Tomás Sastre
He aquí un personaje digno de película. Un Robin Hood, un idealista, un soñador, un anarquista y un ejemplar albañil. Un hombre que trabajó durante toda su vida ocho horas diarias en invierno y nueve o diez en verano. Un humilde hijo de Cascante (Navarra) que, llevado por la pobreza y la impotencia, compaginó su oficio con una vida paralela fuera de la ley.
Toda su energía puesta en la quiebra del sistema capitalista. Su único fin. Casi lo consigue en 1980, cuando los directivos de uno de los bancos más poderosos del mundo por aquel entonces, el First Nacional City Bank norteamericano, tuvieron que desplazarse desde Estados Unidos a negociar con él. No quisieron darle la mano. Casi tampoco mirarle a la cara. Por supuesto, le trataron como un criminal. Pero Lucio se salió con la suya. Hoy vive retirado en un barrio obrero de París.
Me lancé a la piscina y contacté con Lucio sin intermediario alguno. Le propuse aparecer en un proyecto documental explicando su actividad como falsificador. La idea le enganchó, aunque me dijo: “Bueno, no lo hice yo solo…”. Le dije que ya lo sabía. “¡Trato hecho!” me respondió para añadir “¿serás de izquierdas, no?”. Le contesté que yo era zurdo, apolítico, agnóstico, ácrata, amoral y un poco anormal. La respuesta pareció gustarle y fijamos un día para el encuentro. Reservé un hotel en el barrio de Lucio, Ménilmontant, una comuna suburbana de París en la que el alcohol era más barato por estar fuera de la frontera fiscal de la capital. Todo ello antes de ser absorbida por París en 1860. Ahora es un barrio obrero con muchos inmigrantes y pocos taxis.
Lucio nació en Cascante, en 1931, en el seno de una humilde familia de cinco hermanos. Se forjó en él un carácter rudo, primitivo, amenazante. De chaval se percató de que el dinero era una pieza clave dentro del sistema pues, estando su padre gravemente enfermo, le faltaban 5.000 pesetas para costear medicinas y médicos. Lucio no pudo digerir que la vida de su padre pendiera de un hilo tan inalcanzable para él. 5.000 pesetas era mucho dinero. Se le ocurrió atracar un banco, pero cuando tuvo todo preparado le faltó valor. Pensó que la pobre cajera que estaba allí detrás no merecía un susto de tal calibre. Desistió. Mientras, su padre le pidió a gritos que lo matara. Que no le deseaba aquel dolor ni a su peor enemigo. Y que él, “que tenía cojones”, pusiera fin a sus días. Lucio tampoco tuvo el valor de matar a su padre.
Entró en el servicio militar. Para ayudar en su casa hizo contrabando con toda clase de artículos y alimentos, en la frontera francoespañola. Todo hurtado de las intendencias militares. Pero fue descubierto y tuvo que huir a Francia para esconderse. Su pueblo se quedó sin el proveedor de medicamentos, botas, mantas, latas y demás enseres. Se refugió en París y encontró trabajo de albañil. Conoció a librepensadores y anarquistas, frecuentó las Juventudes Libertarias, se codeó con Georges Brassens, Albert Camus, Leo Ferré, André Breton… Toda esa gente le fascinó. Recordó la frase que le dijo su padre en el lecho de muerte: “Hijo mío, si pudiera volver a nacer, sería anarquista”. Su progenitor entró en la cárcel siendo carlista y salió siendo comunista.
Primeras falsificaciones
Francesc Sabaté, alias Quico, famoso y temido maqui de los años 50, fue el mejor amigo de Lucio. Lo tuvo escondido en su casa de París algunos años. Con el fusil Thompson que Sabaté le regaló, cometió algunos atracos para conseguir dinero destinado a la causa revolucionaria. Pero las armas no eran lo suyo. No quiso hacer daño a gente inocente. El poder estaba en los papeles, no necesitaba fusiles.
Lucio pasó noches enteras imprimiendo panfletos subversivos y aprendiendo a modificar algunos papeles oficiales (nóminas, contratos, justificantes). Todo por “la causa”. Aprendió que una triste hoja impresa puede servir para que entres o salgas de una prisión o país, para tener coche o casa… para tener libertad, en definitiva. Buen motivo para ayudar a compañeros en apuros.
