Corriente Clasista Unitaria Revolucionaria y Autónoma / C-CURA
Quizás una de las batallas más difíciles que a diario deben desarrollar los trabajadores y sus organizaciones sindicales, es la lucha contra los despidos y la restitución a sus puestos de trabajo a los afectados. La dificultad reside en que es una lucha defensiva y de largo aliento que la mayoría de las veces debe hacerse extramuros de la empresa, recae en manos de abogados, cuesta motivar a los compañeros de trabajo para que se involucran en la lucha por la restitución, mientras que el despedido se ve forzado a deambular por las oficinas de las instancias laborales, intentado demostrar la ilegalidad, ilegitimidad e inhumanidad del despido.
El despido es una acción atroz de los patrones. Es una daga certera que los empresarios, gerentes, jefes, supervisores y capataces intentan clavar en el pecho de la clase trabajadora para desmoralizarla, aterrorizarla, desorganizarla e inmovilizarla. Tiene un brutal impacto sicológico y social. Genera auto-marginación social, porque el trabajador se siente avergonzado y no quiere que sus familiares y vecinos se enteren. Al despedido le sobra tiempo, se le enreda el cerebro de pensar tantas cosas, pero a la hora de la verdad le faltan reales con qué llegar a la casa para atender las necesidades básicas y apremiantes de su familia. Nunca sabremos si será casualidad, pero casi siempre ocurre que al tiempo que se produce la destitución de un trabajador, sobre su familia comienzan a recaer los problemas. Se enferman los niños, los padres y los suegros. Se accidenta el carro. Se agrietan las paredes y se dañan los techos de sus casas. El malhumor se apodera de la familia y de allí a la violencia intrafamiliar hay un pequeño trecho. En muchos casos, los despidos terminan socavando las relaciones conyugales y se sabe que en muchas oportunidades conllevan a separaciones y divorcios. Y no dejemos de mencionar que cuando la situación económica se hace apremiante, el despedido se ve obligado a renunciar a la lucha, lo cual se convierte en una derrota personal y un rudo golpe para el conjunto de la clase trabajadora.
Otro tanto sucede al interior de las empresas con los trabajadores que aún conservan el puesto. La mayoría se aterroriza y averigua en voz baja todos los días si hay una nueva lista de candidatos a ser botados y si él está involucrado. Muchos trabajadores se hacen más sumisos que de costumbre en un vano intento por agradar a sus jefes para que los exoneren de ser arrojados a la calle. Otros tantos hacen hasta lo imposible por pasar inadvertidos y darían lo que fuera si pudiesen convertirse en invisibles para que sus jefes no los detecten y despidan. Obviamente, son muy pocos los que se animan a rebelarse y protestar de frente contra los despidos.
La batalla contra los despidos, de por sí difícil, se hace mucho más escabrosa cuando en la decisión y confección de los listados de candidatos a ser botados participan los falsos dirigentes sindicales, quienes en su afán por mantener prebendas y privilegios personales, no dudan en traicionar a sus compañeros de trabajo cambiándolos por unas cuantas monedas. Y si a lo anterior le agregamos la disposición, a cambio de dinero, de los funcionarios de las inspectorías del trabajo en avalar los despidos, podríamos decir que ese es el peor escenario que se puede presentar para desarrollar una tenaz lucha que logre los reenganches de los trabajadores a sus puestos de trabajo. Este ambiente es el que desgraciadamente se ha venido imponiendo en la mayoría de las empresas en la entidad carabobeña.
La lucha contra los despidos apasiona
Pero así como hemos mencionado todo lo nefasto, desmoralizante y aterrador que representa el despido; también debemos decir que cuando los despedidos y los activos se unen y se levantan para enfrentar esta macabra acción concertada entre empresarios, sindicalistas traidores y funcionarios del gobierno responsables del ministerio del trabajo, entonces hasta la Tierra tiembla, los patronos se asustan y se ponen nerviosos cada vez que los despedidos llegan hasta los portones de las empresas a reclamar su reenganche. La burocracia sindical profiere bravuconadas fruto de su cobardía política pero terminan siendo incapaces de enfrentar cara a cara a quienes luchan por su derecho al trabajo. Y los funcionarios gubernamentales encargados de las inspectorías pagan escondedero y no pasan por las oficinas como a menudo lo hacían en otras épocas con tal de evadir la cara acusadora y con sed de justicia de los trabajadores despedidos.
