J.R. López Padrino
Una de las características más evidentes de la camarilla cívico-militar que “desgobierna al país” ha sido su analfabetismo científico. Es decir su escualidez intelectual e ignorancia referente al quehacer científico. Escuchar al iletrado de Arreaza su aserción temeraria “vamos a eliminar la ciencia que no es útil para el pueblo” no nos debe de sorprender. Refleja su estrechez intelectual y su anti-intelectualismo iracundo muy propia de los fascistas
Justificar el cierre del IVIC bajo el pretexto de la necesidad de “desarrollar una ciencia útil, orientada a elevar la calidad de vida del pueblo”, es una muestra del primitivismo intelectual de quienes impulsan su cierre y evidencia un desconocimiento vergonzoso de lo que ha venido haciendo esa institución por el país desde su fundación. Mediante el engaño y la intimidación pretenden imponer una pseudociencia basada en los saberes populares y ancestrales. Constituye una despreciable manifestación de populismo y charlatanería frente a un auditórium de lambiscones y eunucos ideológicos, que solo sirven para aplaudir y repetir tales necedades.
Los promotores del proyecto de aniquilación del IVIC invocan una supuesta ciencia socialista, pero apelan contradictoriamente a una visión postmoderna al plantear la ruptura de la racionalidad del método científico mediante un control social de la ciencia. Hacen suyas la tesis de Funtowicz y Ravetz (1990) de la legitimación de la actividad científica mediante la incorporación de la comunidad de no-pares (legos) en la toma de decisiones científicas. En la reforma postmodernista se propone que la política científica del IVIC no sea responsabilidad del cuerpo de investigadores de la Institución, sino a través de asambleas tumultuarias de todos los trabajadores de la institución (personal administrativo, estudiantes, obreros). Reivindican falazmente una supuesta democratización de la ciencia, cuando en realidad se trata de un mayor control político cupular de la Institución a través de un empoderamiento maniqueo de ciudadanos inexpertos, acríticos y por ello fácilmente manipulables.
Toda esta campaña orquestada por el socialfascismo bolivariano en contra del IVIC nos retrotrae a los tiempos cuando Millán Astray, expresando mejor que nadie la esencia del fascismo, gritó “Muera la inteligencia, viva la muerte”. Para los fascistas, la ciencia es imprescindible como instrumento de dominación, por ello la cultivan, pero cuando no pueden manipularla, la silencian con la ayuda celestina de algunas figuras intelectuales, devenidos en auténticos vasallos sin criterios, que se mimetizan en repetidores sin escrúpulos de libretos vergonzantes y abyectos.
¿Que más se puede esperar de este enjambre de analfabetas científicos que creen en la inoculación del cáncer, invocan a los muertos, hablan con pajaritos y cuya formación intelectual no traspasa los umbrales de la portada y la contraportada de los libros?
Una de las características más evidentes de la camarilla cívico-militar que “desgobierna al país” ha sido su analfabetismo científico. Es decir su escualidez intelectual e ignorancia referente al quehacer científico. Escuchar al iletrado de Arreaza su aserción temeraria “vamos a eliminar la ciencia que no es útil para el pueblo” no nos debe de sorprender. Refleja su estrechez intelectual y su anti-intelectualismo iracundo muy propia de los fascistas
Justificar el cierre del IVIC bajo el pretexto de la necesidad de “desarrollar una ciencia útil, orientada a elevar la calidad de vida del pueblo”, es una muestra del primitivismo intelectual de quienes impulsan su cierre y evidencia un desconocimiento vergonzoso de lo que ha venido haciendo esa institución por el país desde su fundación. Mediante el engaño y la intimidación pretenden imponer una pseudociencia basada en los saberes populares y ancestrales. Constituye una despreciable manifestación de populismo y charlatanería frente a un auditórium de lambiscones y eunucos ideológicos, que solo sirven para aplaudir y repetir tales necedades.
Los promotores del proyecto de aniquilación del IVIC invocan una supuesta ciencia socialista, pero apelan contradictoriamente a una visión postmoderna al plantear la ruptura de la racionalidad del método científico mediante un control social de la ciencia. Hacen suyas la tesis de Funtowicz y Ravetz (1990) de la legitimación de la actividad científica mediante la incorporación de la comunidad de no-pares (legos) en la toma de decisiones científicas. En la reforma postmodernista se propone que la política científica del IVIC no sea responsabilidad del cuerpo de investigadores de la Institución, sino a través de asambleas tumultuarias de todos los trabajadores de la institución (personal administrativo, estudiantes, obreros). Reivindican falazmente una supuesta democratización de la ciencia, cuando en realidad se trata de un mayor control político cupular de la Institución a través de un empoderamiento maniqueo de ciudadanos inexpertos, acríticos y por ello fácilmente manipulables.
Toda esta campaña orquestada por el socialfascismo bolivariano en contra del IVIC nos retrotrae a los tiempos cuando Millán Astray, expresando mejor que nadie la esencia del fascismo, gritó “Muera la inteligencia, viva la muerte”. Para los fascistas, la ciencia es imprescindible como instrumento de dominación, por ello la cultivan, pero cuando no pueden manipularla, la silencian con la ayuda celestina de algunas figuras intelectuales, devenidos en auténticos vasallos sin criterios, que se mimetizan en repetidores sin escrúpulos de libretos vergonzantes y abyectos.
¿Que más se puede esperar de este enjambre de analfabetas científicos que creen en la inoculación del cáncer, invocan a los muertos, hablan con pajaritos y cuya formación intelectual no traspasa los umbrales de la portada y la contraportada de los libros?
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