Humberto Decarli
Se cumplen veintitrés años de la tentativa
golpista organizada por comandantes (tenientes coroneles) del ejército
encabezados por Hugo Chávez. Fue una iniciativa militarista con escasa
participación civil y sin presencia en los medios de difusión de masas devenida
en fracaso.
Los militares venezolanos, a partir del 23 de enero de 1958, se convirtieron en pésimos conspiradores. Castro León dos veces, el barcelonazo, el carupanazo, el porteñazo, la insurrección de Mamo, la de Ramo Verde, la rebelión del general García Villasmil y la desobediencia de Pablo Flores y el movimiento irregular de tanques en Miraflores cuando el gobierno de Lusinchi, amén de la posterior asonada del 27 de noviembre de 1992, tuvieron un denominador común: no pudieron alcanzar el objetivo, la toma del poder, y concluyeron en frustraciones.
El modelo político del puntofijismo estaba en los estertores de su agonía porque la corrupción, el burocratismo, la ineficacia y el fracaso, lo habían acabado y debido a la escasa institucionalidad el ruido de sables se hacía presente. Fue un esquema democrático representativo tan malo que a diez años de la caída de la dictadura perezjimenista, en 1968, el partido Cruzada Cívica Nacionalista, representante de los simpatizantes del régimen militar caído una década atrás, obtuvo una ingente votación porque la gente añoraba al gobierno autocrático.
A tantos años de la rebelión de los “comacates” (comandantes, mayores, capitanes y tenientes) el rumbo del país es infinitamente peor que con sus incapaces predecesores. Llevaron al país por la vía del rentismo más vulgar y el resultado, cuando el precio del barril se derrumbó, es la miseria, el hambre, el desabastecimiento y la escasez. Recibieron, al igual que los adecos y los copeyanos, el equivalente a múltiples planes Marshall y no han resuelto ni siquiera los problemas más elementales de la nación, vale decir, la vivienda, el desempleo, la pobreza, la educación, los servicios y la salud, porque todo se encuentra en un estado deplorable.
Sin embargo, Venezuela se ha transformado en una vía de tránsito del negocio de drogas, de las corruptelas más ostensibles como el caso de las empresas de maletín, de la compra de armas, de la centralización y concentración del poder y una política exterior basada en la chequera petrolera ahora alicaída.
Por tales razones se cumple un aniversario más de una fecha deprimente, al igual que el 23 de enero de 1958, una exitosa por el derrocamiento de la dictadura al fracturarse las fuerzas armadas y la otra derrotada al ser reducida por el ejército del perecismo. Días que pudieron ser otra opción pero que la dinámica de la cultura del poder en Venezuela la condujo hacia una mayor frustración. Vendrán tiempos mejores y con fechas para celebrar verdaderas sendas conducentes al país hacia un lugar donde valga la pena vivir y eventualmente morir.
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