Gustavo Godoy
Según la mitología griega, Sísifo fue rey de Corinto y un hombre muy sabio y prudente. Sin embargo, cometió una gravísima falta que ofendió terriblemente a los dioses. Debido a esta transgresión, este mortal, símbolo de la humanidad, fue condenado al Hades y castigado de un modo muy particular. Su pena consistió en hacer subir una pesada roca hasta la cima de una altísima montaña para volverla a subir inmediatamente sin descanso por toda la eternidad. Este curioso mito fue brillantemente utilizado por el escritor franco-argelino y premio nobel de literatura Albert Camus para ilustrar su famosa filosofía de lo absurdo.
Según la mitología griega, Sísifo fue rey de Corinto y un hombre muy sabio y prudente. Sin embargo, cometió una gravísima falta que ofendió terriblemente a los dioses. Debido a esta transgresión, este mortal, símbolo de la humanidad, fue condenado al Hades y castigado de un modo muy particular. Su pena consistió en hacer subir una pesada roca hasta la cima de una altísima montaña para volverla a subir inmediatamente sin descanso por toda la eternidad. Este curioso mito fue brillantemente utilizado por el escritor franco-argelino y premio nobel de literatura Albert Camus para ilustrar su famosa filosofía de lo absurdo.
El mundo de Sísifo es un mundo similar al nuestro. Esta es una realidad donde los problemas verdaderamente importantes no tienen una solución definitiva. Este es, sin duda, un mundo incompresible desde la razón. En las palabras de William Butler Yeats “La vida es una larga preparación para algo que nunca llegara”
En el arte de vivir nos topamos frecuentemente con profundas contracciones y difíciles dilemas que desafían constantemente el pensamiento. Sin embargo, la vida concreta no se piensa, se vive.
Este mundo no es racional sino paradójico. Eso que comúnmente llamamos realidad no es otra cosa que un complejo sistema de procesos y cambios constantes. Es inútil especular de manera absoluta acerca de la totalidad del universo y su finalidad. Lo único cierto es lo incierto. La comprensión humana es limitada porque su persecución del entorno es también limitada. Para los seres humanos no existen verdades objetivas ni absolutas sino subjetivas y relativas. Ya el filosofo griego Protagoras lo dijo en el siglo V antes de Cristo “El hombre es la medida de todas las cosas “. De forma parecida lo postulo el filosofo danés Soran Kierkegaard en su famosa frase “La verdad es la subjetividad”
La incapacidad de la mente humana de comprender objetivamente los misterios del universo en su totalidad absoluta se extiende inevitablemente a la incapacidad de construir ideales y valores basados en un orden metafísico cerrado y universal.
Las leyes de los hombres no vienen de los dioses o de una realidad supranatural. Nuestras leyes, costumbres y principios morales son convencionalismos construidos por nosotros mismos para nuestra propia utilidad como resultado de la experiencia. No hay normas transcendentes de conducta. No hay patrones absolutos que impongan el como se debe vivir.
¿Como vivir la vida en un mundo absurdo, un mundo sin sentido ultimo?
Como en el caso de Sísifo, el caminante en un camino sin final debe encontrar plenitud en el hecho mismo de caminar. Seria absurdo poner sus esperanzas en una meta inalcanzable desde el inicio.
La vida carece de un fin último fuera de nosotros mismos. Sencillamente, somos en la medida que vivimos. La vida es simplemente el momento presente donde cada individuo existente vive, siente y experimenta en ese movimiento místico entre el ser y su circunstancia.
Todo cambia. Hay tiempos malos y buenos. La suerte viene y se va. Sin embargo, hay algo para aferrarse y nadie no los puede arrebatar: Nuestra actitud personal ante el destino. La vida es el acto mismo de vivir.
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