Una resolución del ministerio de la defensa, publicada ya en Gaceta Oficial, autoriza el empleo de armas de guerra para reprimir manifestaciones. Se trata de una medida más en el proceso de militarización de la sociedad venezolana pero con una ingente gravedad porque, estando las fuerzas armadas formadas para guerrear, su actuación en otros ámbitos no bélicos desembocaría en genocidio. Es una réplica, mutatis mutandi, del ataque de Kadafi con aviones a personas desarmadas en el centro de Trípoli, la masacre de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco o la matanza de estudiantes por Mengizu Marian en la Etiopía de los setenta.
Este decreto, además de inconstitucional, significa la transgresión de muchos tratados y normativas tendientes a resguardar los derechos humanos, obviamente tendidos a violarse con unas normas como las emanadas por el referido ministerio.
No obstante, se puede apreciar como una nueva medida para restringir los espacios civiles de la sociedad venezolana cada vez más limitada en su accionar diario. Ya se han dictado leyes, como la antiterrorista, dándole potestades normalmente excepcionales a los administradores de la violencia del Estado para cercenar las libertades democráticas.
Asimismo, la sentencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia que legisló enervando la libertad de manifestar al obligar a ser permisada por la autoridad estatal. Se ha minimizado un derecho a la discrecionalidad de un funcionario.
Además se han incrementado los desmanes represivos, las torturas, el hacinamiento en los recintos carcelarios, la violación de los derechos humanos y la protesta se ha criminalizado con los consiguientes juicios penales, aplicación complaciente de delitos y disminución de las garantías constitucionales.
Si al anterior panorama dantesco le añadimos la grave situación generada por el desabastecimiento y la escasez, consecuencia de una política económica inhumana y antipopular coronada por la recesión y la inflación más elevada del planeta, la resultante no puede ser otra que una marmita en gran presión.
Sin embargo, la conducta oficialista ha sido la de crear un verdadero control comunicacional, mal llamado hegemonía invocando a Gramsci, para hacer creer estar en una situación generada por factores ajenos al gobierno y buscar proyectar la culpa en el otro cuando es palmaria la responsabilidad del chavismo al profundizar el esquema rentista y extractivista establecido por el puntofijismo. También se ha internalizado el conformismo como la normalidad cotidiana habituando a la gente a vivir mal. Concomitantemente se endurece la actuación con la respuesta violenta inmediata por parte de las fuerzas castrenses, las policiales y las paramilitares.
Adicionalmente no existe una fuerza alterna capaz de participar en las movilizaciones y la oposición está desprestigiada por su actitud sinuosa ante el gobierno. Esta coyuntura ha favorecido al régimen chavo madurista sumado a la intimidación producida por las múltiples medidas punitivas.
Hasta los actuales momentos nos conducimos por la vía del totalitarismo más ramplón orientándonos hacia Myammar, Norcorea, Cuba, Chile de Pinochet, China Popular, el Zimbawue de Mugabe, Kadafi, Albania de Enver Hoxa, el peronismo argentino, el nazismo, el fascismo y paremos de contar. Es la muestra autoritaria dirigida por un modelo político sin sustento institucional y cuyo máximo estandarte es electoral con todos los bemoles significados en los múltiples actos comiciales con floretes abotonados.
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