Mariana
Uno
de los grandes pensadores del siglo XVII, y uno de los más grandes genios de la
historia de Occidente sino el mayor, G. Leibniz, se preguntaba si los hombres
podían pensar sin palabras, es decir, sin algún tipo de símbolos. Su conclusión
fue que, si bien se puede pensar sin palabras porque Dios lo hace, los seres
humanos no podemos hacerlo. Esta idea fue retomada en el siglo XX por otros
pensadores, como Wittgenstein y sus seguidores, que concluyeron que no sólo no
podemos pensar sin palabras sino que cada uno de nosotros habita en el mundo
que nos abre el lenguaje del que disponemos. De allí que Leibniz, el precursor
del tema, propusiera no sólo promover la educación sino también crear un
lenguaje universal para que los humanos pudiéramos hacer realidad la igualdad
entre todos los seres pensantes.
¿A
qué viene esta previa filosófica? Para evaluar nuestro futuro en este régimen
chavo-diosdado-madurista que nos gobierna porque, si para el ignorante todo lo
que sucede es una sorpresa, para el sabio, como Leibniz, el presente está preñado del futuro y por eso, en general, se puede predecir. Si mi
gata está preñada, seguro que va a parir gatitos y no culebras ni águilas
calvas y si los que votaron lo hicieron por Maduro no puede esperar sino lo que
tenemos, este mar de la felicidad.
Si
hacemos bueno que el hombre habita en el mundo que le abre el lenguaje y piensa
con las palabras de las que dispone, hemos de reconocer que nuestras dirigentes
no tienen mucho lenguaje a mano, o a mente. Nicolás, se comenta, nunca terminó
el bachillerato. Su formación intelectual deriva de los cursillos que aprendió
al caletre en Cuba cuando se convirtió en agente de Fidel y repite todo el
tiempo hasta el día de hoy. El Comandante Eterno fue algo así como el Winston
Vallenilla de las fiestas militares y nunca superó ese status de animador de
reuniones festivas con un discurso mezcla de ocurrencias disparatadas, chistes,
anécdotas familiares mentirosas, algunas groserías y, cuando tocaba algo serio,
una catarata de boludeces como dicen los argentinos. Pero tenía plata y
chequera mata galán. En cuanto a Diosdado, bueno, llegó a teniente, es decir,
no podía juntar en una sentencia sujeto con verbo y predicado de manera de
proferir alguna idea, y todavía no puede. Por eso, los dos herederos, cuando
hablan siempre dicen lo mismo, no tienen para más.
La
conclusión de lo anterior es que, si somos optimistas y escuchando lo mucho que
hablan, Nicolás y Diosdado no deben disponer de un vocabulario que supere las
10.000 palabras (cada uno, no sean pesimistas) la mayoría aprendidas de los
discursos del Comandante Eterno y de Fidel, el hambreador de los cubanos. Como
referencia, digamos que El Quijote
tiene 35.000 palabras diferentes, (o sea, si alguno de ellos lo leyera, no lo
entendería) y el castellano debe tener alrededor de 1 millón. Con esta dotación
de lenguaje, escasa y unidimensional, deben interpretar la situación del país,
diagnosticar sus problemas, evaluar soluciones y elegir las que van a poner en
marcha. Muy difícil que puedan hacerlo, casi imposible. En consecuencia,
podemos anticipar que, dado lo que tienen, no pueden desembocar sino en
supersticiones y fanatismo cuyas consecuencias no pueden ser otras que incapacidad
y persecuciones.
Con
su dotación de lenguaje, habitan en un mundo muy pequeño, cerrado, casi como
adolescentes porque de mucho adolecen. No tienen lenguaje para pensar, no
pueden arribar a otra solución que comprar Barbies para Navidad, porque esa es
la misma solución que propone mi vecinita pre-adolescente para todos sus
problemas. Y, de hecho, cuando se intenta explicarle cuán importante es el
acetominofen para su chikunguya, no entiende, no tiene palabras para pensar en
temas como enfermedad, alergias, prevención, mosquitos. Pero ella está
aprendiendo y los adultos tienen que pasar horas explicándole para que aprenda
a pensar y tengo con qué. Imagínense lo mismo, pero con el presidente (del
ejecutivo o de la asamblea) en asuntos como la salud, la globalización, el
negocio petrolero, las importaciones, la seguridad, los préstamos
internacionales, las inversiones, la moral, establecer prioridades. Nada, es imposible
que entiendan porque ni saben el significado de las palabras ni la importancia para
poder ampliar su mundo y elaborar soluciones. Y, para colmo, la oposición
oficialista, que no es muy diferente, propone un diálogo. Absurdo.
No
pudieron pensar cuando había dinero, menos podrán cuando no lo hay porque,
precisamente, lo perdieron por no poder pensar, por carecer de un lenguaje
amplio y abierto. Y, a esta altura, esto no tiene remedio porque, como dice el
refrán, loro viejo no aprende a hablar,
porque por viejo y por necio no incorpora palabras. Pero hay gente que vota. Y hay gente que vota por ellos, que es peor.
Claro, después se sorprende con lo que pasa y no encuentra palabras para
explicarse. Pero quien siembra bledo no puede esperar cosechar tulipanes.
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