Margarita López Maya
Prodavinci.com
Retorna febrero, mes que despierta temores en unos, expectativas en otros. Febrero ha sido en nuestra historia mes de protestas emblemáticas, que eventualmente han desencadenado procesos de cambio político.
El carnaval de febrero de 1928 vio emerger un movimiento estudiantil contra el dictador Juan Vicente Gómez, cuyos líderes convertidos después en dirigentes políticos protagonizaron el Trienio Adeco. En febrero de 1936, la huelga de medios de comunicación y la movilización popular conducida por las autoridades de la Universidad Central y un liderazgo emergente del movimiento estudiantil exigieron del Presidente López Contreras el derecho a la libertad de expresión y otros derechos civiles y políticos. Esa jornada abrió el camino hacia la modernización económica y la democratización política de Venezuela.
En medio de agudas escaseces de bienes básicos y de una incontrolada inflación, en febrero de 1989 estalló el Caracazo. Esta revuelta popular fue antesala del ocaso de la democracia representativa y del ascenso de una nueva élite política liderada por el teniente coronel Hugo Chávez. En febrero de 1992, un fallido golpe de estado liderado por este mismo militar y su Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, sumergió al gobierno de Carlos Andrés Pérez en una crisis política de la cual ya no pudo recuperarse. El Presidente fue removido de su cargo en 1993, abriéndose un período de recomposición del sistema político venezolano.
En febrero de 2014, Venezuela una vez más en crisis, volvió a presenciar un movimiento estudiantil en la calle liderando protestas de descontento popular. Convergieron con los estudiantes actores políticos disidentes de las directrices de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la plataforma de partidos con que las fuerzas opositoras al “socialismo del siglo XXI”, buscan impulsar un cambio político. El mes fue convulsionado y las protestas se volvieron virales, promediando en marzo más de cuarenta diarias, prolongándose hasta mayo, cuando se apagó el fuego. Quedaron como saldos más de cuarenta muertos, decenas de heridos y torturados, miles de ciudadanos, mayoritariamente jóvenes, sometidos a procesos judiciales, decenas de presos. Las pérdidas materiales fueron cuantiosas. El gobierno de Maduro sobrevivió sin abrirse a ninguna negociación, ni modificar su programa político. Sin embargo, la popularidad del Presidente ha venido decayendo desde entonces sostenidamente.
En este ensayo reflexionamos sobre los impactos políticos del “ciclo de protestas” del año pasado. Buscamos, por una parte, evaluar qué tan factible es su repetición y por otra, si es conveniente un año después, que las fuerzas opositoras vuelvan a centrarse en acciones colectivas de calle como principal instrumento para presionar por el cambio político.
1. ¿Puede repetirse un ciclo de protestas como el de 2014?
Siempre resulta riesgoso dar una respuesta inequívoca a esta pregunta. Las revueltas populares o los “ciclos de protesta”, concepto donde mejor encaja el fenómeno del año pasado, son en general impredecibles. Sin embargo, creo que se puede negar esa posibilidad. Argumento por qué.
Cambió el entorno político e institucional.La intensa beligerancia de calle se da cuando convergen varios factores además del malestar socioeconómico. Si bien la crisis económica que hoy padece la sociedad ha empeorado y constituye, sin duda, un sustancioso combustible para alimentar la protesta masiva, no garantiza per se que suceda. Otro ingrediente necesario que también permanece y ha crecido con relación al año pasado, es la existencia de una “conciencia insurgente” o, dicho en palabras de Barrington Moore, de sentimientos de “indignación moral” en sectores significativos de la población. Vale decir, una conciencia que indica que la situación es profundamente injusta y con movilización es posible modificarla. Cuando la religión o la ideología inculcan resignación ante las penalidades e injusticias de la vida, o nos dicen que los males de ahora son sacrificios necesarios en persecución de un paraíso a futuro, en el cielo o la tierra, grupos, comunidades, sociedades permanecen aletargadas. No es ésta la situación de la mayoría de los venezolanos hoy. Al contrario, además de la efervescencia popular que se constata en espacios públicos, las encuestas señalan un creciente y consciente malestar con la situación que se vive y la convergencia de la mayoría en asignarle la principal responsabilidad a Maduro y su gobierno. Protestas que se viven a diario en las colas, saqueos, abucheos, violencia social, indican que existen niveles importantes de indignación moral, base para la desobediencia y la rebeldía. Sin embargo, convocatorias para movilizaciones políticas masivas han arrojado pocos resultados y la posibilidad de una conmoción simultánea a lo largo de las urbes del país como el Caracazo no parece probable. ¿Por qué?
