Gustavo Godoy
Entre los clásicos de la literatura, la obra de George Orwell es lectura obligatoria para todo aquel que quiera comprender los siniestros métodos empleados por los regímenes de corte totalitario. En su interesante novela distopica 1984, el escritor británico nos presenta a un Londres del futuro bajo la autoridad absoluta del Gran Hermano. El omnipotente líder lo controla todo mientras que los ciudadanos se han convertidos en simples autómatas. La guerra, la miseria y la zozobra están presentes continuamente. En realidad, las condiciones de vida son terribles. Sin embargo, el gobierno enfoca sistemáticamente sus energías a embrutecer a la población mediante la propaganda, la manipulación y el lavado de cerebro. Las fuentes oficiales tergiversan la verdad y falsean la historia. Los slogans molden las mentes de las masas. Corrompiendo el lenguaje, los líderes del partido han logrado imponer un mundo ficticio donde la única salvación es doblegarse por completo a la voluntad del todo poderoso Estado. En 1984, todo el pueblo ama al Gran Hermano. El dominio es total.
La obra de Orwell nos plantea serios problemas dignos de un estudio detallado. Con respecto a los sistemas totalitarios, los ejemplos históricos más representativos los encontramos en la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin. Sin dudas, la gran investigadora de este fenómeno fue la brillante intelectual Hannah Arendt. En sus escritos, Arendt pudo analizar hondamente los mecanismos ocultos detrás de este tipo de tiranías. Según ella, uno de los elementos más característicos de estos sistemas es su fe fanática en una conspiración mundial contra el pueblo. En el caso de Hitler, la conspiración judía jugó un rol central. Por otro lado, en el caso de Stalin, las conspiraciones del cerco capitalista y la de los troskystas desempeñaron este papel. Diversos grupos en diferentes épocas se han valido de teorías de conspiracion para cautivar a la gente y esconder sus agendas particulares. Por ejemplo, durante la inquisición, las brujas y los herejes fueron brutalmente perseguidas. Más recientemente, el senador McCarthy de los Estados Unidos tomo severas medidas en contra la amenaza roja del comunismo. En otros tiempos, los francmasones, los jesuitas, el opus dei, los iluminatis, los liberales y los conservadores ha sido también utilizados como protagonistas en elaboradas conspiraciones.
El formato a menudo sigue el mismo patrón arquetípico: El pueblo debe todas sus desgracias exclusivamente a los malvados conspiradores. El mundo está repleto de enemigos internos y externos que solo quieren causar daño a la gente. El pueblo siempre es inocente; los enemigos siempre son culpables. Luego, surge de las entrañas de la resistencia un ser superior como encarnación del pueblo mismo. Con la ayuda de todos las fuerzas del bien, el luchara una guerra santa contra las fuerzas del mal que conducirá a la inevitable victoria final donde la comunidad de fieles gozara de una larga era dorada de paz, prosperidad y fraternidad.
La realidad posee muchos aspectos incomprensibles, ambiguos y complejos. Por esto, los líderes demagogos explotan el deseo de las masas de escapar hacia una fantasía estructuralmente consistente y de sencilla compresión. El individuo pequeño anteriormente marginado y aislado abandona su personalidad para fundirse en un dinámico y numeroso movimiento popular para adquirir una fortaleza psicológica que carece individualmente. El supera sus sentimientos de inferioridad e impotencia sometiéndose al “hombre fuerte “y al “tren de la Historia”. La euforia del número disipa sus miedos. Gana status al despeñar el acto heroico de librarse de los males en unidad absoluta alrededor de un semidiós mesiánico y su camarilla. Desde su pulpito, el orador carismático vocifera enérgicamente ser el profeta de un poder superior como Dios, el Destino, la Naturaleza o la Historia. Frente a miles de peregrinos con un tono de autoridad infalible profetiza un triunfo indiscutible sobre todo los adversarios. Convenientemente, el líder populista únicamente responde por los logros. Los retrasos, fallas, problemas internos son culpa del chivo expiatorio de turno. Oponer al movimiento solamente conlleva a un rotundo fracaso. Una persona puede sentirse desmoralizada en el plano personal, pero al estar del lado de los ganadores se siente también un ganador. Las masas adoran las victorias y los finales felices.
Para muchos, el verse solo es atemorizante y prefieren adherirse a la mayoría. La lealtad del pueblo alemán al régimen nazi se debió, en parte, a tales presiones. Hitler se identifico con “La Patria”. Se identifico con Alemania toda. Por esta razón, cualquier ataque al “amado Fuhrer” era un ataque al país mismo. Nadie quería ser tildado de traidor. Semejante pirueta semántica es utilizada recurrentemente por muchos gobernantes para justificar el atropello a los derechos individuales del ciudadano común por todo el planeta.
Los megalómanos de todos los tiempos han jugado una y otra vez con las debilidades de los rebaños confundidos y desorientados ideando atractivas fantasías para seducirlos hacia sus planes personales de poder y gloria. Por otra parte, la gente normalmente noble y sensata en lo individual cuando no se siente personalmente responsables de la situación y actúan siguiendo órdenes desde arriba son capaces de cometer las más terribles de las injusticias en nombre de las buenas intenciones. Esta simbiosis es la receta para el desastre. Cuando regalamos ciegamente nuestra libertad, iniciativa e integridad, nos estamos despojando de lo que nos hace en esencia humanos.
El enemigo vive en nosotros. Es dentro de nosotros donde hay que luchar por el verdadero mejoramiento de las cosas.
