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lunes, 2 de noviembre de 2015

La negatividad del anarquismo


David Wieck (EE. UU.; 1921-1997)

El anarquismo es abiertamente pluralístico en el sentido de que existen muchos “filósofos” y muchas “escuelas” sin más punto común que el rechazo de la soberanía política implícito en an-arquía. Con razón el anarquismo es frecuentemente considerado como una familia de ideas relacionadas entre sí que niegan la legitimidad del Estado y que proponen su abolición. Tal punto de vista, a pesar de que muchos textos apoyándolo podrían ser citados, es estrecho, tengamos en cuenta que el anarquismo no es simplemente antiestatal; el anarquismo es, sobre todo, una idea o una teoría de la libertad. Pero las expresiones “no es simplemente” y “libertad” son indefinidas y requieren elucidación.

En este trabajo presento una opinión sobre el anarquismo, un método para comprenderlo en términos de una base común, que espero hará evidente su importancia y su significado. Es un empeño problemático que difiere mucho del estudio del pensamiento por parte de solamente un escritor anarquista. Es una tarea que exige decisiones acerca de lo que es esencial en las diversas tradiciones anarquistas, y con un riesgo considerable de que el resultado refleje más mis propias tendencias o predilecciones que el anarquismo, pasado o actual. En consecuencia el presente ensayo es más bien la expresión de mi intuición, basada principalmente en mi experiencia personal del anarquismo, que lo que es medular en él y lo que es más meritorio en el sentido de exposición sobre la sociedad humana y sobre el ser humano. En el curso de este esfuerzo reflexivo para expresar mi intuición con la mayor precisión posible he llegado a ver cierto número de puntos fundamentales de una manera completamente nueva e instructiva para mí mismo.

Mi manera de razonar será objetiva y destinada a la especulación filosófica. No obstante, deseo que quede claro, convenido, de que lo que cada individuo piensa y afirma conocer de una manera objetiva es inseparable de sus propias convicciones y de que comparto ampliamente la actitud u orientación de lo que yo identifico como anarquista.

Como digo más adelante, la perspectiva del anarquismo, considerada como una idea viva más que una posibilidad intelectual, es una perspectiva de los hombres oprimidos a cuya cólera ante la opresión que ellos y sus compañeros sufren, el anarquismo les da una voz; el objetivo del anarquismo es servir como medio para poner fin a tal opresión. Hasta qué punto le es posible al hombre conocer a fondo el significado de las condiciones de vida que no le son propias -cuestión que ha sido planteada vigorosamente por negros y por mujeres- no estoy seguro. Sea lo que sea, estoy convencido de que el anarquismo puede ser significativo solamente si tiene un sentido concreto de la “realidad social” -temo no conocer un término más apropiado- de la que ha surgido.

I. La Idea Anarquista

Para una concepción preliminar del anarquismo y de lo que yo entiendo como base común del mismo, la comparación y contraste del papel desempeñado por las “ideas” y la “ideología” en la historia del socialismo y del anarquismo ofrece un enfoque apropiado, menos tortuoso de lo que parece a primera vista.
Al anarquismo se le denomina a menudo como ideología, y teniendo en cuenta los diversos significados de un término que cada uno define a su manera, la caracterización sería correcta aunque no muy ilustrativa. Yo prefiero definir la ideología, en el espíritu de Marx y de Mannheim, como un sistema de creencia apriorístico y racional que sirve para justificar y mixtificar en su nombre el dominio y el poder de algún grupo social o complejo institucional. (Mi definición comprende ideologías transcendentales, o sea, tanto teología como ideologías sociales). Aunque yo opino que la misma posee una utilidad teórica mucho más amplia, el lector es libre de considerar tal definición, que tendrá una función temática en mi discusión, como un medio destinado a hacer útiles distinciones para poner en claro la condición del anarquismo.

El socialismo, antes de Marx, expresaba un ideal incompletamente determinado y abstracto que se podría describir aproximadamente como la abolición de la propiedad burguesa, de la explotación económica, de la división de clases, vindicación de la dignidad del trabajo e institución de la producción para su uso. 

Filosóficamente y considerándolo como una ciencia social, Marx intento crear en el socialismo una teoría de método y una justificación para sus objetivos. Subsecuentemente en las variantes, históricamente importantes, del socialismo, la “teoría marxista” o, acaso más exactamente, la filosofía y metodología de Engels, convenientemente definidas, se convirtieron en una verdad doctrinal: en primer lugar en la Social-democracia alemana y en el DeLeonismo americano, y luego en el Leninismo y sus derivados. “Ortodoxia”, “desviación”, “revisionismo” y el resto de un vocabulario de un rígido sistema de estilo teológico, reforzado por un partido centralizado, serial de transición. Ésta última etapa del marxismo, estos sistemas de verdad, son plenamente ideológicos en el sentido de la definición dada más arriba.

(Que los diversos marxismos que forman parte de la escena mundial histórica son sistemas de creencia apriorísticos que reposan sobre fundamentos definitivos es un hecho ampliamente reconocido en los ejemplos leninistas. Si es menos común considerar al leninismo como justificando o mixtificando en nombre de un grupo social dominante es debido a que, bajo el punto de vista burgués, también ideológico, se parece a una fe dedicada en ganar prosélitos. Yo considero su función primordial como una justificación del dominio de los dirigentes del partido sobre sus miembros, del dominio, presente o futuro, del partido sobre las masas, y del dominio del Estado, controlado por el partido, sobre la sociedad y de la mitificación del pueblo. Es así que el marxismo leninismo resulta ser una ideología de dominio estatal que se funde -se apropia o quizás es apropiada por ellas- con las ideologías de nacionalismo. La socialdemocracia, naturalmente, se acomoda con la ideología capitalista).

En contraste, el anarquismo, aunque no enteramente libre de tendencia ideológica, nunca ha sido dominado o delimitado por las teorías de sus defensores filosóficos o científicos. Los anarquistas partidarios de una unificación doctrinal, usualmente con el tiempo se han afiliado a partidos marxistas, así como los que abogan (a menudo las mismas personas) por organizaciones, con estructuras de partidos, destinadas a guiar y dirigir los movimientos populares de la revolución social. En la creencia anarquista es fundamental que ningún individuo, ninguna teoría, ningún proceso histórico, está situado más alto que uno mismo, y que la vida no cede primacía al pensamiento abstracto de ella misma. En consecuencia el legado más significante se encuentra en ciertos valores y especialmente en principios, en la vida de personas ejemplares y heroicas y en experiencias extraordinarias. Resolución y acción, conocimiento de los propios deseos y objetivos es lo que importa; lo que significa que las acusaciones marxistas de voluntarismo no calumnian al anarquismo.

La clasificación de Mannheim acerca del anarquismo, al que califica de utópico mas que ideológico -porque el anarquismo trata de romper y no de sostener el presente social- es hasta cierto punto recomendable pero no suficientemente precisa e incluso perjudicial tanto más que para Mannheim “utópico” (lo mismo que “ideológico”) era un término de contraste a los métodos realistas del socio cientificismo liberal.
Al anarquismo, no ideológico y anterior a la filosofía y a la ciencia, se le puede calificar, aunque con algún embarazo semántica, de Idea: un lenguaje familiar a algunos anarquistas, sobre todo a los de la tradición española e italiana.

La calificación como Idea sitúa al anarquismo en esa constelación o cosmos de Ideas, semejantes en espíritu la una de la otra, aunque no del todo plenamente concordantes, que alcanzaran mayor significado en el siglo XVIII y principios del XIX en Europa y en las Américas: Ideas de socialismo, razón, libertad, igualdad, democracia, humanidad, progreso, historia, nación. Algunas de dichas ideas, tales como el anarquismo y el socialismo, expresaban directamente ideas sociales; algunas, entre ellas socialismo y la idea de nación, igualmente fatalistas, se convirtieron en la fuente de ideologías posteriores. Carecemos de un nombre concreto para tal sistema del pensamiento pre-ideológico, acaso idealístico sea el más adecuado, pero empleado en un sentido que sea pre-filosófico y discontinuo del idealismo filosófico.

(El significado de Idea en este caso no es el que Hegel le diera sino el modo de pensar posterior que él mismo intento comprender y apropiar. Hegel reprocha las ideas “abstractas” en el curso de la Revolución Francesa, sin darse cuenta o prefiriendo no ver que, aun siendo empleadas, sin duda alguna, como abstracciones manipuladas, ideológicamente, por los detentores del nuevo poder, eran bastante significativas y concretas para el pobre y el oprimido)
Una idea como el anarquismo, tal como yo lo concibo, es un pensamiento, una convicción, un deseo, un objetivo, una visión de vida, cuya naturaleza es una insistencia para que sea realizada y cuyo significado completo se pondrá de manifiesto solamente cuando se realice. El anarquismo expresa una potencialidad del ser humano, reconocible por seres humanos y digno de ser considerado como un objetivo que en conjunto se esfuerzan en consumar. El anarquismo existe en (y a título de) movimientos sociales, en movimientos intelectuales y en las vidas, acciones y experiencias de las personas. Tiene fundamento en el presente social; tiene objetividad y posible realidad como objetivo social. Aunque capaz de articulación, el anarquismo no es esencialmente conceptual y ciertamente no es racionalista. En su núcleo, como materia prima, como fuente material hallamos sentimientos - sentimientos acerca de las relaciones entre seres humanos, acerca de la identidad y del valor, acerca de los seres humanos mismos.

