Humberto Márquez
Si las cárceles de Venezuela parecen una réplica del infierno, la vida de los familiares de los presos resulta un auténtico purgatorio que se agrava con la inflación récord y la escasez de alimentos y otros bienes indispensables para que sus parientes sobrevivan tras las rejas.
Hay que pagar la causa (tributo para que las bandas armadas que controlan la cárcel respeten la vida de los otros detenidos), la comida, los demás gastos, abogado, papeleo”, enumera Elena (*), de 21 años, camino a tomar un autobusete para visitar a Johnny, de 23, preso en Tocorón, una cárcel 130 km al occidente de Caracas. Lleva a la hija de ambos, de año y medio. Y con ella, ropa, un jabón y comida: una fruta, harina de maíz, margarina, queso, pan, arroz y unos enlatados. Es sábado y como tantas otras novias, esposas, concubinas o amantes de ocasión, Elena espera pernoctar junto a Johnny en esa cárcel que guarda a varios miles de presos. “Somos pobres, debemos ´matar tigres´ (trabajos a destajo) y Elena ha empezado a hacer hasta cosas indebidas para reunir plata ante esta situación, y por añadidura arriesga a la niña llevándola hasta esa cárcel”, comenta Ana, enfermera a medio tiempo y madre de Elena.
Si las cárceles de Venezuela parecen una réplica del infierno, la vida de los familiares de los presos resulta un auténtico purgatorio que se agrava con la inflación récord y la escasez de alimentos y otros bienes indispensables para que sus parientes sobrevivan tras las rejas.
Hay que pagar la causa (tributo para que las bandas armadas que controlan la cárcel respeten la vida de los otros detenidos), la comida, los demás gastos, abogado, papeleo”, enumera Elena (*), de 21 años, camino a tomar un autobusete para visitar a Johnny, de 23, preso en Tocorón, una cárcel 130 km al occidente de Caracas. Lleva a la hija de ambos, de año y medio. Y con ella, ropa, un jabón y comida: una fruta, harina de maíz, margarina, queso, pan, arroz y unos enlatados. Es sábado y como tantas otras novias, esposas, concubinas o amantes de ocasión, Elena espera pernoctar junto a Johnny en esa cárcel que guarda a varios miles de presos. “Somos pobres, debemos ´matar tigres´ (trabajos a destajo) y Elena ha empezado a hacer hasta cosas indebidas para reunir plata ante esta situación, y por añadidura arriesga a la niña llevándola hasta esa cárcel”, comenta Ana, enfermera a medio tiempo y madre de Elena.
Johnny cayó porque era parte de un grupo en un barrio humilde del este caraqueño que se involucró en distribución de droga y un día de 2014 se les culpó de un asesinato. Apresaron a tres, dos lograron quedar libres pero el novio de la entonces embarazada Elena no tuvo igual suerte aunque se le procesa como cómplice y no como ejecutor del crimen. Ahora debe sobrevivir en Tocorón, una de las tantas cárceles en las que guardias militares y funcionarios civiles controlan los accesos, pero el interior del reclusorio está en manos de bandas dirigidas por un pran (jefe), seguido por un carro (escoltas armados incluso con fusiles y granadas) y ayudado por grupos de luceros (vigías).
En Venezuela hay 50 centros de detención entre cárceles y retenes con capacidad para 24.300 individuos pero ocupados por 53.900, según el Ministerio de Servicios Penitenciarios. Es decir, un hacinamiento de 120 %. El no gubernamental Observatorio Venezolano de Prisiones (OVV) registró 55.000 detenidos en 2014: 94% hombres y 6% mujeres, y de todos ellos 64% procesados, 31% penados y 3% en destacamentos de trabajo, una de las modalidades de semi-libertad.
En una cárcel de Yare, 30 km al este de Caracas, un letrero sobre una pared reza “Bienvenidos a la isla de la fantasía, donde todas tus pesadillas se hacen realidad”. Si el preso no trabaja para el pran debe en primer lugar pagarle dinero para que su vida esté a salvo y se le permita dormir lejos de retretes y otras áreas insalubres.
Humberto Prado, coordinador del OVV, recuerda que “más de 300 presos murieron en las cárceles de Venezuela en 2014, y en años inmediatamente anteriores se registraron tasas de más de 400 y 500 por año, es decir, más de un muerto cada día”. Distintas organizaciones no gubernamentales culpan a militares y policías por la introducción de armas de fuego a las prisiones. Luego “están las enfermedades. Abundan las dermatológicas, gastrointestinales y respiratorias, debidas a la insalubridad, falta de agua potable, de alimentos, y al hacinamiento en las cárceles. No hay casi asistencia médica y los familiares son quienes deben buscar y costear las medicinas, además de la comida”, dijo Prado.
“Era un problema, ahora una calamidad, vivimos en un purgatorio”, dice Ana. Ello porque “en todo el país hay escasez de alimentos, de medicinas, de jabón, de papel sanitario. La familia se reparte en las colas de los mercados para comprar lo que podemos. En la cárcel también se compra, pero todo mucho más caro”, agrega la madre. Varias cárceles albergan, en paralelo a la violencia administrada por los presos, negocios auspiciados por los pranes, tales como minitiendas, abastos y restaurancillos. En Tocorón hay también una discoteca, “Tokio”, una piscina, un parque infantil, mascotas atendidas.
Algo menos dura es la vida para la familia de Luis, 21 años. Tiene un “régimen de presentación” en un reclusorio del área metropolitana de Caracas. “Fue el malandro (delincuente) bobo: manejó la moto para que un amigo hiciera un robo, los descubrieron, el compañero pudo escapar y a él lo agarraron”, cuenta su tía Consuelo. Son tres familias nucleares que comparten una humilde casita alquilada del oeste capitalino. Los hombres son albañiles; las mujeres, empleadas domésticas. Siete niños. “Cuando el muchacho estuvo preso, fueron meses duros: racionar hasta la comida en la casa para pagar tantas cosas y que sobrara algo para darle a los guardias”. Ahora Luis sale de prisión cada mañana y debe regresar allí en la noche. No tiene empleo y los parientes temen que le pase algo y no pueda cumplir con el régimen de presentación. Si lo envían a una cárcel lejana “entraría en crisis toda la familia”, que vive contando cada moneda en el clima de carestía, con una inflación estimada anual de 120%.
[Versión resumida de reportaje accesible en https://eltoque.com/texto/ser-familiar-de-un-preso-es-vivir-en-el-purgatorio.]
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