Colectivo Editor
de El Libertario
En relación a nuestra postura ante el
reclamo que de nuevo levanta el Estado venezolano sobre territorios actualmente
bajo control del Estado guyanés, expondremos los siguientes puntos:
1.- L@s anarquistas, por amplias razones
y por experiencia histórica, siempre sospechamos y somos profundamente críticos
de toda iniciativa en la que algún Estado quiera asumirse como único vocero,
representante incuestionable y agente exclusivo para actuar a nombre de la
sociedad sobre la que se ha impuesto, con pretextos como “soberanía nacional”,
“sagrados intereses de la patria”, “salvaguarda del territorio”, “defensa ante
la agresión externa” o parecidos; que resultan lo bastante abstractos para servir
de útil comodín a lo que es el interés estatal supremo: imponer y consolidar su
dominio sobre la colectividad. Un ejemplo repetido, tanto de esa clase de
maniobra como de las respuestas críticas coherentes que se han dado desde el
anarquismo, puede verse en muchas situaciones análogas en mayor o menor grado a
la que hoy se presenta entre los gobiernos de Guyana y Venezuela.
2.- Como anarquistas, entendemos que es
la ocupación, uso y permanencia dentro de un territorio por parte de una colectividad
determinada lo que sin duda forja el derecho que ella tiene a dicho ámbito, muy
superior a lo que le quieran imponer las leyes, pactos y componendas de las que
se valen los Estados y el Capital para atribuirse potestades irrebatibles en
tales espacios.
3.- En vistas a lo anterior consideramos
que, por encima de los argumentos jurídico-formales y jurídico-históricos
esgrimidos por el Estado venezolano en su alegato y la réplica que en términos
parecidos expone el Estado guyanés, la decisión sobre la condición política del
espacio que va entre la orilla oeste del río Esequibo y la actual frontera corresponde
a quienes habitan allí. Recordemos que hasta mediados del S. XIX, la escasa
población era de grupos indígenas fuera del alcance y control del poder estatal
–fuese de la previa Corona española, de la flamante república venezolana o el
recién llegado Imperio británico-. Luego se fue incrementando en algo por obra
del modelo colonial impuesto por los ingleses, con importación de mano de obra
africana e hindú, formándose una colectividad que hoy se estima de 160.000 a 170.000
personas establemente asentadas allí (ver http://bit.ly/1GkfJva), de habla
inglesa y con características socioculturales afines a las del Caribe
angloparlante, aunque la mayor parte del centro y sur del área siguen estando
apenas ocupadas por núcleos indígenas.
4.- Aunque cause incomodidad o se silencie
de este lado de la frontera, ni el Estado ni la sociedad venezolana han tenido
jamás presencia en la “zona en reclamación”, por lo que el argumento del
despojo únicamente vale en lo jurídico-formal y su historia. Remontándonos a la
etapa colonial y al siglo XIX, nada indica tal arraigo, lo que facilitó la
expansión inglesa, por lo cual ni en la toponimia, y menos en la tradición
cultural de esa región, hay huellas significativas de “venezolanidad”. Por lo
demás, ese Estado que, desde la década de los 60 y cuando le conviene jugar al
patriotismo saca a relucir el tema, nunca ha propiciado una estrategia de
aproximación dirigida hacia el territorio del Esequibo y sus habitantes, que de
algún modo los gane o al menos los acerque a la cultura y sociedad de nuestro
país. Como ejemplo histórico de dicha separación está lo ocurrido con la
rebelión de Rupununi, en enero de 1969 (ver http://bit.ly/1GkfJva); mientras
que otra demostración, quizás más patente, de lo espasmódica de la acción
político-diplomática del Estado venezolano fue cuando el 1er. gobierno de
Rafael Caldera convino en congelar por 12 años la reclamación territorial al
firmar el Protocolo de Puerto España (1970).