Al calificar al anarquismo de idea, quiero insistir específicamente en que no es doctrinal; que siempre ha sido “comprendido” más que definido; que da significado compartido a hondos anhelos; que indica un objetivo ideal para un movimiento social, compuesto de seres humanos que en la practica contradicen a menudo sus ideales; que expresa “alguna cosa” que es anticipación de su objetivo de lucha; que sirve como objeto de fe, como terreno de solidaridad y ayuda mutua; que ha sido enriquecido pero no esencialmente transformado por especulaciones y argumentos razonados; y que se ha mantenido constante e intensamente en contacto con sus ideales originales.
De ningún modo dicho anarquismo significa torpeza, irracionalismo o actitud antiintelectual - una falsa interpretación común en el movimiento juvenil radical de los años 60, posiblemente reflejando confusión (en mi terminología) entre ideas e ideología. Al contrario, auto-educación, pensamiento consciente y discusión profunda sobre el significado y la consecuencia de las propias ideas básicas están implícitos en “la idea anarquista” y fueron la norma y frecuentemente la práctica de los movimientos anarquistas tradicionales. Decir que dicha idea es el pensamiento en busca de su realización equivale a decir que exige un máximo de inventiva social y de imaginación práctica, y requiere que cada uno sepa bien lo que desea. Es lo opuesto a la obediencia a las ideas abstractas de la vida y a la acción inadvertida por el pensamiento. Es éste el anarquismo, y no el anarquismo de uno u otro “teórico”, cuyo significado voy a intentar exponer.

El hecho de que el anarquismo en cuestión ha seguido siendo una idea enraizada en sentimientos no quiere decir que dicha idea carezca de historia
o evolución; aunque en el presente trabajo no voy a intentar el tratar tal desarrollo.

II. Anarquismo

Teniendo presente la precedente concepción formal del anarquismo, presento ahora una exposición de su contenido.
El tema de soberanía política será el punto de salida, a condición de adoptar el amplio sentido de “política” empleado por los feministas contemporáneos que al hablar de política sexual han puesto de relieve un número considerable de políticas.

(“El termino 'política' se referirá a las relaciones basadas en la estructura del poder, disposiciones por las cuales un grupo de personas es controlado por otro grupo. Entre paréntesis se puede añadir que aunque una política ideal podría ser concebida como organización de vida humana basada en principios concordantes y racionales de donde la completa noción del poder sobre otros tendría que ser suprimida, hemos de confesar que eso no es lo que constituye la política tal como la conocemos, y es a eso a lo que debemos atenernos.” Kate Millett, Sexual Politics, N.Y.: Doubleday, 1970, pp. 23-24).
Basándonos en tal modelo podemos concebir una política de producción y de consumo, una política de educación, una política de raza, una política de religión, una política de arte, una política de edad - y una política de cada esfera social, incluyendo la política convencional, en la que un grupo, clase
o casta domina a los demás, o en la que un complejo institucional rige la vida de los hombres. En muchas de estas esferas, lemas intercambiables de “libertad” y “liberación”, así como lemas más problemáticos de “poder” han sido erigidos.
También existe, como se puede esperar, una política de liberación - una política de estructuras de poder, manifestadas o disimuladas, que controlan particulares movimientos de liberación.

Tengamos pues presente una panoplia de relaciones, entre ellas, amos y esclavos, gobernantes y gobernados, propietarios y desposeídos, patrones y empleados, hombres y mujeres, maestros y estudiantes, viejos y jóvenes (y jóvenes y viejos), razas dominantes y razas subyugadas, dirigentes de partido y simples afiliados, burócratas y clientes, líderes sindicalistas y cotizantes, jefes militares y sus tropas, (y para ciertos puntos de vista: Dios y el ser humano), naciones imperiales y pueblos sujetos, liberadores y aquellos a los que se proponen liberar. Con respecto a cada una de las relaciones de poder se puede identificar una ideología distintiva, a veces formalmente articulada, aunque raramente con la minuciosidad del leninismo ortodoxo; a veces de una manera primitiva; otras veces, parasitaria.
El anarquismo puede ser comprendido como la idea social y política genérica que expresa la negación de todo poder, soberanía, dominación y división jerárquica, y una firme voluntad para obtener la disolución de éstas; y además expresa rechazo de todos los conceptos divisores que basados en la Naturaleza, Razón, Historia, Dios u otro motivo divide a la sociedad en los que dominan y los subyugados. El anarquismo significa mucho más que antiestatismo, pero el gobierno (el Estado) se atribuye la soberanía extrema y en consecuencia el derecho de poner fuera de la ley o de legitimar soberanías particulares; y siendo sostenido, por razones egoístas, por los económicamente privilegiados, el Estado se encuentra en el centro de la maraña del dominio social y es lógicamente el blanco de la crítica anarquista. El anarquismo es apolítico en un sentido completo y en consecuencia el abstencionismo electoral y parlamentario es un símbolo apropiado.

La relación entre la “idea” anarquista y mi definición del término “ideología” es ahora obvio: una relación justificada por la aptitud de la perspectiva anarquista en la apreciación de la explotación de las ideas por el poder, un proyecto al que el marxismo contribuye poderosamente pero que al mismo tiempo su propio interés por el poder traiciona. En lo que se refiere al Estado, la filosofía tradicional política, sobre todo en la época del Estado-nación, ha proporcionado un soporte ideológico constante.

El anarquismo es, pues, la filosofía social y política que se propone la erradicación de todas las divisiones entre los poderosos (políticos) y los desposeídos, la disolución y no la redistribución del poder, y la abolición de la identidad de gobernante y sujeto, líder y seguidor, culto e ignorante, superior e inferior, señor y criado, humano e inhumano. Si el ideal anarquista se realizara, todos los hombres en su individualidad única se relacionarían entre sí en múltiples sociedades no estratificadas, escogidas voluntaria y libremente. Hoy, individualidad significa, casi invariablemente, afiliación a una élite, clase o casta, en oposición a masa, y cada uno es definido según su afiliación. Tal individualidad no es auténtica porque no es propiamente individual. 

Lo que hoy se considera socialización no es más que una política estabilizada, de preferencia sin fricción, a la que el subordinado asiente. El objetivo del anarquismo es un individualismo universal y genuino y una completa socialización sobreponiéndose a su antítesis por, precisamente, la eliminación de deformadores contextos de poder. Entonces todos los hombres serían políticamente iguales, no en el sentido de igualdad de poder o forzosamente de posesiones, sino en el sentido de que nadie, ni grupo ni institución gobernaría, controlaría o tomaría decisiones por otro. Existiría la sociedad pero no la política.

Individualismo (unicidad) y socialización de la existencia humana, así interpretadas, pueden identificarse como valores básicos del anarquismo, valores que a su vez describen la libertad social. La Justicia ya no será definida en términos de distribución, o de los derechos que pre-supone soberanía, y de ningún modo por legitimidad. Si esclavitud se toma, como metáfora, por dominación, aplicable literalmente, o casi, a muchas de sus formas, la justicia y la injusticia de las instituciones pueden ser definidas en términos de “esclavitud”: en consecuencia una institución es injusta siempre y cuando las personas implicadas en ella son los “esclavos” de otras. Por muy benigna y altruísticamente intencionada que sea, la “esclavitud” viola al ser humano sistemáticamente y esencialmente, y eso no puede mejorar su condición. El “amo”, naturalmente, piensa de otra manera, consecuente con sus ideologías.

Evidentemente, luchar por la total abolición de toda clase de esclavitud no es la única respuesta posible a su reconocimiento: si así fuera no habrían ni liberalismos ni marxismo, y los anarquistas estarían en todas partes. 

Si uno está convencido de que la abolición es imposible, puede escoger entre mitigar, reformar o cambiar sistemas de poder; sin mermar el valor de la libertad, no se puede esperar obtener más que una realización marginal y esporádica de la misma. Con la excepción de observaciones incidentales, voy a evitar la discusión del espíritu práctico y de los problemas filosóficos concernientes al juicio del mismo, problemas que son particularmente difíciles porque la generalización de las actitudes anarquistas hacia instituciones puede tener resultados significativos, dentro de los valores anarquistas, incluso si el objetivo ideal no fuera nunca acortado. Me limitaré en intentar exponer el significado de la Idea anarquista, un proyecto anterior a los juicios acerca del sentido práctico y necesario, creo yo, porque el grado en que la perspectiva anarquista reestructura la percepción y anticipación del ser humano, de la sociedad y de la historia ha sido pocas veces apreciado suficientemente.

