Nayeli Morquechi
A través de la historia y en todos los países del mundo, la opresión, desigualdad y discriminación hacia las mujeres han generado, en consecuencia, que no tengamos derecho a decidir sobre nosotras mismas, en nuestra vida cotidiana y lo que nos rodea.
El origen de estas desigualdades y discriminaciones encuentra su raíz en un sistema de dominación especifico, llamado Patriarcado, que se ejerce de manera intersubjetiva y vertical, que designa tanto a hombres como a mujeres una serie de características simbólicas (dependiendo de la cultura), pero que suponen la superioridad masculina. Para que las mujeres podamos lograr una transformación y reconocimiento real de nuestros derechos, hace falta una transformación cultural que permita una verdadera equidad en las relaciones tanto del espacio público como del espacio privado, espacios en los que nos desenvolvemos cotidianamente.
En este sentido, siempre han existido mujeres que se han opuesto a la opresión del patriarcado, pero históricamente han sido condenadas al olvido, desde Grecia clásica con la oposición a la idea de democracia de los helénicos, donde dividían el espacio público del espacio doméstico, condenando a las mujeres al espacio domestico ya que, se creía que eran incapaces de discernir por sí mismas y el espacio público o polis, que era el espacio del discernimiento, de la razón, donde sólo podían participar “hombres libres”. Estas ideas de democracia desde los helénicos es la base de la democracia occidental que hasta la actualidad se practica, y es la base de la designación de los roles de género que hasta la fecha se transmiten de generación en generación con sus transformaciones porque, a diferencia de la polis griega, en la ilustración y el iusnaturalismo, se planteaba que hombres y mujeres tenemos la misma capacidad de discernir y razonar, pero con la diferencia de que las mujeres seguían relegadas al espacio domestico sin acceso a la educación, la propiedad o la participación política. Esto motivó a que algunos pensadores como el francés Francois Poulain de la Barre cuestionara los planteamientos Iusnaturalista y, que en 1673, expresara en su Libro “Sobre la igualdad de los sexos”, que el entendimiento no tenía sexo y que “la misoginia que se levanta por la supuesta inferioridad natural femenina no es más que una cuestión cultural, de subordinación que condena a la mujer por el nulo acceso a una adecuación adecuada que le permita desarrollar virtudes, para poder desenvolverse en el ámbito político”(1) ( o público). Por esto es el primero en considerarse un feminista, al desarrollar un cuestionamiento sistemático del origen de la desigualdad de los géneros(2).
Aunque a lo largo de la historia han existido muchas mujeres que se han opuesto al estado de cosas a las que son sometidas (como muchas mujeres que al ser llamadas Brujas en la Edad Media fueron atrozmente asesinadas), el pensamiento filosófico y político del feminismo surge hasta mediados del s. XVIII como una forma de critica ética a las formas políticas establecidas que se radicalizaron con la revolución francesa, donde diferentes pensadoras cuestionaron el régimen establecido, pero además propusieron y lucharon por un régimen más justo, libre y verdaderamente equitativo.
Como, LUISA MICHEL, “la buena Luisa”, pedagoga y anarquista, quien luchó por defender la comuna de París; MARY WOLLSTONECRAFT, destacada escritora feminista; OLYMPE DE GOUGES, quien escribe la declaración de los derechos de la mujer, que constituye el primer documento que se refiera a la igualdad jurídica y legal de las mujeres en relación a los hombres, así como infinidad de mujeres anarquistas (Emma Goldman, las magonistas, las Mujeres Libres en España, etc.) que han escrito a lo largo de la historia, condenado la opresión a la que somos sujetas, pero además luchando por su liberación de las ataduras del patriarcado.
La pregunta salta a la vista, ¿Porque es necesario un espacio específico de mujeres dentro del pensamiento y practica anarquista? Si el anarquismo, plantea la lucha en contra de cualquier forma de opresión y explotación que se ejerza de manera coercitiva hacia el sujeto, opresión y explotación que generan desigualdad y falta de libertad.
