Yzavel
Ningún incendio forestal o urbano es “accidental” o “natural”, sus causas y efectos apuntan siempre a la humanidad. Ni las casas de Valparaíso se incendian solas ni los pocos bosques nativos que aún han permitido existir en esta tierra se consumen por combustión instantánea. El fuego, esa maravilla que en algún tiempo perdido las mujeres y hombres de antaño descubrieron y “dominaron” no aparece por arte de magia; se genera, tal y como cada día se hace el fuego en la cocina o estufa para hornear el pan y resistir las duras y heladas mañanas del sur.
Los efectos que hace ya un año pudimos ver en Valparaíso, es decir, cientos de casas quemadas y parte de una ciudad desaparecida son las muestras más evidentes y brutales de la pobreza, del despojo diario que el poder o más bien lxs poderosxs (porque tienen ojos y boca como cualquiera) ejercen contra quienes caminan por el mundo sin el ángel de la guarda del dinero. No hay nada accidental en que sean éstxs últimxs, los y las pobres quienes sufran los golpes de las catástrofes que tanto gozan mostrar los medios de comunicación. ¡Ah, y por cierto, tampoco hay nada natural en ello!
Ningún incendio forestal o urbano es “accidental” o “natural”, sus causas y efectos apuntan siempre a la humanidad. Ni las casas de Valparaíso se incendian solas ni los pocos bosques nativos que aún han permitido existir en esta tierra se consumen por combustión instantánea. El fuego, esa maravilla que en algún tiempo perdido las mujeres y hombres de antaño descubrieron y “dominaron” no aparece por arte de magia; se genera, tal y como cada día se hace el fuego en la cocina o estufa para hornear el pan y resistir las duras y heladas mañanas del sur.
Los efectos que hace ya un año pudimos ver en Valparaíso, es decir, cientos de casas quemadas y parte de una ciudad desaparecida son las muestras más evidentes y brutales de la pobreza, del despojo diario que el poder o más bien lxs poderosxs (porque tienen ojos y boca como cualquiera) ejercen contra quienes caminan por el mundo sin el ángel de la guarda del dinero. No hay nada accidental en que sean éstxs últimxs, los y las pobres quienes sufran los golpes de las catástrofes que tanto gozan mostrar los medios de comunicación. ¡Ah, y por cierto, tampoco hay nada natural en ello!
La catástrofe que ha arrasado con miles de hectáreas de araucarias, coigües, hualles y una infinidad de especies nativas de todos los tamaños y formas, no es más que una triste alegoría de la valoración humana hacia los bosques nativos en particular y hacia la naturaleza en general. Lo que no produce dinero, lo que no llena los bolsillos de la codicia infinita de los ricachones y las ricachonas, no pareciera tener valor en sí mismo y por lo tanto, no hay por qué cuidarlo, respetarlo, amarlo y valorarlo.
No se sorprenda si los árboles quemados se convierten pronto en mercancía para los negociantes de finas maderas en el exterior, tal y como no son sorprendentes los varios proyectos inmobiliarios que se promueven en los abandonados cerros de Valparaíso. Nuestras vidas y nuestro planeta son entendidos como materia prima o productos, cosas posibles de comprar y vender: sin empatía, sin respeto, sin miradas generosas hacia el futuro.
En definitiva, en los bosques precordilleranos, en Valparaíso o en el Norte de estas tierras a los pies de los Andes, nunca es la naturaleza la que nos da la espalda. Los gritos de lxs cientos de desaparecidxs en el norte, de las milenarias araucarias consumidas por las llamas y de los centenares de familias damnificadas en Valparaíso, se suman al incansable grito de dolor que llevamos en nuestros pechos cada día y que retumba en los necios oídos sordos de quienes tienen el poder.
[Tomado de la publicación Volver a la Tierra # 5, Temuco, mayo 2015. Número completo accesible en https://grupovolveralatierra.files.wordpress.com/2014/06/volver-a-la-tierra-nc2b05-mayo-2015.pdf.]
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