(Algunas veces las características del anarquismo discutidas en el presente trabajo han sido calificadas por anarquistas, y por otros, de antiautoritarismo. Dicha definición no es muy precisa, en primer lugar porque el antiautoritarismo es profesado por numerosos y diversos grupos políticos; en segundo lugar porque hay formas de autoridad que no representan poder sobre las personas; y finalmente porque autoridad es a lo que el poder pretende y lo que su ideología reclama; y aún por muchas otras razones. La autoridad que es específica y voluntariamente delegada no representa poder sobre las personas, aunque pueda más tarde convertirse en ello. Reconocimiento de la autoridad de competencia técnica no es sumisión al poder a menos que a los que son técnicamente competentes no se les permita determinar fines a la vez que medios, o determinar medios de manera que éstos determinen los fines. La autoridad de cada individuo en su propia esfera de actividad es una manera de proclamar la libertad del individuo mismo. El análisis de la autoridad para distinguir la genuina de la adulterada, ha faltado en la literatura anarquista; el problema ha sido tratado objetivamente por Giovanni Baldelli en su libro Social Anarquismo, N.Y.: Atherton Press, 1971, libro que ha resultado ser muy instructivo para mí).

III. Anarquismo y Marxismo

Los familiarizados con los primeros tiempos de Marx podrían sugerir que acabo de describir al marxismo incorrupto. El asunto es digno de ser considerado, sea por su propio mérito -ya que opino que marxismo y anarquismo representan verdaderas alternativas básicas- sea para poner en relieve otras importantes dimensiones de la Idea anarquista, especialmente su temporalidad.

Marx puede ser calificado de anarquista filosófico dando a dicha expresión el significado de que la anarquía, como ideal no tiene asidero hoy. El conflicto entre Marx y los anarquistas en la Primera International muestra claramente que Marx no compartía, tanto en práctica orgánica como en programa revolucionario, la negatividad anarquista frente al poder. Marx exigía control de la organización central sobre las secciones; insistía en la unidad programática, para reforzar la conveniencia en la confianza en las élites dirigentes; Marx destruyó la International antes que permitir que ésta se convirtiera en una asociación de solidaridad diversificada; rechazó enfáticamente la tesis anarquista de que la abolición del Estado fuera un objetivo importante por el momento. La crítica anarquista del marxismo, además de identificar erróneamente a Marx con el materialismo dialéctico posterior, a veces exagera al personaje histórico Karl Marx, pero aparte de presagiar la práctica política e ideológica del socialismo futuro, incluyendo los monolitos leninistas, su conducta refleja el propio concepto de poder y de libertad.
Algunas veces (pero no muy frecuentemente) los ideales afirmados en el marxismo pueden no estar significativamente opuestos a los del anarquismo; pero en cuanto al tiempo entre el presente y, en el marxismo, la eventual realización del ideal, existe una variante sistemática. Para Marx así como para el marxismo, la no existencia del poder es algo que no existe sino más allá de la historia, mientras que para los anarquistas dicha situación existe en la historia, en el presente, inherente en las posibilidades del presente.

Como ya hemos señalado, el anarquismo expone una crítica de la política de la liberación misma, una crítica que solo unos pocos marxistas han intentado. Básica al marxismo es la opinión que el poder económico es la llave de la liberación de la cual el poder del partido, el poder del gobierno, y el poder de una clase específica son (o están destinados a ser) instrumentos. Básica al anarquismo es la opinión opuesta de que la abolición del dominio y de la tiranía depende de su negación, en el pensamiento, y, cuando sea posible, en la acción, en toda forma y en toda etapa, progresivamente, por todo individuo o grupo, en movimientos de liberación o en otros medios, sea cual sea el estado de conciencia de enteras clases sociales. En consecuencia, los anarquistas ven en el marxismo una ilusión de liberación y la creación de nuevas estructuras de poder que incesantemente retrasan la liberación y anulan las liberaciones espontáneas brevemente toleradas. Correlativamente, en la opinión de los anarquistas, las opciones y las acciones de los individuos son importantes para éstos, para su medio y para todos nosotros; en la opinión de los marxistas, sólo las acciones colectivas tienen un significado real (según la interpretación de Marx sobre la famosa tesis de Feuerbach sobre el individuo).
Congruentemente con la teoría, las estrategias de los movimientos marxistas han sido estrategias destinadas a la conquista y al uso del poder, estrategias de afirmación de política. En todo país gobernado por marxistas, la política básica, o sea la estructura básica del Estado ha sido perpetuada, o en caso de que el Estado haya sido hundido, éste ha sido reinstalado y revivificado, un hecho que refuerza la afirmación de que el anarquismo es la única filosofía social que ofrece una alternativa a la política del poder. (La crítica anarquista de los diversos liberalismos, no necesita ser explicada con detalle).
En vista de lo que precede, ciertas polémicas marxistas familiares contra el anarquismo pueden ser replicadas por pasiva: el resultado también es polémico pero ciertamente no injusto. Más que el anarquismo, acaso sea el marxismo, con su visión de transcendencia post histórica, el que resulte ser apocalíptico y utópico. Es el anarquismo, más que el marxismo, el que puede ser capaz de sostener un concepto de genuina dialéctica social, porque la teoría marxista de superestructura y primacía de las fuerzas económicas impersonales inhibe, si no excluye completamente, la presencia de una continua interacción entre los diversos campos de política y liberación. Acaso sea el anarquismo el que implica la más completa inspección del ser humano, porque al hacerlo no recurre a la abstracción oscura y lo hace al margen de la psicología y la sociología del poder, tan en boga hoy. Quizá no sea el anarquismo sino el marxismo, con su centrismo económico y su dialéctica de control de la tecnología y de la propiedad, el que es simplista e ingenuo.

En la sección que sigue desarrollaremos parte del significado de la tesis expuesta más arriba.

IV. La Actualidad del Anarquismo

El reciente crecimiento de interés por el anarquismo, y la tendencia por parte de algunos marxistas norteamericanos y europeos occidentales en revisar al marxismo encaminándolo por cauces libertarios, permite una explicación en los términos de la presente discusión.

Primero, el anarquismo es la expresión natural genérica de muchos movimientos de liberación, incluyendo algunos que han emérgido con cierto vigor sólo recientemente. A título de idea genérica, el anarquismo implica tales liberaciones; a su vez la mayor parte de argumentos contra las relaciones particulares de poder y dominio tienden a generalizarse hacia la posición anarquista. Por consiguiente no ha sido simplemente la conciencia de la extensión, en el siglo veinte, del Estado poder lo que ha dado al anarquismo contemporáneo cierta pertinencia, tanto para la juventud radical como para varios intelectuales y filósofos sociales.

Segundo, el anarquismo hace más que unificar los abundantes temas de liberación. Para los que sospechan que es en el poder más que en la riqueza en donde se halla la raíz de la opresión, y que el poder puede ser el concepto más comprensivo, el anarquismo ofrece un medio de explicación. Generalmente los marxistas han derivado el racismo del interés de las clases acomodadas en dividir a la masa del pueblo y oponer a unos contra otros; no es necesario negar a dicha interpretación toda su validez para comprender que la psicología de dominio social o étnico, siendo el dominio el motivo principal, puede representar un tema más profundo. Es difícil, en vista de las acciones imperialistas del estado ruso, atribuir el imperialismo y las guerras primarias a condiciones económicas y de beneficio. En muchas otras esferas, incluyendo la esfera de “liberación”, podemos ver cómo el poder es codiciado por motivos más profundos que los pertinentes a la teoría centrada en la situación económica; mientras que una teoría centrada en el poder es capaz de explicar también la aparente intensidad irracional de la conducta adquisitiva.

Tercero, es de más en más palmario que hablar de la “clase gobernante” en la época presente es totalmente inadecuado. Nacional e internacionalmente, la economía política de distribución capitalista es exponente de la desproporción de riqueza y de pobreza pero ahora el poder es corporativo y burocrático, incluso dicha declaración es insuficiente, y expresiones tales como “complejo militar industrial” parecen ineluctablemente aptas. Individuos y grupos se encuentran frente a elaboradas estructuras de poder, nacional y transnacional, y su propio pensamiento, aun en elevados niveles de privilegio, ha de ser un sentimiento de impotencia, desamparo, inseguridad. La “clase” que gobierna no es exactamente una clase de personas sino, más probablemente, un complejo institucional cuyos técnicos administrativos y directivos trabajan -podemos afirmar apenas exagerando- en tareas de descripción ocupacional. Incluso si definimos a dicho personal, junto con individuos y familias que más beneficio extraen de la sociedad, como la “clase gobernante”, no deja de ser, tanto en los EE.UU. como en la U.R.S.S., un poder impersonal con figuras decorativas reemplazables. Las exigencias del poder de los Estados Unidos de la década del 70 expresan un sentido de la problemática central de la sociedad contemporánea en general, no solamente americana: la abstracción del poder de las personas, en forma de “sociedad burocrática”, “sociedad dirigente” etc. El anarquismo se manifiesta más pertinente cuando el poder, no tal o cual grupo de personas, se revela como la verdad de la nación-estado así como del capitalismo internacional y del socialismo nacionalista, y cuando el poder más que la riqueza es la imagen básica del éxito como modelo único digno de emulación.

