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martes, 21 de julio de 2015

Anarquismo social: Reflexiones para una militancia activa


Revista Libertaria (Chile)

El anarquismo es una propuesta política de transformación social. Esta propuesta contiene distintos elementos entre los que es posible señalar: Una crítica radical a las estructuras de poder; un conjunto de principios políticos o ideas centrales, un abanico de metodologías de trabajo y finalmente, objetivos políticos y tácticas de acción contextualizadas a cada realidad local.

La crítica anarquista a las estructuras de poder, deja en evidencia la estructuración jerárquica de la sociedad capitalista, que en buenas cuentas, divide a las personas en diferentes clases sociales de acuerdo a su acceso a la riqueza y posibilidades de participación en la toma de decisiones. Así, por una parte existe un pequeño grupo de personas ricachonas y acomodadas que se enriquecen a costa del trabajo ajeno y toman prácticamente todas decisiones de la vida pública. Por otro lado, estamos prácticamente todas las demás personas, quienes debemos trabajar para sobrevivir (nosotras/os mismos/as o alguien de nuestras familias) y además se nos niega la posibilidad de tomar decisiones, incluso cuando estas decisiones nos afectan directamente o a nuestro entorno. Esta división social es comúnmente denominada estructura de clases y es uno de los principios articuladores de la sociedad capitalista.

Frente a esta injusta realidad, el anarquismo propone una idea muy simple y completa políticamente: “Construir una sociedad donde ninguna persona domine a otra”. Esta simple afirmación constituye el eje central de las ideas li-bertarias y es a lo que común-mente se refieren algunos/as compañeras/os cuando dicen “la idea”. A partir de esta idea base, se articulan los demás conceptos ácratas como la acción directa, la horizontalidad, el apoyo mutuo, el federalismo y la autogestión. Este último concepto es el que precisamente proyecta de mejor forma la propuesta social del anarquismo, y se refiere a que las personas deben hacerse cargo colectiva y solidariamente de sus necesidades y problemas, organizándose y movilizándose para lograr desarrollar sus interés y mejorar su calidad vida. Este accionar conlleva alejarse de las lógicas de mercado y poder pues no se trata de generar “islas de libertad” o suplir a través de acciones benéficas algunas necesidades no cubiertas por las vías tradicionales del capitalismo (acción individual en el denominado libre mercado) sino de ir generando relaciones sociales horizontales que entran en contradicción con las jerarquías sociales y la estructura de clases, y en esa confrontación es cuando se va construyendo la sociedad nueva sin dominación ni explotación.

Ahora bien, cuando pensamos en las metodologías de trabajo propuestas desde el anarquismo, la idea es operativizar coherentemente los principios políticos ya descritos con la forma de organizarse y actuar de las y los militantes anarquistas. Por ejemplo, si lo que se quiere es desarrollar y profundizar la horizontalidad al interior de una organización social es posible instalar en dicha organización, metodologías de trabajo tales como la rotación de los cargos, la toma de decisiones políticas a través de asambleas, la articulación de vocerías en vez de dirigencias, la transparencia de las finanzas, la fluidez de la información al interior de la orgánica, abordar colectivamente la formación de quienes participan en dicha organización, etc.

Hasta aquí, es posible pensar al anarquismo en términos generales e incluso universalistas, es decir, se trata más o menos de lo mismo en diferentes realidades y contextos. Sin embargo, los siguientes dos elementos (objetivos y tácticas) no son posibles de definir sin tener en consideración el contexto donde se desarrollan, así como también los recursos humanos y económicos con los que se cuenta para su desarrollo. En otras palabras, se trata de decisiones políticas específicas, que deben ser pensadas, debatidas y adoptadas por cada grupo de trabajo u organización anarquista en términos particulares y que probablemente algunos serán de carácter público y explícito y otros se mantendrán en reserva o secreto. Qué quieren las y los anarquistas para la sociedad futura está más o menos definido en los niveles anteriores, principalmente a través de la idea central antes expuestas, pero qué harán las y los anarquistas para conseguirlo es algo sujeto a mucho debate y tensión.

Por ejemplo, las vertientes insurreccionalistas del anarquismo han levantado como táctica política el “ataque directo contra toda forma de poder”, articulándose en pequeños grupos de afinidad, clandestinos o semi clandestinos que han desarrollado acciones que van desde la propaganda a través de afiches y actividades contraculturales, disturbios en diferentes manifestaciones públicas y lo que claramente más ha llamado la atención de los medios de comunicación y los aparatos represivos, la colocación de artefactos explosivos caseros en sucursales bancarias, comisarías y otros edificios que representen el poder. Sin embargo, la mayoría de las veces, estas acciones aparecen aisladas y descontextualizadas de los conflictos sociales que se desarrollan en nuestra sociedad, por lo que si bien es absolutamente legítimo que cualquier oprimido/a se rebele frente a sus opresores de la manera que mejor le parezca, la realización de este tipo de acciones no conlleva mayor trascendencia política, es decir, no apuntan a la transformación de esta sociedad.

