Humberto Márquez
En Venezuela las preocupaciones de los jóvenes parecen ajenas a la degradación de las fuentes de agua, de aire limpio, de energía, de alimentos sanos, del hábitat de pueblos originarios y de las exuberantes flora y fauna del trópico, así como de los paisajes para la recreación de quienes se conducen bajo las normas de la vida moderna en las ciudades. “No se aprecia en los jóvenes ni activismo ni preocupación suficiente por los problemas ambientales, porque se trata de conductas que prosperan cuando se tienen las necesidades y preocupaciones básicas satisfechas”, observa el químico y biólogo Fernando Morales, profesor de Procesos y Sistemas en la caraqueña Universidad Simón Bolívar.
El tema de las necesidades básicas insatisfechas en Venezuela, en particular alimentación y salud, dispara alarmas en la región. Al respecto, organizaciones como International Crisis Group, de Bruselas, advierte riesgo de que la degradación de las condiciones de vida lleve al Estado a una suerte de “default social” y el país caiga en una crisis humanitaria.
En Venezuela las preocupaciones de los jóvenes parecen ajenas a la degradación de las fuentes de agua, de aire limpio, de energía, de alimentos sanos, del hábitat de pueblos originarios y de las exuberantes flora y fauna del trópico, así como de los paisajes para la recreación de quienes se conducen bajo las normas de la vida moderna en las ciudades. “No se aprecia en los jóvenes ni activismo ni preocupación suficiente por los problemas ambientales, porque se trata de conductas que prosperan cuando se tienen las necesidades y preocupaciones básicas satisfechas”, observa el químico y biólogo Fernando Morales, profesor de Procesos y Sistemas en la caraqueña Universidad Simón Bolívar.
El tema de las necesidades básicas insatisfechas en Venezuela, en particular alimentación y salud, dispara alarmas en la región. Al respecto, organizaciones como International Crisis Group, de Bruselas, advierte riesgo de que la degradación de las condiciones de vida lleve al Estado a una suerte de “default social” y el país caiga en una crisis humanitaria.
En Venezuela ya es vieja la contradicción entre recursos naturales y modo de vida. País petrolero y minero, con megadiversidad biológica y cuantiosos recursos hídricos –uno de los países con más agua dulce por habitante, según Morales—, ha realizado un crecimiento urbano, económico y laboral muy desordenado.
Una muestra de este maltrato sobre la naturaleza, sus gentes y la sustentabilidad está en la explotación del carbón en la Sierra de Perijá y la Guajira, noroeste del país donde habitan cinco etnias con decenas de miles de indígenas. Venezuela produce allí unas 700.000 toneladas anuales de carbón (10 veces menos que hace 10 años) en dos minas sobre un área de 1.700 hectáreas. El Gobierno entregó en enero concesiones para ampliar la explotación a 24.000 hectáreas de ese territorio que además de hábitat indígena abastece de agua a Maracaibo, la segunda ciudad del país.
Ese proyecto de la firma estatal Carbozulia, en el que participan la estadounidense Peabody y la china Sinohydro, incluye construir un ferrocarril, un nuevo puerto y una planta termoeléctrica alimentada con carbón. El plan repugna a los activistas ambientalistas e indígenas, porque además de afectar al agua, aire, tierras y comunidades se ha anulado la construcción de un parque eólico en la Guajira, que podría aprovechar la fuerza de los vientos alisios en la zona y reemplazar sobradamente a una planta carboeléctrica.
“Es parte de un modelo que tomó fuerza en países con muchos recursos naturales y poco desarrollo industrial. La explotación minera que maltrata el ambiente y a los pueblos originarios además hace ancla con intereses de trasnacionales”, dice el joven Miguel Denis, estudiante de Historia. Denis, del grupo Asamblea de Militantes, que simpatiza con el proyecto del fallecido ex presidente Hugo Chávez (1999-2013), acude junto a otros activistas a un plantón de ecologistas e indígenas frente a la sede del Ministerio de Petróleo y Minería en Caracas. La consigna, “No a la explotación del carbón” y a la planta carboeléctrica. “Estas demostraciones son pequeñas en número de participantes porque no hay un sector social que las respalde, como por ejemplo los trabajadores en un sindicato. Por eso fuera de Perijá y la Guajira no vemos movilizaciones con apoyo de juventudes”, según Denis.
Desde la comunidad Wayuuma, en la Guajira, el activista Reinaldo Fernández, joven indígena wayúu dijo que “trabajamos sin parar para llevar el mensaje de que necesitamos la demarcación de nuestras tierras, de las cinco etnias, para que no pueda avanzar la explotación del carbón sin nuestro acuerdo”. “Extender la explotación del carbón sería acabar con las zonas de bosques, perder nuestros sembrados y rebaños, las fuentes de agua de nosotros y las ciudades junto al lago (de Maracaibo), y sería el final nuestros propios pueblos”, expuso Fernández. Pero el peso de estos argumentos no se siente en las ciudades.
Para Fidel Acosta, que a sus 18 años acaba de concluir la escuela secundaria, “los jóvenes no ven el vínculo directo entre su vida y estas causas, y en cambio con sus proyectos individualistas perpetúan el statu quo”, según dijo en medio del plantón anticarbonífero en Caracas. Otro factor en los jóvenes más activos dentro del “proceso bolivariano” (de Chávez) sería que “bastantes se dedicaron a trabajar desde medios de comunicación o han sido cooptados por el Estado, se han convertido en funcionarios y así se ha perdido la capacidad autónoma de la juventud”, según Denis. Por ello “las luchas sociales y sus victorias tienen en Venezuela poca participación de la juventud, a diferencia de lo que ocurre en Chile, Colombia o Argentina”.
En general, comenta la abogada ambientalista Marcela Scarpellini, “los jóvenes ven los temas de ambiente y recursos naturales como algo intangible, incluso entre quienes orientan sus preocupaciones hacia la política”. Es que “en Venezuela estamos metidos desde hace mucho tiempo en un conflicto social, político y en un grave deterioro económico. Esto hace que se nos aparte la cabeza del camino hacia la sustentabilidad. Estamos además en un país polarizado que no suma voluntades”, según Alejandro Álvarez, de la Red Ara, de organizaciones ambientalistas. Ese clima arropa los esfuerzos de los jóvenes, cuando trabajan “temas ambientales clásicos”, como la minería, el agua o la disposición de desechos sólidos, recuerda Morales, “y más cuando se trata el problema ambiental número uno en Venezuela: la pobreza”
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