Cuarto, de diversas fuentes se han motivado razones para creer que cualquier teoría que halle el secreto de la liberación humana en algo tan específico como es la política de la propiedad, no tiene en cuenta la interdependencia existente entre las diversas liberaciones. Cada tipo de dominio y de poder refuerza a otros tipos, directamente, de manera que podría ser trazado sociológicamente, indirectamente, al inducir y engendrar hábitos de autoridad o de sumisión, o ambos a la vez. Los niños pertenecientes a familias jerarquizadas o educados en escuelas basadas en rígidas estructuras jerárquicas, se beneficiarían en grado sumo si tuvieran la posibilidad, gracias a nuevas experiencias que contrarrestaran las experiencias anteriormente vividas, en reafirmarse a sí mismos en situaciones no basadas en estructuras de poder, o relacionarse libre y responsablemente de persona a persona, o resistir al poder racionalmente en lugar de breves rebeliones. Solidaridad entre grupos supuestamente antagónicos para oponerse a las demandas de la base -como por ejemplo la solidaridad entre dirigentes sindicalistas y directores de empresa, para mencionar un caso típico- contrasta enormemente con la normal y contraproducente falta de solidaridad, y a menudo mutua hostilidad, entre grupos oprimidos de diferentes categorías. A medida que nos introducimos más profundamente en un mundo de dirección institucional de la existencia humana, y que nos acercamos, si no lo hemos alcanzado ya, a un punto del que no se puede regresar, las cuestiones de liberación se manifiestan, más y más, como un único problema de multiforme liberación humana.

Quinto, la interdependencia de las múltiples liberaciones sugiere que la liberación humana debe ser un proceso continuo y que el método anarquista de intentar transformar cualitativamente la condición del individuo y de crear esferas de libertad, aunque eso no pueda afectar amplias instituciones de propiedad y de gobierno directamente, puede representar una parte necesaria y significativa del proceso multidimensional de liberación en el cual muchos son activos en distintas y particulares maneras. Lo arriba mencionado puede ser expresado declarando que el anarquismo propone una realización continua de la libertad en la vida de todos y de cada uno, tanto por sus intrínsecos valores inmediatos como por sus efectos más remotos, éstos impronosticables debido a que dependen del comportamiento imprevisible de personas no conocidas y de procesos históricos impersonales.

De todas maneras, el anarquismo sigue siendo un sistema extraordinariamente difícil de ser adoptado, si no es “filosóficamente”, eso es, intelectualmente, pues presupone una severa exigencia dialéctica; que las personas imaginen y encuentren medios de superar una condición de impotencia y futilidad objetiva y subjetiva, no en busca del poder o planeando su captura, o argumentando con el poder mismo, o actitudes similares que son los métodos de la política y los que los hombres emplean para enfrentarse con las opresiones, frustraciones y sentimientos cotidianos, sino negando el poder absoluto y escogiendo la impotencia. (Lo que no quiere decir que dicha actitud implique pasividad o falta de militancia. Anarquismo y Taoísmo tienen mucho en común, aunque el anarquismo no es simplemente un medio para alcanzar la salvación per­sonal). La exigencia es severa, dado que, en los Estados Unidos como ejemplo específico, las ideas no orientadas hacia el poder están prácticamente excluidas de la sociedad; dada una ética prevalente que permite al individuo hacer lo que desee a condición de que nadie sea perjudicado muy directamente; dado que auténticos modelos de libertad, individualismo y cooperación libre son raros; dado el pesimismo superfi­cial pero maligno con respecto al ser humano; dado el complejo de jerarquías que se trasladan de manera que sólo un escaso número de perso­nas son relativamente superiores a otras institucionalmente inferiores; dada la tecnología de comunicaciones que provee un permanente circo político para el divertimiento y mixtificación de los ciudadanos; dado el alcance, odio, miedo y envidia que se esparce por la nación. A pesar de que los movimientos de jóvenes radicales de finales de la década de los años sesenta en los EE.UU. mostraban tantos temas familiares al anarquismo al punto que el “Movimiento” pudiera ser descrito como protoanarquista, una posible interpretación de su fracaso es que expectaciones de poder (generalmente in-admitidas y a menudo mágicas) incluso de poder ocasional, no llegaron a realizarse. Los neo-marxismos, que conservan una afirmación básica del poder y una visión tranquilizadora del poder a través de la historia, mientras procuran calificarse a sí mismos incorporando temas libertarios, presentan menos exigencias de carácter psicológico y ético.

Que, en una sociedad (o mundo) en donde la realidad y la idea del poder son ubicuos, el anarquismo, en el sentido de liberación genérica, puede tener un significado distinto al del método de vida para un reducido número de personas; parecería depender de la posibilidad que la trascendencia del poder, es decir, de la libertad íntegra, fuera concretamente imaginable y concretamente concebible por muchas personas como la resolución y la liquidación de la polaridad entre el poder y la negación del mismo. Puesto que tal conciencia nunca ha sido realizada en una amplia escala social, con la excepción parcial de cierto período en España, su potencialidad nunca ha sido puesta a prueba. Pero la elección de la negación del poder, la elección de ir con las víctimas y no con los poderosos, y aun más, la elección de rechazar tal definición de opciones, es una escogencia abierta a toda persona a título de elección perpetua, y sus significados intrínsecos no son invalidados ni por lo que los demás han elegido ni por los veredictos de la historia.

V. Ética Anarquista

a. Principio Anarquista
He ahí algunas implicaciones, bajo un punto de vista anarquista, acerca del poder y de la liberación.

En teorías justificadoras del anarquismo se halla una variedad confusa de argumentos éticos, variedad atribuible en parte, pero no enteramente, al deseo de los autores en hacer sobresalir sea el tema de la individualidad, sea el de la sociabilidad. No obstante, en los diversos movimientos anarquistas y en la vida de los anarquistas se encuentra algo más simple, un realce consistente sobre principios y acción basada en principios. Es ahí, opino, donde se halla la clave de los significados éticos del anarquismo.

Para la burguesía, los principios anarquistas significan fanatismo; para los marxistas, una inadaptabilidad irrealista e irresponsable ante la circunstancia objetiva y la necesidad histórica. Por “principio”, los anarquistas se abstienen de participar en las elecciones, se niegan formar o apoyar partidos políticos u organizaciones similares, rechazan la idea de solicitar o aceptar la ayuda del gobierno para alcanzar objetivos inmediatos, no aceptan posiciones de poder, se enfrentan y buscan la caída de toda clase de Estados tanto de carácter liberal como abiertamente tiránicos, se oponen a toda clase de guerras y a la participación en el servicio militar, rechazan el casamiento civil o religioso, etc. Los anarquistas no reconocen leyes, tribunales ni la autoridad de la policía y rechazan ser defendidos por los procedimientos legales en vigor. Los anarquistas adoptan un principio de acción directa (eso es, personal, sin mediadores), un principio de solidaridad, un principio de responsabilidad personal. En general la palabra “compromiso” significa para los anarquistas compromiso de principios, y se emplea solamente dándole un significado peyorativo. La conclusión es, inevitablemente, que tal “inflexibilidad” es de algún modo intrínseca al anarquismo.

La acción basada en el principio tiene muy diferentes significados en diferentes contextos. En el contexto anarquista, esos varios principios, ese apego al principio, esa ética y política de principio estricto (pero no absoluto), todo eso se hace inteligible y coherente cuando dichos principios se refieren a un solo principio,que nadie debe someterse ni ejercer el poder sobre los demás, colectivamente o individualmente, con la creencia correlativa de que la caída del poder depende de la acción de tal principio. Interpretándola así, la negación del poder puede ser descrita como el principio de los principios de la acción anarquista: al fin acaso sea, o debería ser concebido, como el único principio.

(Es importante señalar que los principios arriba mencionados son, todos ellos, principios negativos. Es evidente que requieren el suplemento de acciones alternativas concretas, ajustadas a las circunstancias, pues todo movimiento anarquista que sólo tenga en cuenta sus principios negativos es un movimiento en decadencia).

Creo que el principio anarquista central será comprendido mejor con ciertas ideas más generales indicadas más arriba en la sección II: que el individuo es la realidad básica social; que el consentimiento voluntario individual es la base de cooperación (“dar la palabra”, en los movimientos anarquistas tradicionales, es el lazo que une); que cada individuo, sin excepción, es responsable de sus acciones; que la libertad social depende de la autodisciplina de cada uno; y que la arrogación de poder o la sumisión al mismo, en cualquier esfera de la actividad humana, es una negación de la realidad fundamental de los individuos, una negación intrínsecamente incapaz de compensación por otras clases de consideraciones. No dudo en argüir que esas ideas son esencialmente, aunque no formalmente, recíprocas. (El argumento resultaría difícil y acaso se convertiría en una explicación de “individuo como realidad básica social”. Me limitaré solamente en decir que la “realidad básica social” no impone una “realidad básica metafísica”).

b. Poder y Violencia; Fraternidad y Amor

En dos áreas aparte de la cuestión de propiedad -que discutiré en otro lugar- los anarquistas han diferido considerablemente con relación a principios. La disputa entre anarquistas que desconfían de toda organización formal, sea ésta anarquista o de otro tipo, y para los cuales el término “organización” es peyorativo, y los que consideran la organización como algo esencial, parece representar principalmente una diferencia de juicio sociológico y psicológico, con el disfraz semántica de “organización”' y “asociación” como condiciones bajo las cuales el individuo desaparece y el poder emerge. Aquí no hay cuestiones fundamentales de ética que aparezcan implicadas. Otra área, profundamente problemática, es la del pacifismo, violencia y revolución. La tradición principal ha sido revolucionaria en un sentido que justifica la violencia como medio de resistencia y destrucción del aparato de fuerza y violencia por las que el poder se mantiene. (Que la sociedad libre ha de ser no violenta es aceptado por todos). Dentro del marco del principio anarquista, se puede argüir que la violencia contra un opresor que mantiene su posición por la violencia no es en si un acto de opresión, porque el objetivo no es el de querer esclavizar o tener en sujeción a otra persona. Tanto la tendencia que afirma la violencia, como la que la condena aseveran que la negación de las relaciones amo/sirviente (esclavo) es más importante que la afirmación de que se ha de respetar la vida de los que insisten en ser los amos y emplean la violencia, directa o indirectamente, para asegurar su posición. Por desgracia la opresión social se defiende siempre con el uso de mercenarios y, si resultan vencidos, con ejércitos extranjeros. Todos esos individuos son opresores en sus funciones instrumentales y sujetos a la seducción y a la corrupción por esas mismas funciones, siendo muchos de ellos, a su manera, sus propias víctimas.