Una mañana fue a visitar a un fotograbador de buena reputación. Le pidió que le explicara la separación de los colores en el documento nacional de identidad. Necesitaba saber cómo se hacían. El artesano le enseñó a realizar las separaciones de tintas. Con esa técnica y medios rudimentarios, empezó a falsificar pasaportes por las noches. Si algún compañero quería abrir una cuenta en Francia, fabricaba un pasaporte español. Si la quería abrir en España, uno belga. Y así sucesivamente. Era mucho más difícil que detectaran un pasaporte falso en otro país que en el propio. Tampoco existían medios muy sofisticados para la detección de falsificaciones. Lucio se ocupó de limpiar los rodillos de la imprenta y de no dejar ni un solo rastro del paso nocturno por la rotativa. Muchas veces, el dueño de la propia imprenta desconocía las actividades que allí se realizaban al caer la noche. Solía ser un trabajador cercano al movimiento libertario el que proporcionaba las llaves a Lucio.
La maestría y dominio adquiridos en la falsificación de documentos de toda índole, hizo que empezara probar suerte con los billetes. La mejor manera de ganar dinero era… ¡fabricarlo! Lucio creó un equipo de profesionales de las artes gráficas y practicó sin descanso. El y los suyos no tardaron mucho en conseguir los primeros billetes de “curso legal”. Organizó una buena ruta de distribución por las diferentes comunas libertarias y la cosa funcionó. Muchos guerrilleros o exiliados políticos tuvieron papeles, pasaporte y dinero hecho por Lucio.
Trabajo sagrado
Redirigió su trabajo de albañil (al que no faltó ni un solo día hasta su jubilación) hacia el alicatado, pues solían desplazarse mucho y era más difícil controlar sus horarios, permitiéndole una mayor libertad para realizar las actividades clandestinas. Fabricó dólares con resultados satisfactorios. No tuvo complicaciones en imitar todos los sistemas de seguridad. Lucio en persona efectuó los canjes en los bancos para ver si colaban. Me explicó que no todo el mundo servía para hacer la prueba, pues debía controlarse la expresión facial al milímetro. Además, él sólo se fiaba de sí mismo.
A través de Rosa Simeón, la embajadora de Cuba en Francia, Lucio contactó con el Che Guevara. Le propuso fabricar dólares falsos en la isla. Con todo el apoyo del gobierno castrista y la manufactura cubana fabricando “moneda de estado”, podían hacerle mucho daño a los Estados Unidos. A Lucio le pareció la mejor manera de hacer la revolución, pero el Che le desoyó. Dijo que los Estados Unidos seguirían siendo potentes por muchos dólares falsos que les colaran. No hubo trato. Lucio alegaba que el Che era un “niño de papá” y Fidel Castro un hijo de millonarios, y que el poder les hizo perder su esencia e ideales, que, por entonces, ya estaban bien donde y como estaban, que no querían variar su estatus ni correr riesgos.
La gran estafa
Lo más difícil que Lucio logró falsificar con éxito incontestable fueron los travellers checks, su obra maestra. A finales de la década de los 70, compró 30.000 francos franceses en cheques de viaje auténticos y copió todas las numeraciones. Multiplicó cada talonario adquirido por cientos de ellos con idéntica numeración. Y en una operación magistral, digna del mejor estratega, él y su equipo los cambiaron todos a la vez. El mismo día a la misma hora en diferentes ciudades de todo el mundo. Casi colapsan el sistema del First National City Bank. 20 millones de dólares estafados de un plumazo. ¡Chapeau!
Alguien lo delató. Fue detenido en París en junio de 1980, en la terraza de Les Deux Magots, cuando se disponía a efectuar otro cambio masivo de travellers checks. La policía lo felicitó. No ocultaron las cómplices sonrisas. En el juicio, contó con el apoyo de los mejores abogados de Francia. Por si no estaba claro a quién apoyaban, se implicó en su ayuda hasta el Ministro francés de Relaciones Exteriores, Roland Dumas. Entre todos consiguieron que el albañil español estuviera en la cárcel apenas seis meses.
Citybank solicitó que se le entregaran las planchas originales de fabricación de los falsos cheques, pero Lucio se negó. Tuvieron que ir a París para entrevistarse y pactar con él. A los atónitos banqueros les pidió más dinero para entregarles las planchas, escondidas en una tumba rota del cementerio de Pantin. Los banqueros norteamericanos tuvieron que aceptar de mala gana. Ya estaban casi en quiebra por obra de un genio anarquista. Au revoir, Lucio.
[Tomado de http://revistafiatlux.com/anarquista-falsificador-y-honrado.]
