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domingo, 31 de mayo de 2015

¡Es posible fugarse del Estado!: Reflexiones sobre un libro de James C. Scott
























Rocío Salcido

James Scott entrelaza la historia, la sociología y la geopolítica en una antropología histórica para narrar las experiencias de distintas poblaciones por mantenerse, de manera discontinua durante dos milenios, al margen de la vida subordinados, las minorías (Scott, [1990] 2000: 21), siempre mirados desde los conceptos colonizadores y civilizadores. En esta ocasión, relata cómo los pueblos de las tierras altas —zonas serranas— del Sudeste Asiático se han mantenido deliberadamente fuera del alcance del yugo político y cultural de los regímenes colonialistas y Estado-centristas.

Tras una extensa revisión de los distintos estudios del área, reflejada en las notas al texto, James Scott nos obsequia una investigación concienzuda y detallada de las tensas relaciones de los pueblos autónomos con las autoridades coloniales y los Estados-nación que han intentado integrarlos a las formas ordenadas de la vida de corte administrada por los colonizadores y el Estado-nación. Scott reitera su compromiso por renovar las formas de comprensión de las conductas políticas de quienes se ha acostumbrado llamar los grupos occidental. En cada capítulo que integra la obra [1] Scott explora la experiencia de autodeterminación de los pobladores de “Zomia”[2], quienes se apartan de las zonas de control estatal y evaden los mecanismos de expropiación del trabajo, la naturaleza, la cultura y la vida en su conjunto. Ello nos muestra que la relación entre “la civilización” y los rebeldes puede leerse de maneras distintas al arquetipo que los conceptúa como premodernos, prepolíticos, atrasados, y llama la atención respecto de los modos de reconocer procesos que discrepan del ritmo de la modernización y estalización de las sociedades. Con su argumentación, nos emplaza a repensar la historia y la antropología política, si entendemos por ésta los procesos a partir de los cuales tiene lugar la vida en sociedad.


Diferentes poblados dispersos en una amplia geografía constituyen el sujeto de las tierras altas en el Sudeste Asiático. Han desarrollado una infrapolítica de resistencia mediante prácticas como el robo, los rituales enfocados a restituir la dignidad de las comunidades, la no formalización de la organización, el desarrollo de una agricultura temporaria, la caza, el pastoreo y el fomento de la oralidad sobre la escritura, las alocuciones o disertaciones públicas acerca de las genealogías, los mitos o leyendas fundacionales, la socialización de lo escrito a través de lecturas públicas, etcétera.

Es un relato acerca de pobladores que no se han sujetado a las prácticas del Estado —que desarrollan formas tradicionales de trabajo— y de la dispersión para evitar la división y jerarquización política. Scott, autor de otras dos contribuciones importantes al conocimiento de la historia política de los no subordinados[3], va señalando con una densa argumentación las estrategias para oponerse a los proyectos de estandarización cultural, económica y administrativa que conlleva la vida organizada en torno de la forma-Estado. No es relevante si ésta es de corte colonial, comunista o neoliberal, puesto que representan lo mismo: explotación, dominación, sometimiento, despojo cultural, a cambio de civilización.

Así como los pobladores resisten, el interés de los gobiernos por controlarlos se intensifica, más cuando han descubierto que aquellas zonas no controladas se convierten en áreas de refugio para quienes huyen de las planicies y valles, de ahí que traten de eliminarlas al estigmatizar a quienes las habitan. Son cómplices las ciencias sociales y la filosofía[4], desde las cuales se ha socializado e impuesto un estereotipo civilizatorio: la civilización entendida como el conjunto de sociedades alfabetizadas, ordenadas y cercadas por el control sociopolítico. Para ello es indispensable el desplazamiento de las culturas que no son de cuño occidental y propio de la modernidad. Además, dado que los gobiernos están más interesados en aumentar la base fiscal, la mano de obra barata y el acceso a los recursos naturales para su explotación comercial, se torna necesario extender el control sobre las personas, en especial sobre aquellas que se mantienen fuera de sus límites político-administrativos.

A diferencia del planteamiento desarrollado en Los dominados y el arte de la resistencia, Scott nos dice en esta ocasión que no se trata de un proceso de negociación de los términos de la dominación. Como se advierte, se tiene que enfrentar situaciones donde los campos de concentración son presentados como “aldeas de paz” —por ejemplo, en Birmania—. La posibilidad de no ser gobernados radica en que los pueblos “desaparecen” en las montañas, se trasladan a lugares remotos fuera del alcance del Estado, como forma de evadir su incorporación a la milicia, el pago de impuestos, la conversión religiosa, la segregación social y la esclavitud. También modifican jerarquías sociales —como los cacicazgos hereditarios por formas de autoridad menos rígidas—, adoptan una lengua distinta a la materna y otras prácticas religiosas, permiten los matrimonios mixtos y la adopción de niños, y hacen de la identidad algo no cerrado.