En este caso, el anarquista que acepta la violencia se sitúa del otro lado de sus principios.

(Pero, incluso en sus fases terroristas, la violencia anarquista casi siempre se ha dirigido, e
presa y escrupulosamente, contra dirigentes y responsables de la opresión política y económica, de manera que, comparado con los procedimientos de terror empleados por los gobiernos, o la guerrilla nacionalista, o el terrorismo policíaco en innumerables naciones, sin contar con las salvajes represiones contra la clase obrera vencida a través de la historia, el llamado terrorismo anarquista es evidentemente insignificante. La prevalencia de una ética de principio, más que un utilitarismo que se presta a la ilusión, puede ser una base del auto­control; al mismo tiempo el propio principio de negación del poder elimina la táctica de capturar rehenes u otros procederes con las gentes, que son la común transición de la resistencia a la lucha armada. La ruptura del principio anarquista producida en el movimiento anarcosindicalista español, especialmente durante la guerra civil y la revolución, es un tema amplio y complejo del que no me voy a ocupar en este estudio).

En el anarquismo del siglo veinte, no solamente dentro de la tradición tolstoyana, el pacifismo ha representado una importante tendencia minoritaria. Se trate de la tendencia evolucionista o de la revolucionaria no violenta, el anarquismo pacifista afirma que la violencia es una negación del ser humano, aun más contundente que el propio poder, acaso incluso es la médula del poder; el pacifismo introduce en el anarquismo un concepto de amor mucho más fuerte que la “fraternidad” de la rama principal ­universal, porque contrariamente a la fraternidad no se limita a la solidaridad de los oprimidos- y así tiende en transformar el concepto del individuo y el concepto de libertad. El amor será, pues, el concepto positivo fundamental, opuesto a la violencia. Mi opinión es que se puede afirmar que el anarquista que no sienta (más que piense) tal amor y la no violencia como valores fundamentales no ha experimentado plenamente el significado del anarquismo, bien que dichos sentimientos no se desarrollan fácilmente en medio de la opresión y el sufrimiento de otros.

c. Utilitarismo y Anarquismo

En ciertas teorías anarquistas se hallan argumentos esencialmente utilitarios en contra del Estado, basados en estudios históricos que no tienen más que presunción analógica de aplicabilidad a otras relaciones de poder. Los argumentos de Kropotkin y de Rocker de que el arte y la ciencia, la paz, el progreso evolutivo serían favorecidos por la abolición del Estado-nación sugiere que la cuestión de descentralización política, antiestatismo en un sentido estrecho, puede ser distinto y separable de otras cuestiones de poder; dichos escritores han mostrado una tendencia más moderada en su crítica de otras formas de poder. (Ambos, Kropotkin en 1914 y Rocker en 1939 han encontrado posible apoyar a los gobiernos aliados en la guerra). Las justificaciones ecológicas del anarquismo hechas por Bookchin son semejantes en método, pero este autor es más sensible ante otros problemas.

No obstante, con respecto a los movimientos anarquistas y sus características, no veo tal especulación como cosa fundamental, y tiendo a estar de acuerdo con Malatesta, cuyo voluntarismo explícito ha expresado mejor el movimiento histórico y la idea de que Kropotkin hubiera sido anarquista incluso si sus teorías biológicas e históricas hubiesen sido rechazadas. Si es así, los argumentos utilitaristas e históricos se confirmarían o, acaso, representarían una base reconocible y aceptable para personas pertenecientes a clases semi-privilegiadas para quienes la perspectiva de los oprimidos, que es la perspectiva del anarquismo, y la ira de los explotados, a los que el anarquismo da voz, a menudo estridente, podrían ser por otra parte, extrañas, inquietantes, temerosas, incluso aborrecibles. Es dudoso de que dichos argumentos pudiesen sustentar la pasión volcada en la Idea o explicar la firmeza del principio.

Los argumentos que considero tienen prioridad, son, más que los utilitaristas, los argumentos de moralidad (justicia), o argumentos de libertad, o, cuando el argumento va encaminado hacia la ética del bienestar, los que tienden a la realización del ser humano. No es que yo sugiera inconsistencia en un anarquismo basado en el utilitarismo, especialmente si el concepto de utilidad es amplio; lo que yo sugiero es que el utilitarismo, apropiado para sociedades colectivistas y sistemas de soberanía, no se ajusta como expresión anarquista él mismo.

d. La Ética de la Libertad

Tal como entiendo la idea del principio en el pensamiento y acción anarquistas, su intención es la de liberar la vida ética positiva de los seres humanos. El principio de la negación del poder es sobre todo un principio constitutivo de la sociedad deseada más que una norma de vida de tal sociedad. Dicho más concretamente: una relación autentica entre personas, como la entienden los anarquistas, presupone una ausencia de poder de unos sobre otros, pero la expresión “ausencia de poder” no dice nada positivo acerca del contenido de tal relación; dicho contenido ha de ser la creación libre de las personas involucradas.

Si tal es el significado de los principios anarquistas, en consecuencia el comportamiento en una sociedad anarquista sería realizado bajo condiciones de acuerdo voluntario (a veces tácito, por supuesto) y responsabilidad personal, pues eso parece ser lo que “ausencia de poder” significa. Fe en la posibilidad de una sociedad anarquista, por consiguiente significaría fe en que -en la ausencia del poder estructurado de clases dominantes y subordinadas, y hábitos de deferencia hacia la autoridad y al ejercicio del poder- los seres humanos puedan emplear el don de la palabra y otras sutiles formas de comunicación para convertir su relación en ejemplos mutuamente benéficos o en confrontación y desacuerdo inteligentes y, si es necesario, en dis-asociación pacífica sin necesidad de los mandamientos de moralidad.

No obstante, no se puede calificar tal sociedad de post-ética, como se podría afirmar de una sociedad marxista después de que, al fin, el Estado haya dejado de existir, y en la que la forma característica económica del comunismo sería la realización sociológica de lo ético. De la anarquía se podría decir que la ética se ha convertido en un nuevo ser humano, metáfora que implica que la fe y la confianza de persona a persona, más que modos contingentes de cooperación, representan el centro vital. En otras palabras: nada asegura una sociedad anarquista, abrace ésta una amplia extensión, se realice al nivel de municipio o se limite a dos personas, excepto por una continua realización de la potencialidad humana de acuerdo o desacuerdo, pero siempre considerando la personalidad del prójimo. Si el anarquismo no se mantiene completamente al margen del pensamiento institucional que los marxistas llaman materialista, acaba por hacerse, forzosamente, incoherente y el individualismo (o personalismo) que, con su correspondiente versión de sociabilidad es el alma del anarquismo, corre el riesgo de extinción.

En una sociedad de jerarquías -discriminación contra clases o castas y condena de un gran número de personas a medios de existencia limitados para el beneficio de unos cuantos- el procedimiento de coacción institucional representa todo y su garantía e imposición por el Estado es socialmente esencial. Si consideramos que acción voluntaria, opción, decisión y autonomía son cosas primordiales al significado del ser humano ­como las principales tradiciones filosóficas afirman-entonces el anarquismo puede ser comprendido como el medio de disolución de esas instituciones de poder que toman decisiones en nuestro lugar, que se sustituyen a nuestra libertad y nos usurpan nuestra dosis de responsabilidad, haciéndolo cada vez que consiguen coaccionarnos en someter nuestra voluntad a sus exigencias. Entonces el anarquismo es la expresión de una voluntad de restaurar y crear personalidad en el ser humano; mientras que rindiéndose ante la dominación, el hombre sustituye en su lugar una definición o un ser institucional y pierde su idiosincrasia. Establecidas dichas premisas, opino que es obvio que haciendo dejación voluntaria de su libertad y sometiéndose a un protectorado, tal cual el Estado hobbesiano pretende ser, el hombre renuncia mucho más que al ejercicio de ciertas libertades.