He aquí un personaje digno de película. Un Robin Hood, un idealista, un soñador, un anarquista y un ejemplar albañil. Un hombre que trabajó durante toda su vida ocho horas diarias en invierno y nueve o diez en verano. Un humilde hijo de Cascante (Navarra) que, llevado por la pobreza y la impotencia, compaginó su oficio con una vida paralela fuera de la ley.
Toda su energía puesta en la quiebra del sistema capitalista. Su único fin. Casi lo consigue en 1980, cuando los directivos de uno de los bancos más poderosos del mundo por aquel entonces, el First Nacional City Bank norteamericano, tuvieron que desplazarse desde Estados Unidos a negociar con él. No quisieron darle la mano. Casi tampoco mirarle a la cara. Por supuesto, le trataron como un criminal. Pero Lucio se salió con la suya. Hoy vive retirado en un barrio obrero de París.
Me lancé a la piscina y contacté con Lucio sin intermediario alguno. Le propuse aparecer en un proyecto documental explicando su actividad como falsificador. La idea le enganchó, aunque me dijo: “Bueno, no lo hice yo solo…”. Le dije que ya lo sabía. “¡Trato hecho!” me respondió para añadir “¿serás de izquierdas, no?”. Le contesté que yo era zurdo, apolítico, agnóstico, ácrata, amoral y un poco anormal. La respuesta pareció gustarle y fijamos un día para el encuentro. Reservé un hotel en el barrio de Lucio, Ménilmontant, una comuna suburbana de París en la que el alcohol era más barato por estar fuera de la frontera fiscal de la capital. Todo ello antes de ser absorbida por París en 1860. Ahora es un barrio obrero con muchos inmigrantes y pocos taxis.
Lucio nació en Cascante, en 1931, en el seno de una humilde familia de cinco hermanos. Se forjó en él un carácter rudo, primitivo, amenazante. De chaval se percató de que el dinero era una pieza clave dentro del sistema pues, estando su padre gravemente enfermo, le faltaban 5.000 pesetas para costear medicinas y médicos. Lucio no pudo digerir que la vida de su padre pendiera de un hilo tan inalcanzable para él. 5.000 pesetas era mucho dinero. Se le ocurrió atracar un banco, pero cuando tuvo todo preparado le faltó valor. Pensó que la pobre cajera que estaba allí detrás no merecía un susto de tal calibre. Desistió. Mientras, su padre le pidió a gritos que lo matara. Que no le deseaba aquel dolor ni a su peor enemigo. Y que él, “que tenía cojones”, pusiera fin a sus días. Lucio tampoco tuvo el valor de matar a su padre.
Entró en el servicio militar. Para ayudar en su casa hizo contrabando con toda clase de artículos y alimentos, en la frontera francoespañola. Todo hurtado de las intendencias militares. Pero fue descubierto y tuvo que huir a Francia para esconderse. Su pueblo se quedó sin el proveedor de medicamentos, botas, mantas, latas y demás enseres. Se refugió en París y encontró trabajo de albañil. Conoció a librepensadores y anarquistas, frecuentó las Juventudes Libertarias, se codeó con Georges Brassens, Albert Camus, Leo Ferré, André Breton… Toda esa gente le fascinó. Recordó la frase que le dijo su padre en el lecho de muerte: “Hijo mío, si pudiera volver a nacer, sería anarquista”. Su progenitor entró en la cárcel siendo carlista y salió siendo comunista.
Primeras falsificaciones
Francesc Sabaté, alias Quico, famoso y temido maqui de los años 50, fue el mejor amigo de Lucio. Lo tuvo escondido en su casa de París algunos años. Con el fusil Thompson que Sabaté le regaló, cometió algunos atracos para conseguir dinero destinado a la causa revolucionaria. Pero las armas no eran lo suyo. No quiso hacer daño a gente inocente. El poder estaba en los papeles, no necesitaba fusiles.
Lucio pasó noches enteras imprimiendo panfletos subversivos y aprendiendo a modificar algunos papeles oficiales (nóminas, contratos, justificantes). Todo por “la causa”. Aprendió que una triste hoja impresa puede servir para que entres o salgas de una prisión o país, para tener coche o casa… para tener libertad, en definitiva. Buen motivo para ayudar a compañeros en apuros.