El libro de Scott es una toma de posición a partir de la narración de una historia de opresión y resistencia en la que pobladores indómitos se reconstruyen en sus intentos por mantenerse alejados de los brazos autoritarios del Estado-nación. Por ello es que la religiosidad, la identidad, el gobierno, el lenguaje y el hogar son transformados cuando su condición de vida se ve amenazada. Una de las perspectivas argumentativas constante en el texto es que la identidad es construible y transformable en circunstancias de opresión y explotación. Otra estrategia recurrente es impedir la alfabetización, sin que vaya en detrimento de la transmisión de su historia, misma que es canalizada a través de la oralidad. Habría que recordar que los enfoques presentados no son nuevos. El autor los ha trabajado de tiempo atrás y otros autores a los que acude los han desarrollado, e incluso los hace fuentes indirectas de sus hallazgos y afirmaciones. La novedad radica en la connotación de la lectura, que se vincula con formas anarquistas de hacer comunidad[5].

En términos de la geografía humana, Zomia es una zona que el Estado no ha logrado asimilar a la delimitación político-administrativa, puesto que los pueblos se han rehusado a participar de los modos civilizados. Esta decisión surge de una larga historia de incursiones para esclavizarlos y abastecer de mano de obra a las planicies. Entre las formas de resistencia manifiestas en las poblaciones que habitan y hacen la región están la oralidad como forma de transmisión de la cultura, el cultivo temporario —cosecha y quema—, la caza y la recolección, los cambios identitarios, los relatos fundacionales y mesiánicos, y la vida itinerante o seminómada, que son también formas de sobrevivencia. Dado que esto queda fuera de los estudios historiográficos y sociológicos como forma positiva de generar sociedad, el autor emprende a su vez una crítica a las ciencias sociales y a las humanidades. Tras presentarnos la región de Zomia como el espacio en que distintos poblados durante los últimos dos mil años se han resguardado de los proyectos colonialistas y civilizatorios, Scott nos muestra a la institución estatal y sus mecanismos de apropiación y control del espacio y de los pobladores, los intentos por cercarlos para servir como mano de obra esclavizada en los cultivos arroceros, y la fuente de las tensiones y antagonismos entre los civilizados y los insubordinados.

El establecimiento de zonas de gobernanza y expropiación territorial —dentro del proyecto de instauración del Estado— tiene como estrategia de la autoridad política la regulación de los sistemas de riego para el cultivo de arroz (Scott, 2009: 42-43 y 56) y la disponibilidad de créditos para el cultivo (Scott, 2009: 48). De igual forma, la esclavitud se asocia a la cuestión de la agricultura con base en el financiamiento del gobierno por las prácticas coercitivas que desarrolla ante la necesidad de mano de obra (Scott, 2009: 71). Asimismo, muestra una de las estrategias de resistencia: la agricultura migratoria. Se entiende por la práctica de "swidden"  —tala y quema—, que consiste en asentarse temporalmente en un área, cortar y quemar la vegetación para poder sembrar y moverse a otro sitio tiempo después. Esto se convierte en un factor de la estructuración social que obstaculiza las formas de cacicazgo hereditario y los arraigos identitarios o, en otro sentido, que la identidad es cuestión de elección, como la actividad agrícola y las elecciones políticas (Scott, 2009: 77-78).

En el capítulo “Civilization and Unruly” la reflexión acerca de las formas en los Estados da lugar a la representación de los “bárbaros” como aquellos que viven en los límites territoriales. El autor analiza la construcción de las señas de identidad como indicadores de los niveles o grados de civilización (Scott, 2009: 99-104) para argumentar la relevancia histórica del término “bárbaros” en la estandarización de los poblados no sujetos a los procesos civilizatorios (Scott, 2009: 116 y 120), encubriendo con ello las pretensiones de unificarlos en una sola forma cultural.

Enseguida se presentan los pueblos de las tierras altas en un contexto comparativo amplio —aludiendo a la similitud que Scott encuentra con algunos pueblos de América (Scott, 2009: 132)— para señalar lo que sería una expresión prepolítica según las visiones predominantes: la aparente inestabilidad en que han vivido estos pueblos es en realidad una táctica de sobrevivencia y no un síntoma de inmadurez civilizatoria. A propósito de la formación del Estado, se dirá que éste hace la guerra, lo que provoca la migración por decisión política y por sobrevivencia (Scott, 2009: 146), momentos en que las tierras altas son zonas de refugio y desplazamiento, hasta llegar a los asentamientos, con miras a hacer de ellos un espacio del Estado agrario o de resistencia (Scott, 2009: 165-184). En este caso la migración se torna una cuestión también política.