VI. Anarquismo como Negación

Puede ser obvio ahora el por qué un nombre (an-arquista) negativo por etimología es apropiado para expresar el significado del anarquismo.
Esa propiedad puede ser ilustrada con respecto a un tipo familiar del poder, el de la opresión racial. Si la completa negación de la opresión racial es, como es lógico suponer, una sociedad en la que el reconocimiento de identidad racial ha desaparecido, o en la que los términos raciales, si en efecto es posible darles sentido cuando la opresión no los define se han convertido en términos descriptivos menores sin consecuencia social, es disparatado preguntar cuál sería la teoría sustentada de esa sociedad sin razas o como se ocuparía de las relaciones raciales. En el movimiento integracionista de los años cincuenta en los E.E.U.U. el lema Libertad Ahora expresaba todo lo que había de ser expresado, lo mismo que, más de un siglo antes, Abolición, un término que daba el calificativo de “fanático” al que lo empleaba, calificativo que aún no ha sido revocado, era todo lo que era necesario decir sobre la posesión de esclavos.

Otra ilustración, menos obvia por ser aún hoy día apenas imaginable, sería una sociedad que sería llamada andrógina, en la que la distinción entre hombre y mujer se referiría solamente a ciertos aspectos fisiológicos y capacidades reproductivas, y de ninguna manera serían indicativas de personalidad, función económica o de valor. Sexo no representaría clase (o mejor dicho, casta), e identidad sexual no tendría más significación que la que cada uno escogiera darle. Lo que acabamos de exponer no requiere explicación elaborada alguna, solamente algo de imaginación, cierta habilidad de liberarse de preconcepciones, y concebir lo que parece ser imposible de pensar sin contradicción. En “¿Cómo serán las relaciones entre sexos en tal sociedad?” - la cuestión hace asunciones erróneas.
Desde toda posición de poder siempre ha sido inconcebible la abolición de su sistema, por ser contrario al razonamiento de la ideología que sustenta. Bajo el punto de vista del clero siempre ha sido inconcebible que la religión prescinda de ella misma y que el rebaño pueda sobrevivir privado de pastor.

Con respecto al concepto anarquista de existencia social, las cuestiones “¿Quién mandará?”, “¿Quién gobernará?” y la que es menos obvia intuitivamente “¿Quién decidirá?” se convierten en cuestiones no pertinentes. No es cuestión de la teoría de poder de decisión por la sociedad en su totalidad. “El poder al pueblo”, “Que el pueblo decida” a pesar de su intención idealista, perpetúan la idea de soberanía y no son conceptos anarquistas. En practica, la soberanía llamada democrática significa que los “representantes” del pueblo constituyen una clase que toma decisiones en oposición a las masas que no toman decisión alguna excepto (posiblemente) la de elegir a sus gobernantes, elección inevitablemente mayoritaria. En los gobiernos democráticos, el poder y sus problemas persisten; un pueblo representado, como dijera Rousseau, es un pueblo esclavizado. Anarquía significa también disolución y desaparición de la soberanía (pretendidamente) democrática.

En una sociedad anarquista es el individuo el que determina y no existe la clase de los determinantes. Las acciones cooperativas son el resultado de acuerdos voluntarios. Ello es más evidente en pequeñas sociedades sin relaciones complejas de producción y de distribución; una cooperación en más amplia escala supone acuerdos a largo termino, confianza en la buena voluntad del prójimo como norma, acuerdo en procedimientos que se han de adoptar (instituciones no coercivas ni basadas en el poder) para llevar a cabo objetivos de interés común y para resolver diferencias y conflictos. (Principio de decisión individual no significa que decisiones tales como la de conducir del lado derecho o lado izquierdo, el uso del sistema métrico o no, sin mencionar practicas de economía, estén constantemente en cuestión y que uno no sepa a que atenerse en un completo desbarajuste). Lo que ha de establecerse como premisa es que los individuos involucrados deberán afirmar la existencia y la unicidad de los demás y proseguir sus distintos intereses bajo condiciones del acuerdo voluntario y la responsabilidad de sus propias acciones.

Decir, que cada uno decide no significa que cada hombre pueda causar que el mundo sea según su propio deseo; solamente puede existir un mundo real, y si yo tuviera que elegir efectivamente un mundo lo elegiría para los demás y en lugar de ellos. Los demás en cambio, me vienen con su espontaneidad, sus elecciones, que naturalmente limitan muchas posibilidades para mí; como es de esperar, en compensación, mis posibilidades se enriquecen al vivir en un medio de personas que prefieran escoger antes que sobrevivir las consecuencias de tecnología, mercado y otras fuerzas impersonales que se han apropiado de su libertad y han confundido su inteligencia.

Tampoco, al decir que cada uno decide, significa que todo el que concebiblemente es afectado por una decisión particular, participe en ella. La experiencia nos enseña, sin lugar a duda alguna, de que no hay motivo en confiar que las personas de quienes dependemos, económicamente o de cualquier otra forma, cumplirán adecuadamente su cometido; y es así que ponemos fe en complejos sistemas de control sobre los demás y, naturalmente, sobre nosotros. Pero el pensamiento anarquista es de que la cooperación social puede ser fundada en la autonomía y responsabilidad de los individuos o de los grupos en sus propias esferas de actividad, de manera que la sociedad resulta ser el producto de las decisiones de todos, tanto individualmente como de común acuerdo.

Pero es obvio de que la supresión de la “Clase de los que deciden”, aún si es realizable en un mundo moderadamente complejo, no puede ser aplicada a todas las especies corrientes de procesos sociales, aunque la sociedad se viera aliviada de la carga de muchas funciones, como por ejemplo la militar, que no tiene lugar posible en una sociedad anarquista.

Prácticamente, si todos hemos de participar voluntariamente en la estructura de nuestro mundo, sería necesario que un principio -de carácter práctico más pronto que de carácter ético- con un mínimo cambiante, en una amplia escala, fuera seguido en general, de manera que la comunicación y la inteligencia fueran más efectivas y de manera que las decisiones, y en consecuencia los acuerdos, contractuales y tácicos, fueran tornados en un mundo que todos comprendieran. La inquieta tecnología de nuestros siglos florece en un mundo en el que las instituciones del poder imponen sus innovaciones, proveen su mano de obra y manipulan a sus consumidores; en tal mundo las clases dominantes anhelan aumentar considerablemente su poder y su fortuna gracias a la supremacía tecnológica. La anarquía no proporcionaría tales condiciones ni tampoco se podría esperar determinaciones anarquistas para hacer frente a una continua y extensa revolución tecnológica. Una incesante y rápida expansión demográfica que obliga a la constante disolución y reforma de conglomeraciones humanas (vecindarios, pueblos, ciudades, regiones) crea una confusión que los hombres libres no pueden solucionar más inteligentemente que las presentes instituciones. Muchos modelos tecnológicos actuales también pueden requerir decisiones que no sean realizables más que a base de instituciones colectivas que crean burocracia y otras formas de poder. Eso significa que una sociedad anarquista no sería fácilmente compatible, si compatibilidad es posible, con ciertos objetivos prácticos, o con modos de vivir, o con ciertos ritmos de la sociedad actual.
En la era de la generalmente aceptada ideología tecnológica, a la que el marxismo ha aportado su parte, dichas concesiones hubieran sido consideradas como pruebas conclusivas de la naturaleza reaccionaria del anarquismo. En la era de ideologías de progreso, igualmente hubieran señalado al anarquismo como algo irrealizable, precisamente por no extrapolar lo que a la sazón se consideraba progreso, y como algo indeseable al considerarlo inapropiado para desenvolverse hacia el progreso futuro. Hoy en día es más fácil aceptar la idea de que la incompatibilidad con ciertos objetivos de carácter práctico no significa forzosamente defecto o limitación.

Aquellas cosas que no pueden llevarse a feliz término en una sociedad anarquista son acaso las que se desprenden de los ciegos e incontrolados procesos históricos que determinan gran parte de nuestra existencia.

Acaso el mayor avance serio en el pensamiento social durante los dos últimos siglos ha sido hacia la solución del problema de la determinación por la historia, por el pasado, por el ayer: ¿Hasta qué punto seremos libres hoy para solucionar los problemas del día? De hecho, no obstante, este pensamiento ha planteado la cuestión del control. Por la simple fuerza, y también, a veces, valiéndose de las ciencias sociales, las sociedades estatales han intentado amaestrar esos procesos históricos, ofreciendo poca evidencia de su habilidad al hacerlo. (Por otra parte, los valores e intereses en cuyos términos se lleva la tentativa son simplemente los mismos valores e intereses de las instituciones y grupos dominantes). Tal ambición por el control no es más que una condición del orgullo humano.

En una sociedad anarquista, los seres humanos habrán de liberarse, probablemente, de los procesos del ímpetu institucional, escogiendo conscientemente ritmos de cambio en armonía con ritmos viables de la vida que elijan, a fin de evitar tener que crear, para sobrevivir, instituciones de poder. A juzgar por las experiencias históricas o presentes, los problemas en cuestión caerían bajo esa categoría. El que tengamos que cesar de cortejar al desastre, así como simplificar y facilitar la solución de esenciales problemas vitales, sin renunciar a la libertad, especialmente en vista del número y magnitud de calamidades que la especie humana produce para sí misma, no tendría que ser un irracional principio negativo, particularmente porque no parece haber razones de que una sociedad, comparativamente estable y comparativamente simplificada, tenga que verse reducida al método primitivo de la rueca o a la inmutabilidad. Si tal sociedad llega a realizarse, al menos tendríamos la posibilidad de poner en práctica un autentico espíritu de experimentación de los problemas prácticos de la vida, cosa virtualmente imposible bajo las condiciones presentes.

