ del anarcosindicalismo. Ahora bien, podría contarte que la Revolución Rusa de 1917, y la Internacional de Sindicatos Rojos de 1921, supusieron para el mundo anarquista duras polémicas, como también represión y exilio para muchos de sus militantes. En sí, no conozco en profundidad los datos de la creación de la A.I.T, solo que se fundó en Berlín a fines de 1922 y participaron entre otras la Federación Obrera Regional Argentina (FORA V Congreso) la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) española que ya contaba con más de 700.000 militantes y la Industrial Workers of the World (IWW), en la que participaban chilenos. Vale mencionar que el año 1929 se formó en América Latina la Asociación Continental Americana de Trabajadores (ACAT), no obstante, esta perdió con los años gran parte de su presencia sindical.
¿Para el anarcosindicalismo que surge en ese momento qué rol asume el sindicato?
– Para la recién creada AIT, el sindicato no es sólo el actor que representa a la clase trabajadora, sino también la base de la nueva sociedad libertaria. El sindicato, a diferencia de como lo entendemos hoy, no sólo es un instrumento de lucha, sino es el eje de la reconstrucción social en una sociedad autogestionaria.
Anarquismo e indigenismo
¿Podrías contarnos de la relación entre en anarquismo y el indigenismo en América Latina?
– No soy quien ha trabajado mucho este tema, pero tengo algunas nociones. Si entendemos por ‘indigenismo’ una exaltación de las comunidades nativas y su mundo espiritual, anarquistas como el mexicano Ricardo Flores Magón vieron en ellos tradiciones cooperativas que pudiesen complementarse al anarquismo latinoamericano. También el poeta y pensador peruano Manuel González Prada en su texto Nuestros indio (1903) denuncia la situación del indígena en Perú y, según Luis Alberto Sánchez, ese ensayo influenció a Pedro Zulen y a Víctor Haya de la Torre, fundador del APRA peruano y al mismísimo José Carlos Mariátegui. Pero en González Prada no hay esencialismo, pues un indio también podía “blanquearse” y olvidar su pasado. En pocas palabras hay elementos para especular una relación entre anarquismo e indigenismo en América Latina.
¿Puedes explicar cómo entendían el antiparlamentarismo?
– Considerando al Estado Moderno un garante del orden social capitalista, los ácratas veían en el parlamentarismo y en los partidos obreros un terreno destinado a moderar y disciplinar las luchas sindicales, del cual podían extraer reformas, pero no necesariamente fortalecer la organización obrera o avanzar hacia la “revolución social”. Así, entendían el antiparlamentarismo como un camino acorde a los objetivos del socialismo libertario, así también llamaban al anarquismo, como sinónimo de autonomía de los partidos políticos y la burocracia.
¿Cómo el movimiento anarquista entendía la autogestión en los años que describes?
– Según pude indagar entre 1920 y la década de 1950, los anarquistas chilenos concebían la autogestión como un proyecto de sociedad, es decir, un fenómeno político y económico en el cual los afectados toman en sus manos la administración de sus asuntos. Ellos miraron con simpatía los “kibutz” israelíes.
¿Cuál fue la influencia del anarquismo en la CUT y porqué crees que decayó para la segunda mitad del siglo XX?
– La influencia libertaria en la CUT (Central Única de Trabajadores) a partir de 1953 la distinguimos principalmente en dos gremios: el de la construcción y el del cuero y calzado. Los primeros a través de las Unión en Resistencia de Estucadores (URE) y su órgano de difusión El andamio. Los segundos en la FONACC (Federación Obrera Nacional del Cuero y el Calzado) de 1949. No olvidemos que, aún minoritario en esos años, el anarcosindicalismo obtuvo tres consejeros en la directiva nacional de la CUT: Ernesto Miranda zapatero, Ramón Domínguez estucador y Héctor “chico” Durán ladrillero. Este último pasado décadas después al “pinochetismo”. También existió presencia libertaria en otras zonas de Chile, como Talca y Osorno, pero decayó en la década del 60. El otoño de los anarquistas tuvo, según mi opinión, varios factores. Uno de ellos es que las movilizaciones sociales hallaron en los partidos políticos de izquierda sus interlocutores frente a la élite chilena. Asimismo, un fuerte Partido Comunista, quizás el de mayor raigambre de América Latina, no contribuyó al desarrollo anarcosindicalista, aunque en gremios como estucadores los anarcos criollos compartieron espacios junto a sus pares comunistas en la década del ‘50, pues la consigna unitaria era repetida desde todos los bastiones sindicales.