Se abre otra línea de reflexión: la yuxtaposición entre generaciones y formas de migración, entre las que se encuentran desde las generaciones posteriores hasta los primeros refugiados. A quienes nacen en las montañas se les van uniendo otros rebeldes y líderes de culto (Scott, 2009: 326) que llegan con vestigios de la cultura desarrollada en los valles y planicies, e incorporan la tradición oral, los valores igualitarios, la segmentación de las estructuras de linaje, la cultura de rechazo a la autoridad estatal y la adopción de conciencia política. No obstante, la impregnación cultural potencia la posibilidad de una identificación más fluida, la adopción de prácticas religiosas heterodoxas, etc., que contribuyen al proceso de maleabilidad identitaria.

La cuestión agrícola es punto nodal en el texto porque hace converger la sobrevivencia, la cultura y la política. Estas prácticas surgen como resistencia a las formas agrícolas que significarían una disminución en la posibilidad de autodeterminación, cuyo precedente está en las formas de resistencia a los créditos de gobierno que desembocaron en endeudamiento y pérdida de cosechas. De ahí que la adopción e invención de nuevas prácticas agrícolas se considere una decisión eminentemente política, ya que mantener las formas tradicionales repercutiría en detrimento de la autonomía (Scott, 2009: 191-195 y 198-199).

En el caso de la oralidad —presentada también a modo de crítica a las restricciones e implicaciones de la escritura en apenas 18 páginas, que merecen un posterior desarrollo—, Scott argumenta que la escritura y los textos parecen ir más contra la liberación y a favor de la explotación, y cuestiona los propósitos de la alfabetización. El autor la coloca en el mismo nivel que otras nociones: agricultura de riego, formación del Estado y civilización como modos de control social (Scott, 2009: 211-238). La pérdida de la escritura y la incorporación de la oralidad demandan otras formas de codificar la cultura y la historia e implican a su vez la reinvención de ésta. Hay una etnogénesis como medio de evasión del Estado, por ello las identidades serían ambiguas, plurales, cambiantes y sustituibles (Scott, 2009: 210). La perspectiva de este planteamiento encuentra resonancias en la experiencia latinoamericana si pensamos en los pueblos indios y la manera en que incorporaron la cristiandad para dar lugar a formas “mestizas” de lo religioso.

En la misma línea, la crítica a la historia no queda ausente, pues hacia el final de estas páginas se habla de la ventaja de “no tener historia”, que funciona como una táctica para evitar las limitantes de lo textualmente orientado (Scott, 2009: 235) y permite sobrevivir en condiciones de cambio constante, porque es de sobra conocido, quizá menos admitido, que la disciplina historiadora ha sido un instrumento “normalizador” de la cultura, a través de la investigación historiográfica dependiente del documento (Scott, 2009: 237), que niega a los pueblos sin escritura y los encasilla como “indescifrables”, por decirlo de alguna manera [6].

Finalmente, la atención de Scott se centra en los movimientos mesiánicos, en los discursos milenaristas de estos pueblos, donde se expresa el mimetismo cultural que ha potenciado la capacidad de subversión, porque la reformulación identitaria ha sido funcional a la resistencia, tarea que desempeñan los profetas de la renovación a través de la rigurosa “caza” de las herencias ideológicas “de las tierras bajas”, sin perder de vista que algunas tradiciones religiosas aprendidas ahí se convirtieron en modos de expresión de rebeldía en las tierras altas (Scott, 2009: 308, 309 y 322). La conclusión registra una complejidad social no jerárquica de la que surgieron “Estados agrarios”, al desalojar a algunos pueblos y expulsar a otros. Scott aclara que no debemos entender a las sociedades antiguas como la materia de la cual cobraron forma las sociedades de hoy, pero sí como un largo proceso reflexivo. Nos indica que la resistencia de estos pueblos está en que desafían contundentemente la narrativa y prácticas civilizatorias, que el arte de no ser gobernado consiste en las prácticas y estrategias, y no se reduce a ninguna de ellas en particular.

El autor cuestiona la superioridad del Estado-nación y la hegemonía que ha tenido en estudios de diferente índole, porque la emergencia de estos pueblos supone algo más que formas primitivas de organización social. Recalca que se trata del reconocimiento de estos pueblos como sujetos de la historia. Devela la agencia a quienes se les ha negado. Defiende la tesis de que la historia de estos pueblos es la de sus decisiones políticas conscientes, de la elaboración reflexiva de estrategias para lograr mantenerse fuera del alcance del Estado. No los victimiza, pues las imágenes que nos ofrece no son las de despojados de las tierras productivas, perdedores de la historia, desatendidos y marginados por el Estado. Entonces la automarginación como estrategia consciente será objeto de álgidos debates, seguramente de furibundas descalificaciones “científicas”, por lo que hará falta la propia descolonización para, al menos, “conceder” el beneficio de la duda a la renuncia de estos pueblos. Con todo, la narrativa de Scott es contundente, ya que hace ver que no se trata de poblados que desde hace dos milenios han sido dejados atrás en la evolución histórica, sino que son pueblos que han elegido “quedarse fuera” del progreso, de la civilización, del alcance del Estado (Scott, 2009: 22-23).