VII. Individuo y Sociedad

Los conceptos anarquistas de individualismo y de socialización pueden expresarse mejor si consideramos brevemente la relación entre las teorías anarquistas denominadas “individualista” o “mutualista”, o las denominadas “comunista” o “sindicalista”.

Los principales movimientos anarquistas, que pertenecen a este último grupo, simplemente se esfuerzan en encuadrar la aspiración hacia el socialismo, de manera que el socialismo pre-doctrinal puede ser considerado como ese aspecto del anarquismo específicamente interesado en la política de la producción, distribución y riqueza. No obstante, el anarquismo individualista y mutualista se inclinan en negar que la comunidad o la sociedad tengan no sea más que una substancialidad secundaria como se les atribuye en las versiones comunista o sindicalista. En el mundo presente, la sociedad y la comunidad son ficciones gracias a la que algunos individuos, cooperando para este propósito, justifican su dominación violenta y la explotación de los demás; mientras lo que erróneamente podría ser considerado como comunidad o sociedad en una condición de auténtica libertad, no sería, en realidad, sino una suma de libres acciones de individuos y de sus asociaciones. Para los individualistas la mutuamente ventajosa cooperación de individuos se llevaría a cabo gracias a medios o principios de intercambio libremente consentidos y a otras convenciones destinadas a garantizar en su máxima expresión la independencia del individuo.

Esto es la consecuencia palmaria de las proposiciones de los individualistas: que los objetivos identificados más arriba como socialistas sean realizados si se considera la propiedad colectiva como uno de los medios propuestos para alcanzar la abolición de clases y de diversas especies de propiedad legitimadas y protegidas por el gobierno que hacen posible la explotación del hombre por el hombre. El anarquista individualista americano Stephen Pearl Andrews (“The Science of Society”, 1848, La Ciencia de la Sociedad), al mismo tiempo que rechaza las formas en que la democracia y el socialismo fueran comúnmente concebidos, escribió que la soberanía del individuo representaba el cumplimiento del espíritu de ambos; y el más reciente individualista Benjamín Tucker sostenía que el individualismo era la clase de socialismo que escogía el camino de la libertad en oposición al camino de “autoridad invasora” a la que más tarde, según él, los comunistas anarquistas, deliberadamente o no, sucumbieron.

Existe una manifiesta tensión entre la idea de una sociedad de individuos libres y la idea de una sociedad de individuos libres, particularmente si en el primer caso el vocablo “sociedad” acaso hubiera de escribirse entre comillas; optar por la una o por la otra es una invitación a consecuencias practicas y psicológicas, quizás porque la elección que hagamos refleja nuestro sentido de lo que más falta en nuestro propio mundo. En la ética del individualismo con sus corolarios económicos, Kropotkin vio algo evocador de la apologética capitalista para el individuo agresivo, codicioso y explotador; en las visiones kropotkianas del comunismo los individualistas vieron la absorción del individuo en un todo soberano.

Esta tensión entre individualismo y socialismo, experimentada por todo movimiento anarquista puede presentar al anarquismo como indeciso e ineficaz. Considerado bajo el punto de vista de las ideas, o de la busca de requisitos para realizar una visión del ser humano, esta misma tensión puede ser juzgada como un medio para preservar al anarquismo contra esa tendencia de rendirse a la soberanía del conjunto, al principio de una manera oculta; luego abiertamente y de manera prácticamente irreversible, que es lo que los individualistas temen en el comunismo anarquista, y que el comunismo marxista ha evidenciado una y otra vez. (Si el comunismo y el sindicalismo son más que instituciones o procedimientos clásicos, en el sentido expresado en la sección anterior, si no permiten una elección efectiva de alternativas, entonces son incompatibles con el anarquismo). El anarquismo de Malatesta, que rechazaba todo sectarismo, procuraba preservar esa tensión dentro de un anarquismo unido y sin calificativos. Hasta que la polarización del individuo y de la sociedad no sea resuelto en un mundo sin poder social, parece de gran importancia que todo movimiento de gentes y de ideas dirigidas hacia ese fin sigan conscientes de la polarización y que por todos los medios preserven dicha condición.

El individualismo del anarquismo es sin duda ambiguo, especialmente debido a que ha de estar preparado en tener que dejar, al final, lo que con tanto esmero guarda.

Pero no se trata, de ninguna manera, de un individualismo burgués, como el marxismo lo ha representado, empezando por el ataque de Marx contra Stirner. En la filosofía de Stirner, no llamada anarquista por su autor pero generalmente afirmada como tal por los anarquistas individualistas, el egoísmo filosófico es absoluto, y las satisfacciones de “los otros” son simplemente instrumentos para “mis” satisfacciones. Pero ese egoísmo es precisamente filosófico, lo que significa que no se opone al amor al prójimo o a la asociación cooperativa voluntaria (“asociación libre”). A pesar de que Stirner, -un filósofo poco comprendido si mis lecturas sobre él son correctas-, escribió acerca del “yo” interesado y lo elogió; tenía la costumbre de escribir empleando la primera persona del plural, estableciendo así el problema de la unicidad como problema de todas las personas y no el problema (planteado más tarde por Nietzsche) de una élite o de una futura élite: Stirner abogaba por una rebelión general de los únicos, todos nosotros, por nuestro propio interés.

La cuestión del “individuo como realidad básica social” es, no obstante, más profunda de como yo la he tratado hasta ahora; en efecto es mucho más profunda de como yo la podré tratar. Me limitaré a un breve bosquejo de la cuestión. En el centro de la critica anarquista de las sociedades existentes está la tesis de que dichas sociedades están caracterizadas por la sumersión de los individuos en las redes de las instituciones del poder, de manera que, hasta aquí, el método marxista de analizar historia pasada en términos institucionales es básicamente correcto en su intención, aunque sea dogmático y simplicista en sus aplicaciones corrientes. Así, la fuerza de la declaración de que el individuo es la realidad social, fundamental es normativa y programática, y tal afirmación es inseparable de otros aspectos de un complejo ideal ético del ser humano. En nuestro mundo y en nuestro tiempo, esa “realidad” es una posibilidad no realizada completamente.

Tal opinión sobre el individuo no vincula el individualismo metafísico y epistemológico de Stirner, el cual puede ser considerado como una tentativa de establecer una opinión normativa dentro de la filosofía propia. Y aún, como espero haber logrado sugerir, la afirmación del individuo no alcanza su significado anarquista y su completa distinción de los conceptos burgueses sobre el individualismo hasta que es considerado dentro del contexto de la transcendencia del poder. Nuestra deducción se basa en la experiencia, muy incompleta, tanto propia como ajena, en situaciones de amor, de solicitud y de comunidad, en donde la subjetividad de los demás se halla manifiestamente presente en nosotros; con relación a lo expuesto y con relación al ideal anarquista, un lenguaje de la “persona” puede ser menos ambiguo que un lenguaje del “individuo”, dando a la “persona” el significado de “individuo humano completo”. Según mi punto de vista, esa opinión sobre el individuo no se halla esencialmente en conflicto con la filosofía de ciencias sociales, que prefiere, por razones de metodología, considerar las relaciones en primer lugar y a los individuos como derivados de aquéllas.

VIII. Naturaleza

Solamente he hablado sobre anthropos; a ello quiero añadir unas palabras sobre la Naturaleza y sobre la Humanidad.

En un sentido profundo, el anarquismo es ateo. (Por ateismo entiendo precisamente la negación del teísmo, no la negación del sentimiento religioso o del espiritualismo). El ateísmo intenso del anarquismo tradicional parece ser más que terrenal en su ardor no simplemente anticlerical e ir más allá de la negación de Dios como legitimador de la autoridad gubernamental y clerical. El pensamiento anarquista gana unidad si su ateísmo es tornado como una aserción de que el ser humano ha de establecer su libertad dentro de la Naturaleza. (Por Naturaleza no entiendo simplemente un universo material. La Naturaleza, tal como la comprendo, es co-extensiva con lo que es). Entonces el anarquismo sería expresivo del rechazo del poder, en el símbolo -en el caso de las religiones cristianas institucionales- del Monarca Divino, el déspota universal que, basándose en la ideología trascendental, o teología, pretende la obediencia del hom­bre. Correlativamente, los anarquistas han dado mucha importancia, acaso excesiva importancia, a la ciencia, a la filosofía y a la razón, demostrando con ello, creo yo, tener fe de que tales medios nos darán la posibilidad de comprender la Naturaleza y establecer nuestra libertad en su seno. No obstante, a diferencia del socialismo marxista, a diferencia de Marx, incluyendo al “joven Marx”, el anarquismo es raramente antropo­céntricamente humanista en el sentido de una visión de la Naturaleza como enemigo, amenaza, objeto de conquista y de control por la tecnología, arena del dominio humano - lo inverso de la subyugación teísta. El anarquismo afirma al género humano y se opone a toda subordinación y subyugación tanto ante las leyes divinas como las leyes naturales que no comprendemos y hacemos nuestras -buscando nuestra libertad y no nuestro dominio y nuestra independencia de la Naturaleza.