Otras vertientes del anarquismo en la región chilena (y quizás, a nivel latinoamericano), han optado por asimilarse a la cultura política de la izquierda, llegando a plantear sin escozor alguno su apoyo al gobierno bolivariano en Venezuela; o a asumir como propia la consigna de “poder popular”, planteada a finales de los años ’60 por el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Si bien en momentos en que la fuerza de los sectores movilizados es muy baja y sólo existen pequeños gérmenes de organización sindical, barrial y estudiantil con trabajo permanente y sistemático, la propuestas de “poder popular” (propias del marxismo) y “autogestión” (propias del anarquismo) suelen confundirse e incluso coincidir en algunos puntos, como por ejemplo, la apuesta básica por levantar organizaciones sociales. Cuando se proyectan los esfuerzos en el tiempo y se explicitan los objetivos políticos que se están trabajando, las diferencias entre ambas posturas resultan irreconciliables. Quienes apuestan por el “poder popular” proponen la articulación de movimientos sociales fuertes, capaces de ejercer control sobre determinadas funciones sociales y presionar a los grupos dominantes para que cedan determinados privilegios transformándolos en derechos sociales. Claramente, en este imaginario se encuentra siempre la figura del Estado, y más precisamente del Estado benefactor, como ideal de sociedad. De hecho, normalmente se señala las experiencias de los “cordones industriales” como la máxima expresión de poder popular alcanzado en Chile, sin embargo, es imposible pensar dichas experiencias fuera del contexto de un gobierno como el de la Unidad Popular, dispuesto a estatizar empresas, fijar precios, redistribuir recursos, impulsar reformas, etc. Hoy, muchos/as de los que defienden el poder popular, sostienen que la educación debe ser pública, gratuita y de calidad, que el Estado debe instalar un sistema de reparto solidario que reemplace a las AFP, que la salud pública debe recibir recursos de la salud privada, etc., en definitiva, sostienen que es el Estado el ente que debe satisfacer las necesidades de las personas bajo la forma de garantizar determinados derechos básicos. Nadie debe olvidar el apoyo de algunos sectores autodenominados “libertarios” a la candidatura presidencial de Marcel Claude en las últimas elecciones.

Afortunadamente entre el accionar aislado de algunos grupos de afinidad, que algunos/as denominan “anarquismo antisocial” y la izquierdización irreflexiva de las ideas y prácticas libertarias, existen muchas alternativas y espacios de desarrollo para el anarquismo social. Sin embargo, todo este campo de acción requiere definir adecuadamente los objetivos políticos que se buscan, así como las tácticas que se utilizaran para lograrlos y sortear las distintas dificultades y resistencias. Claramente el proceso de reflexión y definición de objetivos y tácticas es bastante complejo, considerando el contexto de criminalización de las ideas ácratas, el reducido número de militantes activos/as, la escasez de recursos económicos y el ya tradicional canibalismo entre las y los sectores revolucionarios/as de esta región.

Aun así, y sin pretender entregar desde estas líneas ninguna receta mágica de accionar político, es posible distinguir algunos nudos críticos o elementos que sí o sí, deben ser considerados en el accionar político (organizado y sistemático) de las y los militantes anarquistas.

Un primer elemento, y sin duda el más central de todos, se relaciona con la apertura de las prácticas anarquistas hacia la sociedad, es decir, la necesidad imperiosa de vincularnos con nuestros/as pares, vecinos/as, compañeras/os de pega o de curso, amigos/as y familiares desde una perspectiva horizontal y militante. El anarquismo se levanta de cara a la sociedad, al sector donde vivimos, trabajamos o estudiamos, asumiendo nuestra realidad con sus particularidades y problemáticas. La idea de fondo es desarrollar relaciones sociales horizontales en nuestra cotidianeidad, no como un evento especial y programado sino impregnando progresivamente los distintos ámbitos de nuestras vidas. De esta forma, relacionándonos y organizándonos de forma autónoma y horizontal con nuestros pares y en nuestra propia realidad, es como se construyen procesos autogestionados que desplazan y superan las lógicas de mercado y poder.

Esta apertura a relacionarnos y trabajar colaborativamente con otras personas no anarquistas o incluso despolitizadas, constituye una de los primeros desafíos para cada militante, pues por una parte conlleva actuar desprejuiciadamente y de forma tolerante con costumbres y creencias muy distintas a las planteadas por las y los anarquistas, pero por otro lado, constituye un primer acto de legitimación de las ideas ácratas para el resto de la sociedad. Después de todo, con el trabajo constante y sistemático entre personas distintas, se van limitando las asperezas, construyendo afinidades, cuestionando actitudes y prácticas, así como politizando las acciones colectivas.

