Desiderio Martín
La ideología mayoritaria del desarrollismo, parece que pudiera estar empezando a resquebrajarse, más allá de ecologistas, intelectuales y personas militantes.
Al menos, parece que se está de acuerdo que el modelo desarrollista del capitalismo (el de empresa privada y el de Estado; el de las reglas-keynesianismo- y el de las no reglas -liberalismo-), en cuanto a las consecuencias de su hacer (producción, distribución, consumo, desperdicios), ha producido una alteración irreversible de la naturaleza, hasta el punto de poner en riesgo la habitabilidad misma del planeta y, cuanto menos, las formas de vida hasta ahora imperantes.
La ideología mayoritaria del desarrollismo, parece que pudiera estar empezando a resquebrajarse, más allá de ecologistas, intelectuales y personas militantes.
Al menos, parece que se está de acuerdo que el modelo desarrollista del capitalismo (el de empresa privada y el de Estado; el de las reglas-keynesianismo- y el de las no reglas -liberalismo-), en cuanto a las consecuencias de su hacer (producción, distribución, consumo, desperdicios), ha producido una alteración irreversible de la naturaleza, hasta el punto de poner en riesgo la habitabilidad misma del planeta y, cuanto menos, las formas de vida hasta ahora imperantes.
El modelo desarrollista-productivista causante de estragos humanitarios en todos los órdenes, especialmente en la agricultura (base de la soberanía alimentaria): sequías, hambrunas, inundaciones, pérdida de biodiversidad, escasez de recursos hídricos, etc. golpea especialmente en las regiones pobres por la acción de los países ricos. Este accionar y sus efectos (daños) son considerados “crímenes contra humanidad”, al considerar que niegan las posibilidades de vida de casi dos terceras partes de la población mundial.
En los últimos años, este desarrollismo bárbaro, inhumano y genocida, ha incorporado en los países occidentales, en los países ricos, otro accionar político, consecuencia del anterior, basado en políticas económicas, que además de ser catastróficas e ineficaces, atacan y destruyen los derechos sociales y los derechos de las personas trabajadoras.
Los daños sobre las poblaciones de esas regiones ricas, han llevado al desempleo masivo, al aumento exponencial de la pobreza a la vez que aumenta exponencialmente la desigualdad: cada vez la riqueza se concentra en menos personas, lo cual les hace acaparar la misma, en proporciones desconocidas en la historia de la humanidad, e iguala en un “comunismo de la precariedad y la pobreza” a la inmensa mayoría social.
Hablar de una antropología de la desigualdad se hace necesario a la vista de que existen poblaciones enteras o categorías de personas que son sistemáticamente “exterminadas”, al considerarles inferiores, robarles sus identidades y considerar que son prescindibles de su categoría social de personas (dignidad).
¿Cómo no denominar a esto criminalidad del poder? Criminalidad del poder de los Estados, de los mercados y de los estados paralelos que existen al margen de cualquier procedimiento democrático formal.
Crímenes del sistema político y económico (capitalismo) y crímenes del mercado y de los mercaderes, que son posibles, por lo tanto impunes, por esa relación entre la política y la economía, ya que el “gobierno público y político de la economía” ha transmutado al “gobierno privado y económico de la política”.
Las leyes, las reglas de juego regidas por normas de convivencia donde deben ser garantes de los derechos humanos y fundamentales de las personas, han sido cambiadas por una concepciónideológica que llevadas a la “juricidad constitucional”, las leyes del Mercado han sido sancionadas como leyes naturales, es decir propias de la naturaleza humana ante la cual “nada se puede hacer”.
Hoy la “lex mercatoria”, es decir la ley del mercado, es la única legítima, sustituyendo de esta manera la democracia, la figura del ciudadano/a democrático que con su accionar (por lo general lo venía y viene haciendo a través de los votos), influye en la definición del bien común, y ahora se le convierte a este ser humano en un ser individual, calculador, consumidor que persigue exclusivamente intereses privados y se desentiende del bien común. Este es el mayor “crimen” contra ese ser humano: el desposeerle de su naturaleza social.
Solamente desde una praxis colectiva, de cooperación y autogestión, los seres humanos hemos sido capaces de poner en marcha un marco de convivencia que sustente y legitime lo que es de todos y todas, y en consecuencia, no podemos seguir consintiendo que la vida en todas sus expresiones, sea regida por criminales.
[Artículo publicado originalmente en Rojo y Negro # 292, Madrid, julio-agosto 2015. Ver el número completo en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro292.pdf.]
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