Anastasio Ovejero
Mi intención en este trabajo es traer a la memoria un tema viejo, pero del que aún pueden extraerse grandes enseñanzas para los tiempos que ahora corren. Me refiero a las colectivizaciones libertarias, posiblemente la experiencia de autogestión obrera total más importante en todo el mundo desde la revolución industrial, experiencia que, entre otras cosas, puso en práctica una educación bien diferente de la tradicional, tanto en sus fines como en su filosofía subyacente y en sus prácticas cotidianas.
Si los ilustrados levantaran la cabeza, se volverían rápidamente a sus tumbas. Ellos creían que si se generalizaba la educación en una sociedad, esa sociedad se haría mejor, resolvería adecuadamente sus con flictos y hasta desaparecería la violencia. Pues bien, prácticamente toda la población europea recibe educación escolar hasta los 15 o 16 años, y millones de ellos siguen estudiando hasta los 20 y los 25 años. Y sin embargo, no se han cumplido en absoluto sus optimistas previsiones. Y es que ellos olvidaron algo esencial: no toda la educación libera. Lo esencial no es la cantidad de educación sino el tipo de educación. Hay una educación que libera y que fomenta el espíritu crítico y hay otra educación que constriñe aún más la mente humana y que empobrece el pensamiento crítico. Así, el capitalismo europeo ha fomentado la educación escolar, pero ha sido una educación cuya finalidad básica es, por una parte, preparar trabajadores e ficaces y disciplinados, y por otra, construir ciudadanos dóciles y obedientes. Y por eso ha habido siempre tanta oposición a la implementación escolar de una educación libertaria, hasta el punto de que se llegó incluso a fusilar a Francisco Ferrer.
La escuela moderna
Pues bien, lo que pretendieron los colectivistas libertarios fue construir una sociedad igualitaria, cooperativa y solidaria, pero siempre apoyándose en la educación. Porque, según ellos, la transformación social solo podría provenir de un cambio radical de mentalidad de la mayoría de la ciudadanía, por lo que la educación, tanto la formal como la no formal, inevitablemente se tenía que convertir en el elemento básico y fundamental del proyecto anarquista.
Como es sabido, a la rebelión militar del 17 de julio de 1936 respondió la C.N.T. con la revolución social, que era la consecuencia de varias décadas de educación libertaria obrera. En efecto, quienes levantaron las colectivizaciones habían ido a las escuelas libertarias y habían recibido una educación inspirada en la Escuela Moderna de Ferrer. Desde varias generaciones atrás, los anarquistas españoles, especialmente en Barcelona, habían puesto el acento en la educación.
Por tanto, aunque fue un fenómeno espontáneo y totalmente imprevisible, las colectivizaciones no hubieran sido posibles sin el poso que durante varias décadas fue dejando la educación libertaria en miles de trabajadores y sin su convicción de que la transformación radical de la sociedad solo puede conseguirse a través de la educación y de la cultura. No olvidemos que, como escribe Alejandro Tiana, «ante todo, es preciso señalar que el anarquismo español dedicó siempre una atención especial a la educación dentro de su estrategia revolucionaria. Baste con recordar el conjunto de resoluciones sobre enseñanza aprobadas por la C.N.T. en sus congresos de 1910, 1919, 1931 y 1936». Fue, en de finitiva, el tipo de educación libre, cooperativa, solidaria y crítica que habían recibido miles de obreros anarquistas lo que provocó que, al darse las circunstancias propicias, surgieran espontáneamente las colectivizaciones libertarias.
La mayor parte del movimiento libertario español tenía puestas todas sus esperanzas en la cultura y en la educación como auténtico motor del cambio social. De hecho, como escribía hace unos años Álvarez Junco, «entre los anarquistas, el planteamiento es, en principio, tajante: cada militante debe realizar una ‘revolución interior’, fundamentalmente intelectual, antes de poder aspirar legítimamente a transformar la sociedad..., y sólo cuando, gracias a la cultura, se haya creado un número considerable de seres ‘conscientes’ de sus derechos y liberados personalmente del militarismo, la religión, los vicios y la ignorancia de la sociedad actual, será positiva una acción revolucionaria tendente a derribar las estructuras sociales y sustituirlas por otras en las que esos individuos transformados previamente puedan iniciar la práctica de la libertad».
Maestros por curas
En resumidas cuentas, la preocupación por la educación y la cultura ocupó siempre un lugar central en el pensamiento político del anarquismo español, impregnando totalmente la ideología e incluso la forma de vivir de sus miembros, hasta el punto de que en cuanto podían abrían ateneos libertarios, escuelas libertarias y editaban in finidad de periódicos. Pero se trataba de una educación que tenía como objetivo último la transformación radical de la sociedad, para lo que promovía ante todo el pensamiento crítico, la libertad y los valores de igualdad y solidaridad entre todos los seres humanos. Y en cuanto tuvieron ocasión, los anarquistas españoles llevaron a la práctica sus ideales en el campo de la educación, tanto a nivel cuantitativo (aumentaron mucho más aún el número de maestros, de forma que a menudo en un pueblo en el que había tres curas y un maestro, los anarquistas quitaron los tres curas y pusieron cinco maestros; implantaron la escolarización obligatoria hasta los 14 o 15 años; por ejemplo, en Calanda se pasó de ocho a dieciocho maestros, aumentando el alumnado en un 25% con respecto al curso 1935-1936. ¡Y todo ello en plena guerra! Y teniendo en su contra no solo a los militares rebeldes, sino incluso al gobierno de la República y a toda Europa.
