Carlos Solero
El 18 de julio de 1936 se produjo el alzamiento de tropas del ejército encabezado por Francisco Franco Bahamonde y pocas horas después la península Ibérica sería el escenario de un dramático pero inevitable enfrentamiento.
La Guerra Civil española se venía gestando desde que en 1931, proclamada la Segunda República, los sectores más reaccionarios y oscurantistas coaligados expresaran su pesar por la caída de la nomarquía del rey Alfonso XIII. Mientras las multitudes manifestaban en las calles y el poeta Antonio Machado, entre otros, izaba la bandera de la República en Ávila, el obispo de Toledo Isidro Gomá y el cardenal Segura decían que comenzaba una tragedia para España.
El 18 de julio de 1936 se produjo el alzamiento de tropas del ejército encabezado por Francisco Franco Bahamonde y pocas horas después la península Ibérica sería el escenario de un dramático pero inevitable enfrentamiento.
La Guerra Civil española se venía gestando desde que en 1931, proclamada la Segunda República, los sectores más reaccionarios y oscurantistas coaligados expresaran su pesar por la caída de la nomarquía del rey Alfonso XIII. Mientras las multitudes manifestaban en las calles y el poeta Antonio Machado, entre otros, izaba la bandera de la República en Ávila, el obispo de Toledo Isidro Gomá y el cardenal Segura decían que comenzaba una tragedia para España.
Las ilusiones de reformas y cambios sociales que anidaban en los corazones de las mujeres y hombres jornaleros del campo y el proletariado de las ciudades se vieron frustrados a poco de andar por la ambigüedad y la tibieza de los jerarcas republicanos frente a los poderosos latifundistas. También por la feroz represión a las insurrecciones populares de Asturias y Andalucía, por parte de las fuerzas armadas bajo la II República.
Además, como se sabe, España es una invención como tantos otros territorios en los que el Estado busca hacer homogéneo lo que es claramente heterogéneo. Las regiones como Catalunya, Euzkadi, Galicia, Andalucía, Asturias, Extremadura y Levante tenían y tienen marcados contrastes con Castilla y particularmente con Madrid. Diferencias socioeconómicas, socioculturales de suma importancia remiten a lo que un autor denominó un crisol, es decir un recipiente con material candente en plena ebullición. La Guerra Civil española fue la antesala de la Segunda Guerra Mundial, pero cabe señalar que en el seno del complejo, contradictorio y dramático proceso social ibérico se dieron experiencias inéditas de realizaciones concretas llevadas adelante por mujeres y hombres decididos a no claudicar frente al fascismo en versión falangista y al estalinismo.
Experiencias de pedagogía libertaria, liberatorios de prostitución, socialización de los servicios de salud, colectivización de tierras y autogestión social de campos, fábricas y talleres. Todo esto mientras un pueblo en armas luchaba contra los militares sublevados contra la II República, los capitalistas y la jerarquía eclesiástica clerical. Esta alianza apoyada material y militarmente por el régimen italiano de Benito Mussolini y el Tercer Reich alemán encabezado por Adolfo Hitler, más las arteras maniobras de la dictadura de Joseph Stalin, enemigo declarado del socialismo libertario y el anarquismo.
Además democracias occidentales como Francia, Inglaterra y Estados Unidos se mantuvieron en una neutralidad cómplice con los falangistas, carlistas, etcétera. El final de la contienda de España en marzo de 1939 instauró la dictadura cívico-militar de Franco hasta 1975, año en el que el sanguinario déspota falleció luego de una larga agonía.
Ya muerto Franco, en llamada transición democrática los líderes de las principales fuerzas políticas, entre ellos el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Comunista, firmaron los acuerdos de La Moncloa que legitimaron la monarquía parlamentaria encabezada por Juan Carlos de Borbón. Vale recordar que el rey había sido designado por el dictador Franco como su sucesor. El Pacto de La Moncloa estableció la impunidad de los genocidas y la imposibilidad de revisión de los crímenes de lesa humanidad perpetrados en la posguerra civil por el régimen franquista vigente durante casi cuatro décadas.
Entre las experiencias impulsadas durante la Revolución Libertaria y la Guerra Civil de España es importante destacar la de las Mujeres Libres. Como señala una historiadora: “Mujeres Libres fue una organización de mujeres (a veces calificada por ello de feminista, sin embargo no se consideraba como tal) dentro del anarcosindicalismo español que existió desde abril de 1936 a febrero de 1939, durante la Guerra Civil Española. Junto a la Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias y la Federación Anarquista Ibérica constituyó una de las organizaciones clásicas del movimiento libertario español. A pesar de la igualdad de género que proponía la CNT desde sus orígenes, muchas de las mujeres que militaban en el movimiento pensaron que era necesario que hubiera una organización específica para desarrollar plenamente sus capacidades y su lucha política”.
La derrota de los republicanos y los revolucionarios, el exilio, el triunfo de los sublevados contra la II República Española significaron brutales represalias contra quienes no pudieron huir hacia el exilio. Encarcelamiento, torturas, secuestros de niñas y niños, hijos de los que enfrentaron el golpe y combatieron durante tres años. Miles de mujeres y hombres de diversas edades cruzaron las fronteras de España. Algunos hacia el continente americano: Argentina, Chile, México, Venezuela y otros hacia Francia donde fueron internados en campos de concentración como el Argeles Sur Mer. Con la invasión de Francia por parte de las tropas del nazismo germánico fueron trasladados a campos de concentración y exterminio como Mauthausen. Según el escritor Arthur Koestler, los nazis los llamaban “escorias de la tierra”.
Sin embargo muchos de los combatientes republicanos españoles que permanecieron en territorio francés, participaron durante la Segunda Guerra Mundial de la resistencia antifascista, ingresando con los tanques de los aliados en la liberación de París en agosto de 1944.
Quienes presenciaron ese ingreso a la capital francesa se sorprendieron al ver en los laterales de los carros de combate inscripciones como CNT, FAI, Teruel, Ebro y otras que evocaban la lucha en el territorio español. Las insignias de las organizaciones obreras y confederales anarquistas, y el nombre de las batallas ponían nuevamente en escena a los irreductibles luchadores internacionalistas por la libertad de los pueblos.
La memoria de estas luchas como la librada por el pueblo ibérico no deben ser una mera y nostálgica evocación, sino y por sobre todo una referencia en las actuales luchas de los pueblos contra la opresión. En México, Kurdistán, Grecia, Europa y también Latinoamérica.
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