lunes, 2 de noviembre de 2015
La migración africana y la New Jungle de Calais: Las guerras en Eritrea y Sudán del Sur
Ricardo García
Afganistán, Irak, Sudán, Egipto y Siria son los países que más han ocupado espacio en los medios de comunicación internacionales por sus conflictos internos. Pero de Eritrea y Sudán del Sur nada se dice sobre su situación socio–política y humanitaria; de hecho pocos saben de la existencia de estos países.
I
Al igual que muchos de sus connacionales, Mohamed emprendió una larga y peligrosa travesía con la intención de alcanzar Gran Bretaña. Su trayecto desde Afganistán hasta Calais, ciudad portuaria ubicada al norte de Francia, duró alrededor de tres meses, hasta que finalmente se instaló de forma clandestina en la Jungle, un campamento extremadamente precario construido de cartones y plásticos en Calais por migrantes que habían llegado de Afganistán, Eritrea, Sudán e Irak y que también buscaban desesperadamente poder llegar a tierras inglesas escondidos en un camión o un ferry. Han pasado cerca de cinco años. Ahora Mohamed tiene 28 años y vive y trabaja en Lille, una ciudad a 114 km de Calais, gracias al estatuto de refugiado que le otorgó el gobierno francés, y gracias al cual también pudo traer hace un año a su esposa y sus dos hijas, quienes se encontraban refugiadas en Pakistán huyendo, al igual que él, de los talibanes.
Para Ahmet la historia no ha sido muy distinta, aunque el periplo desde Afganistán y el paso casi obligado como ilegal por Irán, Turquía, Grecia e Italia antes de llegar a Francia fue mucho más difícil, pues tuvo que realizarlo con una pésima prótesis del pie izquierdo que perdió tras pisar una mina días antes de su salida. También ahora goza del estatus de refugiado, trabaja como sastre en Lille y ha conseguido traer a sus tres hijos pequeños, después de que su esposa fue asesinada por los talibanes.
A diferencia de Mohamed y Ahmet, Abdulla sí pudo llegar a Inglaterra, aunque poco después fue expulsado. Desde el 2010 ha vivido en Francia esperando respuesta a su demanda de estatuto de refugiado. Estaba aterrado de regresar a Kabul, porque sabía que muy probablemente los talibanes lo iban a matar. Hace poco más de un mes que recibió una respuesta positiva del gobierno francés, así que por fin ha podido reunirse con sus hijos en Pakistán, después de cerca de cinco años.
“Aquí en Lille todos somos iguales, los pashtunes, los tajikos, los uzbekos, los hazaras, aymaks, turkmenos… Allá la guerra existe a causa del poder y de la política, y nosotros no estamos aquí para hacer la política, estamos aquí porque tenemos problemas en nuestro país.”
De los afganos con los que he tratado Abdulla es uno de los que mejor conoce la comunidad afgana de Lille y con el que más he hablado desde que comenzó a ayudarme hace dos años como traductor del pashtún al francés, en una investigación que realicé sobre los exiliados afganos en Lille. En gran parte, fue gracias a él como entendí mejor acerca de los fuertes conflictos interétnicos existentes en Afganistán. Cuando alguna vez le pregunté en qué medida las relaciones entre los miembros de las distintas etnias cambiaban en Lille me dijo:
Es una cuestión de poder. Aquí en Lille todos somos iguales, los pashtunes, los tajikos, los uzbekos, los hazaras, aymaks, turkmenos… Allá la guerra existe a causa del poder y de la política, y nosotros no estamos aquí para hacer la política, estamos aquí porque tenemos problemas en nuestro país, que finalmente son problemas políticos. Aquí todas la etnias nos entendemos muy bien.
Tal afirmación es la de alguien perteneciente a la etnia con mayor presencia, poder e influencia en Afganistán, la pashtún. Después de todo había algo positivo en este fenómeno migratorio afgano, Lille se había convertido en un territorio neutro en donde, por ejemplo, los hazaras1 —etnia chiíta y la tercera minoría más numerosa de Afganistán— y los pashtunes —sunitas y mayoritarios― podían convivir al margen de cualquier relación de poder, al menos hasta ahora.
