A nuestro entender, el escenario menos traumático de resolución de la crisis venezolana sería que, tras el despliegue de un diverso y amplio movimiento destituyente, la ciudadanía pudiera expresar su opinión sobre la continuidad o no del presidente Nicolás Maduro en el poder en el año 2016, derecho presente en la Constitución. Sin embargo, para que esta posibilidad se materialice, deben suceder varias condiciones previas.
Las elecciones ofrecen una fotografía de la realidad, nos guste o no a los abstencionistas. El primer elemento sería que en los próximos sufragios parlamentarios se cristalizara un mensaje claro de reprobación de la gestión gubernamental. A pesar que la anulación de las votaciones para el Parlamento Latinoamericano impide tener un dato de las tendencias a nivel nacional, la proporción de diputados seleccionados en uno u otro lado reflejarían el malestar. Sostenemos que los actuales esfuerzos del Ejecutivo apuntan a que la oposición alcance, a duras penas, la mayoría simple en el hemiciclo. En el supuesto que los no bolivarianos sumaran la mayoría absoluta, el tsunami interno de las fuerzas bolivarianas sería indetenible, lo cual reflejaría con claridad las tendencias y pugnas internas entre los grupos herederos del barinés. Y aunque le pese a los oposicionistas más furibundos, no hay transición posible sin la fragmentación de la cohesión endógena.
Nuestra hipótesis, por diferentes razones, es que la oposición sólo obtendrá una modesta mayoría simple en el parlamento, lo cual si bien será mostrada como una victoria sobre la “guerra económica” por el Ejecutivo, ralentizando sus disidencias internas, reordenará -como tendencia irreversible- el panorama político venezolano. La segunda precondición –estimulada por una mayoría simple o catapultada por una absoluta- sería la confrontación abierta, y despiadada como todos los odios mellizales, entre el chavismo y el madurismo. Un referendo revocatorio sólo sería posible si un sector importante de los “soy-chavista-pero-no-madurista” se incorpora decididamente en su activación, en la lógica de salvar algo del legado supremo de la “derecha endógena” en el poder.
Un tercer elemento, dramático, es la exacerbación de la crisis económica. Si esta es el gran telón de fondo, el malestar ciudadano y movimientista amenazará desbordar el pragmatismo quietista partidista, que aconseja esperar que Maduro pague todos y cada uno de los platos rotos, esperando un hipotético “mango bajito” en las nacionales del 2019. Un amplio emprendimiento destituyente podría devolver autoestima y sentido a la participación de la gente, prefigurando nuevas relaciones políticas y de contrapoder en lo que ha sido un tejido asociativo devastado por la polarización.
Otros componentes son cuánta impunidad necesitaría el sector militar para permitir una transición, lo que merecería todo un artículo de análisis. También cuánto hemos aprendido como país de la última década y media, pues el haber llegado hasta acá, como he insistido en este espacio, es mucho más profundo y complejo que haber optado, ingenuamente, por algo llamado “socialismo bolivariano”. @fanzinero
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