¿Puedes explicarnos más las similitudes que acusas entre la influencia del Estado nacional a mediados del siglo XX en las subjetividades obreras y la ‘cultura del mall’ en la actualidad?
– Me refiero principalmente a la tradicional crítica contra el anarquismo en cuanto éste no supo moverse frente al nuevo marco legal que ofrecía el llamado “Estado de bienestar” o de “compromiso”-como algunos le han llamado al caso chileno- a mediados del siglo XX. Ahora el Estado también acogía demandas y otorgaba vivienda o salud, sin embargo, el llamado marxismo contemporáneo tampoco supo enfrentarse, al menos en un plano teórico, a la sociedad de consumo o a la xenofobia en la clase obrera y es una vergüenza que recién ahora la historiografía marxista criolla estudie los factores culturales en el desarrollo de la sociedad contemporánea. Si al alemán Herbert Marcuse casi lo colgaron cuando le quitó la aureola al proletariado tradicional. Y en cuanto a la subjetividad, intuyo un “sentido común” neoliberal muy arraigado en gran parte de la población que parte de nuestra academia no quiere-o se niega-ver. Por otro lado, hay mucha gente de mi edad que juran que Chile es Noruega o que Maipú es una comuna de ‘clase media’, entre ellos más de algún estudiante universitario que va a marchar por una “educación de calidad”. A veces pienso que los chilenos a ratos padecemos de un grado de esquizofrenia.
[Tomado de http://www.elciudadano.cl/2016/01/23/250693/entre-centros-culturales-fiestas-y-sindicatos-los-anarquistas-a-comienzos-del-siglo-xx-en-chile.]
El joven historiador Sebastián Allende publicó recientemente Entre zapatos, libros y serruchos. Anarquismo y anarcosindicalismo en Chile (1920-1955), investigación que hace un recorrido por los sindicatos anarquistas y sus espacios culturales en Santiago en la primera mitad del siglo XX. La investigación de Allende se suma a otras sobre la historia del anarquismo en Chile, cuyo principal exponente es el historiador Sergio Grez Toso.
El arribo de las ideas anarquistas a América Latina ocurre a fines del siglo XIX, proceso imbricado a la migración estimulada por los Estados nacionales de trabajadores europeos. Uno de los primeros manifiestos de tinte anarquista circula en Montevideo en julio de 1875, llamando a la organización por oficios. En Chile, ya en el siglo XX, los anarquistas van a tener gran influencia en la revista Babel, donde confluye un núcleo socialista libertario del que fueron parte los escritores Manuel Rojas, González Vera y Laín Diez. Era un clima cultural y político efervescente. En medio de dos guerras mundiales, post crisis capitalista de 1929, el fin del ciclo del salitre, del parlamentarismo y momento de importantes intentos de organización de los trabajadores chilenos. Dejemos que Sebastián Allende nos cuente más de esta historia:
¿En qué gremios en Chile aparecen las primeras organizaciones ácratas y a qué condición lo asocias?
– Si bien no soy un experto en la materia, me atrevo a decir que en el Chile central en gremios de artesanos y obreros estibadores llegan las primeras ideas del anarquismo. En el norte y sur del país también es posible rastrearlos en la segunda década del siglo XX. Claro que los anarquistas fueran los más numerosos de esa zona o los más trascendentales en el accionar político. Se asociaban generalmente para satisfacer sus necesidades básicas en un país pobre y periférico como el nuestro.