II
Aquella Jungle donde vivió Mohamed ya no existe, fue desmantelada en septiembre de 2009; en su lugar ha surgido la New Jungle, más extensa, relativamente más organizada y mucho más numerosa. Allí coexisten alrededor de unos tres mil inmigrantes que ya no son sólo afganos, iraquíes, eritreos y sudaneses, ahora hay también algunos inmigrantes sud–sudaneses, egipcios, kurdos, sirios y ucranianos, así como una considerable cantidad de mujeres y niños provenientes sobre todo de Eritrea y Sudán. Esta New Jungle cuenta con una pequeña mezquita construida por los afganos, una pequeña iglesia ortodoxa levantada por los eritreos, una escuelita laica que fue iniciativa de voluntarios franceses e ingleses, quienes imparten clases de inglés, y tres pequeñas tiendas de especialidades afganas. La comida no es abundante, pero tampoco escasea, y eso se debe gracias al abastecimiento de asociaciones o grupos de voluntarios que llegan tanto del otro lado del Canal de la Mancha como de distintas partes del norte de Francia. No hay agua potable, pero el líquido se suministra por una manguera que alimenta a cuatro llaves instaladas en una de las entradas —o salidas— principales que dan hacia una carretera que lleva hasta el principal puerto de embarque de los ferrys que van y vienen entre Francia e Inglaterra.
Aunque esta New Jungle ya no es clandestina y es visitada con frecuencia por organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras, las condiciones son muy insalubres y los riesgos de enfermedades respiratorias aumentan considerablemente en tiempos de frío, que es la mayor parte del año. Además hay otro ambiente que no es tampoco del todo apacible, pues a pesar de que los habitantes están instalados de forma fraccionada entre grupos de nacionalidades, las fricciones son constantes y los enfrentamientos pueden llegar a ser muy violentos, como el ocurrido entre la noche del domingo 31 de mayo y la madrugada del lunes 1 de junio de este año, y en la que participaron alrededor de 250 inmigrantes de Eritrea y Sudán, dejando 24 heridos que necesitaron hospitalización por lesiones causadas por armas blancas.
Pero ni siquiera los efectos del fenómeno mediático Aylan Kurdi, el pequeño niño kurdo hallado muerto boca abajo sobre la arena de una playa turca, han vuelto visibles a esos miles de inmigrantes. Al igual que la muerte de cerca de 700 migrantes africanos en el mar Mediterráneo en abril de este año, de otros cuarenta migrantes en costas italianas en julio siguiente o el hallazgo de 71 personas en descomposición dentro de un camión en Viena, el 25 de agosto pasado, la tragedia humanitaria de la New Jungle sigue sin ser tomada con seriedad por las autoridades europeas, tampoco para esa parte de la sociedad francesa e inglesa que vive de “cerca” este fenómeno y que tanto se conmovió con la muerte del niño Aylan.
III
De los países arriba referidos, Afganistán, Irak, Sudán, Egipto y Siria son los países que más han ocupado espacio en los medios de comunicación internacionales por sus conflictos internos. Pero de Eritrea y Sudán del Sur nada se dice sobre su situación socio–política y humanitaria; de hecho pocos saben de la existencia de estos países.
Eritrea terminó por ser delimitada en 1890, después de un proceso de colonización italiana que comenzó en 1869 y que se alargó hasta 1941, cuando fue tomada por los Aliados en 1941 y quedó ocupada por los británicos. Casi una década después, bajo iniciativa de las Naciones Unidas, Eritrea se constituyó como entidad federada con Etiopía, en un acuerdo común, donde Eritrea manejaba la posibilidad de poderse independizar en el futuro. Sin embargo, el emperador etíope Haile Selassie decidió anexar Eritrea, lo que propiciaría una lucha armada que finalizó en 1991, cuando el Frente Popular para la Liberación de Eritrea (FPLE), encabezada por Isaías Afewerki, actual presidente de Eritrea, derrocó al gobierno de Etiopía y formó un gobierno provisional. Finalmente, el 24 de mayo de 1993 un referéndum de autodeterminación proclamaba la independencia del país. Lo que vendrá después será el surgimiento y consolidación de uno de los regímenes más autoritarios y represivos de nuestros días.