5.- En Venezuela es indudable que
levantar ese clamor patriotero responde tanto al apuro gubernamental por buscar
oxígeno ante próximos eventos electorales (parlamentarias de diciembre y
posible referéndum revocatorio presidencial de 2016), como a la necesidad de
“huir hacia adelante” dada la incapacidad para enfrentar la terrible coyuntura socioeconómica
a la que llegamos tras 16 años de chavomadurismo. Hoy iza la bandera
nacionalista el mismo personaje que ocupó de 2006 a 2013 el Ministerio de
Relaciones Exteriores, cuando la beligerancia que ahora muestra sobre el tema
brilló por su ausencia. De hecho, el asunto seguiría luego desatendido por la
Cancillería bolivariana, así que no se apresuraron a solicitar a la ONU la
designación de un nuevo Buen Oficiante o mediador en la controversia cuando
falleció en abril de 2014 quien ocupaba esa posición, pedido que al fin se hizo
en julio de 2015.
6.- De ningún modo cabe entender lo
dicho como reconocimiento de “derechos” del Estado guyanés sobre ese
territorio. Somos anarquistas y, en cuanto tales, cuestionamos y enfrentamos el
“derecho” de cualquier Estado sobre un territorio, sea en Guyana, en Venezuela,
en el Vaticano o en NorCorea. Lo que reivindicamos en éste y en todos los casos
es lo expresado en el punto 2; aclarando que el camino que proponemos no es el
de la simple vía electoral, con referéndum bajo reglas impuestas por gobiernos
u organismos internacionales, sólo para elegir al amo estatal al mando. Tanto
para esa región, como para las demás regiones bajo control de los Estados en
disputa, propugnamos la organización autogestionaria y federada, basada en el
libre acuerdo y el apoyo mutuo, fuera de cualquier sujeción a toda clase de
poder jerárquico autoritario. Entendemos que solo con la existencia de tal
organización –en Guyana, en Venezuela y en todas partes- habrá oportunidad para
que al fin desaparezcan los conflictos territoriales internacionales.
7.- Como en casos parecidos donde se
invoca la “causa nacional”, los únicos que ganan al patrocinar semejantes
trifulcas son los respectivos Estados y capitalistas asociados, mientras que
siempre las pérdidas van para los pueblos. El alboroto de parte y parte intenta
dar coartada al lucro que unos pocos obtendrían de la extracción de recursos
naturales de la “zona
en reclamación” y
áreas de mar correspondientes, además de servir para buscar en lo interno
dividendos políticos y electorales, agitando una xenofobia oportunista que vocifera
contra el adversario extranjero de ocasión, pero aceptando al mismo tiempo que
otros intereses externos de parecida calaña e intención se aprovechen a gusto
en uno y/u otro país. Como un ejemplo entre muchos está el cacareo desde
Miraflores contra Exxon-Mobil, mientras prosigue su luna de miel interminable con
Chevron (ver http://bit.ly/1GsH5iS); ello por no hablar de cómo los gobiernos
de Cuba y China sacan cuanto pueden y les interesa tanto de Caracas como de
Georgetown.
8.- Aunque parezca evidente, hay que decirlo
con todo énfasis: rechazamos de plano cualquier pretensión de los gobiernos de
ambos lados (y de intereses que pudieran estar instigándolos) para propiciar
una escalada que derive en disculpa a masivas compras de armamentos, a la
militarización, o peor aún, para escaramuzas de frontera o hasta una guerra
abierta.
Para
concluir, nada mejor que los versos de “Punto y Raya”, poema-canción de Aníbal
Nazoa:
Entre tu pueblo
y el mío,
hay un punto y
una raya,
la raya dice «no
hay paso»,
el punto, «vía
cerrada».
Y así, entre todos los pueblos,
raya y punto, punto y raya,
con tantas rayas y puntos,
el mapa es un telegrama.
Caminando por el mundo,
se ven ríos y montañas,
se ven selvas y desiertos,
pero ni puntos ni rayas.
Porque estas cosas no existen,
sino que fueron forzadas,
para que mi hambre y la tuya
estén siempre separadas.
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