¿Qué espacios de socialización libertaria distingues a principios del siglo XX?
– Entre los años de mi investigación distinguí, al menos, los Centros de Estudios Sociales y las Federaciones Juveniles Libertarias, aunque también hubo “onces familiares”, “fiestas bailables”, academias musicales y teatrales que en ciudades como en Osorno o en Santiago continuaban activas hasta comienzos de los años ‘40. Considero esto lo más interesante de todo, es decir, una propuesta libertaria que apostó por combatir el eje de dominación oligárquica: la cultura.
Acción directa
¿Podrías explicarnos qué significado tenía el concepto acción directa para las corrientes libertarias de principios del siglo XX?
-. Es importante decir que a comienzos del siglo XX no existía una gran depuración teórica en torno a estos conceptos. Con el paso de los años en publicaciones como El Sembrador de Iquique se profundizaron más estas materias. No se interpretaba la acción directa como sinónimo de violencia necesariamente. Recordemos incluso que en el siglo XX se habló de “Acción Directa no Violenta”, como en Estados Unidos con Luther King y la SNCC (Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos) o Gandhi en la India. Así tenemos que los anarquistas acá interpretaban la noción de acción directa a una cosa muy sencilla: actuar cuando las respuestas a los pliegos o reivindicaciones no llegaban
¿Por qué sitúas el anarcosindicalismo a partir de la sesión en Berlín en diciembre de 1922 de la Asociación Internacional de Trabajadores? ¿Podrías contarnos más de ese evento y de la participación de chilenos?
– Sigo el análisis de Rudolf Rocker quien consigna a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) europea como la ‘radiodifusora’ del anarcosindicalismo. Ahora bien, podría contarte que la Revolución Rusa de 1917, y la Internacional de Sindicatos Rojos de 1921, supusieron para el mundo anarquista duras polémicas, como también represión y exilio para muchos de sus militantes. En sí, no conozco en profundidad los datos de la creación de la A.I.T, solo que se fundó en Berlín a fines de 1922 y participaron entre otras la Federación Obrera Regional Argentina (FORA V Congreso) la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) española que ya contaba con más de 700.000 militantes y la Industrial Workers of the World (IWW), en la que participaban chilenos. Vale mencionar que el año 1929 se formó en América Latina la Asociación Continental Americana de Trabajadores (ACAT), no obstante, esta perdió con los años gran parte de su presencia sindical.
¿Para el anarcosindicalismo que surge en ese momento qué rol asume el sindicato?
– Para la recién creada AIT, el sindicato no es sólo el actor que representa a la clase trabajadora, sino también la base de la nueva sociedad libertaria. El sindicato, a diferencia de como lo entendemos hoy, no sólo es un instrumento de lucha, sino es el eje de la reconstrucción social en una sociedad autogestionaria.
Anarquismo e indigenismo
¿Podrías contarnos de la relación entre en anarquismo y el indigenismo en América Latina?
– No soy quien ha trabajado mucho este tema, pero tengo algunas nociones. Si entendemos por ‘indigenismo’ una exaltación de las comunidades nativas y su mundo espiritual, anarquistas como el mexicano Ricardo Flores Magón vieron en ellos tradiciones cooperativas que pudiesen complementarse al anarquismo latinoamericano. También el poeta y pensador peruano Manuel González Prada en su texto Nuestros indio (1903) denuncia la situación del indígena en Perú y, según Luis Alberto Sánchez, ese ensayo influenció a Pedro Zulen y a Víctor Haya de la Torre, fundador del APRA peruano y al mismísimo José Carlos Mariátegui. Pero en González Prada no hay esencialismo, pues un indio también podía “blanquearse” y olvidar su pasado. En pocas palabras hay elementos para especular una relación entre anarquismo e indigenismo en América Latina.
¿Puedes explicar cómo entendían el antiparlamentarismo?