Para ser exacto no tendría que decir que los anarquistas se han expresado siempre claramente sobre este asunto. El contexto cristiano del mundo occidental en el que el anarquismo se ha visto principalmente limitado, no ha hecho fácil tal claridad. Mi opinión es que el anarquismo extrapolariza fácilmente, y que su espíritu tiende a la extrapolarización hacia cierta visión de la Naturaleza, análoga a su visión de la sociedad, en donde seres individuales, sociedades y la especie humana viven en relación con otros seres individuales y otros grupos, afirmando nuestro ser, nuestra unicidad creativa y nuestra libertad, pero sin pretender a una supremacía que significaría la enajenación del género humano en un antagonismo hacia lo que no podemos controlar ni comprender. Así la armonía de la sociedad y del individuo puede ser llevada a un nivel superior y el anarquismo adquiere fuerza, extensión y madurez por lo que significa para tal armonía.

Sea sólo contingentemente, ya que el anarquismo echó raíces principalmente fuera de la Europa germánica, o por razones más esenciales, el anarquismo no refleja mucho ese humanismo Feuerbachiano que afirma que la idea de Dios es simplemente una proyección de los ideales humanos, adoptado por Marx y gracias a lo cual dispuso fácilmente de la cuestión religiosa, con la consecuencia, podríamos especular, de que la Naturaleza perdió su carácter sagrado sin el cual es difícil, si no imposible, que los seres humanos sean sagrados a sí mismos. Para el anarquismo, acaso más católico que protestante en sus fuentes y antecedentes religiosos, Dios ha tenido una realidad más seria que para Marx, realidad como imagen de poder, o una pretendida realidad de poder. Acaso no nos equivoquemos al pensar que la airada rebelión de los anarquistas contra el Dios de las iglesias cristianas ha representado una profunda y frustrada espiritualidad.

En la literatura anarquista contemporánea, el tema del ateísmo es menos conspicuo, menos urgente - acaso porque nuestra libertad cósmica ha sido ganada; pero en el modo de independencia y dominación, o en el modo de ilusión de libertad, nuestro problema es, sobre todo, el de volver a descubrir nuestra existencia en la Naturaleza, un problema religioso diferente al del Dios-monarca.

IX. El Anarquismo como Filosofía Social

Mi propósito primordial ha sido el de querer demostrar que el anarquismo representa un ideal fundamental de la existencia humana: que el anarquismo representa algo más que la simple ausencia de gobierno, algo más que la libertad de hacer lo que uno quiere. El anarquismo representa, en realidad, el objetivo de la unión social, sobre un terreno de individualidad única, en donde no existen divisiones de clase o de casta entre seres humanos y en donde la individualidad integral y la sociedad integral, no antitéticas, se convierten en dos aspectos de la misma vida. El significado más profundo de esta libertad anarquista, si las implicaciones de lo que he escrito son correctas, es que ciertos importantes obstáculos a las posibilidades del ser humano se habrán vencido. La individualidad integral y la sociedad integral son valores tanto antiguos como modernos, y todo sistema de ética y de filosofía social se han esforzado en acomodarlos entre sí. Opino que el anarquismo es una idea social de importancia y no simplemente una clase peculiar de miembro en la serie “tiranía, monarquía, oligarquía, democracia, ... anarquía”, porque el anarquismo se propone identificar, en el poder, el elemento ausente. El anarquismo presenta a la vez un concepto de armonía social individual, fundamental y general, que puede muy bien resultar un ideal inalcanzable, y un concepto de armonía social individual dentro de un campo circunscrito, de un “sistema” humano relativamente cerrado, tan restringido como la esfera de nuestro propio medio ambiente inmediato, en el cual la negación de los socialmente divisivos sistemas de dominación, justificados ideológicamente, son (por hipótesis) una condición necesaria para la armonía social /individual. Como objetivo práctico, la “sociedad libre” puede difícilmente recomendarse a sí misma en cuanto a sus posibilidades, sea cual fuere el significado exacto de posibilidad en tales casos; pero la Idea se refleja a sí misma, a veces como una filosofía secular de amor, en la vida cotidiana de las personas que derivan de ella sus valores.

Si tenemos que discutir el anarquismo como “filosofía social”, hemos de considerarlo más que una serie de opiniones en el núcleo de una “Idea”, y algo más que una resolución abstracta sobre el poder y la ausencia del mismo. Durante el curso del presente trabajo he señalado cierto número de proposiciones, además de las proposiciones iniciales de las primeras secciones, que recapitulo a continuación: Que el individuo es la realidad social fundamental (pero no forzosamente metafísica);
* Que el acuerdo voluntario es el fundamento de la cooperación;
* Que cada individuo es responsable de sus propias acciones;
* Que la libertad general depende de la autodisciplina de cada uno;
* Que la asunción del poder, o la sumisión al poder, en cualquier esfera que sea, es la negación de la realidad fundamental humana;
* Que toda moralidad de principios que se refiere al tema de la negación del poder afirma el libre desarrollo de la individualidad como condición para realizar nuestro sentido de humanidad;
* Que fe y confianza en personas es el centro vital ético de la anarquía;
* Que el anarquismo representa y exige la transcendencia del poder a la supresión del mismo, que puede ser descrita como libertad integral;
* Que la alternativa a la soberanía de las colectividades es “cada uno decide”;
* Que el poder es la raíz de lo malo en el ser humano;
* Que la libertad integral se halla inmanente en la historia y vida humanas a título de posibilidad eternamente realizable;
* Que la libertad es la substitución de la definición institucional, del ser institucional, de la voluntad institucional, por uno mismo;
* Que el colapso de las soberanías prepara el camino para la liberación del determinismo de la historia;
* Que “individuo” y “sociedad” representan una tensión dinámica que hallan su punto de unión en la libertad;
* Que el “programa” de acción es la continua realización de la libertad en la vida de cada uno y de todos;
* Que los individuos son los generadores del cambio social al mismo tiempo que el fundamento de la sociedad libre;
* Que en la incesante realización de la libertad, los valores se conquistan constantemente.

Acerca de las proposiciones arriba indicadas deseo insistir en que indican una opinión no simplista de la sociedad y del ser humano, y que facilitan un modo de análisis social, una imagen de la potencialidad ética del hombre y una propuesta de método para realizar tal potencialidad. Si se ha de considerar al anarquismo como una “filosofía”, es normal querer averiguar acerca de la naturaleza de sus cometidos metafísicos y epistemológicos y de su fundación. Dicha cuestión trae consigo al riesgo de reintroducir la fragmentación en “escuelas”, cosa que he procurado superar, ya que en esas cuestiones los anarquistas difieren profundamente, y en consecuencia he escogido considerar al anarquismo de tal manera que los compromisos arriba mencionados han sido evitados. No obstante, quisiera dar un sentido positivo a este orillamiento por lo que, a continuación, ofrezco algunas ideas que no pretenden más que ser sugestivas; su elaboración tendrá que esperar otra ocasión.

Los seres humanos somos, creo yo, un enigma para nosotros mismos, porque no experimentamos plenamente nuestra propia sensibilidad y eso, a su vez, debido a que no podemos experimentar plenamente la sensibilidad de los demás mientras estemos sometidos a las numerosas y entrelazadas relaciones del amo y de la servidumbre. Cedemos ante esas estructuras de poder a fin de vivir en un mundo humano que nos precede a todos y que exige que nos inclinemos disciplinadamente ante insignias, idiomas, personas, instituciones, mitologías y filosofías de poder. Nos trasladamos dialécticamente hacia un plano de conciencia de nuestra sensibilidad común, a la vez que nos trasladamos dialécticamente hacia un plano de existencia social en la que no ejercemos el poder sobre otros seres y no permitimos ser dirigidos por el poder que otros seres pretenden ejercer sobre nosotros. Sólo entonces podemos comprender el significado de la subjetividad en los demás o, auténticamente, en nosotros mismos. De esa manera aportamos el amor a la realidad, ya que tal aceptación de la subjetividad es lo que yo comprendo por amor.

Dicho de otro modo: Algunas verdades se han de poner de manifiesto y han de tomar vida antes que su significado pueda ser comprendido de otra forma que negativamente. (Así el anarquismo, bajo ese aspecto lo mismo que el marxismo, convierte las cuestiones filosóficas en cuestiones de efectividad y de realización). Lo que yo veo en el anarquismo es la indicación de que el ser humano llegará a ser suficientemente consciente de sí y, en consecuencia, libre hacia el futuro, y que la dicotomía del pensamiento y de la acción se disolverá sólo cuando los seres humanos se liberen los unos de los otros y, en cierto sentido significativo, de sí mismos.

Así el anarquismo puede ser considerado como procediendo de la hipótesis de que hay una tarea negativa que tiene que ser cumplida antes de que podamos descubrirnos genuinamente como seres humanos y comprender nuestra relación con los demás. Por lo tanto, en todos los aspectos, el anarquismo es, considerado como idea, esencialmente negativo. Bien que con respecto a particulares problemas sociales eso sería un defecto consid­erable, el anarquismo enfoca cuestiones mucho más fundamentales, y de su visión de las posibilidades existentes en nuestra actual situación humana, su exhaustiva negatividad parece lograr ser base de creación.

[Tomado de http://intentandolautopia.blogspot.com/2013/01/la-negatividad-del-anarquismo.html.]



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