Rafa Rius
<<Vamos a visitar al imán dijeron las limaduras de hierro>>
Oscar Wilde
Todavía conservo una vieja postal de enamorados que unos amigos me hicieron llegar tiempo ha, sabedores de mi afición por el kitsch. En ella aparece en primer plano una pareja -heterosexual, of course- convenientemente retocada y coloreada a mano y enmarcados en un corazón de purpurina (estábamos a la sazón en la era Prephotoshop) en la que él le decía a ella, mirándola embelesado: “mi albedrío en tu voluntad”.
Tanto el sarcasmo de Wilde que nos revela cómo se nos convence de que estamos ejerciendo nuestro libre albedrío mientras caemos en lo inevitable, como la estupidez sin paliativos de la postal en la que el amor ejerce de coartada para la sumisión voluntaria, nos hablan de los límites y las relatividades del determinismo y la libertad.
<<Vamos a visitar al imán dijeron las limaduras de hierro>>
Oscar Wilde
Todavía conservo una vieja postal de enamorados que unos amigos me hicieron llegar tiempo ha, sabedores de mi afición por el kitsch. En ella aparece en primer plano una pareja -heterosexual, of course- convenientemente retocada y coloreada a mano y enmarcados en un corazón de purpurina (estábamos a la sazón en la era Prephotoshop) en la que él le decía a ella, mirándola embelesado: “mi albedrío en tu voluntad”.
Tanto el sarcasmo de Wilde que nos revela cómo se nos convence de que estamos ejerciendo nuestro libre albedrío mientras caemos en lo inevitable, como la estupidez sin paliativos de la postal en la que el amor ejerce de coartada para la sumisión voluntaria, nos hablan de los límites y las relatividades del determinismo y la libertad.
En esos pensamientos andaba yo cuando se me ocurrió extrapolarlos al tema que acapara la actualidad social, al comprobar por enésima vez la hipocresía y el cinismo de los gobiernos europeos ante el terrible drama de los refugiados. Si le quedaba un ápice de sentido y credibilidad a la Unión Europea, con esto acaba de perderlo.
No resulta todo tan simple como una cuestión de causas y efectos. La situación en ese sentido es tan sumamente compleja que a menudo desborda nuestra capacidad de análisis y nos sitúa frente a la única realidad palpable: los muchos miles de personas que deambulan perdidas en busca de una oportunidad de vida digna. Sin ningún pudor, demasiados políticos fingen estar convencidos de que los cientos de miles de refugiados que colman los puertos, las estaciones, los caminos y las plazas de Europa lo hacen por propia voluntad, en uso estricto de su libre albedrío, cuando la penosa realidad hace evidente que ese supuesto libre albedrío de los refugiados está totalmente mediatizado y sometido a la voluntad arbitraria y ruín de sus forzados anfitriones. Para algunos, parece que abandonan sus hogares y transportan en brazos a sus hijos desfallecidos a través de los barrizales balcánicos por puro capricho. Por si eso fuera poco, esos fantoches de la democracia se dedican a establecer categorías según origen: si son sirios son refugiados y van a parar a los centros de acogida, si vienen de Irak o Centroáfrica, son simples emigrantes y van presos, directos a los CIE.
Para mayor burla, el Derecho de Asilo, recogido en el art. 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en el art. 18 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea de 2007, no es sino papel mojado y en una situación de emergencia humanitaria real, se lo pasan por el forro, como estamos comprobando estos días. Por poner un ejemplo entre muchos: Señores de Fidesz, neonazis del Gobierno húngaro miembro de la UE: ¿Los campos de concentración rodeados de alambradas y concertinas y fuertemente vigilados por el ejército, forman parte de su peculiar forma de entender un Derecho de Asilo que se han comprometido a respetar? Otro principio tan loable como escandalosamente falso es el de “no devolución”, por el cual “se prohíbe situar al refugiado, ya sea por expulsión o devolución, en las fronteras de territorios donde su vida o su libertad corran peligro”. La citada Carta de Derechos, también contempla “el derecho a desplazarse libremente y elegir su lugar de residencia”… Vista la situación real, no cabe mayor sarcasmo y desvergüenza.
Y es que, lo que se persigue hasta la extenuación no es sólo a unas personas indefensas frente al poder de lo establecido, sino a la idea misma de libertad que a buen seguro, figura en todas las Sagradas Constituciones de los países implicados, como uno de los más altos valores a defender. Más allá de la hipócrita retórica constitucional, para nada inocente, no podemos olvidar que el poder decidir libremente el curso de nuestras vidas constituye un derecho humano inalienable, sin que importe nuestro origen ni nuestra situación coyuntural. Si se ha establecido sin vergüenza alguna ni mayores problemas la libre circulación global de capitales, con mucho mayor motivo, ningún Estado debería inmiscuirse en la libre circulación de las personas. Los libertarios no podemos cesar de recordarlo: Nacemos libres y nadie puede ser declarado ilegal.
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