Y efectivamente, el anarquismo siempre ha estado preocupado por los problemas del género y la opresión de la mujer, pero esto no siempre ha bastado para declarar unos principios teóricos y, sobre todo, prácticos generales, debido a los distintos enfoques que desde el anarquismo se hace con relación a la participación de las mujeres y el programa de lucha que debe contener el mismo anarquismo como prioritario e importante. Algunas de las críticas y por lo que aun siendo anarquistas es muy importante generar espacios específicos de mujeres para poder reivindicar nuestra lucha contra la opresión especifica de la que somos objeto, nos da la razón cuando leemos a pensadores anarquistas como Proudhon, por ejemplo, quien tenían la idea de que las mujeres éramos un ser inferior sin más alternativa en la vida que ser ama de casa o cortesana. Alejada de la vida política y económica, sometida al hombre, dependiente de él en todos los aspectos de la vida... ésta problemática en realidad muchas veces, aun cuando en el discurso no se vea reflejado en la práctica, se toma como cuestión natural y se piensa y llega a creer como fe ciega, que nata e instintivamente hombres y mujeres debemos estar oprimidos y por ende sometidos los unos a los otros. Esta problemática nos hace voltear y ver que en realidad se garantice que ni hombres y mujeres vivamos sometidos a ninguna forma de poder que coarte la libertad, y es por eso que hay que distinguir los temas que sean relevantes sobre la opresión del patriarcado como forma de poder y dominación de la que estamos sujetos y sujetas, hombres y mujeres y es por eso que es importante, desde los principios mismos del anarquismo que son la columna de nuestra inquebrantable ética, por la libre asociación y en consecuencia de nuestras ideas, que en las organizaciones y procesos anarquistas siempre existan espacios donde las mujeres podamos escucharnos, platicar, encontrarnos y proponer en nuestros procesos y resistencias lo que corresponda para derrocar el patriarcado, así como las demás opresiones.
Notas:
1.- Serret Bravo Estela, Género y Democracia, Editado por Instituto Federal Electoral, México, 2004. Pág. 16.
2.- Cuando me refiera a género, me referiré al conjunto de características sociales atribuidas a una persona según su sexo (al hablar de sexo me refiero a la diferencia biológica que existe entre hombres y mujeres).
[Tomado del periódico Apoyo Mutuo # 13, México, abril-junio 2015. La edición completa está disponible en https://ia601507.us.archive.org/27/items/ApoyoMutuo13/AMN.13.pdf.]
A través de la historia y en todos los países del mundo, la opresión, desigualdad y discriminación hacia las mujeres han generado, en consecuencia, que no tengamos derecho a decidir sobre nosotras mismas, en nuestra vida cotidiana y lo que nos rodea.
El origen de estas desigualdades y discriminaciones encuentra su raíz en un sistema de dominación especifico, llamado Patriarcado, que se ejerce de manera intersubjetiva y vertical, que designa tanto a hombres como a mujeres una serie de características simbólicas (dependiendo de la cultura), pero que suponen la superioridad masculina. Para que las mujeres podamos lograr una transformación y reconocimiento real de nuestros derechos, hace falta una transformación cultural que permita una verdadera equidad en las relaciones tanto del espacio público como del espacio privado, espacios en los que nos desenvolvemos cotidianamente.
En este sentido, siempre han existido mujeres que se han opuesto a la opresión del patriarcado, pero históricamente han sido condenadas al olvido, desde Grecia clásica con la oposición a la idea de democracia de los helénicos, donde dividían el espacio público del espacio doméstico, condenando a las mujeres al espacio domestico ya que, se creía que eran incapaces de discernir por sí mismas y el espacio público o polis, que era el espacio del discernimiento, de la razón, donde sólo podían participar “hombres libres”. Estas ideas de democracia desde los helénicos es la base de la democracia occidental que hasta la actualidad se practica, y es la base de la designación de los roles de género que hasta la fecha se transmiten de generación en generación con sus transformaciones porque, a diferencia de la polis griega, en la ilustración y el iusnaturalismo, se planteaba que hombres y mujeres tenemos la misma capacidad de discernir y razonar, pero con la diferencia de que las mujeres seguían relegadas al espacio domestico sin acceso a la educación, la propiedad o la participación política. Esto motivó a que algunos pensadores como el francés Francois Poulain de la Barre cuestionara los planteamientos Iusnaturalista y, que en 1673, expresara en su Libro “Sobre la igualdad de los sexos”, que el entendimiento no tenía sexo y que “la misoginia que se levanta por la supuesta inferioridad natural femenina no es más que una cuestión cultural, de subordinación que condena a la mujer por el nulo acceso a una adecuación adecuada que le permita desarrollar virtudes, para poder desenvolverse en el ámbito político”(1) ( o público). Por esto es el primero en considerarse un feminista, al desarrollar un cuestionamiento sistemático del origen de la desigualdad de los géneros(2).
