Asdrúbal Romero
Una
interrogante intensamente dilemática. Muy propio de estos tiempos de
entrampamiento en los que nos han hundido, o en los que nos hemos dejado hundir
y, seguramente, cada cual elegirá su propia versión personal entre esos dos
extremos. Todo se nos ha convertido en un “cuero seco”, que si pisamos por un
lado se nos levanta por el otro y viceversa. Lo que en otros tiempos sería la
respuesta natural y lógica ante un proceso continuado de vulneración de
nuestros derechos sociales y económicos como trabajadores, ir al paro, es ahora
una decisión que concita una amplia diversidad de posiciones con
fundamentaciones nada desestimables que las sostienen. Es lo que observo. Yo
mismo, no asumo todavía una posición firme al respecto. Así lo señalaba hace
unos días en un conversatorio convocado por la Cátedra Pedro Crespo que
coordina nuestro ex secretario profesor Pedro Villarroel. Se produjo allí un
muy interesante intercambio de ideas que me motiva a compartir con ustedes
algunas reflexiones, que no pretenden ser exhaustivas en el análisis de tan
compleja decisión.
Es
evidente que, por fin, los universitarios hemos internalizado una sensación de
empobrecimiento súbito. A juzgar por la debilidad de reacción en el pasado más
reciente, lo restringiré a los tres últimos años, parecía que no nos dábamos
cuenta que estábamos siendo sometidos a un proceso gradual y sostenido de
empobrecimiento. Ha hecho falta una inflación subyacente del 400%, me remito al
informe de una organización seria como Ecoanalítica, para que tomáramos
consciencia de la profundidad en el subsuelo a la que vamos descendiendo, con
una velocidad tal que con toda seguridad ya no nos será posible detener ese
descenso en el corto plazo. Creo que es importante reconocer esto. Porque
ahora, con el ojo afuera, como decía mi abuela, y la indignación bullendo en
nuestras venas, sería un craso error asistir a una asamblea pensando que todo
el terreno perdido es recuperable en el contexto de esta segunda discusión de
una convención colectiva única para todo el sector universitario. Esto ya no va
a ser posible. Del reconocimiento de esta verdad, surge la necesidad de un
debate más profundo y menos emocional de cuáles pueden ser las expectativas
concretas y alcanzables en el marco de un paro decretado en este reinicio de
clases.
La
dantesca realidad que estamos viviendo es consecuencia de un proceso dinámico
que viene de muy atrás y en el que hemos cometido errores. Nos hemos calado,
humillantemente, imposiciones unilaterales de incrementos salariales muy por
debajo de la inflación. Aceptamos el inconsulto desconocimiento del instrumento
legal que normaba la discusión de tales incrementos, las Normas de Homologación,
y el colmo de los colmos: aceptamos formar parte de una mesa de negociación,
con “voz y sin voto” para mayor indignidad, entre el Gobierno y una
representación gremial conformada en su mayoría por gremios “troyanos” –esto
ocurrió en el 2013, hace dos años-. Ya se sabía lo que iba a pasar cuando un
gobierno, ahogado en su pésimo manejo de la economía del país, presionara
a sus correligionarios. Por muy avelinescos que estos supuestos líderes
gremiales pudieran parecer, es decir: revestidos de una falsa combatividad
aderezada con dosis de engañoso compañerismo, cordialidad e información
oportuna y confiable sobre la ruta hacia el abismo, lobos disfrazados de
ovejas, ahora a los ojos de todo el mundo se hace evidente que ellos actuaron
de la forma que todos debíamos suponer iban a hacerlo. Ahora la FAPUV reconoce
que fue traicionada. ¿Y qué esperaban?
Pudiera
reconocerse, para decir algo en favor de tan ingenua actitud, que a la FAPUV,
apremiada por la profunda apatía que minaba la combatividad de sus bases
profesorales en el 2013, no le quedó más remedio que aceptar ser partícipe en
ese reacomodo del paradigma legal para la negociación del convenio laboral
–legalidad que hoy opera como una variable claramente favorable al Gobierno-,
está bien, reconozcámoslo. Pero si fue así: ¿Qué hicieron estos señores a lo
largo de estos dos años para recuperar la combatividad gremial de sus bases?
¿Organizaron algún proceso pedagógico hacia los profesores para sensibilizarlos
sobre el grave problema que se estaba incubando? Yo, sinceramente, opino que no
hicieron nada. Se sentaron a esperar la próxima oportunidad. Pues bien, está se
dio y ahora se encuentran entrampados. Esta reflexión es importante
evidenciarla. ¿Por qué? Porque a estos rostros visibles del inocultable fracaso
-que no es sólo responsabilidad de ellos no me cansaré de manifestarlo-, se les
pudiera ocurrir ponerse el traje de ser más papistas que el Papa y alentar una
huida hacia adelante que sólo pudiera conducirnos a la más estruendosa derrota.
Me da la impresión que es lo que están haciendo. Pareciera muy humano, en esta
Venezuela donde ningún líder admite sus fracasos, que intenten hacerlo.
Nosotros, las bases profesorales, debemos recelar de esa actitud, y analizar la
posibilidad del paro bajo un enfoque bien sistémico. No podemos dejarnos
conducir, guiados por la propia indignación y la irracionalidad, hacia una
calle ciega sin retorno.
Por
supuesto que no le culpo a usted, lector, tenga la sensación que me he alineado
en contra del paro, después de leer estas líneas que vendrían a ser no más que
el prolegómeno de un análisis más completo y exhaustivo. Créame que no es así.
El paro pudiera aprobarse, pero condicionándolo al cumplimiento de un conjunto
de restricciones. Se me ocurren tres, por ahora, sin desmedro de otras que
pudieran señalar otros actores. En primer lugar: el paro debería ir acompañado
de la declaratoria de los objetivos realísticamente dimensionados que pretenden
satisfacerse con él. En segundo lugar: el paro debería contemplar una agenda
concreta de participación integral de todo el profesorado y la
institucionalidad universitaria, consejos de facultad a cabildo abierto,
conformación de un parlamento universitario, etc. Esta agenda debería tener
como uno de sus lineamientos centrales de acción, la organización de un proceso
pedagógico orientado hacia los estudiantes sobre cómo esta galopante inflación
está impactando la viabilidad de funcionamiento de la Institución. Por
último: debe producirse una drástica revisión del discurso central justificador
del paro. Quedarse en lo exclusivamente salarial, por muy importante que sea
para nosotros, es un error. Máxime cuando hay un paro técnico en ciernes,
causado por la recrudecida inviabilidad del funcionamiento de la
Universidad. En una próxima entrega escribiré sobre el paro ideal, el que a mí,
en lo personal, me encantaría; sobre el paro real que deberíamos intentar
organizar y sobre el paro que yo no acompañaría ni a balazos. Aun así: no la
tenemos fácil en estos tiempos de entrampamiento.
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