David Soliño
En La Campana nº 31 de esta V Época, Germinal Cerván escribió un artículo titulado “De trabajadores y personas trabajadoras”, al que poco después replicó Musa Món (La Campana nº 32), bajo el título “Respuesta a Germinal Cerván a propósito del lenguaje no sexista”.
Me permito terciar en algunos aspectos de esta polémica, aunque tras leer detenidamente ambos artículos, considero que es mucho más lo que ambos comparten respecto del lenguaje no sexista (para Musa) o propiamente sexista (para Germinal), que aquello en lo que discrepan.
En La Campana nº 31 de esta V Época, Germinal Cerván escribió un artículo titulado “De trabajadores y personas trabajadoras”, al que poco después replicó Musa Món (La Campana nº 32), bajo el título “Respuesta a Germinal Cerván a propósito del lenguaje no sexista”.
Me permito terciar en algunos aspectos de esta polémica, aunque tras leer detenidamente ambos artículos, considero que es mucho más lo que ambos comparten respecto del lenguaje no sexista (para Musa) o propiamente sexista (para Germinal), que aquello en lo que discrepan.
En primer lugar, Mon reprocha a Germinal el uso del calificativo “mal llamado” al “lenguaje no sexista”, pues éste, a juicio de Mon, responde al esfuerzo de muchas personas en “no ser sexistas con el lenguaje”, de modo particular cuando encuentran en el lenguaje habitual “trazas de sexismo, es decir, de discriminación y menosprecio para con alguien en su condición de persona sexual, sea hombre o mujer”.
Mal se aviene con el argumento de Mon el hecho del empeño permanente del que hacen gala los partidarios (y partidarias) del “lenguaje no sexista” por imponer la separación de los dos sexos en cualquier conjunto de individuos del que se hable y, de este modo, hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo. En concreto cuando el vocablo que designa ese conjunto o el plural de sus componentes rige en español con el género gramatical masculino, pero no cuando rige el género gramatical femenino (como, por ejemplo, persona-s).
Conforme a este planteamiento, el denominado por sus partidarios “lenguaje no sexista”, no corrige como genérico el vocablo “persona-s”, pero sí “trabajador-es”. Con este proceder, se procura forzar (o anhela establecer) una fractura, una discriminación por razón de sexo en el colectivo de los ‘trabajadores’ que el lenguaje común no establece y que, nosotros mismos (los “anarcosindicalistas”, a los que alude Cerván) consideramos en desacuerdo con nuestro ideario igualitario que, tal como señala el art. 2 de los estatutos de la CGT (y también de la CNT), es objetivo del sindicato, entre otras cuestiones, “desarrollar la voluntad de asociación de los trabajadores, independientemente de su sexo, raza, nacionalidad, lengua, ideas políticas o religiosas.”
¿Cómo es que pudiéramos denominar sin auto engañarnos “lenguaje no sexista” a un artificioso código lingüístico que sistemáticamente pretende borrar del habla y la escritura todo espacio común, indistinto, colectivo, social... entre hombres y mujeres hasta hacerlo ‘inimaginable’ o desterrarlo de la conciencia social, con la sola e inicua excepción de que el vocablo concuerde gramaticalmente con el género femenino? A mi juicio, tiene toda la razón Cerván: este código sí es propiamente “sexista”, del mismo modo que consideraríamos “racista” o “xenófobo”, aquella norma que nos conminase a repetir siempre, a modo de latiguillo insufrible, la expresión “los trabajadores nacionales y trabajadores inmigrantes” en sustitución de la frase “los trabajadores”, con la excusa de ‘visibilizar la explotación y abusos habituales a que los empresarios y las leyes someten a los inmigrantes, que son a menudo diferentes y más agudas que las que sufren los nacionales”.
El segundo reproche que Musa Mon dirige a Cerván se refiere al hecho de que éste califique en algún momento a “una gran parte del feminismo” como “contaminador del anarcosindicalismo”. Dice Musa: “el componente de las mujeres en la clase trabajadora, ... las hace partícipes esencialmente de la lucha revolucionaria” (según la conciben los anarcosindicalistas) ... “Siendo para mí esta consideración propia de lo que entiendo por feminismo, se me hace raro escuchar ...” la expresión de Cerván.
Está muy clara la diferencia de criterio entre ambos, pues Musa identifica el ‘feminismo’ con la participación esencial de las mujeres en la lucha revolucionaria -¡que, por supuesto, Cerván en ningún momento niega ni esconde!-, mientras que Cerván se refiere al ‘feminismo’ en tanto que importante movimiento doctrinario, en el que “una gran parte” defiende posturas y posiciones que, de ningún modo, pueden ser calificadas de revolucionarias. Basta con prestar una mínima atención cada día al discurso teórico, iniciativas prácticas y reivindicaciones promovidos por los grupos feministas considerados hegemónicos. El mayor número de estas entidades y colectivos, al menos en España, optó por un concepto de “igualdad” (asocial, estamental, intraclasista, intra-casta, etc) que es radicalmente incompatible y contradictorio con el que vienen defendiendo desde el siglo XIX los partidarios de la revolución social y no meramente política, interpretada como un simple cambio de amos.
[Publicado originalmente en La Campana # 33, Pontevedra, julio 2015. Edición completa de este número y los demás mencionados en el artículo en www.revistalacampana.info.]
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