Conocida como “la Corea del Norte de África”, Eritrea es una de las peores dictaduras del mundo. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, se estima que unos 305 mil eritreos han huido durante los últimos diez años.2 En este país, donde el presidente controla todos los poderes, donde nunca se ha aplicado la constitución y donde las cárceles están desbordadas, la entrada y salida es prácticamente imposible; no hay prensa extranjera ni independiente y el multipartidismo es impensable. Los conflictos armados con Yemen y Etiopía en la década de los noventa, que causaron la muerte de miles de jóvenes, y las constantes fricciones con este último país son utilizados como pretexto por Afewerki para reclutar a la fuerza a los jóvenes eritreos, que son los que más arriesgan su vida al querer huir. Todo aquel que intente salir está expuesto a ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas o detenciones arbitrarias, en donde la tortura es una práctica común.
Pero una vez que se ha atravesado la frontera el peligro no ha terminado. Uno de los modos más “seguros” de salir, y el más caro, es atravesar la frontera entre Eritrea y Sudán en un vehículo oficial, pagando una suma muy difícil de reunir a los militares encargados de realizar el trayecto a Sudán. Los principales destinos, pasando por Sudán o Etiopía, son Israel y Europa. Si se opta por el primero, las consecuencias por quedar rezagado en Egipto serán ser apresado en ese país o enviado de nuevo a Eritrea, donde después de ser torturado vendrá una condena en prisión. También existe la gran probabilidad de ser secuestrado por los beduinos de la zona del Sinaí, quienes toman como rehenes a los eritreos para pedir rescate a sus familias bajo la amenaza de electrocutarlos, quemarlos o cortarles los dedos si no se paga el rescate; en el caso de las mujeres la violación será casi inevitable. Otro gran peligro son las redes de traficantes de órganos, que trabajan con médicos que realizan las extracciones en el lugar, los cuales suelen dejar morir al migrante en el mismo sitio en que le fue extraído un órgano o a veces más.
Según un reporte de la Organización Suiza de Ayuda a los Refugiados (OSAR, por sus siglas en francés), desde 2010 Human Rights Watch había denunciado las actividades de una enorme red de contrabandistas de órganos cuyo blanco son los refugiados, sobre todo eritreos, y que empezó a operar al menos desde 2007, la cual no sólo actúa en el Sinaí, sino también en Sudán y Libia.3
Aquellos eritreos que consiguen alcanzar Israel son conducidos al centro de detención de Saharonim, y aunque gozan de una “protección particular” son considerados “infiltrados”; no pueden trabajar ni tienen derecho a ningún tipo de protección social. Además, desde 2012 el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu lanzó una agresiva política de “prevención de infiltración” para encarcelar a todos los ilegales y repatriar a todos los que piden asilo.
La ruta hacia Europa no es menos difícil. Desde Sudán primero hay que atravesar el Sahara, en donde no sólo se puede morir de sed, sino también estar expuesto al secuestro para ser vendido en Libia a cualquier grupo de tráfico humano o de esclavos, y en donde las violaciones de mujeres son muy frecuentes. Sólo si se consigue pagar lo suficiente es posible obtener un sitio en un barco que atravesará el Mediterráneo, con las consecuencias ahora ya sabidas gracias a la tragedia emblematizada por Aylan Kurdi.