Aunque a lo largo de la historia han existido muchas mujeres que se han opuesto al estado de cosas a las que son sometidas (como muchas mujeres que al ser llamadas Brujas en la Edad Media fueron atrozmente asesinadas), el pensamiento filosófico y político del feminismo surge hasta mediados del s. XVIII como una forma de critica ética a las formas políticas establecidas que se radicalizaron con la revolución francesa, donde diferentes pensadoras cuestionaron el régimen establecido, pero además propusieron y lucharon por un régimen más justo, libre y verdaderamente equitativo.
Como, LUISA MICHEL, “la buena Luisa”, pedagoga y anarquista, quien luchó por defender la comuna de París; MARY WOLLSTONECRAFT, destacada escritora feminista; OLYMPE DE GOUGES, quien escribe la declaración de los derechos de la mujer, que constituye el primer documento que se refiera a la igualdad jurídica y legal de las mujeres en relación a los hombres, así como infinidad de mujeres anarquistas (Emma Goldman, las magonistas, las Mujeres Libres en España, etc.) que han escrito a lo largo de la historia, condenado la opresión a la que somos sujetas, pero además luchando por su liberación de las ataduras del patriarcado.
La pregunta salta a la vista, ¿Porque es necesario un espacio específico de mujeres dentro del pensamiento y practica anarquista? Si el anarquismo, plantea la lucha en contra de cualquier forma de opresión y explotación que se ejerza de manera coercitiva hacia el sujeto, opresión y explotación que generan desigualdad y falta de libertad.
Y efectivamente, el anarquismo siempre ha estado preocupado por los problemas del género y la opresión de la mujer, pero esto no siempre ha bastado para declarar unos principios teóricos y, sobre todo, prácticos generales, debido a los distintos enfoques que desde el anarquismo se hace con relación a la participación de las mujeres y el programa de lucha que debe contener el mismo anarquismo como prioritario e importante. Algunas de las críticas y por lo que aun siendo anarquistas es muy importante generar espacios específicos de mujeres para poder reivindicar nuestra lucha contra la opresión especifica de la que somos objeto, nos da la razón cuando leemos a pensadores anarquistas como Proudhon, por ejemplo, quien tenían la idea de que las mujeres éramos un ser inferior sin más alternativa en la vida que ser ama de casa o cortesana. Alejada de la vida política y económica, sometida al hombre, dependiente de él en todos los aspectos de la vida... ésta problemática en realidad muchas veces, aun cuando en el discurso no se vea reflejado en la práctica, se toma como cuestión natural y se piensa y llega a creer como fe ciega, que nata e instintivamente hombres y mujeres debemos estar oprimidos y por ende sometidos los unos a los otros. Esta problemática nos hace voltear y ver que en realidad se garantice que ni hombres y mujeres vivamos sometidos a ninguna forma de poder que coarte la libertad, y es por eso que hay que distinguir los temas que sean relevantes sobre la opresión del patriarcado como forma de poder y dominación de la que estamos sujetos y sujetas, hombres y mujeres y es por eso que es importante, desde los principios mismos del anarquismo que son la columna de nuestra inquebrantable ética, por la libre asociación y en consecuencia de nuestras ideas, que en las organizaciones y procesos anarquistas siempre existan espacios donde las mujeres podamos escucharnos, platicar, encontrarnos y proponer en nuestros procesos y resistencias lo que corresponda para derrocar el patriarcado, así como las demás opresiones.
Notas:
1.- Serret Bravo Estela, Género y Democracia, Editado por Instituto Federal Electoral, México, 2004. Pág. 16.
2.- Cuando me refiera a género, me referiré al conjunto de características sociales atribuidas a una persona según su sexo (al hablar de sexo me refiero a la diferencia biológica que existe entre hombres y mujeres).
[Tomado del periódico Apoyo Mutuo # 13, México, abril-junio 2015. La edición completa está disponible en https://ia601507.us.archive.org/27/items/ApoyoMutuo13/AMN.13.pdf.]
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