El grito de protesta y los graffitis se tornan más agudos y acusadores, porque son expresados con el alma y toda la pasión de los despedidos que saben que en cada acción de lucha por su reintegro al trabajo están defendiendo a su familia que se encuentra asediada. Basta con mirar la consigna pintarrajeada en el muro de la Inspectoría del trabajo “Pipo” Arteaga en Valencia, que reza “Dorkis Hernández, vendida a los patronos”, la cual parece escrita con sangre dando la impresión que por más que algún día traten de pintarle un color encima para encubrirla, jamás podrán borrar esa huella indeleble que la mano de un padre de familia acosado por el despido escribió contra esta funcionaria y todos los de su calaña.
Esa pasión se pudo percibir el pasado miércoles 11 de febrero en la primera acción mancomunada de los despedidos en el área metropolitana carabobeña. A los participantes no les importaba si eran muchos o pocos. Si había Guardia o Policía desplegada. Si llovía o hacía sol. Si se obstruía el tráfico o no. Si se llegaba hasta los portones de la ensambladora Chrysler o no a pesar de las amenazas del Secretario General del sindicato existente en esa empresa, quien había dicho en la asamblea del lunes 9 de febrero que movilizaría a los trabajadores para impedir que los despedidos protestaran, ofreció coñazos y le recomendó a los trabajadores activos que si veían a los despedidos no los saludaran para no generarle falsas expectativas de que iban a ser reintegrados a sus puestos de trabajo.
A los despedidos no les interesaba nada de lo anterior, sólo les importaba gritarle a la población que habían sido botados injustamente y que de continuar la crisis muy pronto podrían ser otros trabajadores los que sufrirían las inclemencias del despido. Que ellos no son los responsables de la crisis que vive el país. Que los patronos con una mano reciben dólares y con los beneficios que le reporta colocar esas divisas en el mercado paralelo obtienen fabulosas ganancias y hasta les da para “pagar” el costo del despido y los sobornos a sindicalistas traidores y funcionarios corruptos.
Esto querían hacerlo saber a buena parte de la opinión pública con su marcha de protesta y lo lograron. Los medios de comunicación, tuvieron que reflejarlo. Las cadenas radiales incluso las de carácter nacional hicieron cubrimiento de la protesta y empezaron a darle importancia a un tema que se está instalando en la realidad política nacional: los despidos de cientos, miles de trabajadores que están pagando con su empleo y las penurias de sus familias el costo de una crisis que ellos no generaron.
Por ello nadie dudó sobre en qué sitio con exactitud debería finalizar la movilización. Todos señalaron con la claridad de sus índices de protesta que debería ser al frente de la puerta principal de la empresa Chrysler, que simboliza la agresión de los patronos, la burocracia sindical y los funcionarios corruptos del Ministerio del Trabajo en contra de la clase trabajadora. Todos los que allí hablaron denunciaron y acusaron a la tripartita que actuó en esa ensambladora en contra de 76 trabajadores y sus familias.
Muchos pensarán que al centrarse la protesta alrededor de lo que pasa en Chrysler la lucha se puede desvirtuar al personalizarse. Pero no es así. La acción de protesta de este miércoles 11 de febrero dejó un mensaje claro no sólo a esos empresarios, a los burócratas sindicales de esa empresa o exclusivamente a los funcionarios del ministerio del trabajo que firmaron la sentencia que botó a 76 padres de familia de sus puestos de trabajo.
La movilización fue un mensaje claro y contundente al conjunto del empresariado, al conjunto de la burocracia sindical que se disfraza de revolucionaria, a la totalidad de los corruptos que operan en las inspectorías. Que sepan que nunca tendrán paz, porque comienza a levantarse un movimiento unitario y de lucha contra los despidos que los denunciará, los enfrentará y se movilizará a diario hasta lograr su restitución a los puestos de trabajo.
La mejor muestra de lo que decimos fue la pasión desbordada al final de la concentración cuando un obrero se acercó a la reja de la empresa, introdujo sus dedos y la boca por la cercha de alambre y con la fuerza de su garganta, la explosión de sus pulmones, la pasión de su corazón, el empuje de sus riñones y toda la arrechera contenida en su cerebro, se empinó para gritar: “Cristian Pereira, eres un vendido que jamás tendrás paz y nunca más podrás volver a dormir tranquilo, porque los despedidos de Chrysler y nuestras familias te provocaremos insomnio por el resto de tus días”.
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