IV
Sudán del Sur es el país más joven del mundo, y desde su nacimiento en 2011, tras casi dos décadas de guerra (1983–2005) con la actual Sudán, predominantemente musulmana —en Sudán del Sur se profesan sobre todo las creencias cristiana y animista—, vive una situación de inestabilidad y aguda crisis humanitaria, resultado de constantes fricciones con Sudán por el control de importantes yacimientos petroleros y la delimitación de la línea geográfica que los separa, pero sobre todo como consecuencia de la Guerra Civil que estalló en diciembre de 2013: un conflicto derivado de las rivalidades políticas y las insuperables hostilidades interétnicas, cuyos principales protagonistas han sido los combatientes de los dinka, etnia mayoritaria, representada ampliamente por el Estado y a la cual pertenece el presidente Salva Kiir, y los nuer, etnia a la que pertenece el vicepresidente Riek Machar, jefe de los rebeldes, quien fue acusado por Kiir de encabezar un intento de golpe de Estado.
Ya desde los primeros días del conflicto, y antes de que finalizara 2013, habían sido desplazadas al menos 120 mil personas.4 En los primeros días de 2014, luego de que 700 soldados del ejército desertaran con todo y armas para sumarse a las filas de los rebeldes, las primeras negociaciones convocadas en Etiopía para encontrar la paz fracasaron.
Para mediados de abril del mismo año las tropas de Riek Machar habían masacrado de manera selectiva a aproximadamente doscientos civiles dentro de la localidad de Bentiu,5 y para la primera semana del mes de mayo el éxodo ya sumaba unas 650 mil personas,6 una verdadera catástrofe. Inmediatamente después Salva Kiir y Riek Machar se reunían por primera vez en Addis–Abeba, Etiopía, para poner un cese al fuego, aunque las agresiones de ambas partes continuaron con un saldo de miles de muertos, provocando más huidas masivas, enfermedades —como la epidemia de cólera que se desató en Juba, la capital, que dejó dieciocho muertos7 y que luego se extendió aumentando a 39 el número de fallecidos y contagiando a unas 1,212 personas— y una hambruna creciente.
El pasado 26 de agosto Salva Kiir y Riek Machar firmaron un tratado de paz que ponía fin a una guerra que, según Naciones Unidas, había dejado al menos 50 mil muertos y ocasionado el desplazamiento de 2.2 millones de personas. Cinco días después Machar acusó ante el Grupo de Mediación Africana al gobierno de Sudán del Sur de cometer graves violaciones al acuerdo de “cese al fuego”, lo cual ha animado nuevamente las hostilidades de ambas partes.
V
El frío ha comenzado en esta región de Europa y los migrantes que habitan la New Jungle ya lo resienten. Por su parte, el primer ministro francés, Manuel Valls, ha prometido levantar un “campamento humanitario” en 2016 para sustituir a esas terribles barracas, las cuales, desde luego, no conoce personalmente. Las promesas de Valls no son más que palabras, tal vez se le ocurrieron cuando, contagiado de tanta conmiseración mediática, retuiteaba: “Había un nombre: Aylan Kurdi. Urge actuar. Urge una movilización europea”, con la fotografía adjunta del niño Kurdi ahogado. ®
Notas
1 Esta etnia, considerada descendiente de los soldados de Gengis Khan, en 1988 se rebeló negándose a continuar en tierras inhóspitas de las montañas centrales de Afganistán, en donde habían sido obligados a residir por siglos. En respuesta, Abdul Rahman llamó a los pueblos sunitas a sumarse a la represión de los “chiítas infieles”, lo cual derivó en violentos enfrentamientos en donde los hazaras se encontraban en situación de desventaja; aunque poco después fueron apoyados moral y materialmente por Irán. Hoy en día sigue siendo la etnia más discriminada de Afganistán.
2 Franck Gouéry, “Fuir l’Érytrée: une odyssée tragique”.
3 Véase aquí.
4 “Soudan du Sud: en plein effort de médiation, Juba accuse Machar de mobiliser”, Liberation, 28 de diciembre de 2013.
5 “Soudan du Sud: des ‘centaines’ de civils massacrés par les rebelles”, RFI les voix du monde, 24 de abril de 2014.
6 “Soudan du Sud: la situation, déjà horrible, est désormais ‘bien, bien pire’”, Le Monde Afrique, 24/05/2015.
7 “Soudan du Sud: une épidémie de choléra touche Juba”, Le Monde Afrique, 23 de junio 2015.
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