Pero la empresa educativa de las colectivizaciones no se circunscribió solo a la educación primaria, ni siquiera solo a la educación formal, sino que también se ocuparon de abrir bibliotecas en todos los pueblos colectivizados, fomentar conferencias y charlas culturales así como la educación de adultos o la implementación de cursos y centros de formación profesional. También adquirieron un cierto auge las escuelas de párvulos y guarderías infantiles, dada la necesidad de atender a los niños y niñas pequeños a causa de la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa para suplir la falta de brazos. Por otra parte, el arte y la cultura general fueron también objeto de diversas iniciativas, con objeto de procurar un ambiente rico y estimulante para el desarrollo integral de la población colectivista (apertura de Ateneos, veladas culturales…).
Finalmente, no deberíamos olvidar algo tan central en la concepción anarquista de la cultura como es la educación no formal que englobaba una muy variada serie de actividades como la educación artística, la divulgación científica y cultural, el desarrollo de una nueva estética, el debate sobre temas de actualidad, la edición de obras literarias o cientí ficas, etc., y que fueron llevadas a cabo principalmente por los propios sindicatos de la C.N.T., por las Juventudes Libertarias, por el colectivo feminista Mujeres Libres y por los Ateneos Libertarios, y siempre bajo la concepción de la cultura y la educación como instrumento de liberación de la clase trabajadora.
Y esa fue siempre —y lo sigue siendo— uno de los principales objetivos de los anarquistas: propagar una educación realmente libre, cooperativa y solidaria, que pueda transformar radicalmente la sociedad, frente a la escuela o ficial que lo que pretende es justamente lo contrario, es decir, reproducir tanto las diferencias sociales como la misma sociedad actual desigual e injusta. Y ello sería de gran interés hoy día frente al proyecto opuesto que con tanto éxito el neoliberalismo está implementando en todo el planeta.
[Publicado originalmente en el periódico CNT # 418, Donostia, abril 2015. Edición accesible en http://cnt.es/periodico.]
Mi intención en este trabajo es traer a la memoria un tema viejo, pero del que aún pueden extraerse grandes enseñanzas para los tiempos que ahora corren. Me refiero a las colectivizaciones libertarias, posiblemente la experiencia de autogestión obrera total más importante en todo el mundo desde la revolución industrial, experiencia que, entre otras cosas, puso en práctica una educación bien diferente de la tradicional, tanto en sus fines como en su filosofía subyacente y en sus prácticas cotidianas.
Si los ilustrados levantaran la cabeza, se volverían rápidamente a sus tumbas. Ellos creían que si se generalizaba la educación en una sociedad, esa sociedad se haría mejor, resolvería adecuadamente sus con flictos y hasta desaparecería la violencia. Pues bien, prácticamente toda la población europea recibe educación escolar hasta los 15 o 16 años, y millones de ellos siguen estudiando hasta los 20 y los 25 años. Y sin embargo, no se han cumplido en absoluto sus optimistas previsiones. Y es que ellos olvidaron algo esencial: no toda la educación libera. Lo esencial no es la cantidad de educación sino el tipo de educación. Hay una educación que libera y que fomenta el espíritu crítico y hay otra educación que constriñe aún más la mente humana y que empobrece el pensamiento crítico. Así, el capitalismo europeo ha fomentado la educación escolar, pero ha sido una educación cuya finalidad básica es, por una parte, preparar trabajadores e ficaces y disciplinados, y por otra, construir ciudadanos dóciles y obedientes. Y por eso ha habido siempre tanta oposición a la implementación escolar de una educación libertaria, hasta el punto de que se llegó incluso a fusilar a Francisco Ferrer.
La escuela moderna
Pues bien, lo que pretendieron los colectivistas libertarios fue construir una sociedad igualitaria, cooperativa y solidaria, pero siempre apoyándose en la educación. Porque, según ellos, la transformación social solo podría provenir de un cambio radical de mentalidad de la mayoría de la ciudadanía, por lo que la educación, tanto la formal como la no formal, inevitablemente se tenía que convertir en el elemento básico y fundamental del proyecto anarquista.
Como es sabido, a la rebelión militar del 17 de julio de 1936 respondió la C.N.T. con la revolución social, que era la consecuencia de varias décadas de educación libertaria obrera. En efecto, quienes levantaron las colectivizaciones habían ido a las escuelas libertarias y habían recibido una educación inspirada en la Escuela Moderna de Ferrer. Desde varias generaciones atrás, los anarquistas españoles, especialmente en Barcelona, habían puesto el acento en la educación.