Este primer momento, que podemos denominar “activación” de las y los militantes ácratas en el medio social donde se desenvuelven cotidianamen-te, conlleva inmediatamente nuevos desafíos, obstáculos y oportunidades. Es necesario afinar las críticas generales que las y los anarquistas hacemos a las estructuras de poder de acuerdo a la realidad que vivimos y que vamos a transformar. En este sentido, se sugiere elaborar en las organizaciones donde participemos, un diagnóstico específico de la realidad que vivimos, nutriéndonos de las vivencias de nuestros pares y las nuestras para acordar de manera colectiva cuales son los conflictos y problemas que enfrentamos, definir objetivos y priorizarlos de acuerdo a nuestras capacidades y recursos. Obviamente mientras mejor logremos elaborar nuestro diagnóstico (del barrio, del sistema educativo, de las condiciones laborales, etc.) más certero y efectivo podrá ser nuestro accionar político, por lo que dedicarle un poco de tiempo y reflexión a este aspecto puede ser muy relevante.

Otro de los elementos a considerar, se relaciona con las tácticas políticas que utilizan las y los militantes ácratas para relacionarse con estructuras orgánicas e institucionales no libertarias que están presentes en mundo social. Por ejemplo, inscribirse o no inscribirse en un sindicato de empresa, ser parte o no de asambleas estudiantiles, participar o no participar en una junta de vecinos, entre otras opciones, puede ser todo un dilema para las y los anarquistas que recién se activan en el trabajo militante. En este sentido, nuevamente es necesario señalar que más que una receta única, cada grupo debe tomar sus decisiones de acuerdo a sus objetivos, contexto y recursos, pues no sucederá lo mismo si cinco personas se integran a una junta de vecinos y comienzan a utilizar la sede para reunirse periódicamente y realizar actividades que si una persona aislada se inscribe en un sindicato de empresa de setenta personas. En el primer caso, probablemente logren constituirse, desarrollar su trabajo adecuadamente, legitimarse como grupo en el sector, aglutinar a otras personas con intenciones de trabajar y poco a poco politizar el espacio y asumir así, nuevos objetivos. En cambio, en el segundo ejemplo, además de participar activamente en las reuniones que convoque la dirigencia ya existente, serán muy pocas las opciones de incidir en la toma de decisiones. No estamos diciendo que hay que hacer una y no la otra, sino que debemos evaluar críticamente que buscamos cuando decidimos ingresar a una organización social ya existente o generar un nuevo espacio social, no puede ser una opción caprichosa sino políticamente intencionada de acuerdo a objetivos concretos como por ejemplo cambiar la forma de funcionamiento hacia una estructura horizontal, utilizar determinados recursos o infraestructura para otros fines, proponer y desarrollar una solución autogestionada a un problema específico, etc.

Obviamente cuando las y los anarquistas ingresan a una organización social ya existente, deben aportar en las críticas y propuestas de trabajo, tensionar las prácticas y metodologías para que la organización funcione de forma autónoma y horizontal, cortando los vínculos con la institucionalidad estatal, partidos políticos, iglesias y otros instrumentos de dominación. La idea es abrir paulatinamente la junta de vecinos, sindicato, club deportivo o cualquier organización social a la mayor cantidad de expltados/as y oprimidos/as que viven dicha realidad. Al contrario de los grupos marxistas y demás partidos de la politiquería tradicional, para el anarquismo social las organizaciones sociales no se controlan ni se instrumentalizan, no son sólo un medio para reclutar simpatizantes o marcar determinados conflictos con nuestras siglas. Las organizaciones sociales son las instancias que construyen y desarrollan la autogestión, es decir, los espacios que satisfacen directamente alguna necesidad o problema, constituyen un fin en sí mismas, pues en ellas está la posibilidad de superar al Estado y al mercado como sistema social dominante, son las llamadas en último término a hacer la revolución.

Desde esta perspectiva, el trabajo político de las y los anarquistas no sólo se trata de vincularse a las organizaciones sociales para algo más que legitimar su discurso, sino desarrollar en dichas instancias las propuestas que desde el anarquismo se levantan para transformar esta sociedad: control directo de los medios de producción, toma de decisiones, apropiación del entorno, educación libertaria, etc. Finalmente, es a través de estas organizaciones sociales como las y los anarquistas participan activamente en las diferentes luchas sociales, a través de estas instancias se canalizan nuestro accionar político en el corto, mediano y largo plazo.

¡¡Organizando la Lucha, Construyendo Autogestión!!

[Tomado de revista Libertaria # 3, Santiago de Chile, otoño 2015. Número completo accesible en http://es.scribd.com/doc/272015127/Revista-Anarquista-Libertaria-N-3-Otono-2015#scribd.]


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