Una mañana fue a visitar a un fotograbador de buena reputación. Le pidió que le explicara la separación de los colores en el documento nacional de identidad. Necesitaba saber cómo se hacían. El artesano le enseñó a realizar las separaciones de tintas. Con esa técnica y medios rudimentarios, empezó a falsificar pasaportes por las noches. Si algún compañero quería abrir una cuenta en Francia, fabricaba un pasaporte español. Si la quería abrir en España, uno belga. Y así sucesivamente. Era mucho más difícil que detectaran un pasaporte falso en otro país que en el propio. Tampoco existían medios muy sofisticados para la detección de falsificaciones. Lucio se ocupó de limpiar los rodillos de la imprenta y de no dejar ni un solo rastro del paso nocturno por la rotativa. Muchas veces, el dueño de la propia imprenta desconocía las actividades que allí se realizaban al caer la noche. Solía ser un trabajador cercano al movimiento libertario el que proporcionaba las llaves a Lucio.
La maestría y dominio adquiridos en la falsificación de documentos de toda índole, hizo que empezara probar suerte con los billetes. La mejor manera de ganar dinero era… ¡fabricarlo! Lucio creó un equipo de profesionales de las artes gráficas y practicó sin descanso. El y los suyos no tardaron mucho en conseguir los primeros billetes de “curso legal”. Organizó una buena ruta de distribución por las diferentes comunas libertarias y la cosa funcionó. Muchos guerrilleros o exiliados políticos tuvieron papeles, pasaporte y dinero hecho por Lucio.
Trabajo sagrado
Redirigió su trabajo de albañil (al que no faltó ni un solo día hasta su jubilación) hacia el alicatado, pues solían desplazarse mucho y era más difícil controlar sus horarios, permitiéndole una mayor libertad para realizar las actividades clandestinas. Fabricó dólares con resultados satisfactorios. No tuvo complicaciones en imitar todos los sistemas de seguridad. Lucio en persona efectuó los canjes en los bancos para ver si colaban. Me explicó que no todo el mundo servía para hacer la prueba, pues debía controlarse la expresión facial al milímetro. Además, él sólo se fiaba de sí mismo.
A través de Rosa Simeón, la embajadora de Cuba en Francia, Lucio contactó con el Che Guevara. Le propuso fabricar dólares falsos en la isla. Con todo el apoyo del gobierno castrista y la manufactura cubana fabricando “moneda de estado”, podían hacerle mucho daño a los Estados Unidos. A Lucio le pareció la mejor manera de hacer la revolución, pero el Che le desoyó. Dijo que los Estados Unidos seguirían siendo potentes por muchos dólares falsos que les colaran. No hubo trato. Lucio alegaba que el Che era un “niño de papá” y Fidel Castro un hijo de millonarios, y que el poder les hizo perder su esencia e ideales, que, por entonces, ya estaban bien donde y como estaban, que no querían variar su estatus ni correr riesgos.
La gran estafa
Lo más difícil que Lucio logró falsificar con éxito incontestable fueron los travellers checks, su obra maestra. A finales de la década de los 70, compró 30.000 francos franceses en cheques de viaje auténticos y copió todas las numeraciones. Multiplicó cada talonario adquirido por cientos de ellos con idéntica numeración. Y en una operación magistral, digna del mejor estratega, él y su equipo los cambiaron todos a la vez. El mismo día a la misma hora en diferentes ciudades de todo el mundo. Casi colapsan el sistema del First National City Bank. 20 millones de dólares estafados de un plumazo. ¡Chapeau!
Alguien lo delató. Fue detenido en París en junio de 1980, en la terraza de Les Deux Magots, cuando se disponía a efectuar otro cambio masivo de travellers checks. La policía lo felicitó. No ocultaron las cómplices sonrisas. En el juicio, contó con el apoyo de los mejores abogados de Francia. Por si no estaba claro a quién apoyaban, se implicó en su ayuda hasta el Ministro francés de Relaciones Exteriores, Roland Dumas. Entre todos consiguieron que el albañil español estuviera en la cárcel apenas seis meses.
Citybank solicitó que se le entregaran las planchas originales de fabricación de los falsos cheques, pero Lucio se negó. Tuvieron que ir a París para entrevistarse y pactar con él. A los atónitos banqueros les pidió más dinero para entregarles las planchas, escondidas en una tumba rota del cementerio de Pantin. Los banqueros norteamericanos tuvieron que aceptar de mala gana. Ya estaban casi en quiebra por obra de un genio anarquista. Au revoir, Lucio.
[Tomado de http://revistafiatlux.com/anarquista-falsificador-y-honrado.]
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