Ramsés Siverio (Correo del Caroní)
* Cronica, testimonios orales y fotográficos de un anochecer de indignación desde Ciudad Guayana
6:05 pm. El silencio de una tensa calma domina la avenida Ciudad Bolívar, en Puerto Ordaz. Un par de líneas reforzadas bloquean el paso desde la entrada del colegio Diego de Ordaz hasta la parada del Centro Comercial Trébol. En sus rostros, indignados por la espera de los buses tardíos, se dibujan colegiales, empleados, educadores, trabajadores y universitarios. Todos juntos, unidos en la empresa de llegar a casa como dé lugar.
Por eso están ahí, bloqueando el paso en esa calle que a esta hora pinta el desahucio de la jornada. El cierre se completa con la intersección de la Ciudad Bolívar con la vía Venezuela, como una especie de paradoja de los tiempos nacionales. Los ánimos parecen resguardados, hasta que la presencia de la prensa los alebresta:
- ¡Queremos transporte, queremos transporte, queremos transporte! – gritan todos sin abandonar el asfalto.
Mientras tanto, otro grupo de manifestantes aguarda en la cola, listo para abordar la primera unidad que llegue. Es solo una forma de organizarse, pues el acuerdo, casi de facto, es asumido por todos: “seguimos trancando hasta que nos manden los carros”.
* Cronica, testimonios orales y fotográficos de un anochecer de indignación desde Ciudad Guayana
6:05 pm. El silencio de una tensa calma domina la avenida Ciudad Bolívar, en Puerto Ordaz. Un par de líneas reforzadas bloquean el paso desde la entrada del colegio Diego de Ordaz hasta la parada del Centro Comercial Trébol. En sus rostros, indignados por la espera de los buses tardíos, se dibujan colegiales, empleados, educadores, trabajadores y universitarios. Todos juntos, unidos en la empresa de llegar a casa como dé lugar.
Por eso están ahí, bloqueando el paso en esa calle que a esta hora pinta el desahucio de la jornada. El cierre se completa con la intersección de la Ciudad Bolívar con la vía Venezuela, como una especie de paradoja de los tiempos nacionales. Los ánimos parecen resguardados, hasta que la presencia de la prensa los alebresta:
- ¡Queremos transporte, queremos transporte, queremos transporte! – gritan todos sin abandonar el asfalto.
Mientras tanto, otro grupo de manifestantes aguarda en la cola, listo para abordar la primera unidad que llegue. Es solo una forma de organizarse, pues el acuerdo, casi de facto, es asumido por todos: “seguimos trancando hasta que nos manden los carros”.
6:18 pm. La indignación y la protesta pronto cobra frutos. Un bus mediano con luces intermitentes, escoltado por una camioneta de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) llega para apaciguar el conflicto. Pronto una turba se acerca para abordarlo, pero la GNB y la Policía del estado Bolívar (PEB), que ya tenía unos agentes en el sitio, piden orden antes de abordar.
- ¿Dónde están los buses rojos[transpotes públicos bajo responsabilidad oficial]? ¡Aquí nadie se monta hasta que no nos manden cuatro autobuses más! – grita con voz vehemente la señora sin nombre: una mujer de piel tostada, ceño fruncido y cabellos alisados, cuya contextura menuda discrepa de la voz con la que impone la orden que se vuelve consenso.
“¡Aquí nadie se va hasta que no nos manden cuatro autobuses! ¡No se monten, no se monten! Que después no nos mandan más y nos dejan aquí”, ordena la mujer anónima con el desespero propio de quien no tiene más opción.
Esos mismos bríos lo comparte Celimar González una colegiala que morral a espalda dirige a la muchedumbre enardecida con un ¡no se monten, no se monten!
- ¡Esto está así desde el 13 de enero. Yo estudio aquí en el Diego de Ordaz y esto es todos los días! ¡Todos los días! Yo vivo en Las Amazonas (San Félix) salgo de aquí a las 4:00, 4:30, y termino llegando a las 8:00 de la noche.
Pronto todos quieren hablar. Ya han drenado su iracundia con los guardias, que no hacen más que asentir y tratar de organizarlos. Sus palabras son un enjambre atropellado de frustración por la falta de unidades. Por “las que el gobernador tiene escondidas para sacarlas antes del 6 de diciembre”. Por los negocios entre pisteros, fiscales y choferes de buses, que interrumpen la ruta y dejan a los pasajeros a la buena de Dios, en manos de los pisteros, obligando a los usuarios a pagar este servicio que no todos pueden costear a diario.
“Yo salgo del trabajo a las 4:00 y llego a mi casa a las 9:00 de la noche”, lamenta una; “¿Cómo me voy a mi casa después si llego a la 45 (cruce de la UD-145) y ya a las 7:00 no hay carrito?”, protesta un hombre cano medio jorobado.
- ¿Cómo vamos a salir de abajo si aquí todo el mundo hace lo que le da la gana? – pregunta una ama de casa
- “Esto ya no es Venezuela, señora. Esto es más allá del infierno” – replica una universitaria.
Un funcionario de la Policía del estado Bolívar (PEB) trata de calmar los ánimos y de convencerlos de restituir el tránsito. La tarea cuesta pero al final acceden. Abren el paso con una última condición: “si en 15 minutos no llegan (los buses) volvemos a trancar”.
6:25 pm. Llega un segundo bus. Este sí es de los rojos Transbolívar. La gente los recibe pero sabe que no es suficiente. Que necesitan más.
- ¡Hasta que no traigan tres más no nos montamos! – notifica la mujer del anonimato. Rodean la unidad como suya y exigen otras más.
Pronto llega la tercera unidad, y luego, una cuarta. Ahora la cooperación del equipo es una lucha por la sobrevivencia. Es la noche sin retorno en la que solo importa llegar a casa, así sea aplastado entre decenas de humanidades sudorosas.
El bus avanza hacia el inicio de la cola. Pronto todo se vuelve empujones y gritos: la guardia impone su fuerza pero todos se siguen empujando, un hombre trata de entrar a la fuerza pero es repelido de inmediato, ¡dale, dale, dale, dale!, gritan desde atrás para apurar la estampida, yo estoy primero, dice una mujer, la mujer sin nombre se lamenta frente al bus diciendo que por eso es que el Gobierno hace con nosotros lo que le da la gana, que si no nos organizamos no podemos hacer nada. Siguen los gritos, los empujones, la carrera por el boleto a casa.
¡Una cuerda de sinvergüenzas son los que se van! – grita alguien a la nada.
6:34 pm. Llega ahora el cuarto autobús. Ya los ánimos se calman frente a la esperanza del regreso. La mujer anónima, fiel a la causa de sus defendidos, se resigna a respirar profundo y a hacer la cola. Sigue quejándose, lamentándose de la falta de cooperación entre todos. Del egoísmo de no unirse por causas comunes y solo buscar el beneficio propio. El bus no alcanza para todos. Lo sabe pero igual se rinde ante la tiranía de la mayoría. Guarda silencio. Sigue su camino.
- ¿Por qué se monta si todavía falta una?
- … Porque no hay más nada. ¿Cómo me voy después? Esto es todos los días. Mañana va a ser lo mismo.
[Tomado de http://www.correodelcaroni.com/index.php/cdad/item/39554-esto-ya-no-es-venezuela-esto-es-mas-alla-del-infierno.]
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