Éste es un libro que merece ser leído con atención, pues pone en cuestión la contundencia del dominio político a través de la instrumentalización del Estado, y va más allá. Con los datos y argumentos presentados, debate las ideas de lo que son las sociedades civilizadas, dilucida la experiencia de los pueblos sin Estado y las andanzas para mantener su autodeterminación. Se considera que han elegido las zonas altas porque los valles están rodeados y significan esclavitud, reclutamiento forzado, impuestos, explotación de la mano de obra, guerra, epidemias. Por eso la dispersión física en terrenos accidentados, las prácticas agrícolas que permiten el movimiento más rápido, la flexibilización de la identidad como pueblo, la devoción por profetas, los milenarismos y el mantenimiento de la cultura oral son usados para reinventar la historia y sus genealogías. La deriva de estos pueblos supone algo más que formas primitivas de organización social. Scott atribuye agencia a quienes se les ha negado. Es enfático en demostrar que se trata de opciones políticas conscientes. Huye de la visión en la que se les victimiza como despojados, perdedores y marginados, al destacar que se trata de poblaciones que han huido del dominio estatal desde sus formas de sobrevivencia. Plantea la historia política de sociedades sin Estado efectivamente existentes, leída en clave antropológica.

Notas:

[1] El texto se integra por ocho capítulos y medio. Las notas al final de cada uno son un registro del argumento crítico del autor, por lo que no podemos dejar de leerlas. También son una forma de presentar la investigación que sustenta su relato a propósito de los poblados del área y, al mismo tiempo, conforman diálogo y debate con otros estudiosos, y con los sujetos del estudio.

[2] Zomia es el nombre que Scott retoma de Van Schendel (2002) para nombrar una región que comprende 2.5 millones de km2 de una accidentada geografía que atraviesa varios  países del Sudeste  Asiático —Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia, Mianmar o Birmania—, de la sierra central de Vietnam hasta el noreste de la India, atravesando   cuatro provincias chinas —Yunnan, Guizhou, Guangxi y Sichuan—,  en la que aproximadamente cien millones de personas, pertenecientes a diferentes pueblos con una vasta variedad de lenguas, han resistido a la integración sociopolítica.

[3] The Moral Economy of the Peasant: Subsistence and Rebellion in Southeast Asia y Weapons of the Weak: Every Forms of Peasant Resistance, publicados en 1976 y 1985, respectivamente.

[4] Gayatri Chakravorty Spivak (2010) afirma que en las ciencias sociales y las humanidades no sólo hay un pasado colonial sino que en las respectivas elaboraciones teóricas el sesgo colonialista es reproducido, aspecto manifiesto a lo largo del texto de Scott al señalar cómo determinados estereotipos político-culturales estigmatizadores están presentes en los estudios hegemónicos.

[5] El subtítulo Una historia anarquista de las tierras altas de sudeste de Asia tiene en parte su sentido en la pretensión de hacer comunidad sin instituir formas de relación social de dominio, sin que ello signifique, en muchos de los casos presentados por el autor, la ausencia de algún tipo de jerarquía social. La distinción es la función y el alcance que ha tenido.

[6] Retomará parte de la discusión ya empezada, entre otros, por Eric Wolf (1982), para quien la historia no sólo ha sido decidida por los grandes acontecimientos, los movimientos religiosos y políticos, las inclinaciones e intereses económicos de poderosos grupos, sino también por sujetos en apariencia insignificantes, los sin historia que se han visto involucrados en los grandes procesos de la historia.

Bibliografía adicional

* Chakravorty Spivak, Gayatri (2010). Crítica de la razón poscolonial, Akal, Madrid.

* Guha, Ranajit (1999). Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, Duke University Press, Durham.

* Scott, James C. (1990; 2000 en español). Los dominados y el arte de la resistencia, Era, México.

* Van Schendel, Willem (2002). “Geographies of Knowing, Geographies of ignorance: Jumping Scale in Southeast Asia”, en Environment and Planning D: Society and Space, vol. XX, núm. 6, pp. 647-668.

* Wolf, Eric (1982). Europe and the People Without History, University of California Press, Los Ángeles.

[Reseña publicada originalmente en revista Desacatos # 37, México, sept.-dic. 2011, y accesible en http://desacatos.ciesas.edu.mx/index.php/Desacatos/article/viewFile/296/176.]


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