Existen varios factores que inhiben y frenan ahora la acción de calle. El primero es que hay una percepción negativa generalizada sobre los resultados de esfuerzos colectivos anteriores. Como lo señalamos arriba, en 2014 hubo demasiadas muertes, detenciones, vejámenes. Y lo conseguido no satisfizo las expectativas, lo que hace ver el costo de salir a la calle muy alto y con escasos resultados. Las consecuencias de intensas movilizaciones pasadas, como en 2002 y 2004 tampoco estuvieron a la altura de lo esperado por sus participantes.
Por otra parte, se ha reducido lo que se conoce como la “estructura de oportunidades políticas”, es decir, factores externos a los actores que los puedan favorecer. Por ejemplo, las elites civiles chavistas y altos mandos militares se muestran ahora más cohesionadas en torno al Presidente que antes. Sostenido por este apoyo, el gobierno de Maduro viene exhibiendo una cara cada vez más represiva, militarizada y cruel. Las ciudades y carreteras más importantes del país están altamente militarizadas. Hay una clara estrategia de amedrentamiento bajo la política de “Patria Segura”. Se publicitan compras de armas, equipos antimotines, creación de nuevos “comandos” estratégicos, se repite hasta el cansancio lo de la “alianza cívico-militar”. Se hace declarar a altos oficiales impúdicamente su apoyo al madurismo. Se dejan impunes crímenes de grupos armados civiles prochavistas, mientras los castigos a quienes protestan son ejemplarizantes. Señala la ONG que hace seguimiento del sector militar, Control Ciudadano, en su página web, que la reciente resolución 008610 emanada del Ministerio del Poder Popular para la Defensa que regula la conducta de la FANB en las manifestaciones y autoriza en casos extremos el uso de armas de fuego “mortales”, “constituye un reconocimiento de los excesos cometidos por los cuerpos de seguridad durante las protestas del año pasado, pero al mismo tiempo emerge como una amenaza ante el previsible aumento de la conflictividad social en 2015.”
En síntesis, los agravios y demandas que impulsaron la protesta del año pasado permanecen y aún se han profundizado y extendido a una porción cada vez mayor de la sociedad. Sin embargo, el contexto político institucional es más hostil, el gobierno logra mostrarse sin fisuras que lo debiten, y estar más dispuesto a usar los instrumentos de la represión. En estas condiciones, los actores sociales y políticos se enfrentan a un ambiente más complejo que el año pasado para expresar su malestar y desarrollar estrategias de lucha eficientes y de menor costo. Un desafío que debe ser evaluado y estudiado para encontrar las formas más seguras y efectivas.
2. ¿Cómo acertar en las mejores y más seguras formas de protesta?
Constatamos la existencia de un malestar social y político extenso e in crescendo, que requiere estrategias creativas y seguras de expresión para encauzar su energía y que fortalezca sus posibilidades de incidir sobre el actual bloque hegemónico, para que modifiquen sus políticas, o para que surja una opción alternativa que la desplace.
Las protestas de 2014 prendieron por motivaciones concretas y legítimas: inseguridad, escasez, desabastecimiento, represión. Una vez iniciada por el movimiento estudiantil, fueron incorporándose múltiples actores con aspiraciones y demandas muy disímiles, unos protestaban la inseguridad, mientras otros pretendieron la renuncia del Presidente. La excesiva fragmentación de actores y dispersión de demandas, la falta de organización y coordinación entre ellos, debilitó el potencial de la protesta, facilitando su estigmatización por parte del gobierno, y su aprovechamiento por parte de intereses particulares. En las últimas semanas del ciclo la protesta se derivó hacia situaciones cada vez más caóticas, y con aspiraciones temerarias e irreales. La desproporcionada y en varios casos brutal e ilegal represión del gobierno, que se hizo además acompañar sin pudor de grupos civiles armados, sirvió para dejar en la calle a actores radicales con estrategias violentas, ahuyentando a pacíficos y facilitando con ello la criminalización de la protesta, debilitando todo el proceso y contribuyendo a sus magros resultados.