– Considerando al Estado Moderno un garante del orden social capitalista, los ácratas veían en el parlamentarismo y en los partidos obreros un terreno destinado a moderar y disciplinar las luchas sindicales, del cual podían extraer reformas, pero no necesariamente fortalecer la organización obrera o avanzar hacia la “revolución social”. Así, entendían el antiparlamentarismo como un camino acorde a los objetivos del socialismo libertario, así también llamaban al anarquismo, como sinónimo de autonomía de los partidos políticos y la burocracia.
¿Cómo el movimiento anarquista entendía la autogestión en los años que describes?
– Según pude indagar entre 1920 y la década de 1950, los anarquistas chilenos concebían la autogestión como un proyecto de sociedad, es decir, un fenómeno político y económico en el cual los afectados toman en sus manos la administración de sus asuntos. Ellos miraron con simpatía los “kibutz” israelíes.
¿Cuál fue la influencia del anarquismo en la CUT y porqué crees que decayó para la segunda mitad del siglo XX?
– La influencia libertaria en la CUT (Central Única de Trabajadores) a partir de 1953 la distinguimos principalmente en dos gremios: el de la construcción y el del cuero y calzado. Los primeros a través de las Unión en Resistencia de Estucadores (URE) y su órgano de difusión El andamio. Los segundos en la FONACC (Federación Obrera Nacional del Cuero y el Calzado) de 1949. No olvidemos que, aún minoritario en esos años, el anarcosindicalismo obtuvo tres consejeros en la directiva nacional de la CUT: Ernesto Miranda zapatero, Ramón Domínguez estucador y Héctor “chico” Durán ladrillero. Este último pasado décadas después al “pinochetismo”. También existió presencia libertaria en otras zonas de Chile, como Talca y Osorno, pero decayó en la década del 60. El otoño de los anarquistas tuvo, según mi opinión, varios factores. Uno de ellos es que las movilizaciones sociales hallaron en los partidos políticos de izquierda sus interlocutores frente a la élite chilena. Asimismo, un fuerte Partido Comunista, quizás el de mayor raigambre de América Latina, no contribuyó al desarrollo anarcosindicalista, aunque en gremios como estucadores los anarcos criollos compartieron espacios junto a sus pares comunistas en la década del ‘50, pues la consigna unitaria era repetida desde todos los bastiones sindicales.
¿Puedes explicarnos más las similitudes que acusas entre la influencia del Estado nacional a mediados del siglo XX en las subjetividades obreras y la ‘cultura del mall’ en la actualidad?
– Me refiero principalmente a la tradicional crítica contra el anarquismo en cuanto éste no supo moverse frente al nuevo marco legal que ofrecía el llamado “Estado de bienestar” o de “compromiso”-como algunos le han llamado al caso chileno- a mediados del siglo XX. Ahora el Estado también acogía demandas y otorgaba vivienda o salud, sin embargo, el llamado marxismo contemporáneo tampoco supo enfrentarse, al menos en un plano teórico, a la sociedad de consumo o a la xenofobia en la clase obrera y es una vergüenza que recién ahora la historiografía marxista criolla estudie los factores culturales en el desarrollo de la sociedad contemporánea. Si al alemán Herbert Marcuse casi lo colgaron cuando le quitó la aureola al proletariado tradicional. Y en cuanto a la subjetividad, intuyo un “sentido común” neoliberal muy arraigado en gran parte de la población que parte de nuestra academia no quiere-o se niega-ver. Por otro lado, hay mucha gente de mi edad que juran que Chile es Noruega o que Maipú es una comuna de ‘clase media’, entre ellos más de algún estudiante universitario que va a marchar por una “educación de calidad”. A veces pienso que los chilenos a ratos padecemos de un grado de esquizofrenia.
[Tomado de http://www.elciudadano.cl/2016/01/23/250693/entre-centros-culturales-fiestas-y-sindicatos-los-anarquistas-a-comienzos-del-siglo-xx-en-chile.]
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