Roberto Jaramillo, S.J.
El texto de Paris comenzará a fungir
a partir de 2023 cuando substituya el Protocolo de Kyoto, después del fracaso
de las negociaciones hace seis años en Copenhagen. Desde ese entonces estudios
científicos ha confirmado que los impactos del cambio climático son no sólo un
problema para las generaciones futuras, sino que se sienten ya en todo el
mundo: tanto en países ricos y poderosos, como en países y comunidades pobres y
deprimidas. En ese sentido los acuerdos de la semana pasada son fruto de un
delicado equilibrio aceptado por todos los negociadores: desde los pequeños
estados insulares hasta las grandes naciones industrializadas.
Antes de los diálogos en París, ya
185 naciones habían decidido hacer públicos los detalles sobre planes
nacionales de reducción de emisiones de carbono entre 2025 y 2030. Durante la
reunión en París, Venezuela se unió a ese grupo sumando 186 naciones entre las
195 allí presentes. Sin embargo, al mismo tiempo que se asumió el compromiso de
que estas 186 naciones hagan públicos sus planes de reducción GEI 2025-2030, la
COP21 no decidió mecanismo legal ninguno para definir el cómo (mecanismos) y el
cuánto (límites y objetivos) de esas reducciones, contentándose con un sistema
de “name-and-shame” que se espera presiones los resultados nacionales.
El texto invita, también, a los
países industrializados a crear en un fondo de USD $ 100.000 millones de
dólares “como mínimo” que será transferido a los países en desarrollo
a partir de 2020; una cifra que, según el texto, será revisada “a más
tardar” en 2025. Las potencias emergentes podrán sumarse también en sus
contribuciones de forma voluntaria, como ya ha empezado a hacerlo China. Nadie
duda que esos USD $ 100.000 millones son “un punto de partida valioso”,
pero sigue siendo menos del 8% del gasto militar anual del mundo.
Además de establecer ese fondo el
acuerdo de la COP21 formaliza un mecanismo establecido hace dos años para
reembolsar daños causados por el cambio climático y define un objetivo a largo
plazo, que fue determinado como: el balance entre las emisiones y las capturas
de gases de efecto invernadero entre 2050 y 2100. Esta, que sería la meta más
ambiciosa para salvar la vida en el planeta queda pospuesta para la segunda
parte del siglo (¡!): lograr un equilibrio total entre las emisiones de gases
de efecto invernadero y las acciones para contrarrestarlas.
Y aquí entramos en el campo de
aquellos que se declaran decepcionados por lo alcanzado. Para los críticos del
fruto de la COP21, los pactos o acuerdos declarados no cuenta con las
herramientas jurídicas necesarias para luchar contra el calentamiento global.
Es una conferencia más, con muchas declaraciones y pocos resultados, que no
comprendió que para salvar la vida en el planeta no sólo se necesita hacer
otras muchas cosas, sino que se necesita hacer las cosas de otra manera. La
COP21 no entendió que lo que se requiere es un cambio de modelo de desarrollo
que promueva y exija la utilización de energías renovables, mantenga vivos por
lo menos el 80% de los recursos fósiles actuales, y frene el extractivismo en
todos sus frentes (entre otras medidas).
En ese sentido los “acuerdos”
alcanzados en 14 días de negociaciones se ajustan perfectamente a los criterios
usados en anteriores conferencias: mercantilizar los recursos naturales y el
clima, proponiendo "falsas soluciones" como el aumento de mercados de
carbono, la compensación por emisiones producidas y el manejo de cuotas
arbitrariamente decidas que favorecen la especulación frente a los esfuerzos
reales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Se ha optado
por hacer un poco más de lo mismo mediante la adaptación y la mitigación
de efectos, contando con el auxilio de la ciencia y de transferencias tecnológicas,
y con promesas de financiación y de capacitación a los que están en vía de
asumir ESTE tipo de desarrollo.
La meta fundamental de la
descarbonización de la economía (que implica no compensar sino ajustar a cero
la producción de gases de efecto invernadero – “carbono neutralidad”; pasando
eventualmente a retirar GEI de la atmósfera) ha acabado en una vaga referencia
a la necesidad de alcanzar el pico de emisiones “lo antes posible“ y
conseguir un “equilibrio entre las emisiones antropogénicas y las fuentes y
absorciones por sumideros de los gases de efecto invernadero“. Una vez más
se reducen los tratados y negociaciones a hacer a una fórmula compensatoria que
no asegura su reducción substancial mediante un cambio en la forma de producir
y de consumir.
Los textos nada dicen tampoco sobre
las emisiones generadas por el transporte aéreo y marítimo, sobre la grande
industria extractiva de recursos naturales, sobre el fracking, las arenas
bituminosas, y tampoco dicen nada sobre la importancia de la desinversión en
combustibles fósiles. Elementos claves, mencionados insistentemente en la
encíclica del papa Francisco, como la justicia climática, los derechos de la
creación, las cuestiones de género, los refugiados climáticos, la
responsabilidad de la casa común, la participación decidida y fundamental de la
sociedad civil y sus movimientos, la financierización de la naturaleza, etc.,
son puntos que han quedado fuera del texto final.
Muchos activistas e incluso el
secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, dijeron que esperaban
que este acuerdo y su aprobación enviará una fuerte señal al sector privado y
los mercados que trabajan en el sector energético, para que dejaran los
combustibles fósiles e invirtieran en renovables. Este es, a largo plazo, uno
de los mayores logros de la COP21.
La COP21 ha terminado bajo el signo
de la ambigüedad que caracteriza los textos de acuerdos políticos. No es un
texto perfecto ni se anuncian grandes cambios en el futuro inmediato, pero el
éxito de esta conferencia dependerá en buena medida de dos factores: la presión
de la comunidad internacional en las acciones de los gobiernos, y la
participación de la sociedad civil en la creación de nuevos modelos de
desarrollo que sean viables y escalables. Experiencias bien fundadas en
agroecología con esfuerzos por asegurar la soberanía alimentaria, la movilidad
sostenible, el bio-regionalismo, y la desinversión en combustibles fósiles
pondrán en evidencia, por un lado, la falta de ambición de los líderes
políticos (y la voracidad de las fuerzas económicas) y, por otro, el hecho de
que sólo un cambio en el modelo actual de producción y de consumo podrá
contribuir –a largo plazo- en la solución a los problemas del calentamiento
global.
Si quiere leer el texto oficial de
los acuerdos, siga este link.
Tomado de http://www.cpalsocial.org/1047.html
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