Como aprendizaje debiera quedar claro que no es prudente ahora colocar la movilización de calle como centro de las estrategias de los sectores que están luchando por un cambio en las políticas del Estado-gobierno. Pero ciertamente, tampoco ellas deben ser desechadas o minimizadas por actores políticos opositores, que buscan un camino pacífico, institucional y eficiente para el cambio político y de políticas. La protesta de calle debe complementar las luchas electorales, como un poderoso brazo de concientización política y empoderamiento ciudadano.
Existe la responsabilidad y la obligación de los políticos y de los partidos, que aspiran a cargos de representación este año, de reconocer y acompañar con estrategias de articulación el fragmentario pero enérgico mundo de los actores sociales con sus propias agendas y acciones de carácter más institucional. Urge encontrar espacios para discutir y proponer diseños frescos y novedosos de acción colectiva, así como multiplicar espacios para el intercambio de ideas y propuestas. Acompañar y aportar en la evaluación en torno a la idoneidad de ciertas modalidades de desobediencia civil ante un Estado cada vez más intolerante, autoritario, represor. Y persuadir de la prudencia a la hora de poner sobre la mesa metas que la protesta de calle no puede alcanzar. El uso de la calle para forzar una renuncia del Presidente, o para incitar a su derrocamiento, como han sido las aspiraciones de algunos actores en estos tres lustros de la era chavista, han terminado no sólo siendo derrotados, sino produciendo el efecto inverso al buscado, fortaleciendo al mandatario al presentarse como víctima de intereses antidemocráticos, minoritarios y/o mezquinos.
Nada fácil es la tarea de que converjan actores políticos y sociales en objetivos y acciones, por la tradicional desconfianza mutua entre los movimientistas y los políticos. La construcción de vasos comunicantes entre ambos pasan por el desarrollo de capacidades en sus dirigentes y miembros para trascender intereses particulares, identitarios o de protagonismo político, enfocándose en lo que es el bien común para todos como nación: la construcción de una institucionalidad que garantice la igualdad política en la diversidad y la diferencia, mediante el respeto a los derechos civiles y políticos propios de la democracia.
Ante los insuficientes resultados de las acciones callejeras del 2014, no pareciera haber duda en que las condiciones sociopolíticas privilegian ahora la estrategia electoral como el recurso más eficiente para canalizar el descontento expresando de manera transparente y fuerte la voluntad popular de desandar el camino autoritario y patrimonialista en curso.
Para sintetizar, la movilización popular es importante porque crea conciencia política, solidaridades, identidades e impulsa el empoderamiento de los ciudadanos. Pero la fuerte deriva represiva del gobierno y las constantes fallas de la movilización en los años recientes debe convencer a los fans de la política de la calle de la improcedencia en los actuales momentos de colocarla en el centro de las estrategias políticas. No se trata de desecharla sino de ponerla al servicio de un instrumento más fuerte, contundente: el sufragio universal, directo y secreto. Ha sido un mecanismo irrebatible para salir de férreas dictaduras, como sucedió en la Uruguay de 1980 y en la Chile de 1988.
Para que la estrategia electoral sea exitosa, debe contar no sólo con el soporte de la calle, sino con partidos políticos fuertes, responsables, con coraje. Un gran desafío para los actuales partidos de oposición y para la MUD, que hasta la fecha se exhiben débiles y fragmentados por pleitos internos, falta de preparación de muchos dirigentes, y centrados la mayor parte del tiempo en reaccionar a las declaraciones y acciones cada vez más surrealistas de Maduro y los chavistas en todos las instancias de poder. Sólo superando estas fallas comenzaremos los venezolanos a ver con más claridad un futuro alternativo.
jueves, 12 de febrero de 2015
Debate: De Febrero 2014 a Febrero 2015: ¿cómo politizar lo social?
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