Entre los clásicos de la literatura, la obra de George Orwell es lectura obligatoria para todo aquel que quiera comprender los siniestros métodos empleados por los regímenes de corte totalitario. En su interesante novela distopica 1984, el escritor británico nos presenta a un Londres del futuro bajo la autoridad absoluta del Gran Hermano. El omnipotente líder lo controla todo mientras que los ciudadanos se han convertidos en simples autómatas. La guerra, la miseria y la zozobra están presentes continuamente. En realidad, las condiciones de vida son terribles. Sin embargo, el gobierno enfoca sistemáticamente sus energías a embrutecer a la población mediante la propaganda, la manipulación y el lavado de cerebro. Las fuentes oficiales tergiversan la verdad y falsean la historia. Los slogans molden las mentes de las masas. Corrompiendo el lenguaje, los líderes del partido han logrado imponer un mundo ficticio donde la única salvación es doblegarse por completo a la voluntad del todo poderoso Estado. En 1984, todo el pueblo ama al Gran Hermano. El dominio es total.
La obra de Orwell nos plantea serios problemas dignos de un estudio detallado. Con respecto a los sistemas totalitarios, los ejemplos históricos más representativos los encontramos en la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin. Sin dudas, la gran investigadora de este fenómeno fue la brillante intelectual Hannah Arendt. En sus escritos, Arendt pudo analizar hondamente los mecanismos ocultos detrás de este tipo de tiranías. Según ella, uno de los elementos más característicos de estos sistemas es su fe fanática en una conspiración mundial contra el pueblo. En el caso de Hitler, la conspiración judía jugó un rol central. Por otro lado, en el caso de Stalin, las conspiraciones del cerco capitalista y la de los troskystas desempeñaron este papel. Diversos grupos en diferentes épocas se han valido de teorías de conspiracion para cautivar a la gente y esconder sus agendas particulares. Por ejemplo, durante la inquisición, las brujas y los herejes fueron brutalmente perseguidas. Más recientemente, el senador McCarthy de los Estados Unidos tomo severas medidas en contra la amenaza roja del comunismo. En otros tiempos, los francmasones, los jesuitas, el opus dei, los iluminatis, los liberales y los conservadores ha sido también utilizados como protagonistas en elaboradas conspiraciones.
El formato a menudo sigue el mismo patrón arquetípico: El pueblo debe todas sus desgracias exclusivamente a los malvados conspiradores. El mundo está repleto de enemigos internos y externos que solo quieren causar daño a la gente. El pueblo siempre es inocente; los enemigos siempre son culpables. Luego, surge de las entrañas de la resistencia un ser superior como encarnación del pueblo mismo. Con la ayuda de todos las fuerzas del bien, el luchara una guerra santa contra las fuerzas del mal que conducirá a la inevitable victoria final donde la comunidad de fieles gozara de una larga era dorada de paz, prosperidad y fraternidad.
La realidad posee muchos aspectos incomprensibles, ambiguos y complejos. Por esto, los líderes demagogos explotan el deseo de las masas de escapar hacia una fantasía estructuralmente consistente y de sencilla compresión. El individuo pequeño anteriormente marginado y aislado abandona su personalidad para fundirse en un dinámico y numeroso movimiento popular para adquirir una fortaleza psicológica que carece individualmente. El supera sus sentimientos de inferioridad e impotencia sometiéndose al “hombre fuerte “y al “tren de la Historia”. La euforia del número disipa sus miedos. Gana status al despeñar el acto heroico de librarse de los males en unidad absoluta alrededor de un semidiós mesiánico y su camarilla. Desde su pulpito, el orador carismático vocifera enérgicamente ser el profeta de un poder superior como Dios, el Destino, la Naturaleza o la Historia. Frente a miles de peregrinos con un tono de autoridad infalible profetiza un triunfo indiscutible sobre todo los adversarios. Convenientemente, el líder populista únicamente responde por los logros. Los retrasos, fallas, problemas internos son culpa del chivo expiatorio de turno. Oponer al movimiento solamente conlleva a un rotundo fracaso. Una persona puede sentirse desmoralizada en el plano personal, pero al estar del lado de los ganadores se siente también un ganador. Las masas adoran las victorias y los finales felices.
Para muchos, el verse solo es atemorizante y prefieren adherirse a la mayoría. La lealtad del pueblo alemán al régimen nazi se debió, en parte, a tales presiones. Hitler se identifico con “La Patria”. Se identifico con Alemania toda. Por esta razón, cualquier ataque al “amado Fuhrer” era un ataque al país mismo. Nadie quería ser tildado de traidor. Semejante pirueta semántica es utilizada recurrentemente por muchos gobernantes para justificar el atropello a los derechos individuales del ciudadano común por todo el planeta.
Los megalómanos de todos los tiempos han jugado una y otra vez con las debilidades de los rebaños confundidos y desorientados ideando atractivas fantasías para seducirlos hacia sus planes personales de poder y gloria. Por otra parte, la gente normalmente noble y sensata en lo individual cuando no se siente personalmente responsables de la situación y actúan siguiendo órdenes desde arriba son capaces de cometer las más terribles de las injusticias en nombre de las buenas intenciones. Esta simbiosis es la receta para el desastre. Cuando regalamos ciegamente nuestra libertad, iniciativa e integridad, nos estamos despojando de lo que nos hace en esencia humanos.
El enemigo vive en nosotros. Es dentro de nosotros donde hay que luchar por el verdadero mejoramiento de las cosas.
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