Rafael Uzcátegui
La idea más
interesante de la pasada propuesta de reforma constitucional, rechazada por el
voto popular, fue la del “derecho a la ciudad”, de la cual
después se ha hablado poco, a pesar que la ausencia de espacio público –debido
a los territorios controlados por la delincuencia y la polarización política-
es uno de los dramas de la Venezuela contemporánea.
El geógrafo y
urbanista español Jordi Borja ha desarrollado durante varios años la noción
sobre el derecho a la ciudad. En su libro “La ciudad conquistada” apunta que
aunque espacio público (EP) es un concepto propio del urbanismo, tiende a
simplificarse como espacios verdes o equipamiento urbano, pero que en filosofía
política es utilizado como lugar de representación y de expresión colectiva de
la sociedad. Según su opinión la responsabilidad principal del urbanismo es
producir EP, espacio funcional polivalente que relacione todo con todo, que
ordene las relaciones entre los elementos construidos y las múltiples formas de
movilidad y permanencia de las personas: “El espacio público concebido
también como instrumento de redistribución social, de cohesión comunitaria, de
autoestima colectiva. Y asumir también que el espacio público es espacio
político, de formación y expresión de voluntades colectivas, el espacio de la
representación pero también del conflicto. Mientras haya espacio público, hay
esperanza de revolución, o de progreso”.
Mala noticia
para nosotros: Según Borja la calidad del EP es un test fundamental
para evaluar a la propia democracia existente en un país. Es en el EP
donde se expresan sus avances y retrocesos, tanto en sus dimensiones políticas
como sociales y culturales. El EP, entendido como espacio de uso colectivo, es
el marco en el que se tejen las solidaridades de los diferentes y donde se
manifiestan los conflictos, donde emergen las demandas y las aspiraciones,
contrastándose con las políticas públicas y las iniciativas privadas. Y es en
el espacio público, argumenta, en el que se hacen visibles, por presencia o por
ausencia, los efectos segregatorios de las dinámicas urbanas realmente
existentes.
¿Qué se
reivindica o se denuncia en el EP? Todo. La demanda de vivienda y la oposición
a los desalojos. El servicio de agua y la calidad del transporte público.
Infraestructura para la cultura o el deporte y la existencia de escuelas.
Limpieza y seguridad. Transporte y aire limpio. Plazas y espacios verdes.
Accesibilidad y centralidad cercana. Comercio y oferta cultural urbana. Para
Borja la idea de la existencia –o ausencia- de espacio público va unida a la de
ciudadanía: “Ser ciudadano es sentirse integrado física y simbólicamente en la
ciudad como ente material y como sistema relacional, no sólo en lo funcional y
en lo económico, ni sólo legalmente”. El espacio público, por tanto, es la
plataforma que permite el desarrollo de la ciudadanía. ¿Acaso
podemos ejercer de ciudadanos –se pregunta el catalán- si vivimos en un
polígono lejos de todo o en un barrio degradado y criminalizado? O sin acceso a
un transporte público que nos permita ejercer nuestro derecho a la movilidad?
En el caso venezolano la respuesta no es, precisamente, optimista.
Jordi Borja
afirma que “el derecho a la ciudad es actualmente el concepto operativo para evaluar
el grado de democracia y es el que sintetiza, orienta y marca el horizonte de
los movimientos sociales democratizadores. Pero en la medida que estos
movimientos requieren el espacio público para expresarse la calidad de éste
condicionará la existencia y la potencialidad de las demandas ciudadanas”.
Los altos
índices de inseguridad ciudadano han ido acorralando a los venezolanos y
venezolanas a sus cotos privados: Su domicilio, la recreación privatizada en
los grandes centros comerciales. Es una paradoja de nuestro tiempo que
precisamente bajo un gobierno “socialista” la privatización de la vida
cotidiana de la población haya alcanzado amplias fronteras, incluso la de
sentirse responsable por la exposición personal a situaciones de violencia.
Es decir, aunque la inseguridad ciudadana es uno de los principales problemas
para la gente, las personas no responsabilizan al Estado de la situación sino a
sí mismos por no tomar medidas suficientes, e incluso de no ser socialmente
“exitosos” como para no tener un vehículo propio y verse obligados a
movilizarse en un transporte público de bajo precio y calidad.
La polarización
se ha mantenido tanto tiempo, además, porque las personas han construido su
imagen de los otros y otras a través de los prejuicios recibidos a través de
medios de comunicación. Un proceso de deshumanización reforzado por la ausencia
de EP que exprese la real diversidad comunitaria.
Tenemos derecho
a desarrollar todas nuestras capacidades y potencialidades en un entorno urbano
que permita la materialización de las promesas de la democracia. Tenemos
derecho a vivir en una ciudad democrática, segura, saludable, económica,
accesible, pensada para los niños y la tercera edad, con servicios básicos y
transporte público eficientes y de calidad. Pero esto comenzará cuando
hagamos nuestro la exigencia de este derecho.
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