Por tanto, aunque fue un fenómeno espontáneo y totalmente imprevisible, las colectivizaciones no hubieran sido posibles sin el poso que durante varias décadas fue dejando la educación libertaria en miles de trabajadores y sin su convicción de que la transformación radical de la sociedad solo puede conseguirse a través de la educación y de la cultura. No olvidemos que, como escribe Alejandro Tiana, «ante todo, es preciso señalar que el anarquismo español dedicó siempre una atención especial a la educación dentro de su estrategia revolucionaria. Baste con recordar el conjunto de resoluciones sobre enseñanza aprobadas por la C.N.T. en sus congresos de 1910, 1919, 1931 y 1936». Fue, en de finitiva, el tipo de educación libre, cooperativa, solidaria y crítica que habían recibido miles de obreros anarquistas lo que provocó que, al darse las circunstancias propicias, surgieran espontáneamente las colectivizaciones libertarias.
La mayor parte del movimiento libertario español tenía puestas todas sus esperanzas en la cultura y en la educación como auténtico motor del cambio social. De hecho, como escribía hace unos años Álvarez Junco, «entre los anarquistas, el planteamiento es, en principio, tajante: cada militante debe realizar una ‘revolución interior’, fundamentalmente intelectual, antes de poder aspirar legítimamente a transformar la sociedad..., y sólo cuando, gracias a la cultura, se haya creado un número considerable de seres ‘conscientes’ de sus derechos y liberados personalmente del militarismo, la religión, los vicios y la ignorancia de la sociedad actual, será positiva una acción revolucionaria tendente a derribar las estructuras sociales y sustituirlas por otras en las que esos individuos transformados previamente puedan iniciar la práctica de la libertad».
Maestros por curas
En resumidas cuentas, la preocupación por la educación y la cultura ocupó siempre un lugar central en el pensamiento político del anarquismo español, impregnando totalmente la ideología e incluso la forma de vivir de sus miembros, hasta el punto de que en cuanto podían abrían ateneos libertarios, escuelas libertarias y editaban in finidad de periódicos. Pero se trataba de una educación que tenía como objetivo último la transformación radical de la sociedad, para lo que promovía ante todo el pensamiento crítico, la libertad y los valores de igualdad y solidaridad entre todos los seres humanos. Y en cuanto tuvieron ocasión, los anarquistas españoles llevaron a la práctica sus ideales en el campo de la educación, tanto a nivel cuantitativo (aumentaron mucho más aún el número de maestros, de forma que a menudo en un pueblo en el que había tres curas y un maestro, los anarquistas quitaron los tres curas y pusieron cinco maestros; implantaron la escolarización obligatoria hasta los 14 o 15 años; por ejemplo, en Calanda se pasó de ocho a dieciocho maestros, aumentando el alumnado en un 25% con respecto al curso 1935-1936. ¡Y todo ello en plena guerra! Y teniendo en su contra no solo a los militares rebeldes, sino incluso al gobierno de la República y a toda Europa.
Pero la empresa educativa de las colectivizaciones no se circunscribió solo a la educación primaria, ni siquiera solo a la educación formal, sino que también se ocuparon de abrir bibliotecas en todos los pueblos colectivizados, fomentar conferencias y charlas culturales así como la educación de adultos o la implementación de cursos y centros de formación profesional. También adquirieron un cierto auge las escuelas de párvulos y guarderías infantiles, dada la necesidad de atender a los niños y niñas pequeños a causa de la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa para suplir la falta de brazos. Por otra parte, el arte y la cultura general fueron también objeto de diversas iniciativas, con objeto de procurar un ambiente rico y estimulante para el desarrollo integral de la población colectivista (apertura de Ateneos, veladas culturales…).
Finalmente, no deberíamos olvidar algo tan central en la concepción anarquista de la cultura como es la educación no formal que englobaba una muy variada serie de actividades como la educación artística, la divulgación científica y cultural, el desarrollo de una nueva estética, el debate sobre temas de actualidad, la edición de obras literarias o cientí ficas, etc., y que fueron llevadas a cabo principalmente por los propios sindicatos de la C.N.T., por las Juventudes Libertarias, por el colectivo feminista Mujeres Libres y por los Ateneos Libertarios, y siempre bajo la concepción de la cultura y la educación como instrumento de liberación de la clase trabajadora.
Y esa fue siempre —y lo sigue siendo— uno de los principales objetivos de los anarquistas: propagar una educación realmente libre, cooperativa y solidaria, que pueda transformar radicalmente la sociedad, frente a la escuela o ficial que lo que pretende es justamente lo contrario, es decir, reproducir tanto las diferencias sociales como la misma sociedad actual desigual e injusta. Y ello sería de gran interés hoy día frente al proyecto opuesto que con tanto éxito el neoliberalismo está implementando en todo el planeta.
[Publicado originalmente en el periódico CNT # 418, Donostia, abril 2015. Edición accesible en http://cnt.es/periodico.]
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